Por Eréndira Munguía Villanueva / Carabina 30 30
Como una propuesta para explicar los cómos y porqués de las relaciones entre mujeres y hombres en las que se observa una opresión de las mujeres por parte de los hombres, la teoría feminista desarrolló el concepto de Sociedad Patriarcal. Las reflexiones en torno al patriarcado contienen por ejemplo el análisis de las distintas esferas en las que se lleva a cabo esta opresión, como la sexualidad, la familia, el trabajo, etc. El que la sociedad sea patriarcal implica que existen distintas instituciones que promueven la opresión de las mujeres. Esto significa que dicha opresión es estructural y no simplemente la suma de voluntades individuales. Más bien, se trata de formas –sistematizadas– de hacer (y pensar) las cosas, las cuales ponen en desventaja a las mujeres y privilegian a los hombres.
No existe una base biológica para que la diferencia sexual implique estas distintas maneras de tratar a mujeres y hombres que mantienen a las mujeres en una subordinación frente al otro sexo. Es la manera en la que socializan hombres y mujeres la que nos da desventaja a nosotras y privilegios a ellos. Un ejemplo son las leyes que conciernen a derechos reproductivos, y que tradicionalmente han coartado las libertades sobre todo de las mujeres, propiciando que muchas mujeres hayan pisado cárceles por haber experimentado abortos espontáneos involuntarios. Claramente estas leyes y procesos jurídicos injustos no son resultado de procesos biológicos, sino de procesos sociales, que terminan afectando enormemente la vida de las mujeres.
Otro ejemplo es el hecho de la mayoría de las personas más pobres del globo sean mujeres, o que muchos de los trabajos realizados por mujeres –por ejemplo, en el hogar o en el cuidado a otros familiares– no sean reconocidos socialmente y no sean remunerados. Nuevamente, esto no tiene que ver con las diferencias físicas entre ambos sexos, sino con una estructura jerárquica que pone el cuidado de los niños en un peldaño mucho más bajo que el diseño de un departamento –aún cuando ambas actividades sean necesarias, y aún cuando el cuidado de los niños sea de importancia vital. Vemos pues que los aspectos laborales y económicos son afectados de gran manera por la variable de género; de aquí la importancia de relacionar el género con la economía.
La discriminación hacia las mujeres tiene bases ideológicas que de hecho están bastante enraizadas y son difíciles de eliminar, y que fortalecen la estructura patriarcal. Muchas de estas ideas pasan desapercibidas si no hacemos un análisis feminista de ellas aún hoy día. Sin reflexión y sin confrontar con la realidad solemos darle atributos a mujeres y hombres sólo porque así se ha hecho por mucho tiempo. Por ejemplo, el que pensemos que existe un “instinto maternal” en las mujeres, y que entonces se piense que “es natural” que sean ellas quienes críen a lxs hijxs. Pero tal “instinto” no existe en las hembras humanas pues el deseo de concebir y criar no está presente en todas nosotras y en general responde a las condiciones sociales, económicas y emocionales en las que una se encuentra. Aún así, en la familia, la escuela y la iglesia se nos repite esta falsa información que termina por enraizarse en nuestros esquemas de pensamiento. Y es así que pasa a ser una noción que nos lleva a pensar, por ejemplo, que el aborto es antinatural o abominable, pues creemos que las mujeres que abortan están actuando en contra de su propio “instinto maternal”.
