RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

domingo, 29 de abril de 2012

Padres domésticos

Al mismo tiempo que la Ilustración reivindicaba las virtudes de castidad, dignidad y fidelidad de los varones, se exaltaban los valores de la institución familiar. Ello determinó una rigurosa caracterización figurativa de cada uno de los miembros de la misma según los papeles que desempeñaban. La positiva virilización de la figura del padre, que fue un fenómeno cada vez más acusado, constituye probablemente el ejemplo más claro de radical distinción de identidades y apariencias que conllevaba la diferencia de sexos.

A finales del siglo XVIII, J. B. Greuze (1725-1805), en El regreso del borracho (c. 1780, Portland, Art Museum), hizo una de las primeras críticas a la vida disipada del varón con objeto de defender las virtudes puritanas de la institución familiar.



En El hijo castigado (1778, París, Musée du Louvre) Greuze reconoció de manera expresa la autoridad del padre, en una reinterpretación moderna del antiguo tema bíblico del hijo pródigo, pero, como señala Friedlander, todavía "le falta convicción viril".



En Los últimos momentos de una esposa querida (1784, Cambrai, Musée Municipal) de P.-A. Wille (1748-1821), expuesto en el salón de 1785, se insiste de nuevo sobre el ennoblecimiento de la situación doméstica y familiar, al convertir un acontecimiento íntimo como la muerte en un acto trascendenta. Cada miembro de la familia, gracias a la enfática definición de su papel propio, adquiere prácticamente el rango de personaje histórico, de modo que su actuación queda universalizada.


Philippe Ariès ha demostrado que fue a finales del siglo XVIII cuando ser un buen padre alcanzó prestigio social, mientras que con anterioridad no se perdía nada si se era malo. Esa trasformación implicó la conversión de la célula familiar en un núcleo de afectos muy fuerte. En consecuencia, la influencia de la familia adquirió desde entonces, con independencia del régimen político o de las circunstancias económicas, una importancia extraordinaria, que se prolongaba durante toda la vida de las personas.

Las virtudes de la vida familiar se llegaron a convertir para las clases medias en un artículo de fe, que sustituyó a las variables relaciones sociales surgidas de los diversos procesos revolucionarios, aunque fueron precisamente los pensadores socialistas los que consideraron el matrimonio como una necesidad social y concibieron la familia como núcleo de regeneración.

Mediado el siglo XIX, la familia acabó siendo asumida por la sociedad burguesa como un pilar tan indispensable de la estructura social que se juzgó como virtualmente eterna. La autoridad del padre era considerada absolutamente necesaria para una vida familiar saludable. Por eso, algunos sociólogos —como Riehl, por ejemplo—, a los que les parecía que empezaba a socavarse, defendían la autoridad paterna como el primer elemento de la vida familiar, precedido incluso de "la devoción amorosa y reverente". Zeldin recuerda que en la familia, reflejo del orden divino, el padre era el delegado de Dios y su poder se aproximaba al poder divinoEl rostro del padre era impenetrable y apenas se le osaba mirar.

Fuente: REYERO, Carlos:  Apariencia e identidad masculina. De la ilustración al decadentismo, Cátedra,  Madrid, 1999, p. 110-111.

La idealización de la madre como ángel y reina del hogar y la desvalorización como referente moral de la figura del padre. "Cuando los hombres se quedaron en casa..."


"Cómo deben tratar los historiadores el tema de la masculinidad? Reflexiones sobre la Gran Bretaña del siglo XIX” de John Tosh constituyó un hito importante en el análisis del concepto de masculinidad y de su aplicabilidad en la historia. "¿Qué potencial nos ofrece esta nueva perspectiva?" se pregunta el historiador. Tosh toma como punto de partida la definición del género en historia, dada por Natalie Zemon Davis ya en 1974. Se trata no tanto de simetría -luego de las mujeres, los hombres- como de la necesidad de comprender un sistema de relaciones sociales en su globalidad.

Los problemas que enfrenta el historiador o historiadora al enfocar a los hombres, son entonces inversos a los de la historia de las mujeres: omnipresencia en lugar de invisibilidad, y sujetos asexuados mientras que las mujeres han sido “el sexo” por excelencia. 

