RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

martes, 29 de noviembre de 2016

Dejad que los hombres se acerquen a mí

"Feminismizarse" & Feminizar la política
Pablo Iglesias, Alberto Garzón, Yayo Herrero, Miguel Urbán, Sol Sánchez y María Eugenia R. Palop en el debate 'De Trump a Le Pen'

Miguel Lorente Acosta
Eldiario.es

Lo que necesita la política no es feminizarse, sino "feminismizarse", es decir, incorporar el feminismo y su visión crítica junto a las propuestas integradoras que nacen de ella como esencia del quehacer político.

Imaginen que un político declara que para conseguir que la política gire a la izquierda no es necesario contar con personas de izquierdas, que basta con llevar a cabo iniciativas progresistas y sociales como nos han enseñado en las facultades o en algunas reuniones y asambleas. Nadie aceptaría el argumento ni vería en él un planteamiento coherente. Sin embargo, es lo que ha manifestado Pablo Iglesias con relación a la presencia de las mujeres en los órganos de representación política, precisamente donde más se reproducen y difunden las ideas machistas, al decir que no hace falta que estén ellas y que basta con que se haga lo que nuestras madres nos han enseñado. Pablo Iglesias se vuelve a equivocar con lo que significa la igualdad, con lo que plantea el feminismo y, por tanto, con lo que supone la desigualdad e impone el machismo.

El ejemplo más claro de que feminismo no es lo contrario de machismo se aprecia en sus palabras, pues mientras que el machismo defiende el orden dado sin necesidad de incorporar a las mujeres, que para eso ya están los hombres con su "pluripotencialidad adaptativa", su inteligencia superior que decía Miguel Arias Cañete, y su criterio objetivo, el feminismo defiende la igualdad con mujeres y hombres. Lo de "hacer comunidad" está muy bien, pero no se trata de hacer comunidad de cualquier modo, sino de hacerla con la igualdad como referencia y con las mujeres como protagonistas junto a los hombres.

Pero para que haya mujeres y hombres es necesario que lleguen las mujeres a los lugares y posiciones donde el machismo les ha impedido estar, puesto que ellas son tan capaces como los hombres, aunque a diferencia de estos, a lo largo de la historia se han encontrado con limitaciones estructurales, organizativas y funcionales que las ha apartado de los espacios donde los hombres consideraban que no hacía falta que estuvieran, que ellos solos se bastaban. Y para poder llegar a donde los hombres, las mujeres ha tenido que ganarse el alma, después la inteligencia, más adelante la capacidad, a continuación la formación, tras ella la experiencia y ahora tienen que luchar por las oportunidades…

Todo ello sin dejar de hacer lo que les habían asignado como mujeres, y para que ahora que demuestran que el machismo estaba equivocado, digan que no hace falta, que con que les cuenten a los hombres lo que ellas consideren que hay que hacer, es suficiente, que ya ellos se hacen cargo. La presencia de las mujeres en los ámbitos de poder y decisión no es testimonial ni basada en el relato, por eso tampoco es cuestión de reducir las políticas de igualdad a la inclusión de un número de mujeres que justifique las cuotas y la cremallera, en eso tiene razón Pablo Iglesias.

Lo que necesita la política no es feminizarse, sino "feminismizarse", es decir, incorporar el feminismo y su visión crítica junto a las propuestas integradoras que nacen de ella como esencia del quehacer político. De ese modo el análisis de la realidad y su significado dará lugar a medidas e iniciativas que transformen la estructura social levantada sobre la desigualdad que sitúa a los hombres en posiciones que permite decir que no hacen falta mujeres para feminizar la política. Y "feminismizar" la política, o sea, llevar el feminismo al núcleo de la acción política, a todas las políticas, no sólo a los "temas de mujer", exige contar con los mejores especialistas. Y las especialistas en esta materia, como en otras muchas, son las feministas.

