RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

lunes, 24 de septiembre de 2012

La bruja, Catherine Deshayes (1640-1680)


Muchas han sido las mujeres que a lo largo de la historia han sido condenadas por brujas. Desde un inofensivo elixir de amor hasta una peligrosa y macabra magia negra, algunas de estas mujeres se movieron en terrenos pantanosos. En la esplendorosa Francia del Rey Sol, se vivió uno de los episodios más oscuros de la historia de la brujería, no en vano, dicho lamentable capítulo fue definido como el “Asunto de los venenos”. Más de 300 personas, muchas de ellas de alta alcurnia, demasiado cercanas al rey, fueron inculpadas, por cómplices, hacedores o impulsores de las más terribles actividades brujeriles. Una mujer, impasible, imperturbable, fue detenida a las puertas de una iglesia. Conocida como la Voisin, fue quemada vida por sus reiteradas actividades lucrativas relacionadas con embrujos, elixires, ritos de magia negra, abortos, asesinatos y envenenamientos. 

Embrujos contra todo
De Catherine Deshayes, nacida en Francia en 1640, poco o nada se sabe sobre sus orígenes. La historia la encuentra casada con un joyero llamado Antoine Monvoisin, con el que tuvo al menos una hija, Marie-Marguerite Monvoisin, quien tendría también un papel destacado en el asunto de los venenos.

Parece ser que Catherine inició sus actividades como curandera tras la ruina de la joyería de su marido. Sostuvo la economía familiar con la lectura del futuro a partir de los rasgos faciales y de las manos. Pero la fama de Catherine se fue extendiendo a medida que sus sortilegios y embrujos parecían surtir el efecto deseado. Sus conocimientos de medicina y de hierbas y ungüentos la hicieron famosa hasta el punto de que un reguero de mujeres y hombres acudían diariamente en petición de ayuda. 

Sus métodos pronto derivaron en extrañas fórmulas que hacían desaparecer en incomprensibles circunstancias a aquellos que amargaban la vida de sus desesperadas clientas, porque ellas, las mujeres de la alta nobleza, se convirtieron en las más asiduas visitantes del extraño hogar de la Voisin.

El asunto de los venenos
Pero Catherine no era un caso aislado en la Francia del siglo XVII. Las misteriosas muertes por envenenamiento o intoxicación que se sucedían en París en aquellos tiempos hicieron sospechar a la policía de que aquello no podía ser obra de una sola persona ni fruto de la casualidad. El 8 de marzo de 1679, Luis XIV ordenaba la creación de una corte especial conocida como al Chambre Ardente y dirigida por el teniente Nicolas de La Reyne, que intentara dilucidar aquellos supuestos y extraños crímenes. 

Tras unas cuantas detenciones, le tocó el turno a La Voisin. En 1679, tras asistir a la misa del domingo, Catherine fue detenida. La Reyne sospechó de ella al encontrar en su casa de la rue Beauregard un pabellón con las paredes tapizadas de negro y un altar decorado con una cruz y velas negras1.

La detención de Catherine, junto con Marie Bosse y Adam Coeuret, daría un giro a la investigación. Acusándose unos a otros, “confesaron haber hecho abortar a un número elevadísimo de mujeres, haber envenenado por encargo a diversas personas, haber practicado magia negra y haber organizado ritos satánicos y misas sacrílegas en el curso de las cuales se sacrificaba recién nacidos”. 2

Durante el proceso de Catherine, nombres cercados a la corte del rey provocaron aún más problemas a los investigadores. Uno de esos nombres era el de la favorita del rey, Madame de Montespan, quien, según La Voisin, había sido cómplice de sus actividades demoníacas en más de una ocasión.

El final de Catherine estaba claro. Fue condenada a ser quedada viva. El 22 de febrero de 1680, el castigo se cumplió en la plaza de la Grève a manos de un verdugo que muchos afirmaron que había sido su propio amante 3.

La muerte de la Voisin desató de repente la lengua de los demás acusados. Muchos de ellos volvieron a nombrar a la favorita real. Luis XIV intentó sin éxito quemar todas las pruebas inculpatorias contra su favorita. Cuando en 1682 se disolvía la Cámara Ardiente, habían sido encarceladas o ejecutadas todas aquellas personas que mencionaron en algún momento del proceso el nombre de Athenaïs de Montespan

Catherine Deshayes fue uno de los más de 300 nombres incluidos en el vergonzoso asunto de los venenos, aunque fue quizás el nombre más conocido, no en vano “quedó su legendario recuerdo como reina de las brujas” 4 
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1. Mujeres perversas de la historia, Susana Castellanos. Pág, 260
2. Amantes y reinas, Benedetta Craveri. Pág, 222
3. Mujeres perversas de la historia, Susana Castellanos. Pág, 264
4. Idem

 Si quieres leer sobre ella 

La Voisin, María O'Ferrall







Mujeres perversas de la historia, Susana Castellanos







Amantes y reinas, Benedetta Craveri
Para el asunto de los venenos, la autora dedica un capítulo entero.









