RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

viernes, 14 de septiembre de 2012

La cristiana reina mora, Isabel de Solís (Siglo XV)


Torre de la cautiva - Granada
Existen historias de hombres y mujeres que parecen sacadas de una novela o de un bonito cuento. Historias que parecen irreales por lo intrincadas y excepcionales. Esta es una de ellas. 

En la convulsa España de finales del siglo XV, en los últimos capítulos de la larga Reconquista, una noble cristiana se convirtió en esclava del rey moro de Granada; abjuró de su fe por amor y fue acusada de abocar el reino nazarí, último reducto musulmán en la Península, a su fin. Esa mujer fue Isabel de Solís, convertida en mora bajo el nombre de Soraya.


La noble esclava
Corría el año 1481. Reinaba entonces en Castilla Isabel I y en el reino nazarí de Granada, Muley Hacén. Por aquel entonces, los conflictos armados entre moros y cristianos se continuaban sucediendo. Aquel año le tocó el turno de la victoria al rey moro quien tras conquistar parte del territorio fronterizo de Jaén, tomó como cautiva a una bella noble de Martos. La joven de poco más de 17 años era hija del alcalde de dicha ciudad, Sancho Jiménez de Solís. Isabel había vivido hasta entonces una vida tranquila, junto a sus nodrizas y cuidadoras que la educaron y velaron por ella desde que quedara huérfana de madre nada más nacer. Su padre se había vuelto a casar con una esclava mora llamada Arlaja, regalo de un conde cordobés. 

La bella Isabel de Solís había sido prometida en matrimonio con Pedro Venegas, un joven perteneciente a otra noble familia, los señores de Luque. Pero aquel matrimonio no se pudo llevar a cabo porque la novia fue capturada por Muley Hacén.

El lucero del Alba
Isabel de Solís fue trasladada a Granada y encerrada en la torre conocida en la actualidad como de la Cautiva, en su honor. A pesar de llegar al reino nazarí como esclava, Muley Hacén se enamoró perdidamente de Isabel y parece ser que ella correspondió a dicho amor. Tanto se entregó al rey moro que Isabel abjuró de su propia fe cristiana y se convirtió al islam. Pasó a llamarse entonces Soraya, nombre que significa “Lucero del alba”. 

Soraya se casó con Muley Hacén y pasó a formar parte de su harén como una de sus mujeres favoritas. La nueva esposa no fue bien aceptada por la primera mujer del rey, la reina Aisha, madre del que sería el último rey de Granada, Boabdil. Los recelos de  Aisha crecieron cuando Soraya dio dos hijos a Muley Hacén, Nasr ben Ali y Saad ben Ali, posibles rivales para su hijo Boabdil. 

Empezaba entonces una guerra encubierta con intrigas palaciegas entre partidarios de una y otra favorita que derivó en una cruenta guerra civil. El conflicto interno debilitó profundamente la resistencia del último enclave moro de la Península, hecho que aprovecharon los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, para conseguir hacerse con el reino nazarí. 

El 2 de enero de 1492 caía definitivamente Granada. La viuda Soraya había partido con sus hijos al exilio. Su marido había muerto en 1485 tras abdicar en su hermano Abdallah al Zagal. Soraya renegó de su fe islámica y volvió a convertirse en cristiana, junto con sus hijos que tomaron los nombres de Juan y Fernando.

El hecho de que el final de la Reconquista cristiana coincida con una guerra civil en el reino nazarí, provocado, en parte por la rivalidad entre las mujeres del rey Muley Hacén, llevó a que algunos acusaran a Isabel de Solís de impostora, de abjurar falsamente de su fe cristiana y de introducir la discordia en el harén real y consecuentemente, en el palacio y el reino de su esposo. Quizá sólo fue una triste coincidencia. Quizá Soraya sí que amó al rey moro y luchó por él y sus hijos igual que  Aisha luchó por el suyo propio, Boabdil. 

 Si quieres leer sobre ella

Doña Isabel de Solís, Francisco Martínez de la Rosa








Los amantes de Granada, Laurence Vidal 







Isabel de Solís, Soraya, Brígida Gallego Coín








Por Sandra Ferrer

jueves, 13 de septiembre de 2012

La pequeña Cleopatra, Berenice de Judea (28-80)


Emperador Tito
Pasados algunos días, el rey Agripa y Berenice llegaron a Cesarea para saludar a Festo. Como se entretuvieron allí varios días, Festo le presentó al rey el caso de Pablo.