Es lo mismo que se hace en economía al recurrir a especialistas en economía, en sanidad al acudir a especialistas en salud, y en hacienda al contar con grandes gestores en la materia. A nadie se le ocurriría lo contrario. Y "feminismizar" la política requiere también dejar hacer a las mujeres feministas. O lo que es lo mismo, que no estén bajo las mirada supervisora y los límites que los hombres de los partidos establecen por estrategia o por el bien del proyecto, que curiosamente son estrategias y bienes que los benefician a ellos como grandes hombres y maravillosas acciones políticas.

No se puede ser de izquierdas sin reivindicar la igualdad, no se puede alcanzar la igualdad sin el feminismo, y no se puede aplicar el feminismo sin las feministas… Por lo tanto, sí se puede poner a mujeres feministas como portavoces donde ahora sólo hay hombres, puesto que en Unidos Podemos hay muchas mujeres feministas. Esa sí es una forma de "hacer comunidad" y "hacer para la comunidad" también desde el Parlamento. Ya lo dije hace tiempo, la diferencia entre los partidos no está en el número de machistas, sino en el número de feministas.

Fuente: http://m.eldiario.es/andalucia/desdeelsur/Dejad-hombres-acerquen_6_585551458.html




Subido por M.C. Méndez Bejarano

jueves, 24 de noviembre de 2016

Lienzos de desesperanza, Dora Carrington (1893-1932)




Cuando Dora Carrington acabó con su vida, sus amigos lloraron su muerte pero no se sorprendieron del último acto desesperado de una mujer atrapada en un amor imposible. Enamorada del escritor Lytton Strachey, Carrington fue una artista en absoluto convencional. Pintó por puro placer, sin ningún interés más allá de su necesidad de expresarse a través de un pincel. A pesar de que en vida solamente expuso una obra, sus pinturas tuvieron su merecido reconocimiento varias décadas después de su muerte. 

Dora Carrington nació el 29 de marzo de 1893 en Hereford. Fue la cuarta hija de los cinco vástagos de Samuel Carrington, un comerciante, y Charlotte Hougthon, una antigua institutriz. Dora descubrió pronto su don y obsesión por el dibujo y la pintura, afición que sus padres ayudaron a desarrollar al pagar sus estudios en la Bedford High School, un centro educativo femenino que potenciaba los estudios artísticos. Además, le costearon clases particulares de pintura. Formación que continuaría años después en la Slade School of Art de Londres, donde ingresó gracias a una beca. Fue entonces cuando definió su propia personalidad, cortándose el pelo con un estilo masculino y haciéndose llamar simplemente Carrington. 


Lytton Strachey y Dora Carrington

Su talento con el pincel no sólo le granjeó algún que otro premio artístico sino que fue la llave para introducirse en los círculos artísticos del momento. Alrededor de 1914 entró en contacto con el Círculo de Bloomsbury, donde conocería al escritor Lytton Strachey. A pesar de que Strachey era homosexual, la amistad entre ambos se convirtió en una unión tan fuerte que se fueron a vivir juntos. En 1921, Carrington accedió a casarse con un amigo de su hermano Noel, Ralph Partridge, quien aceptó que Strachey iba a formar parte de su relación matrimonial. De hecho, los tres se trasladaron a vivir juntos. 


Retrato de Julia Strachey - Dora Carrington
En aquellos años, Carrington se dedicó a pintar lo que veía a su alrededor, paisajes y personas con las que compartía su vida. A pesar de que algunos críticos de arte ven en sus pinturas la influencia de muchos artistas, Carrington no siguió nunca ninguna corriente pictórica específica. También dedicó parte de su tiempo a las artes decorativas. 

Años después, su matrimonio hacía aguas e iniciaba una nueva relación amorosa con Gerald Brenan y posteriormente con Bernard Penrose, de quien se quedó embarazada pero acabó perdiendo al bebé en un aborto natural. La pintora nunca se olvidó de su amado Lytton. La repentina muerte del escritor en el invierno de 1932 sumió a Carrington en la más absoluta desesperación. Meses antes de la desaparición de Lytton Strachey, y ante la noticia de su enfermedad, un cáncer de estómago, intentó acabar con su vida, algo que consiguió tras la muerte del escritor. 