La Inglaterra victoriana ha hablado hasta el cansancio de “virilidad”, señala; ha sido menos locuaz sobre el poder que los hombres ejercían sobre las mujeres. En total, Tosh destaca, para la época, tres “minimal components of masculinity identity” [componentes mínimos de la identidad masculina], identidad síquica y social a la vez, observa, relativizando el papel de la sociedad: es en el hogarla profesión (propia a la clase media, en oposición al trabajo manual de la clase popular) y las asociaciones con sus congéneres donde un hombre encuentra su respetabilidad. 



De todo ello trató John Tosh  en una entrevista concedida Daniel Swinburn, periodista del diario "El Mercurio" y que yo no he conseguido localizar en la red, pero que a juzgar por las ocasiones en que aparece citada, debe tener un especial interés (título: “Entrevista al historiador inglés John Tosh: Cuando los hombres se quedaron en casa”). 

Su último libro, "A Man’s Place: Masculinity and the Middle-Class Home in VictorianEngland" (1999) reveló  cómo y por qué en la clase media urbana de la sociedad victoriana se difundió un ideal y estilo de vida de patriarcado doméstico -un hombre para quien, siendo muy hombre, el hogar viene a ser lo más importante. En esta obra se reflejan las tensiones que produjeron estos cambios y cómo la experiencia se saldó con la entronización de la madre como reina del hogar y la desvalorización de la figura del padre como referente moral. 


Fuente: Véase http://americas.sas.ac.uk/publications/docs/genero_segunda1_Tosh.pdf , aunque este link de momento ha dejado de estar operativo. 

En el resumen del contenido que la propia editorial ofrece, se comenta:

"En general los padre de familia eran vistos públicamente como los maestros y los líderes espirituales de sus hogares y familias. Pero, lo cierto, era que los hombres, una vez casados, tendían a recluirse en el pequeño mundo que conformaban las casas y los clubes masculinos, y el conjunto de las  de decisiones relativas al hogar (incluida la crianza de los hijos) se dejaron únicamente en manos de las esposas y sirvientes. Tosh traza la evolución de estas tensiones a través del siglo, como la idealización de la vida doméstica disminuyó gradualmente y se desarrolló jerarquías conyugales y parentales. Particularmente interesantes son las secciones sobre la crianza del niño, en la que el papel del padre estuvo a menudo marcado por la tensión, la discordia y el distanciamiento generacional. Tosh defiende convincentemente su tesis de que este período en lugar de ser "el punto culminante de la domesticidad masculina" fue en realidad algo mucho más complejo." Robert Persing, Universidad.. de Pensilvania Lib., Filadelfia

Especial interés tiene la siguiente reseña del usuaio Jackie C. Horne:

Tosh synthesizes a large body of previous historical work on masculinity and domesticity in the Victorian period, bringing abstract concepts to life by adding “case-studies,” information on the lives of seven Victorian men and their families taken from Tosh’s archival research. Tosh’s book was made possible by two recent scholarly developments: the opening up of women’s studies to include gender/masculinity studies, and the consensus in history studies that domesticity as an ideology is a key aspect of modernity, one that developed in the wake of alienation in response to industrial capitalism. Studying the ways that men were constructed by, and in turn constructed, domesticity is the goal of Tosh’s study: his book “reconstructs how men of the Victorian middle class experienced the demands of an exacting domestic code, and how they negotiated its contradictions” (1).


In his introduction, Tosh lays out the above justification for his project, suggesting that the concept of “separate spheres” ignores the fact that men could move at will between the public and private. He argues that the domestic sphere is “integral to masculinity. To establish a home, to protect it, to provide for it, to control it, and to train its young aspirants to manhood have usually been essential to a man’s good standing with his peers” (4). Traditionally, work and home were the same place. But during the Victorian period, men in large numbers began to work outside the home, often in places considered polluted and dehumanized. Thus, the home became constructed as a place of refuge from the ills of work: “It provided not only the rest and refreshment which any breadwinner needs, but the emotional and psychological supports which made working life tolerable” (6). The pull of domesticity for men competed, however, with two “longstanding aspects of masculinity”: homosociality, or “regular association with other men” (6), and the idea of masculinity as heroic and adventurous. Domesticity was also challenged by its own inner contradictions:
Expectation of a companionate marriage linked with strong investment in sexual difference;
The tendency “for fatherhood to be reduced to a providing role, since the relational nurturing aspects of parenting were deemed ‘feminine’” (7); and Tensions regarding boys’ education and childrearing “since their gender identity seemed threatened by the attentions of the mother; this was one reason why a rising proportion of middle-class youth was educated away from home” (7).


