Una niña criada entre hermanos, en un mundo de libertad, cuando su madre decidió reconducirla hacia los rigurosos estereotipos que marcaba la sociedad del diecinueve para las mujeres, simplemente se rebeló. No quiso ser esposa, ni madre, ni mujer sumisa. Viena era demasiado pequeña para su espíritu aventurero. Cuando tuvo la oportunidad, lo dejó todo y con un minúsculo equipaje y una pequeña herencia, se embarcó a descubrir el mundo. Nada frenó a esta mujer insaciable, ni los caníbales y las tempestades. Se mezcló entre distintos pueblos y fue recibida por reyes y príncipes. Dos veces dio la vuelta al mundo y cuando su cuerpo estaba a punto de sucumbir, su espíritu aventurero aún planificaba un último viaje. Ida Pfeiffer fue sin duda una de las mujeres viajes más intrépidas del siglo XIX.
Una niña entre muchos hermanos
Ida Laura Reyer nació el 14 de octubre de 1797 en Viena en el seno de una familia de clase media y rodeada de siete hermanos con los que no tuvo ningún problema en relacionarse. Su padre, un hombre de carácter inflexible, trató a Ida como un chico más por lo que en los primeros años de su vida no recibió la típica formación destinada a las niñas. Ida disfrutó de una infancia en libertad, correteando y jugando con sus hermanos. Pero aquel mundo desaparecería con la muerte de su padre cuando Ida tenía tan sólo nueve años. Fue entonces cuando su madre tomó las riendas de su educación y la quiso reconducir y reconvertirla en una pequeña damita. Pero ya sería demasiado tarde.
Obligada a estudiar piano de la mano de un tutor personal, Ida llegó a quemarse los dedos con cera para impedir aquellas largas sesiones musicales. Y mientras su madre la obligaba a vestir como una dama, ella corría a esconderse en su habitación donde devoraba uno tras otro todos los libros de viajes que podía.
La rebeldía de Ida culminó cuando, a los diecisiete años, y para desesperación de su madre, se enamoró de su tutor de piano. Sin pensárselo dos veces, su madre despidió al desdichado profesor y buscó para su pequeña salvaje un partido más adecuado. El escogido fue un tal Dr. Pfeiffer, un viudo veinticuatro años mayor que Ida con una buena posición en el gobierno de Viena.
Una esposa desdichada
Corría el año de 1820 y la pareja se trasladaba a vivir a Lemberg, a 180 Km. de la capital austriaca. Ni que decir tiene que empezaba para Ida una de las épocas más tristes de su vida en las que ni tan siquiera la maternidad consoló su espíritu rebelde. Madre de dos hijos, dedicada a ser esposa y buena ama de casa, la vida de Ida Pfeiffer se complicó cuando la fama y el prestigio de su marido en el gobierno vienés cayó en picado tras ser acusado de corrupción.
Fue poco después cuando fallecía la madre de Ida y la pequeña herencia recibida le permitió dar un giro radical a su vida.
La mujer que quiso ser libre
En 1842, y con cuarenta y cinco años a sus espaldas, Ida Pfeiffer abandonaba a su familia y se disponía a vivir la vida con la que siempre había soñado. La herencia recibida no era demasiado dinero pero sí el suficiente para aquel espíritu aventurero dispuesto a enfrentarse a situaciones extremas que, lejos de amedrentarla, hicieron crecer en ella la felicidad y más ansias de vivir.
Empezaban entonces diecisiete años en los que Ida realizó dos veces la vuelta al mundo, siguiendo rutas distintas. Conoció lugares civilizados, salvajes, cercanos y remotos en los que Ida Pfeiffer sufrió el agotamiento, sed, hambre y la amenaza de piratas y grupos de salteadores. Pero nada impidió que siguiera adelante y se empapara de la belleza ante la que se encontró.
Dos años después de iniciar su periplo por el mundo en 1846, Ida Pfeiffer regresaba a Viena donde permaneció un tiempo escribiendo sobre sus excepcionales experiencias. Su libro se convirtió en un éxito de ventas que se tradujo en varios idiomas y la consagró como una auténtica viajera.