El 11 de marzo de 1932, Dora Carrington se suicidaba con una escopeta de caza. Mucho tiempo después de su desaparición, la galería Barbican de Londres organizó en la década de los ochenta una retrospectiva sobre su obra recuperando a una artista difícil de encajar en un modelo concreto de pintura pero cuyo talento nadie pone en duda.

 Película que habla de ella 



Carrington








Por Sandra Ferrer

Cultura de la violación: complicidad y silencio en torno a la violencia sexual

Cultura de la Violación & Violencia sexual


lamarea.com

“Se mantiene y ampara porque nuestros gobiernos y estados incumplen de forma sistemática sus responsabilidades en materia de prevención, protección, asistencia y reparación a las víctimas y supervivientes. Condonan la violencia sexual y arropan la impunidad de quienes agreden”.

La historia de la humanidad podría relatarse en relación constante con la historia de la violencia sexual, tal y como venimos investigando desde diferentes disciplinas en los últimos años. El matiz es importante, aunque también muy doloroso, porque nos aboca irremediablemente a escarbar en las cloacas de un patriarcado aún más tenebroso de lo que podríamos sospechar. Parece insoportable imaginarse que todas las mujeres han sufrido alguna forma de violencia sexual en su vida (acoso, abuso, agresión…).

Sin embargo, así es, aunque la sociedad niegue tal evidencia. No hay mujer que no haya sido asaltada por exhibicionistas, manoseada sin quererlo, o burdamente acorralada con repugnantes piropos de contenido sexual nada agradable. Otras, aunque permanezcan en silencio, fueron abusadas en la infancia, agredidas o acosadas sexualmente por conocidos o amigos y, en algunos casos, por desconocidos. Pese a la magnitud de los datos que ofrecen los organismos internacionales de derechos humanos y las organizaciones feministas, convivimos con normalidad en todos los contextos políticos y sociales, con una de las formas de violencia machista y vulneración de derechos humanos más extremas.

Todo ello gracias a dos culpables: quienes agreden sexualmente, pero también a la cultura de la violación. La expresión cultura de la violación, acuñada por el discurso y práctica política feminista, hace referencia a toda la estructura —lo que Galtung ha considerado en denominar como violencia estructural y cultural—, que justifica y alimenta, y que acepta y normaliza la existencia de la violencia sexual.

Es una forma de violencia simbólica, como diría Bordieu, que tiene un efecto sedante, porque, al estar tan aceptada, pasa desapercibida por la inmensa mayoría. Sin embargo, es la que permite que la violencia directa se produzca (las violaciones, los acosos, los abusos, la tortura sexual…). La conforman un conjunto de creencias, pensamientos, actitudes y respuestas basadas en prejuicios y estereotipos de género relacionados con la violencia sexual.

La cultura de la violación, que se expresa mediante dogmas patriarcales, crea machos varones violentos que utilizan los cuerpos de las mujeres, las niñas y los niños, y se apropian de ellos imponiendo sus deseos a través del miedo, mientras generan un daño extremo en las víctimas y supervivientes. Se sostiene porque existe todo un sistema, el patriarcado, que considera que todos los cuerpos de las mujeres y aquellos cuerpos no normativos pertenecen a los hombres por contrato, por un contrato sexual, como diría la teórica feminista de Carol Pateman. Un contrato sagrado e intocable. Es decir, pueden ser cuerpos violados o agredidos sexualmente cuando las circunstancias lo requieran: en la guerra de forma innata, en periodos de paz, en democracia o, incluso, si un régimen político establece que es conveniente.

Es una obviedad invisible —o mejor dicho, invisibilizada intencionadamente—, por acción o por omisión, gracias a un sistema consentidor que, desde sus estructuras patriarcales, ofrece un escenario impune donde se desarrolla, y entre cuyos actores —no los únicos, pero sí los culpables directos— se encuentran los hombres que la ejercen. En este sentido, mucho se ha escrito falsamente sobre la naturaleza depredadora del hombre devorador sexual, cuyos instintos justifican los delitos sexuales. De igual manera que aquellos que siguen apuntalando la impunidad del violador, al considerarlo un loco incapaz de controlarse, o un chico perfectamente normal incapaz de violar. “Mi hermano no se hace violador de un día para otro”, afirmó la hermana de uno de los agresores sexuales del conocido caso de Pamplona.