Por SandraFerrer

miércoles, 19 de septiembre de 2012

La belleza deseada, María Blanchard (1881-1932)


María Blanchard vivió toda su vida buscando la belleza, una belleza que no pudo tener en su cuerpo. María Blanchard era jorobada y tuvo que sufrir el rechazo de todos aquellos que no pudieron soportar su aspecto físico. Pero María Blanchard consiguió aquella belleza deseada, la consiguió en su obra pictórica, que la convirtió en una de las artistas españolas más importantes de la historia.

Una caída fatal

María Gutiérrez Blanchard nació en Santander el 6 de marzo de 1881 en el seno de una familia burguesa. Su padre, Enrique Gutiérrez-Cueto, fue el fundador de El Atlántico, un famoso diario liberal. Su madre, Concepción Blanchard, era de origen francés. María fue la tercera de las cuatro hijas que tuvieron Enrique y Concepción.

Embarazada de María, su madre sufrió una caída que tendría consecuencias lamentables para el bebé que tenía que nacer. María nació con una deformidad en la columna que la dejó jorobada de por vida. 

La deformidad de María marcó inevitablemente su carácter. Retraída y consciente del rechazo que provocaba, la pequeña se encerró en sí misma a pesar del consuelo y el cariño que recibió siempre de su familia y seres queridos. María soñó siempre con la belleza, que decidió alcanzar con la pintura, vocación que despertó en ella a una muy temprana edad. 


Niña durmiendo - 1925

La belleza en el lienzo

En 1903, María marchó a Madrid para estudiar de manera profesional el arte de la pintura. Poco tiempo después se uniría a ella parte de su familia, tras la muerte de su padre. Emilio Sala, Álvarez de Sotomayor y Manuel Benedito fueron sus más destacados maestros y protectores. María destacó pronto con el pincel y en 1908 recibió una medalla por su obra Los primeros pasos. Su talento le permitió conseguir una beca del ayuntamiento de Santander para seguir estudiando en París. 

Mujer con abanico - 1916
Instalada en la capital francesa, María inició sus estudios en la Academia Vitti, de la mano de Hermenegildo Anglada Camarasa y Van Dongen. La joven artista vivió esos años en un colegio de niñas del que no guardó un buen recuerdo. Fue en otra Academia, la de María Vassilief, donde María entró en contacto con una nueva e innovadora corriente artística, el cubismo, del que se convertiría en una de sus principales representantes. María se trasladó en varias ocasiones a España donde pasó largas temporadas pero su sitio estaría en París, donde se instalaría de manera definitiva.

María Blanchard pronto se consagró como una gran artista alabada en los círculos artísticos de toda Europa. Durante mucho tiempo exploró los entresijos del cubismo, para abandonarlo por una pintura más tierna y emotiva. Al fin y al cabo, sus lienzos fueron la expresión viva de su amor por la belleza anhelada y un reflejo de sus sentimientos.

La gran pintora tuvo una vida bohemia, siempre vestida con el mismo atuendo, sin grandes lujos, metida de lleno en el deseo de pintar. A María nunca le importó hacerse rica con su arte. Al contrario, dio parte de su dinero a obras de caridad y llegó a mantener en su casa de París a sus hermanas durante un tiempo.

Maternidad - 1928
A sus 46 años, María vivió un momento de profunda espiritualidad al acercarse a la fe católica de la mano de su buena amiga Isabelle Riviére. De esta época son una serie de obras dedicadas a la maternidad, faceta que, a pesar de no poder vivir en primera persona, plasmó con gran ternura y sensibilidad. 

La vida de María Blanchard se apagó con tan sólo 51 años. Su condición física y su intenso trabajo, fruto de su talento e incansable esfuerzo, la debilitaron definitivamente. María pintó hasta el último momento. El 5 de abril de 1932 fallecía enferma de tuberculosis. A su entierro en el cementerio de Bagneux acudieron a darle el último adiós su familia, sus amigos y todos aquellos pobres desvalidos a los que no dejó de ayudar económicamente a lo largo de su vida. 