The subsequent book is split into three parts: the first outlines the “pre-conditions” that led to the rise of domesticity in England; the second describes mid-Victorian domestic ideology; the third focuses on the challenges to domestic ideology in the late-Victorian period.


Chapter one describes changes in the middle-class household taking place during the eighteenth and early nineteenth centuries: the shift from the family being a productive unit to being a nonproductive unit; the shift in the family’s purpose, from being an economic site to an emotional/sentimental site; the removal of the wife from the realm of work; the segregation of servants from the rest of the household; and the emergence of the house as a sign of status in a society in which class distinctions, particularly in the middle class, were more openly contested. The second chapter discusses the ideal of domesticity that emerged in the wake of these social and cultural changes. The rise of the companionate marriage was key to domestic ideology. Companionate did not mean equal, however; the husband was still in charge. Also important was the rise of sexual identity polarity. In the past, women had been conceived of as lesser than men, but during the Victorian period, they came to be seen as different rather than lesser. The rise of Evangelicalism, as well as changing ideas in the conception of childhood also contributed to the rise of domestic ideology as a “cultural norm” by the 1830s and 40s in England. Tosh concludes this chapter by discussing the key player in domestic ideology: the moral, passionless mother: “The elevation of the Angel Mother cut the moral pretensions of men in the home down to size, and their significance as parents was correspondingly diminished” (47).


The second section, which covers the period from 1830-1880, focuses on marital relations, father/child relations, the transition from childhood to adulthood for boys/men, and the growth of male associational groups in the period.


The final section, focusing on the period 1870-1900, discusses the reasons why domestic ideology began to lose its hold on the Victorian imagination.


I agree with James Eli Adams, who, in his Victorian Studies review of Tosh’s book (Summer 2001), praises it for its elegant writing, its synthesis of a wide range of scholarship, and, above all, its convincing challenge to the “received wisdom about the separate spheres” (658). I also find Adams’ one qualification – that Tosh ignores masculinities at odds with domesticity during the period, reading the public sphere as only a site of self-estrangement rather than as a place where a different, and equally (or more?) pleasurable aggressive masculine identity, could be performed – well worth exploring


He adaptado y resumido el texto como sigue:

Tosh sintetiza una gran cantidad de trabajo histórico previo sobre la masculinidad y la domesticidad en la época victoriana, mediante "estudios de casos". Su libro "reconstruye cómo los hombres de la clase media victoriana asumieron un código interno exigente en relación a su papel en el hogar cómo resolvieron sus contradicciones.

En su introducción, Tosh plantea que el concepto de "esferas separadas" ignora el hecho de que los hombres podían moverse cómodamente entre el ámbito público y privado.  Él sostiene que la esfera doméstica constituyó una "parte integral de la masculinidad". Establecer un hogar, protegerlo, mantenerlo, gobernarlo y formar a los jóvenes aspirantes a la vida adulta constituía algo esencial para la reputación de un hombre ante sus semejantes. Tradicionalmente, el trabajo y el hogar se realizaba en el mismo lugar. Sin embargo, durante la época victoriana, los hombres en gran número comenzaron a trabajar fuera del hogar, a menudo en entornos contaminados y deshumanizados. Por tanto, la casa se convirtió en un refugio reparador de los sinsabores del trabajo: "Ofrece no sólo el previsible descanso y refrigerio, sino también un valioso apoyo emocional y psicológico que hace la vida laboral tolerable". Los hombres se enfrentaban sin embargo a dos aspectos claves de la afirmación de la masculinidad: la homosocialidad, o la "asociación regular con otros hombres", y la asociación tradicional de idea de la masculinidad a la heroicidad y la aventura. La domesticidad masculina también se enfrentaba a otras contradicciones internas: la concepción del matrimonio vinculo basado en una diferenciación sexual muy polarizada y la "tendencia a reducir el rol de la paternidad la función de meros proveedores de recursos ya que los aspectos relacionados con la crianza crianza de los hijos eran considerados femeninos". 