Como si ciertamente alguien se hiciera violador de un día para otro. Cada víctima tiene un nombre propio, una vida, un futuro que, de repente, se ve truncado y sumido en una espiral de consecuencias graves y devastadoras a corto y largo plazo. Consecuencias que afectan a su proyecto vital, generando secuelas físicas, emocionales, psicológicas, conductuales, sexuales y sociales, y que atentan contra todos los derechos humanos básicos, cuya titularidad debería estar protegida por los estados. Nombrarlas implicaría asumir responsabilidades y dar luz a uno de los rincones más oscuros de nuestra sociedad, pero no nombrarlas nos hace cómplices de este sadismo. La cultura de la violación transforma a las víctimas en culpables: “El juez me violó otra vez”, nos contó una mujer con la que las expertas intervinieron en un recurso especializado.

Normaliza la violencia sexual como innata a los deseos sexuales, convirtiendo la violencia en erotismo: “Todas las mujeres tienen la fantasía de la violación”. Omite una educación sexual en las aulas que, por efecto desencadenante, promueve la alternativa de la pornografía mainstream patriarcal y violenta adulta como única escuela de aprendizaje: “Nos tenemos que poner todas a cuatro patas y el primero que se corra, pierde”, nos narró una chica en un instituto en relación a un juego recurrente entre grupos de adolescentes.

Es una cultura en la que las mujeres sienten la amenaza continua de la violencia sexual desde que toman conciencia, que ampara el silencio entre iguales —en la familia o en la sociedad—, que considera que las mujeres provocan la agresión sexual, o que muestra una gran tibieza en torno al consentimiento. La cultura de la violación se mantiene y ampara porque, igualmente, nuestros gobiernos y estados incumplen de forma sistemática sus responsabilidades en materia de prevención, protección, asistencia y reparación a las víctimas y supervivientes. Condonan así la violencia sexual y arropan la impunidad de quienes agreden.

La única vía para cambiar el rumbo de la Historia pasa por tomar conciencia de cómo se construye y mantiene, desenmascarar sus estrategias —al tiempo que señalamos y denunciamos a los culpables—, investigar los delitos, educar y sensibilizar a la sociedad, atender las necesidades de las víctimas y supervivientes, y adoptar las medidas que sean necesarias para erradicarla. De lo contrario, permanecerá vigente una cultura de la violación que cuestiona e invalida los valores democráticos, de ciudadanía y de igualdad, condonando así a todos los responsables directos e indirectos de semejante atrocidad.

Bárbara Tardón Recio es consultora internacional experta en violencia de género y derechos humanos.
Jesús Pérez Viejo es doctor en Trabajo Social y psicólogo experto en violencia de género y violencia política.

Fuente: http://www.lamarea.com/2016/11/24/cultura-la-violacion-complicidad-silencio-torno-la-violencia-sexual/ 

Las 10 mentiras del posmachismo

El patriarcado se rebela contra los avances en derechos que las mujeres han conquistado en los últimos años. La manipulación del lenguaje y la negación de la violencia de género son algunas de sus armas.

El neomachismo niega la existencia de la desigualdad y afirma que laa mayoría de denuncias por violencia machista son falsas.
MADRID.- La igualdad real entre hombres y mujeres podría ilustrarse con la imagen de una balanza perfectamente nivelada. Un reto imposible de conseguir si no descargamos un poco el platillo de los varones. Esencialmente, de privilegios heredados históricamente. Los posmachistas no quieren renunciar a ese poder y su manera de defenderlo es negar la mayor, es decir, que hoy la balanza está desnivelada. Que la desigualdad, la enfermedad endémica sobre la que se sustenta la lucha para que hombres y mujeres tengan los mismos derechos y oportunidades, no existe. ¿Cómo la hacen? Pues paradójicamente, enarbolando la bandera de la igualdad. En palabras del ex secretario de Estado contra la Violencia de Género Miguel Lorente, "confundiendo y generado rechazos diciendo que lo que pretenden quienes luchan por la igualdad no es la igualdad sino atacar a los hombres y a todo lo que les rodea”.