Desaparecía aquella pequeña mujer, de apariencia desafortunada, pero con un gran corazón y un enorme talento. Regalaba al mundo del arte preciosas obras con las que recordarla.







 Si quieres leer sobre ella 

Ellas mismas, María Teresa Álvarez







Las republicanas "burguesas", Inmaculada de la Fuente









Por Sandra Ferrer

viernes, 14 de septiembre de 2012

La cristiana reina mora, Isabel de Solís (Siglo XV)


Torre de la cautiva - Granada
Existen historias de hombres y mujeres que parecen sacadas de una novela o de un bonito cuento. Historias que parecen irreales por lo intrincadas y excepcionales. Esta es una de ellas. 

En la convulsa España de finales del siglo XV, en los últimos capítulos de la larga Reconquista, una noble cristiana se convirtió en esclava del rey moro de Granada; abjuró de su fe por amor y fue acusada de abocar el reino nazarí, último reducto musulmán en la Península, a su fin. Esa mujer fue Isabel de Solís, convertida en mora bajo el nombre de Soraya.


La noble esclava
Corría el año 1481. Reinaba entonces en Castilla Isabel I y en el reino nazarí de Granada, Muley Hacén. Por aquel entonces, los conflictos armados entre moros y cristianos se continuaban sucediendo. Aquel año le tocó el turno de la victoria al rey moro quien tras conquistar parte del territorio fronterizo de Jaén, tomó como cautiva a una bella noble de Martos. La joven de poco más de 17 años era hija del alcalde de dicha ciudad, Sancho Jiménez de Solís. Isabel había vivido hasta entonces una vida tranquila, junto a sus nodrizas y cuidadoras que la educaron y velaron por ella desde que quedara huérfana de madre nada más nacer. Su padre se había vuelto a casar con una esclava mora llamada Arlaja, regalo de un conde cordobés. 

La bella Isabel de Solís había sido prometida en matrimonio con Pedro Venegas, un joven perteneciente a otra noble familia, los señores de Luque. Pero aquel matrimonio no se pudo llevar a cabo porque la novia fue capturada por Muley Hacén.

El lucero del Alba
Isabel de Solís fue trasladada a Granada y encerrada en la torre conocida en la actualidad como de la Cautiva, en su honor. A pesar de llegar al reino nazarí como esclava, Muley Hacén se enamoró perdidamente de Isabel y parece ser que ella correspondió a dicho amor. Tanto se entregó al rey moro que Isabel abjuró de su propia fe cristiana y se convirtió al islam. Pasó a llamarse entonces Soraya, nombre que significa “Lucero del alba”. 

Soraya se casó con Muley Hacén y pasó a formar parte de su harén como una de sus mujeres favoritas. La nueva esposa no fue bien aceptada por la primera mujer del rey, la reina Aisha, madre del que sería el último rey de Granada, Boabdil. Los recelos de  Aisha crecieron cuando Soraya dio dos hijos a Muley Hacén, Nasr ben Ali y Saad ben Ali, posibles rivales para su hijo Boabdil. 

Empezaba entonces una guerra encubierta con intrigas palaciegas entre partidarios de una y otra favorita que derivó en una cruenta guerra civil. El conflicto interno debilitó profundamente la resistencia del último enclave moro de la Península, hecho que aprovecharon los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, para conseguir hacerse con el reino nazarí. 

El 2 de enero de 1492 caía definitivamente Granada. La viuda Soraya había partido con sus hijos al exilio. Su marido había muerto en 1485 tras abdicar en su hermano Abdallah al Zagal. Soraya renegó de su fe islámica y volvió a convertirse en cristiana, junto con sus hijos que tomaron los nombres de Juan y Fernando.

El hecho de que el final de la Reconquista cristiana coincida con una guerra civil en el reino nazarí, provocado, en parte por la rivalidad entre las mujeres del rey Muley Hacén, llevó a que algunos acusaran a Isabel de Solís de impostora, de abjurar falsamente de su fe cristiana y de introducir la discordia en el harén real y consecuentemente, en el palacio y el reino de su esposo. Quizá sólo fue una triste coincidencia. Quizá Soraya sí que amó al rey moro y luchó por él y sus hijos igual que  Aisha luchó por el suyo propio, Boabdil. 