En este fragmento de los Hechos de los Apóstoles del Nuevo Testamento, aparece un rey, Agripa II y una reina, su hermana Berenice, a punto de escuchar el testimonio de Pablo acusado y amenazado por los judíos. Este es uno de los pocos testimonios que nos ha llegado de Berenice. Sabemos por él que gobernó junto a su hermano, hecho que hizo que historiadores como Flavio Josefo, quien no tenía en gran estima a Berenice, la acusaran de incesto con su propio hermano. Fuera verdad o no, lo cierto es que Berenice de Judea reinó sobre una parte del Imperio Romano y tuvo varias relaciones amorosas, entre ellas un emperador. Algunos la apodaron la “Pequeña Cleopatra”.

Los matrimonios de la reina de Judea
Julia Berenice nació alrededor del año 28 de nuestra era en el seno de la dinastía herodiana, que había gobernado durante décadas la provincia romana de Judea. Era la quinta hija del rey Herodes Agripa I y bisnieta de Herodes el Grande. 

Era aún muy joven cuando Berenice fue entregada en matrimonio a Marcus Julius Alexander, miembro de una importante familia judía. En el año 44, sin apenas haber cumplido los 20 años, Berenice quedaba viuda y su padre la volvía a casar, esta vez con su tío, Herodes de Calcis. Después de tener dos hijos de su segundo esposo, quedó viuda de nuevo, alrededor del año 50. Berenice volvió a casarse por tercera vez, en esta ocasión con Polemo, rey de Cilicia. El matrimonio no funcionó y terminó en divorcio. 

Después de tres matrimonios fallidos, Berenice decidió permanecer como reina al lado de su hermano, Herodes Agripa II. Fue este hecho el que utilizó el historiador Flavio Josefo para difundir un supuesto incesto entre los hermanos, hecho que nunca ha podido probarse.

Soñando con el imperio
En el año 66, los ejércitos romanos, al mando de Vespasiano, arribaron a Judea para sofocar una peligrosa rebelión. El general al mando de tres legiones iba acompañado de su hijo Tito, quien permaneció en la zona cuando su padre tuvo que volver a Roma para ser nombrado emperador. Por aquel entonces, Berenice tenía alrededor de 41 años, hecho que no fue impedimento para enamorarse de un joven Tito de tan sólo 28. Tras sofocar con dureza la revuelta, Tito regresó a Roma acompañado de su nueva amante, Berenice. 

Fue entonces cuando la bella reina de Judea quiso casarse con Tito y esperar convertirse en emperatriz de Roma cuando su esposo consiguiera el título imperial. Pero el pueblo de Roma no aceptó nunca esa relación y mucho menos a Berenice, una reina extranjera, como posible esposa de su emperador. Tito sucumbió a las presiones y tras ser nombrado emperador el año 79, la bella y despechada amante fue enviada de vuelta a Judea. 

A partir de ahí nada se sabe de una reina que gobernó sobre los judíos y soñó en vano con convertirse en emperatriz de los romanos.

 Si quieres leer sobre ella

Berenice, la hija de Agripa, Howard Fast

Women in the Ancient WorldJoyce E. Salisbury









Por Sandra Ferrer

La reina, Isabel I de Castilla (1451-1504)


Pocas mujeres han reinado en España en calidad de reinas propietarias. Una de ellas, Isabel I fue determinante para la historia de los reinos de la Península Ibérica. Demonizada por unos, santificada por otros, lo cierto es que la Reina Católica fue una reina que gobernó con mano de hierro y basó su vida en la inteligencia, la cultura y una ferviente fe. Su decisión la llevó a casarse con Fernando de Aragón aun desobedeciendo al rey de Castilla, su hermano; su determinación la colocó en el trono; su fe la llevó a conquistar el último reducto moro de la península y su intuición favoreció a Cristóbal Colón quien recibió el apoyo incondicional de una reina que vivió a caballo de los tiempos medievales y la Europa humanista.