Actúan así porque se sienten amenazados. Según la responsable del área de investigación de género de la Universitat de Barcelona, Trinidad Donoso, "no aceptan que todo lo que han conseguido las mujeres ha supuesto un paso adelante para el conjunto de la sociedad y ven peligrar el espacio público que siempre han tenido". Por eso intentan mantener el status quo o incluso volver hacia atrás.

Éstas son diez de sus armas:

1. Ni machismo ni feminismo

Los posmachistas, organizados sobre todo en las redes sociales, suelen usar el concepto “feminismo” como antónimo de “machismo”. Una falacia que cae por su propio peso si simplemente consultamos las definiciones de ambos términos en la RAE. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua dice que mientras el machismo es "la actitud de prepotencia de los varones sobre las mujeres", el feminismo es "un movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres". 

2. Igualdad ante la ley

El neomachismo reivindica la igualdad. Pero lo hace como si ahora no hubiera desigualdad y como si nunca la hubiera habido. Por eso, pide al Gobierno que adopte las mismas medidas para mujeres y para hombres, como si estuvieran en la misma posición. Objetivo: obviar la idea de que la desigualdad es la raíz de nuestro presente y el motor del sistema económico, educativo y cultural que nos rige desde hace siglos. Si se propone actuar de la misma manera sobre quien se encuentra en diferente posición, la desigualdad se mantiene porque ambas partes avanzan con la misma intensidad, es decir, la supremacía de unos y la inferioridad de otras.

3. No hay violencia de género

“Cuando hay una separación desgraciadamente existe un alto índice de hombres y mujeres que sólo actúan por rencor y por odio hacia el otro”. Es uno de los planteamientos de la Asociación Europea de Abogados de Familia y un ejemplo de hasta qué punto el posmachismo minimiza y justifica la violencia específica de los hombres contra las mujeres. Su tesis es que la violencia machista no existe, sino que la violencia es neutra. Y cuando un hombre asesina a su pareja o ex pareja se debe a circunstancias personales. Como dice el ex secretario de Estado contra la Violencia de Género, Miguel Lorente, en su blog, “si el hombre es un anciano dicen que se le fue la cabeza; si es joven, fue por celos; y si se trata de un hombre adulto comentan que fue porque había bebido”. Cualquier excusa vale si se obvia que vivimos en un sistema patriarcal que hace que este tipo de agresiones se normalicen y se invisibilicen. Hablando de "violencia neutra" lo que persiguen los neomachistas es desviar la atención y reducir el problema a casos aislados. Además, como señala Donoso, "la creencia de que la violencia de género no existe tiene una función social tranquilizadora porque elimina un conflicto".

4. Los hombres también son víctimas

Como si de una guerra se tratara, los posmachistas nunca pierden la oportunidad de recordar que también hay muchos hombres asesinados por sus parejas (dicen que unos 30 al año, cuando el CGPJ referencia un máximo de ocho) y otros tantos que se suicidan después de divorciarse (8.000 anuales, afirman, a pesar de que el número total de suicidios masculinos está alrededor de 3.500, según Lorente). Tachan de desigual cualquier política pública de apoyo a las mujeres (ayudas laborales y sanitarias, cuotas o acciones contra la violencia de género) y acto seguido se preguntan ¿qué hay de lo mío?

5. Las denuncias falsas

Uno de los argumentos estrella del neomachismo es que la mayoría de denuncias por violencia machista son falsas. Una falacia que logró colarse en el Congreso de la mano del ex diputado de UpyD y actual de Ciudadanos, Toni Cantó, hace tres años. Sin embargo, y según la Memoria 2016 de la Fiscalía General del Estado, representan sólo el 0,014% del total

6. El Síndrome de Alienación Parental (SAP)

No tiene consenso científico y no ha sido reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), pero los posmachistas siguen dando pábulo al llamado Síndrome de Alineación Parental (SAP), eso es, la supuesta manipulación que las madres ejercen en los hijos para enfrentarlos al padre durante un proceso de separación o divorcio. Esta falsa patología de las mujeres, acuñada por el psiquiatra Richard Gardner en 1985, es la herramienta que utilizan algunos hombres para conseguir un cambio de custodia. Un auténtico peligro cuando se da en casos de violencia machista, en los que los hijos pueden acabar viviendo con el agresor.