 Si quieres leer sobre ella

Doña Isabel de Solís, Francisco Martínez de la Rosa








Los amantes de Granada, Laurence Vidal 







Isabel de Solís, Soraya, Brígida Gallego Coín








Por Sandra Ferrer

jueves, 13 de septiembre de 2012

La pequeña Cleopatra, Berenice de Judea (28-80)


Emperador Tito
Pasados algunos días, el rey Agripa y Berenice llegaron a Cesarea para saludar a Festo. Como se entretuvieron allí varios días, Festo le presentó al rey el caso de Pablo.

En este fragmento de los Hechos de los Apóstoles del Nuevo Testamento, aparece un rey, Agripa II y una reina, su hermana Berenice, a punto de escuchar el testimonio de Pablo acusado y amenazado por los judíos. Este es uno de los pocos testimonios que nos ha llegado de Berenice. Sabemos por él que gobernó junto a su hermano, hecho que hizo que historiadores como Flavio Josefo, quien no tenía en gran estima a Berenice, la acusaran de incesto con su propio hermano. Fuera verdad o no, lo cierto es que Berenice de Judea reinó sobre una parte del Imperio Romano y tuvo varias relaciones amorosas, entre ellas un emperador. Algunos la apodaron la “Pequeña Cleopatra”.

Los matrimonios de la reina de Judea
Julia Berenice nació alrededor del año 28 de nuestra era en el seno de la dinastía herodiana, que había gobernado durante décadas la provincia romana de Judea. Era la quinta hija del rey Herodes Agripa I y bisnieta de Herodes el Grande. 

Era aún muy joven cuando Berenice fue entregada en matrimonio a Marcus Julius Alexander, miembro de una importante familia judía. En el año 44, sin apenas haber cumplido los 20 años, Berenice quedaba viuda y su padre la volvía a casar, esta vez con su tío, Herodes de Calcis. Después de tener dos hijos de su segundo esposo, quedó viuda de nuevo, alrededor del año 50. Berenice volvió a casarse por tercera vez, en esta ocasión con Polemo, rey de Cilicia. El matrimonio no funcionó y terminó en divorcio. 

Después de tres matrimonios fallidos, Berenice decidió permanecer como reina al lado de su hermano, Herodes Agripa II. Fue este hecho el que utilizó el historiador Flavio Josefo para difundir un supuesto incesto entre los hermanos, hecho que nunca ha podido probarse.

Soñando con el imperio
En el año 66, los ejércitos romanos, al mando de Vespasiano, arribaron a Judea para sofocar una peligrosa rebelión. El general al mando de tres legiones iba acompañado de su hijo Tito, quien permaneció en la zona cuando su padre tuvo que volver a Roma para ser nombrado emperador. Por aquel entonces, Berenice tenía alrededor de 41 años, hecho que no fue impedimento para enamorarse de un joven Tito de tan sólo 28. Tras sofocar con dureza la revuelta, Tito regresó a Roma acompañado de su nueva amante, Berenice. 

Fue entonces cuando la bella reina de Judea quiso casarse con Tito y esperar convertirse en emperatriz de Roma cuando su esposo consiguiera el título imperial. Pero el pueblo de Roma no aceptó nunca esa relación y mucho menos a Berenice, una reina extranjera, como posible esposa de su emperador. Tito sucumbió a las presiones y tras ser nombrado emperador el año 79, la bella y despechada amante fue enviada de vuelta a Judea. 

A partir de ahí nada se sabe de una reina que gobernó sobre los judíos y soñó en vano con convertirse en emperatriz de los romanos.

 Si quieres leer sobre ella

Berenice, la hija de Agripa, Howard Fast

Women in the Ancient WorldJoyce E. Salisbury









Por Sandra Ferrer

La reina, Isabel I de Castilla (1451-1504)


Pocas mujeres han reinado en España en calidad de reinas propietarias. Una de ellas, Isabel I fue determinante para la historia de los reinos de la Península Ibérica. Demonizada por unos, santificada por otros, lo cierto es que la Reina Católica fue una reina que gobernó con mano de hierro y basó su vida en la inteligencia, la cultura y una ferviente fe. Su decisión la llevó a casarse con Fernando de Aragón aun desobedeciendo al rey de Castilla, su hermano; su determinación la colocó en el trono; su fe la llevó a conquistar el último reducto moro de la península y su intuición favoreció a Cristóbal Colón quien recibió el apoyo incondicional de una reina que vivió a caballo de los tiempos medievales y la Europa humanista.