La princesa que no tenía que reinar
Isabel de Trastámara nació el 22 de abril de 1451 en un alejado lugar de Castilla. En la preciosa localidad de Madrigal de las Altas Torres, se encontraba su madre, Isabel de Portugal, en un palacio hoy convertido en monasterio, a la espera de dar a luz a su primer vástago. Sería el segundo del rey, Juan II de Castilla, pues ya tenía un hijo y heredero, Enrique, quien se convertiría en rey tres años después. El nacimiento de Isabel no fue tenido muy en cuenta pues el reino ya contaba con un heredero quien, si tenía a su vez un hijo, alejaría a la pequeña Isabel del trono. Así pues, la princesa no estaba destinada a ser reina. Dos años después nacería en Tordesillas su hermano Alfonso.

Madrigal de las Altas Torres

Isabel tuvo una infancia tranquila, alterada sin embargo, por la enajenación mental que le sobrevino a su madre cuando quedó viuda de su esposo el rey, muerto el 22 de julio de 1454. Isabel, Alfonso y su madre se retiraron a vivir al castillo de Arévalo con un séquito reducido y unos bienes relativamente escasos para su condición real.

Su vida retirada dedicada principalmente a la oración y a la lectura de obras piadosas terminó en 1461 cuando ella y su hermano fueron trasladados a Segovia. Poco tiempo después, el 28 de febrero de 1462 nacería Juana, la primera hija de su hermanastro Enrique aunque la historia pondría en duda su paternidad y apodaría a la niña como “La Beltraneja”. Isabel fue su madrina; años después se convertirían en enemigas.

La heredera de su hermano
La dudosa legitimidad de Juana y el descontento de algunos nobles con el gobierno del rey hicieron peligrar su corona. Sus enemigos quisieron utilizar a sus hermanastros para destronar a Enrique. Primero fue Alfonso, el hermano pequeño de Isabel, quien fue proclamado rey en la conocida como “la farsa de Ávila”. Era el 5 de junio de 1465 y el pequeño infante tenía poco más de 12 años. Tres años después, el 5 de julio de 1468, moría en extrañas circunstancias. Fue más que probable que muriera envenenado.

Frustrado el intento de deponer al rey utilizando a su hermano, los nobles rebeldes pusieron la mirada en la joven Isabel quien, a pesar de la insistencia, nunca aceptó proclamarse reina, al menos mientras su hermano aún viviera.

Toros de Guisando

Sin embargo, Isabel sí que aceptó ser proclamada Princesa de Asturias en la ceremonia celebrada junto a los verracos prehistóricos conocidos como los Toros de Guisando, el 18 de septiembre de 1468. Con esta decisión, Enrique no sólo relegaba a su propia hija de la línea sucesoria, sino que daba la razón a quienes no la consideraban como legítima. Aunque Isabel consiguió una gran victoria en Guisando, tuvo que aceptar una importante condición. Sólo podría casarse previo consentimiento del rey, su hermano.

Una boda en entredicho
Como Isabel no estaba destinada a ser reina, desde pequeña se planteó su existencia como una baza más de la corona para establecer importantes acuerdos con otras monarquías o con alguna casa aristocrática mediante su matrimonio.

Muchos fueron los candidatos, a los que Isabel fue rechazando sistemáticamente. Alfonso V de Portugal, su hijo Juan, el duque de Guyena, hermano de Luis XI de Francia, fueron algunos de los grandes nombres que Isabel no aceptó como maridos. Incluso en una ocasión, cuando tenía 16 años y fue comprometida a un noble mucho más viejo que ella, don Pedro Girón, se dice que rezó tanto que en el camino a su encuentro que murió de un ataque de apendicitis. Aunque podría haber sido la ayuda de su incondicional amiga Beatriz de Bobadilla la causa de la liberación de Isabel.

Isabel decidió entonces casarse con su primo Fernando, hijo de Juan II de Aragón. El 5 de marzo de 1469 se firmaban las capitulaciones matrimoniales con una supuesta bula papal que autorizaba dicha unión. Todo el proceso se hizo en secreto y a espaldas del rey. Mientras Isabel escapaba a la estricta vigilancia de Juan Pacheco, Fernando viajaba hacia tierras castellanas disfrazado de mozo de mula de un grupo de comerciantes. El 19 de octubre de 1469 Isabel y Fernando se casaban en Valladolid.