6. No son feministas, son feminazis

Los neomachistas ya no hablan de mujeres feministas, sino de mujeres feminazis. Un intento más de criminalizar y desprestigiar la lucha por la igualdad ideado por Rush Limbaugh, un comunicador de extrema derecha de Estados Unidos que hizo popular el término en la década de los 90 y que actualmente apoya a Donald Trump. El palabro, por supuesto, no aparece en la RAE. Laura Nuño, directora del Observatorio de Igualdad de Género de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, considera que los posmachistas han ganado la batalla lingüística. "El patriarcado, que sigue causando muertes, ha logrado acuñar y popularizar un término que relaciona el nazismo con el feminismo, un movimiento humanista, pacifista y que no puede estar más alejado de la muerte".

7. Son las mujeres las que tienen que luchar

Son ellas las que están en peligro, así que son ellas las que tienen que ir con cuidado. Sobre este esquema también se basa, por ejemplo, el tuit que los Mossos d'Esquadra publicaron el pasado 8 de marzo y por el que recibieron numerosas críticas.
Los posmachistas piensan que los hombres no tienen la culpa de nada y, por tanto, asumen como normal que las mujeres caminen con miedo por la noche. Lo peligroso es que los Cuerpos de Seguridad lo perciban del mismo modo y den consejos a las mujeres que van solas por la calle en vez de decir a los hombres que si ven a una mujer sola por la calle no deben hacerle nada. "Las políticas públicas no pueden imputar la responsabilidad sobre la víctima. Hay que perseguir a los agresores. ¿Alguien entendería que una institución advirtiera a los negros del peligro que corren en vez de castigar a los racistas que los agreden?", se pregunta Nuño. Isabel Muntané, codirectora del Máster de Género y Comunicación de la UAB, insiste también en la necesidad de que las campañas institucionales contra la violencia machista "pongan el foco en los actores de las agresiones, es decir, en los hombres". 

8. La esencialización de las mujeres

Cada hombre es un mundo, pero todas las mujeres son iguales: cariñosas, un poco histéricas y ciclotímicas, generosas, con grandes dotes para el cuidado y la crianza... Los posmachistas convierten a todas las mujeres en un prototipo de lo que ellos esperan que sean. "Piensan que hombres y mujeres tienen un papel asignado en la sociedad pero ese rol, en su esquema mental, está jerarquizado, es desigual, ellos están por encima", añade Donoso. 

9. La hipersexualización de las mujeres

La moda, la televisión, el cine, la fotografía, la publicidad... Casi todas las representaciones visuales de niñas, adolescentes y mujeres adultas pretenden seducir, es decir, tienen un importante componente sexual. El patriarcado convierte a las mujeres en un objeto del deseo ajeno y eso influye muy negativamente en la construcción de la identidad femenina. De hecho, los modelos culturales de referencia de las niñas responden en todo momento al mismo canon.

10. Mujeres-escudo

Cuando los neomachistas esgrimen sus argumentos sobre la inexistencia de la violencia de género, sobre las denuncias falsas o sobre los hombres asesinados a manos de sus parejas y ex parejas suelen dejar claro que no sólo ellos piensan así. Aseguran que también comparten este discurso mujeres como sus madres o sus hermanas, etc. De ese modo, demuestran que su discurso no es únicamente masculino, eso sí, advierte Donoso, "siempre hacen referencia a sus familiares, es decir, a una mujer en relación a un hombre".

http://www.publico.es/sociedad/10-mentiras-del-posmachismo.html


Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com

Las 10 mentiras del posmachismo

MADRID.- La igualdad real entre hombres y mujeres podría ilustrarse con la imagen de una balanza perfectamente nivelada. Un reto imposible de conseguir si no descargamos un poco el platillo de los varones. Esencialmente, de privilegios heredados históricamente. Los posmachistas no quieren renunciar a ese poder y su manera de defenderlo es negar la mayor, es decir, que hoy la balanza está desnivelada. Que la desigualdad, la enfermedad endémica sobre la que se sustenta la lucha para que hombres y mujeres tengan los mismos derechos y oportunidades, no existe. ¿Cómo la hacen? Pues paradójicamente, enarbolando la bandera de la igualdad. En palabras del ex secretario de Estado contra la Violencia de Género Miguel Lorente, "confundiendo y generado rechazos diciendo que lo que pretenden quienes luchan por la igualdad no es la igualdad sino atacar a los hombres y a todo lo que les rodea”.