En 1851, a pesar de su edad y del agotamiento al que había expuesto su cuerpo, Ida necesitaba volver a volar. En esta segunda ocasión, consagrada como viajera, no fueron pocas las invitaciones de compañías ferroviarias y navieras así como de europeos que vivían en lugares remotos. Además, Ida había ganado bastante dinero con las ventas de su libro por lo que este segundo viaje fue un poco más "cómodo" que el primero. El segundo viaje empezó en África desde donde se trasladó a Singapur y desde allí se adentró en aventuras tan peligrosas como disponerse a conocer a los antropófagos batak, de los que pocos europeos habían escapado con vida. Ella lo consiguió. El continente americano, desde el sur hasta el norte, fue la última etapa de su segundo viaje por el mundo.
Su segundo libro fue también un éxito de ventas y el reconocimiento definitivo como viajera. Algunas sociedades geográficas como las de Berlín o París la aceptaron entre sus miembros aunque otras como la de Londres primaron su naturaleza femenina por encima de su valentía para denegar su ingreso.
Ida Pfeiffer realizó aún otro viaje, esta vez a Madagascar donde, además de sufrir la ira de la reina Ranavala, quien la encarceló durante un tiempo, contrajo unas fiebres que mermaron definitivamente su cuerpo. De nuevo en Viena, escribió otro libro de viajes y se preparó para viajar a Australia. Pero el 27 de octubre de 1858, su cuerpo dijo basta. Pocos antes había viajado a Londres y Berlín pero a sus sesenta y un años, con una larga lista de aventuras a su espalda, Ida Pfeiffer ya no pudo continuar. Pero Ida se fue habiendo cumplido su sueño. Había conocido buena parte de un mundo que para ella era una necesidad vital descubrir y experimentar.
Si quieres leer sobre ella
Viajeras intrépidas y aventureras
Cristina Morató
Viajeras de leyenda
Pilar Tejera
Dos años después de iniciar su periplo por el mundo en 1846, Ida Pfeiffer regresaba a Viena donde permaneció un tiempo escribiendo sobre sus excepcionales experiencias. Su libro se convirtió en un éxito de ventas que se tradujo en varios idiomas y la consagró como una auténtica viajera.
En 1851, a pesar de su edad y del agotamiento al que había expuesto su cuerpo, Ida necesitaba volver a volar. En esta segunda ocasión, consagrada como viajera, no fueron pocas las invitaciones de compañías ferroviarias y navieras así como de europeos que vivían en lugares remotos. Además, Ida había ganado bastante dinero con las ventas de su libro por lo que este segundo viaje fue un poco más "cómodo" que el primero. El segundo viaje empezó en África desde donde se trasladó a Singapur y desde allí se adentró en aventuras tan peligrosas como disponerse a conocer a los antropófagos batak, de los que pocos europeos habían escapado con vida. Ella lo consiguió. El continente americano, desde el sur hasta el norte, fue la última etapa de su segundo viaje por el mundo.
Su segundo libro fue también un éxito de ventas y el reconocimiento definitivo como viajera. Algunas sociedades geográficas como las de Berlín o París la aceptaron entre sus miembros aunque otras como la de Londres primaron su naturaleza femenina por encima de su valentía para denegar su ingreso.
Ida Pfeiffer realizó aún otro viaje, esta vez a Madagascar donde, además de sufrir la ira de la reina Ranavala, quien la encarceló durante un tiempo, contrajo unas fiebres que mermaron definitivamente su cuerpo. De nuevo en Viena, escribió otro libro de viajes y se preparó para viajar a Australia. Pero el 27 de octubre de 1858, su cuerpo dijo basta. Pocos antes había viajado a Londres y Berlín pero a sus sesenta y un años, con una larga lista de aventuras a su espalda, Ida Pfeiffer ya no pudo continuar. Pero Ida se fue habiendo cumplido su sueño. Había conocido buena parte de un mundo que para ella era una necesidad vital descubrir y experimentar.
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Por Sandra Ferrer
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