El papel de la madre interviniendo muy activamente en la educación de los chicos y en la crianza de los hijos constituyó fue vivida como una intromisión amenazante para la identidad de género masculina, lo que constituyó una de las razones por las que una proporción creciente de jóvenes de clase media acabó educándose lejos de casa".

El siguiente libro se divide en tres partes: la primera describe las "condiciones previas" que llevaron al surgimiento de la vida doméstica en Inglaterra, y el segundo describe a mediados de la época victoriana la ideología doméstica, y el tercero se centra en los desafíos a la ideología nacional a finales de los época victoriana.

El primer capítulo se describen los cambios en el hogar de clase media que tiene lugar durante los siglos XVIII y XIX: el cambio de la familia que pasa de ser una unidad productiva a ser una unidad no productiva, el cambio en el propósito de la familia, de ser un ámbito económico para convertirse un entorno emotivo/sentimental; la eliminación de la mujer del ámbito del trabajo, la segregación del servicio del resto de la familia, y la aparición de la casa como un signo de estatus en una sociedad en la que las diferencias de clase, sobre todo en la clase media, fueron cada vez más abiertamente cuestionadas. 


El segundo capítulo analiza el ideal de la domesticidad que surgió a raíz de estos cambios sociales y culturales.El aumento de la unión de compañeros fue clave a la ideología nacional. Compañero no significaba igualdad de condiciones, sin embargo, el marido aún estaba a cargo. También fue importante el aumento de la polaridad de la identidad sexual. En el pasado, la mujer había sido concebida como alguien inferior a los hombres, pero durante la época victoriana, empezó a ser vista como diferente y no menor. El auge del evangelicalismo, así como las nuevas sobre la infancia también contribuyeron al aumento de la ideología doméstica como una "norma cultural" en las décadas de 1830 y 1840 en Inglaterra. Tosh concluye este capítulo con una discusión clave en la consolidación ideología doméstica y del rol paternal: la nueva madre desapasionada que actúa como referente moral. La operación de idealizar a la "Madre" como "Ángel del Hogar" supuso un duro revés para las pretensiones morales de los hombres en el hogar y les relegó desde entonces a un papel secundario en su función de padres. 


La segunda sección, que abarca el período comprendido entre 1830-1880, se centra en las 
relaciones conyugales, las relaciones padre-hijo, la transición de la niñez a la edad adulta masculina y el crecimiento del asociacionismo masculino.

En la última sección, se centra en el período 1870-1900, analiza las razones por las que la ideología doméstica comenzó a perder su dominio sobre la imaginación victoriana.

sábado, 28 de abril de 2012

La hija del grabador, María Eugenia de Beer (Siglo XVII)


En los talleres de los principales artistas de la historia del arte, a menudo encontramos algún miembro de su misma familia. En algunos de esos casos fueron hijas de pintores, grabadores o escultores las que aprendieron de sus progenitores. Un brillante ejemplo fue el de María Eugenia de Beer, hija de un grabador holandés que se instaló en España a principios del siglo XVII.

Poco o casi nada sabemos de la vida de María Eugenia. Sus noticias se centran en la llegada de su padre, el grabador de Utrecht Cornelio de Beer que hacia 1620 se había instalado en Madrid con toda su familia. Parece ser que Cornelio se hizo un sitio en el mercado de grabadores de la capital española y pudo tener una vida acomodada. En 1641 otorgó a su hija una importante dote para poderse casar con Nicolás Merstraten.

La vida de casada no interrumpió la exitosa carrera de María Eugenia quien realizó importantes obras sobretodo portadas de libros e ilustraciones, inspiradas la gran mayoría en la obra de Velázquez. Además de su trabajo en el mundo editorial, María Eugenia de Beer pintó una colección de 25 estampas de aves dedicadas al príncipe Baltasar Carlos. 

María Eugenia de Beer fue famosa y reconocida en su época, algo que ella aceptó con orgullo firmando todas sus obras, hecho muy poco frecuente en los trabajos artísticos femeninos. 

Nada se sabe de la grabadora María Eugenia de Beer a partir de 1652. Sus bellas estampas, grabaciones e ilustraciones son lo que nos queda de la vida artística de esta mujer. 

miércoles, 25 de abril de 2012

El triunfo de la belleza, Madame de Montespan (1640-1707)


Luis XIV, el Rey Sol, tuvo un número considerable de amantes y concubinas. Una tras otra iban desfilando por los aposentos reales de Versalles. Algunas no tuvieron ni la suerte de darle hijos ni de conservar su nombre para la posteridad. Otras, en cambio, le dieron hijos, se hicieron famosas y vivieron su momento de gloria y esplendor más o menos largo. Madame de Montespan fue una de las últimas amantes del rey. Elegante, orgullosa y segura de sí misma, solamente alguien como Madame de Maintenon pudo llegar a hacerle sombra.