La princesa que no tenía que reinar
Isabel de Trastámara nació el 22 de abril de 1451 en un alejado lugar de Castilla. En la preciosa localidad de Madrigal de las Altas Torres, se encontraba su madre, Isabel de Portugal, en un palacio hoy convertido en monasterio, a la espera de dar a luz a su primer vástago. Sería el segundo del rey, Juan II de Castilla, pues ya tenía un hijo y heredero, Enrique, quien se convertiría en rey tres años después. El nacimiento de Isabel no fue tenido muy en cuenta pues el reino ya contaba con un heredero quien, si tenía a su vez un hijo, alejaría a la pequeña Isabel del trono. Así pues, la princesa no estaba destinada a ser reina. Dos años después nacería en Tordesillas su hermano Alfonso.

Madrigal de las Altas Torres

Isabel tuvo una infancia tranquila, alterada sin embargo, por la enajenación mental que le sobrevino a su madre cuando quedó viuda de su esposo el rey, muerto el 22 de julio de 1454. Isabel, Alfonso y su madre se retiraron a vivir al castillo de Arévalo con un séquito reducido y unos bienes relativamente escasos para su condición real.

Su vida retirada dedicada principalmente a la oración y a la lectura de obras piadosas terminó en 1461 cuando ella y su hermano fueron trasladados a Segovia. Poco tiempo después, el 28 de febrero de 1462 nacería Juana, la primera hija de su hermanastro Enrique aunque la historia pondría en duda su paternidad y apodaría a la niña como “La Beltraneja”. Isabel fue su madrina; años después se convertirían en enemigas.

La heredera de su hermano
La dudosa legitimidad de Juana y el descontento de algunos nobles con el gobierno del rey hicieron peligrar su corona. Sus enemigos quisieron utilizar a sus hermanastros para destronar a Enrique. Primero fue Alfonso, el hermano pequeño de Isabel, quien fue proclamado rey en la conocida como “la farsa de Ávila”. Era el 5 de junio de 1465 y el pequeño infante tenía poco más de 12 años. Tres años después, el 5 de julio de 1468, moría en extrañas circunstancias. Fue más que probable que muriera envenenado.

Frustrado el intento de deponer al rey utilizando a su hermano, los nobles rebeldes pusieron la mirada en la joven Isabel quien, a pesar de la insistencia, nunca aceptó proclamarse reina, al menos mientras su hermano aún viviera.

Toros de Guisando

Sin embargo, Isabel sí que aceptó ser proclamada Princesa de Asturias en la ceremonia celebrada junto a los verracos prehistóricos conocidos como los Toros de Guisando, el 18 de septiembre de 1468. Con esta decisión, Enrique no sólo relegaba a su propia hija de la línea sucesoria, sino que daba la razón a quienes no la consideraban como legítima. Aunque Isabel consiguió una gran victoria en Guisando, tuvo que aceptar una importante condición. Sólo podría casarse previo consentimiento del rey, su hermano.

Una boda en entredicho
Como Isabel no estaba destinada a ser reina, desde pequeña se planteó su existencia como una baza más de la corona para establecer importantes acuerdos con otras monarquías o con alguna casa aristocrática mediante su matrimonio.

Muchos fueron los candidatos, a los que Isabel fue rechazando sistemáticamente. Alfonso V de Portugal, su hijo Juan, el duque de Guyena, hermano de Luis XI de Francia, fueron algunos de los grandes nombres que Isabel no aceptó como maridos. Incluso en una ocasión, cuando tenía 16 años y fue comprometida a un noble mucho más viejo que ella, don Pedro Girón, se dice que rezó tanto que en el camino a su encuentro que murió de un ataque de apendicitis. Aunque podría haber sido la ayuda de su incondicional amiga Beatriz de Bobadilla la causa de la liberación de Isabel.

Isabel decidió entonces casarse con su primo Fernando, hijo de Juan II de Aragón. El 5 de marzo de 1469 se firmaban las capitulaciones matrimoniales con una supuesta bula papal que autorizaba dicha unión. Todo el proceso se hizo en secreto y a espaldas del rey. Mientras Isabel escapaba a la estricta vigilancia de Juan Pacheco, Fernando viajaba hacia tierras castellanas disfrazado de mozo de mula de un grupo de comerciantes. El 19 de octubre de 1469 Isabel y Fernando se casaban en Valladolid.


Esa boda supondría en el futuro una unión de facto de dos coronas peninsulares y abrían el camino para una futura unión de toda la Península en manos de su bisnieto Felipe II.

Isabel y Fernando formaron una pareja excepcional. Cada uno reinaría en su territorio y ambos se complementarían en el gobierno de sus reinos.