Actúan así porque se sienten amenazados. Según la responsable del área de investigación de género de la Universitat de Barcelona, Trinidad Donoso, "no aceptan que todo lo que han conseguido las mujeres ha supuesto un paso adelante para el conjunto de la sociedad y ven peligrar el espacio público que siempre han tenido". Por eso intentan mantener el status quo o incluso volver hacia atrás.

Éstas son diez de sus armas:

1. Ni machismo ni feminismo

Los posmachistas, organizados sobre todo en las redes sociales, suelen usar el concepto “feminismo” como antónimo de “machismo”. Una falacia que cae por su propio peso si simplemente consultamos las definiciones de ambos términos en la RAE. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua dice que mientras el machismo es "la actitud de prepotencia de los varones sobre las mujeres", el feminismo es "un movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres". 

2. Igualdad ante la ley

El neomachismo reivindica la igualdad. Pero lo hace como si ahora no hubiera desigualdad y como si nunca la hubiera habido. Por eso, pide al Gobierno que adopte las mismas medidas para mujeres y para hombres, como si estuvieran en la misma posición. Objetivo: obviar la idea de que la desigualdad es la raíz de nuestro presente y el motor del sistema económico, educativo y cultural que nos rige desde hace siglos. Si se propone actuar de la misma manera sobre quien se encuentra en diferente posición, la desigualdad se mantiene porque ambas partes avanzan con la misma intensidad, es decir, la supremacía de unos y la inferioridad de otras.

3. No hay violencia de género

“Cuando hay una separación desgraciadamente existe un alto índice de hombres y mujeres que sólo actúan por rencor y por odio hacia el otro”. Es uno de los planteamientos de la Asociación Europea de Abogados de Familia y un ejemplo de hasta qué punto el posmachismo minimiza y justifica la violencia específica de los hombres contra las mujeres. Su tesis es que la violencia machista no existe, sino que la violencia es neutra. Y cuando un hombre asesina a su pareja o ex pareja se debe a circunstancias personales. Como dice el ex secretario de Estado contra la Violencia de Género, Miguel Lorente, en su blog, “si el hombre es un anciano dicen que se le fue la cabeza; si es joven, fue por celos; y si se trata de un hombre adulto comentan que fue porque había bebido”. Cualquier excusa vale si se obvia que vivimos en un sistema patriarcal que hace que este tipo de agresiones se normalicen y se invisibilicen. Hablando de "violencia neutra" lo que persiguen los neomachistas es desviar la atención y reducir el problema a casos aislados. Además, como señala Donoso, "la creencia de que la violencia de género no existe tiene una función social tranquilizadora porque elimina un conflicto".

4. Los hombres también son víctimas

Como si de una guerra se tratara, los posmachistas nunca pierden la oportunidad de recordar que también hay muchos hombres asesinados por sus parejas (dicen que unos 30 al año, cuando el CGPJ referencia un máximo de ocho) y otros tantos que se suicidan después de divorciarse (8.000 anuales, afirman, a pesar de que el número total de suicidios masculinos está alrededor de 3.500, según Lorente). Tachan de desigual cualquier política pública de apoyo a las mujeres (ayudas laborales y sanitarias, cuotas o acciones contra la violencia de género) y acto seguido se preguntan ¿qué hay de lo mío?