De Françoise a Athénaïs
Françoise de Rochechouart de Mortemart nació el 5 de octubre de 1640 en el castillo de Lussac. Sus padres fueron miembros destacados de la corte de Luis XIII. El Duque de Mortemart fue el primer gentilhombre de cámara del rey y su madre, Diana de Grandseigne fue dama de honor de la reina Ana de Austria.

Françoise pasó su juventud en el convento de las Saintes en el que recibió una esmerada educación. En 1660, con 20 años, Françoise fue nombrada dama de compañía de María Teresa, la nueva reina y esposa de Luis XIV. Adoptó entonces el sobrenombre de Athénaïs. 

La señora de Montespan
En 1663 se casó con Louis Henri de Pardaillan de Gondrin, marqués de Montespan. El matrimonio fue un completo desastre a causa de la actitud violenta y celosa del marqués. A pesar de ello, Françoise y Louis tuvieron dos hijos que no mejoraron ni la situación sentimental ni económica de la pareja. Así, su posición en la corte fue una buena válvula de escape.

Sin embargo, Athénaïs no tenía ninguna intención de ser infiel a su marido. La ferviente fe católica inculcada por su madre desde bien pequeña, daba a Athénaïs unos principios que pronto, sin embargo, dejó ligeramente de lado. 

La amante real
Fue en 1666 cuando Athénaïs conoció en persona a Luis XIV. Hastiado de su relación con  Louise de la Vallière, el Rey Sol cayó a los pies de la bella e inteligente marquesa. Consciente de la influencia que ejercía sobre el soberano, Athénaïs se dispuso a ejercer su papel de amante real con orgullo y decisión. 

Así, la relación de Athénaïs con Luis XIV se alargó durante 12 años en los que llegaron a tener 7 hijos que nunca fueron legitimados. A pesar de que los dos hijos de 
 Louise de la Vallière  sí habían sido reconocidos, Athénaïs no pudo esperar la misma suerte para sus vástagos habidos del rey pues ella estaba legal y públicamente casada. 

Durante todo el tiempo que duró su relación, el partido devoto intentó alejar a la amante real de la corte como ya habían conseguido con la desdichada Louise de la Vallière. No fueron ellos los que lo consiguieran, sino la que fuera contratada como niñera de sus hijos, la que se convertiría en 
 Madame de Maintenon 

Con casi 40 años, y múltiples embarazos, su cuerpo ya no era lo que había sido años antes. Luis XIV estaba cansado de Athénaïs y empezaba a acercarse peligrosamente a la gobernanta de sus hijos. Tras una breve aventura con una joven desdichada de nombre Mademoiselle de Fontages, Luis XIV se decidió abiertamente por 
 Madame de Maintenon . Antes de su salida definitiva de Versalles, Athénaïs aun tendría que sufrir la vergüenza de verse involucrada en el conocido como “asunto de los venenos” un escandaloso caso que llevó a detener a multitud de personas acusadas de querer a llevar a cabo una conspiración contra el rey.

Derrotada, Madame de Montespan se retiró a vivir a París, donde murió el 27 de mayo de 1707
.

 Si quieres leer sobre ella 

Amantes y reinas, Benedetta Craveri
Género: Ensayo
Recopilación de la vida de varias reinas y amantes relacionadas con la corona francesa. 






Reinas en la sombra
María Pilar Queralt







Amantes poderosas de la historia
Ángela Vallvey

viernes, 20 de abril de 2012

Tres veces reina, María de Molina (1264 – 1321)


María de Molina fue una de las reinas más determinantes de la Edad Media en los reinos hispanos. A lo largo de tres reinados, los de su marido, su hijo y su nieto, tuvo un papel primordial en la defensa de los derechos de su linaje. Prudente, inteligente y valiente, María, señora de Molina, no pudo nunca alejarse del poder pero lo ostentó con gran dignidad.

