El 10 de abril de 1989, la Cripta Imperial de la Iglesia de los Capuchinos de Viena, abría sus puertas para acoger los restos mortales de la última emperatriz de Austria - Hungría. A la solemne ceremonia acudieron miembros de todas las reales europeas. Con aquel entierro se ponía punto final a un capítulo de la historia que se había iniciado siete siglos atrás. La emperatriz viuda Zita de Borbón-Parma intentó que su hijo, el príncipe Otto restaurara un imperio que hacía tiempo estaba agotado. Zita fue una mujer piadosa, que lloró la muerte de su marido, el último emperador de Austria - Hungría, y en su largo exilio de sesenta y cuatro años, cuidó de sus hijos. Lejos de su patria, hizo una importante campaña solidaria durante la Segunda Guerra Mundial que la honró como persona. Pero como emperatriz, nunca consiguió su cometido.
Zita de Borbón - Parma, nació el 9 de mayo de 1892 en Lucca, Italia. Zita fue una de los muchos vástagos que tuvo el destronado Roberto I de Parma, con sus dos esposas. Era era hija de la segunda, María Antonia de Portugal. Zita creció feliz rodeada de sus muchos hermanos y hermanas en las distintas posesiones de su familia en varios puntos de la geografía europea. Su educación estuvo a cargo de preceptores hasta que marchó a estudiar en instituciones religiosas femeninas en las que formó su profundo carácter piadoso.
Zita llegó a pensar en la posibilidad de hacerse monja, pero su familia le deparaba un destino más elevado. Como el duque de Parma había fallecido cuando ella tenía quince años, fue su madre la que buscó en las distintas casas reales europeas al posible candidato para su hija. La infanta María Antonia pronto se fijó en el que se había convertido en heredero al imperio de los Hasburgo, el príncipe Carlos. En aquel entonces, el emperador Francisco José había decidido que su sobrino y heredero, Francisco Fernando, no podría transmitir sus derechos sucesorios a sus hijos al haberse casado con Sofía Chotek, una condesa que según Francisco José no era digna de convertirse en emperatriz. Así las cosas, el sobrino nieto del emperador, se situaba el siguiente en la línea sucesoria.
El jefe de la casa de Habsburgo aceptó la propuesta de la infanta María Antonia de casar a Zita con Carlos, pues su familia materna estaba emparentada con distintas casas reales europeas. El matrimonio se celebró el 21 de octubre de 1911. Instalada como primera dama de la corte de los Habsburgo, Zita dio a luz a su primer hijo un año después. Tras él vendría ocho hijos más.
Pero la vida feliz que parecía presentarse a la pareja imperial se vería truncada aquel fatídico 28 de junio de 1914 cuando Francisco Fernando y Sofía fueron asesinados en Sarajevo y empezaba la Primera Guerra Mundial.
Dos años después fallecía Francisco José y Carlos y Zita eran coronados como emperadores de un imperio agonizante. El fin de la guerra trajo consigo la proclamación de la I República de Austria cuyos miembros forzaron a los emperadores a renunciar a su trono y a marchar al exilio. En Suiza, Carlos, impulsado por Zita, aún intentaría, sin éxito, mantener la corona de Hungría.
Empezaba un largo exilio para los emperadores destronados. En Madeira, donde la familia imperial intentó mantener una vida tranquila, fallecía el emperador Carlos I. Era el 1 de abril de 1922. Zita se auto impuso entonces el papel de emperatriz regente de su hijo Otto, pues durante mucho tiempo creyó que recuperaría el imperio perdido.
Pocos meses después, y gracias a la ayuda de Alfonso XIII, Zita, embaraza de la hija póstuma de Carlos, se instaló en el palacio de El Pardo en Madrid donde dio a luz a Elizabeth. Poco después se trasladó con sus hijos a vivir a la villa Uribarren en Lekeitio, el País Vasco.
Zita se trasladó con sus hijos a Bélgica con la intención de que Otto pudiera seguir allí sus estudios universitarios. En el castillo de Ham Steenokkerzeel vivió entre 1929 y 1940 rodeada de algunas personas afines a su causa. En aquellos años, Zita se volcó en la educación de sus hijos mientras buscaba la manera de restaurar la monarquía en Austria, sobre todo cuando la Alemania nazi llevó a cabo la anexión de Austria el 12 de marzo de 1938. Hitler vio siempre en Zita y sus hijos una amenaza real a sus planes expansionistas por lo que no dudo en bombardear el castillo donde residían durante la invasión de Bélgica. Por suerte para Zita, ella y los suyos ya habían huido. Desde Portugal, consiguieron viajar a los Estados Unidos desde donde viajó a Canadá donde sus hijos pudieran estudiar en la universidad francófona y católica de Laval, en Quebec.
La vida en Quebec fue austera para Zita, quien se volcó en recaudar fondos, comida y material de primera necesidad para enviar a Austria. Fue tal su éxito, que se decidió a viajar por los Estados Unidos para continuar con su labor solidaria. Finalizados los estudios de sus hijos, a punto de terminar el año 1948, Zita se instaló en una casa a las afueras de Nueva York.
Acompañada de su hijo Otto, Zita se presentó en el Senado norteamericano para convencer a las mujeres de los senadores que, a su vez, convencieran a sus maridos de que incluyeran a Austria en el plan de ayuda conocido como el Plan Marshall y que el Senado había negado por la entusiasta acogida del nazismo tras la anexión. Zita consiguió subvenciones para Austria en el que sería su último acto político.
Años después, en 1952, regresaba a Europa y se instalaba en el Gran Ducado de Luxemburgo donde se dedicó a cuidar a su madre ya anciana y a colaborar en el proceso de beatificación de su marido. Treinta años después, y por mediación de el rey Juan Carlos I de España, Zita pudo volver de nuevo a Austria, donde fue recibida con mucho cariño.
El 14 de marzo de 1989, la que fuera la última emperatriz de Austria, fallecía a los noventa y seis años de edad en su residencia suiza de Zizers. Un mes después, sus restos volvían definitivamente a Viena, donde reposan junto a su marido en la Cripta Imperial de los Habsburgo.
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Zita
Cybrille Debris
Por Sandra Ferrer
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