5. Las denuncias falsas

Uno de los argumentos estrella del neomachismo es que la mayoría de denuncias por violencia machista son falsas. Una falacia que logró colarse en el Congreso de la mano del ex diputado de UpyD y actual de Ciudadanos, Toni Cantó, hace tres años. Sin embargo, y según la Memoria 2016 de la Fiscalía General del Estado, representan sólo el 0,014% del total

6. El Síndrome de Alienación Parental (SAP)

No tiene consenso científico y no ha sido reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS), pero los posmachistas siguen dando pábulo al llamado Síndrome de Alineación Parental (SAP), eso es, la supuesta manipulación que las madres ejercen en los hijos para enfrentarlos al padre durante un proceso de separación o divorcio. Esta falsa patología de las mujeres, acuñada por el psiquiatra Richard Gardner en 1985, es la herramienta que utilizan algunos hombres para conseguir un cambio de custodia. Un auténtico peligro cuando se da en casos de violencia machista, en los que los hijos pueden acabar viviendo con el agresor.

6. No son feministas, son feminazis

Los neomachistas ya no hablan de mujeres feministas, sino de mujeres feminazis. Un intento más de criminalizar y desprestigiar la lucha por la igualdad ideado por Rush Limbaugh, un comunicador de extrema derecha de Estados Unidos que hizo popular el término en la década de los 90 y que actualmente apoya a Donald Trump. El palabro, por supuesto, no aparece en la RAE. Laura Nuño, directora del Observatorio de Igualdad de Género de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, considera que los posmachistas han ganado la batalla lingüística. "El patriarcado, que sigue causando muertes, ha logrado acuñar y popularizar un término que relaciona el nazismo con el feminismo, un movimiento humanista, pacifista y que no puede estar más alejado de la muerte".

7. Son las mujeres las que tienen que luchar

Son ellas las que están en peligro, así que son ellas las que tienen que ir con cuidado. Sobre este esquema también se basa, por ejemplo, el tuit que los Mossos d'Esquadra publicaron el pasado 8 de marzo y por el que recibieron numerosas críticas.
Los posmachistas piensan que los hombres no tienen la culpa de nada y, por tanto, asumen como normal que las mujeres caminen con miedo por la noche. Lo peligroso es que los Cuerpos de Seguridad lo perciban del mismo modo y den consejos a las mujeres que van solas por la calle en vez de decir a los hombres que si ven a una mujer sola por la calle no deben hacerle nada. "Las políticas públicas no pueden imputar la responsabilidad sobre la víctima. Hay que perseguir a los agresores. ¿Alguien entendería que una institución advirtiera a los negros del peligro que corren en vez de castigar a los racistas que los agreden?", se pregunta Nuño. Isabel Muntané, codirectora del Máster de Género y Comunicación de la UAB, insiste también en la necesidad de que las campañas institucionales contra la violencia machista "pongan el foco en los actores de las agresiones, es decir, en los hombres". 

8. La esencialización de las mujeres

Cada hombre es un mundo, pero todas las mujeres son iguales: cariñosas, un poco histéricas y ciclotímicas, generosas, con grandes dotes para el cuidado y la crianza... Los posmachistas convierten a todas las mujeres en un prototipo de lo que ellos esperan que sean. "Piensan que hombres y mujeres tienen un papel asignado en la sociedad pero ese rol, en su esquema mental, está jerarquizado, es desigual, ellos están por encima", añade Donoso. 

9. La hipersexualización de las mujeres

La moda, la televisión, el cine, la fotografía, la publicidad... Casi todas las representaciones visuales de niñas, adolescentes y mujeres adultas pretenden seducir, es decir, tienen un importante componente sexual. El patriarcado convierte a las mujeres en un objeto del deseo ajeno y eso influye muy negativamente en la construcción de la identidad femenina. De hecho, los modelos culturales de referencia de las niñas responden en todo momento al mismo canon.

10. Mujeres-escudo

Cuando los neomachistas esgrimen sus argumentos sobre la inexistencia de la violencia de género, sobre las denuncias falsas o sobre los hombres asesinados a manos de sus parejas y ex parejas suelen dejar claro que no sólo ellos piensan así. Aseguran que también comparten este discurso mujeres como sus madres o sus hermanas, etc. De ese modo, demuestran que su discurso no es únicamente masculino, eso sí, advierte Donoso, "siempre hacen referencia a sus familiares, es decir, a una mujer en relación a un hombre".