La infanta que no tenía que reinar
María Alfonso de Meneses nació alrededor de 1264. María era hija del Infante Alfonso de Molina, quien a su vez era hijo del rey Alfonso IX de León y la reina Berenguela la Grande. Su madre se llamaba doña Mayor Alfonso de Meneses y fue la tercera esposa del infante.

La infancia de María transcurrió tranquila en Tierra de Campos donde nadie pensaba en ella como una futura reina. Pero como tantas otras veces en la historia de las dinastías reales, el destino hizo que María pasara en poco tiempo al primer plano de la escena política.


En 1282 María se casaba con Sancho, el segundo hijo del rey Alfonso X y la reina Violante. El matrimonio no empezó con buen pie pues no sólo se enfrentaban a la nulidad por una consanguinidad de tercer grado sino que, además, Sancho ya había celebrado esponsales años atrás con Guillerma de Montcada, hija del Vizconde de Bearne, pero nunca los había revocado.


En 1275 había fallecido Fernando de la Cerda, hermano mayor de Sancho y heredero de la corona castellana. Al morir el príncipe, los derechos sucesorios pasaban directamente a sus hijos, los infantes de la Cerda, algo que Sancho nunca aceptó.


El mismo año en el que se casaba con María, Sancho se hacía proclamar heredero y regente de Castilla y León, enfrentándose abiertamente a su padre.


Reina de Castilla
Cuando el 4 de abril de 1284 falleció Alfonso X, Sancho se proclamó rey iniciando así un conflicto abierto con sus sobrinos, los infantes de la Cerda, con la nobleza defensora de los legítimos herederos y con el papado, que seguía sin legitimar su matrimonio con María y que nunca conseguiría en vida.

Antes de convertirse en reyes, Sancho y María habían sido padres de una hija, Isabel, nacida en 1283 en Toro. Después de Isabel llegarían Fernando, Alfonso, Enrique, Pedro, Felipe y Beatriz. La reina María luchó durante mucho tiempo no sólo para conseguir la legitimidad de su matrimonio sino también la de sus hijos para poder así afianzarse en el poder con alianzas matrimoniales.


Reina madre
En 1295 moría el rey Sancho IV conocido como El Bravo sin haber conseguido la legitimidad de su matrimonio. María se convertía en tutora del rey niño Fernando, de tan sólo 11 años y no declarado legítimo. Empezaba la dura y ardua tarea de conseguir los apoyos suficientes para la causa de su hijo, apoyos que encontró en las oligarquías urbanas las cuales dieron su apoyo al joven rey en las Cortes de Valladolid.

Años después en 1301 conseguía su otro objetivo, la bula del papa Bonifacio VIII en la que daba por válido el matrimonio de Sancho IV y María de Molina y consecuentemente Fernando IV se convertía en un rey legítimo.


Señora de Molina
En 1293, año en el que nació el último de sus hijos, María recibía el señorío de Molina de su marido quien a su vez lo había heredado de Blanca, medio hermana de María. Así, María se convertía para Castilla y para la historia en María de Molina.

De nuevo reina
Cuando la reina madre presenció el matrimonio entre su hijo Fernando y Constanza de Portugal y el posterior nacimiento de un heredero, María se retiró discretamente del poder. Pero en 1312, en una campaña contra los moros fallecía Fernando IV conocido como el Emplazado. De nuevo Castilla se encontraba con un rey de corta edad, Alfonso XI, de poco más de un año.

Para complicar aún más la situación, la reina Constanza fallecía súbitamente dejando a María de nuevo la tarea de llevar las riendas del poder. Desde entonces hasta su muerte 9 años después, la reina abuela volvió a poner en su sitio a la nobleza castellana y a defender con sabiduría y prudencia el trono para su nieto.


Cuando María de Molina moría el 1 de julio de 1321 dejaba todo dispuesto para que el rey Alfonso XI reinara sin ella. Fue enterrada en el monasterio de las Huelgas Reales en Valladolid.

 Si quieres leer sobre ella 

Reinas medievales en los reinos hispánicos, María Jesús Fuente
Género: Biografía





Reinas medievales españolas, Vicenta Márquez de la Plata y Luis Valero de Bernabé
Género: Ensayo




María de Molina, Almudena de Arteaga
Género: Novela histórica





Ellas mismas, María Teresa Álvarez









Por: Sandra Ferrer