Otro ejemplo es la asociación de ciertos oficios a “la naturaleza” femenina o masculina. Cuando pensamos en “genios de la computación” en general viene a nuestra mente un hombre “nerd” con dificultades incluso para relacionarse con las mujeres. Pero en la realidad las mujeres han sido las impulsoras de la programación de computadoras desde la mera invención de las máquinas para calcular. Lamentablemente, las ciencias de la computación han ido perdiendo presencia femenina –por ejemplo, en Estados Unidos pasó de un 40% a mediados de los 1980’s al 12% que se ha reportado recientemente. Esta imagen (errónea) del perfil de las personas que “son buenas” en esta profesión proviene de una idea arraigada según la cual los hombres son quienes desarrollan la ciencia, la tecnología y todo aquello que sirva para mejorar los aspectos productivos de la sociedad. Esta visión tiene consecuencias serias. No sólo afecta las decisiones sobre la contratación y permanencia de las mujeres en los oficios y disciplinas que creemos masculinas (y que suelen ser las mejores pagadas), sino que –añadiendo sal a la herida– dichas decisiones luego son presentadas como si estuvieran regidas por el principio de meritocracia, cuando en realidad son decisiones atravesadas por creencias injustificadas.
En consecuencia, la discriminación no es percibida como tal, sino como el “estado natural” de las cosas. Por si fuera poco, son muchos los agentes que nos bombardean con estas imágenes estereotipadas: el cine, la televisión… incluso las instituciones educativas tienden a repetirnos cuál es el “orden natural” de las cosas.
Otra creencia arraigada es la de que las mujeres no somos dueñas de nuestros propios cuerpos, que éstos son públicos y que existen acciones de nosotras que justifican que otros los violenten, usen e incluso exterminen: “andaba sola”, “llevaba minifalda”, “no se daba a respetar”. La consecuencia fatal es el más crudo ejemplo de la discriminación hacia nosotras: se nos mata sólo por ser mujeres, para que otros usen nuestro cuerpo de mujer. ¡Nos matan por nuestros cuerpos, la única cosa que realmente nos pertenece!
Según datos recabados por La Casa del Encuentro, ONG dedicada al combate a la violencia contra las mujeres:
– En Brasil se estima que en el 2012 ocurrieron 4,719 feminicidios–o sea, 2.33 por cada 100,000 habitantes;
– En México, se estima que en el 2013 ocurrieron 2,000 feminicidios (1.64 por cada 100,000 habitantes);
– En Argentina 277 en el 2014 (0.65 por cada 100,000 habitantes);
– En Colombia 115 en el 2014 (0.24 por cada 100,000 habitantes);
– En Ecuador 97 en el 2014 (0.64 por cada 100,000 habitantes);
– En Perú 96 en el 2014 (0.31 por cada 100,000 habitantes).
– En México, se estima que en el 2013 ocurrieron 2,000 feminicidios (1.64 por cada 100,000 habitantes);
– En Argentina 277 en el 2014 (0.65 por cada 100,000 habitantes);
– En Colombia 115 en el 2014 (0.24 por cada 100,000 habitantes);
– En Ecuador 97 en el 2014 (0.64 por cada 100,000 habitantes);
– En Perú 96 en el 2014 (0.31 por cada 100,000 habitantes).
Para afrontar exitosamente la violencia de género se necesitan estrategias multidisciplinarias a todos los niveles de la sociedad y en todas las esferas posibles. Se necesita que los programas políticos contengan una visión de género que promueva la equidad de manera estructural. Se necesita entender las dimensiones titánicas de los cambios requeridos y que estos no se llevarán a cabo sin una fuerte presión popular. Necesitamos la organización masiva de mujeres, que salgan a las calles a exigir sus derechos y que generen espacios de discusión política y estructuras organizativas militantes con un enfoque feminista. Sólo así surgirán los programas políticos necesarios.
Ante la alarma de violencia hacia las mujeres y la lentitud con la que se suelen dar los cambios al sistema de géneros de la sociedad, estas tareas son urgentes. Debemos dotar de estrategias científicas al estudio de las relaciones entre mujeres y hombres en la sociedad, y actuar con compromiso para mejorar nuestra situación.
Crédito de foto: Justin McWilliams vía Flickr.
Eréndira Munguía es profesora universitaria en Oaxaca y dirigente del Partido Obrero Socialista.
Eréndira Munguía es profesora universitaria en Oaxaca y dirigente del Partido Obrero Socialista.
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