Básicamente, el heteropatriarcado es un modelo milenario de dominación social y cultural, que justifica el rol de dominación del hombre sobre la mujer. Aunque es muy anterior a la aparición y extensión histórica del capitalismo, cuando éste entra en escena (allá por las postrimerías del siglo XVII), el modelo patriarcal se afianza y obtiene una mayor legitimación colectiva, ya que ambos modelos (capitalismo y heteropatriarcado) se retroalimentan. Sus puntales se basan en la aceptación de un único modelo de familia universal, compuesto tradicionalmente por una pareja heterosexual y sus posibles hijos, así como en la perpetuación, reparto y legitimación social de una serie de roles para hombre y mujer, que continúan reproduciéndose en nuestras sociedades actuales, tildadas irónicamente de "civilizadas" y "progresistas". En realidad, el heteropatriarcado es una modalidad descendiente del más antiguo modelo patriarcal, donde además se centra el poder de dominación del hombre sobre la mujer desde la heterosexualidad, o si se quiere, la heteronormatividad, excluyendo otro tipo de relaciones afectivo-sexuales, o si se quiere, sexo-genéricas.
La dominación cultural del heteropatriarcado es tan antigua y arraigada, que hoy día sería difícl (los científicos sociales aún lo continúan estudiando) deslindar la parte biológica de la parte cultural en nuestro comportamiento desde que somos bebés. En su ensayo "Reflexiones feministas", Matilde Tenorio afirma que "...el Patriarcado (...) es la manifestación de las relaciones históricamente desiguales entre hombres y mujeres, fruto de las desigualdades sociales y culturales. Desde el nacimiento, e incluso antes, se nos educa para que respondamos a unos roles de género determinados, para que nuestros comportamientos se ajusten a lo que la sociedad espera del género femenino y del masculino. Los hombres deben situarse en el ámbito de lo público y se les atribuye estabilidad emocional, autocontrol, agresividad, acción, razón, tendencia al dominio y seguridad en sí mismo, canalizando su rol hacia la producción. Sin embargo, el estereotipo femenino se sitúa en el ámbito de lo privado y se caracteriza por la inestabilidad emocional, falta de control, ternura, paciencia, disponibilidad, sumisión y dependencia, asignándosele el rol básico de la reproducción. El rol de transición entre los valores modernos y los tradicionales genera en muchos hombres temor, frustración y un riesgo de perder el control y la autoridad y si bien muchos de ellos lo afrontarán cognitivamente comprendiendo que son copartícipes de la desigualdad e intentando modificar sus creencias, valores y actitudes, otros, por el contrario, responderán resistiéndose a la pérdida de sus derechos e intentando restablecer el equilibrio mediante el control físico y mental de sus parejas utilizando diferentes estrategias".
Sin extendernos sobre sus orígenes, y siguiendo al Blog "Empoderar a las Mujeres", podríamos decir que en las sociedades pre-patriarcales las mujeres aportaban alrededor de las tres cuartas partes del total de los alimentos y productos necesarios a los colectivos humanos de la época, participaban con los hombres en la caza, y hasta se cree que las famosas pinturas rupestres y el control del fuego fueron también obra suya, junto a los inicios de la doma de animales o la agricultura itinerante. Como factores históricos y evolutivos que intervienen en la aparición e institucionalización del patriarcado, podríamos citar la generalización de la práctica de la exogamia (las mujeres y los hombres de diferentes grupos humanos comienzan a cruzarse ante la necesidad de tejer alianzas), el paso gradual del nomadismo al sedentarismo (el desarrollo de la agricultura y la ganadería agotan las prácticas itinerantes), o la necesidad de defender el territorio (los grupos ya sedentarizados se ven obligados a defender el terreno sobre el que se han establecido). Estos factores también van determinando con el paso del tiempo la división sexual del trabajo en la que la fuerza física, mayor en los hombres, prevalecerá sobre la resistencia biológica, más acusada en las mujeres. Ya en las sociedades medievales, el concepto de patriarcado designa y define un tipo de organización social en el que la autoridad la ejerce el varón jefe de la familia, dueño del patrimonio, del que formaban parte los hijos, la esposa, los esclavos y los bienes.
Como estamos comprobando, el fenómeno cubre prácticamente casi todas las facetas de la vida de hombres y mujeres. Porque partimos de la premisa de que la estructura social del heteropatriarcado está presente en todos los ámbitos e influye en todos los comportamientos de los individuos, y una de las manifestaciones más graves del dominio de los hombres sobre las mujeres es la violencia de pareja, de la que hablaremos enseguida. El modelo heteropatriarcal consagra múltiples discriminaciones de todo tipo de la mujer frente al hombre, y legitima socialmente dichas injustas situaciones, tales como: falta de independencia económica, brecha salarial, desigualdad laboral, división sexual del trabajo, permanencia de roles machistas, violencia de pareja, acoso sexual, modelos imperantes de sexualidad, difusión de modelos de feminidad alienantes, permisividad frente a la prostitución, etc. La discriminación de la mujer frente al hombre es algo consustancial bajo el modelo heteropatriarcal, porque consagra cierto sistema de convivencia, que adopta una "heteronormatividad" que delimita perfectamente los roles de hombres y mujeres en la sociedad, desde sus clases dominantes.
Y este modelo llega hasta las más altas instancias políticas de la sociedad, esto es, al Estado y todas sus Instituciones, desde donde las relaciones de dominación impuestas por el modelo se legitiman y se respaldan mediante leyes. Bajo el modelo heteropatriarcal el Estado garantiza, mediante un sistema económico fundamentado en él, la sujeción y la dependencia de las mujeres frente a determinadas figuras masculinas a lo largo de su vida (padre, hermanos, marido, etc.), impidiendo su pleno desarrollo e incluso su completo reconocimiento como sujetos políticos de pleno derecho. Según el feminismo marxista de Heidi Hartmann, el patriarcado (y su variante heterosexual) no descansa sólo por tanto en la familia como círculo más íntimo, sino en todas las estructuras que posibilitan el control sobre la fuerza de trabajo y de reproducción de las mujeres. Pero el heteropatriarcado llega más allá, porque, como resumíamos al principio, se trata de todo un sistema de dominación cultural, incluyendo usos, costumbres, tradiciones, normas familiares, hábitos sociales, prejuicios, símbología, e incluso leyes, el conocimiento y práctica de todo lo cual asegura su transmisión y perpetuación entre diferentes generaciones. Así, conceptos como los celos, la paternidad o el adulterio surgen de la dominación cultural del heteropatriarcado, y llegan a legitimarse totalmente en las sociedades actuales.
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