Enrique IV no aceptó la unión e intentó disolverla aduciendo que no existía ninguna bula papal que la bendijera. Pero el Papa Sixto IV hizo pública una bula que alejaba toda duda sobre su legalidad. El rey ofendido decidió entonces volver a nombrar a su hija Juana heredera de Castilla y casarla con el rey portugués Alfonso V.

La reina católica
El 11 de diciembre de 1474 moría Enrique IV, quien pasaría a la historia con el triste apodo de “El impotente”. Tan sólo dos días después, y defendiendo su derecho al trono, Isabel salió decidida del Alcázar de Segovia en dirección a la Iglesia de San Miguel y se proclamaba a sí misma reina de Castilla.

Aquel golpe de efecto llevó a una inexorable división del reino entre los partidarios de Juana, la última heredera del monarca fallecido y los defensores de Isabel, Princesa de Asturias según el pacto de los Toros de Guisando. Empezaba entonces una cruenta guerra civil que terminaría dos años después con Isabel como vencedora tras la victoria de su marido en la Batalla de Toro.

Un reinado de mano firme
Isabel gobernó de manera estricta su nuevo reino. Alejó a los nobles del poder, mejoró la administración del reino, saneó sus finanzas e hizo mejorar la seguridad de sus súbditos con la creación de la Santa Hermandad.

Mujer piadosa, quiso transmitir su profunda fe a su reino, no en vano, el Papa Alejandro VI le otorgó a ella y a su marido el título de Reyes Católicos mediante la bula Si convenit de 19 de diciembre de 1496. Una fe que la llevó a instaurar el Tribunal de la Santa Inquisición primero en Castilla y más tarde en Aragón, a firmar el decreto de expulsión de los judíos y terminar la reconquista iniciada siete siglos atrás con la toma de Granada.

Isabel I compartió con Cristóbal Colón la visión del navegante al que protegió y ayudó en su aventura oceánica.

Una frágil herencia
Isabel la Católica reinó durante 30 años. En todo ese tiempo puso las bases de un reino que, para su desgracia, veía desaparecer uno tras otro a sus herederos.

Isabel tuvo cinco hijos. Isabel (1470-1498), casada con Manuel I el Afortunado de Portugal, murió al dar a luz a su hijo Miguel. Este se convertiría entonces en la esperanza de la reina; una esperanza que se vería diluida con la muerte del infante poco tiempo después.

Juan (1478-1498) se casó con Margarita de Austria a la que dejó viuda al poco de contraer matrimonio. A pesar de estar embarazada, un aborto volvió a sumir a la reina en la desesperación.

Sería la tercera hija, Juana (1479-1555) la que terminaría soportando el peso de la corona en un reinado turbulento que no llegó a protagonizar. Su supuesta locura la recluyó en Tordesillas.

Isabel también sufriría por su última hija, Catalina (1485-1536), viuda de Arturo de Gales y a la espera de un destino incierto en las lejanas tierras inglesas. Solamente María (1482-1517), su penúltima hija, casada con el viudo de su hermana Isabel, Manuel de Portugal, llegaría a tener diez hijos, entre ellos la emperatriz Isabel, esposa del emperador Carlos V.


El final de la reina
Isabel I de Castilla se recluyó en Medina del campo, enferma y preocupada por el futuro incierto. Poco más podía hacer que redactar su testamento y esperar a que su esposo recondujera una complicada situación dinástica.

Moría el 26 de noviembre de 1504. Su destino final fue la Capilla Real de Granada donde reposa junto a su esposo, su nieto Miguel, su hija Juana y el marido de ésta, Felipe el Hermoso.

Terminaba uno de los capítulos más controvertidos de la historia de España que aun hoy en día continía provocando encendidos debates.


 Si quieres leer sobre ella 


Isabel la Católica, Tarsicio de Azcona






Isabel la Católica, el enigma de una reina, José María Javierre







Isabel la Católica, Manuel Fernández Álvarez







Isabel I, reina, Luis Suárez







Isabel de Castilla, Nancy Rubin







Reinas de España, María José Rubio







Ginecología y vida íntima de las reinas de España (I), Enrique Junceda Avelló

El juramento de Isabel, C. W. Gortner








Isabel de Castilla
María Pilar Queralt del Hierro







Isabel I de Castilla. La sombra de la ilegitimidad
Ana Isabel Carrasco






16 mujeres muy, muy importantes, Jordi Sierra y Violeta Monreal







Por Sandra Ferrer