Esa boda supondría en el futuro una unión de facto de dos coronas peninsulares y abrían el camino para una futura unión de toda la Península en manos de su bisnieto Felipe II.

Isabel y Fernando formaron una pareja excepcional. Cada uno reinaría en su territorio y ambos se complementarían en el gobierno de sus reinos.

Enrique IV no aceptó la unión e intentó disolverla aduciendo que no existía ninguna bula papal que la bendijera. Pero el Papa Sixto IV hizo pública una bula que alejaba toda duda sobre su legalidad. El rey ofendido decidió entonces volver a nombrar a su hija Juana heredera de Castilla y casarla con el rey portugués Alfonso V.

La reina católica
El 11 de diciembre de 1474 moría Enrique IV, quien pasaría a la historia con el triste apodo de “El impotente”. Tan sólo dos días después, y defendiendo su derecho al trono, Isabel salió decidida del Alcázar de Segovia en dirección a la Iglesia de San Miguel y se proclamaba a sí misma reina de Castilla.

Aquel golpe de efecto llevó a una inexorable división del reino entre los partidarios de Juana, la última heredera del monarca fallecido y los defensores de Isabel, Princesa de Asturias según el pacto de los Toros de Guisando. Empezaba entonces una cruenta guerra civil que terminaría dos años después con Isabel como vencedora tras la victoria de su marido en la Batalla de Toro.

Un reinado de mano firme
Isabel gobernó de manera estricta su nuevo reino. Alejó a los nobles del poder, mejoró la administración del reino, saneó sus finanzas e hizo mejorar la seguridad de sus súbditos con la creación de la Santa Hermandad.

Mujer piadosa, quiso transmitir su profunda fe a su reino, no en vano, el Papa Alejandro VI le otorgó a ella y a su marido el título de Reyes Católicos mediante la bula Si convenit de 19 de diciembre de 1496. Una fe que la llevó a instaurar el Tribunal de la Santa Inquisición primero en Castilla y más tarde en Aragón, a firmar el decreto de expulsión de los judíos y terminar la reconquista iniciada siete siglos atrás con la toma de Granada.

Isabel I compartió con Cristóbal Colón la visión del navegante al que protegió y ayudó en su aventura oceánica.

Una frágil herencia
Isabel la Católica reinó durante 30 años. En todo ese tiempo puso las bases de un reino que, para su desgracia, veía desaparecer uno tras otro a sus herederos.

Isabel tuvo cinco hijos. Isabel (1470-1498), casada con Manuel I el Afortunado de Portugal, murió al dar a luz a su hijo Miguel. Este se convertiría entonces en la esperanza de la reina; una esperanza que se vería diluida con la muerte del infante poco tiempo después.

Juan (1478-1498) se casó con Margarita de Austria a la que dejó viuda al poco de contraer matrimonio. A pesar de estar embarazada, un aborto volvió a sumir a la reina en la desesperación.

Sería la tercera hija, Juana (1479-1555) la que terminaría soportando el peso de la corona en un reinado turbulento que no llegó a protagonizar. Su supuesta locura la recluyó en Tordesillas.

Isabel también sufriría por su última hija, Catalina (1485-1536), viuda de Arturo de Gales y a la espera de un destino incierto en las lejanas tierras inglesas. Solamente María (1482-1517), su penúltima hija, casada con el viudo de su hermana Isabel, Manuel de Portugal, llegaría a tener diez hijos, entre ellos la emperatriz Isabel, esposa del emperador Carlos V.


El final de la reina
Isabel I de Castilla se recluyó en Medina del campo, enferma y preocupada por el futuro incierto. Poco más podía hacer que redactar su testamento y esperar a que su esposo recondujera una complicada situación dinástica.

Moría el 26 de noviembre de 1504. Su destino final fue la Capilla Real de Granada donde reposa junto a su esposo, su nieto Miguel, su hija Juana y el marido de ésta, Felipe el Hermoso.

Terminaba uno de los capítulos más controvertidos de la historia de España que aun hoy en día continía provocando encendidos debates.


 Si quieres leer sobre ella 


Isabel la Católica, Tarsicio de Azcona






Isabel la Católica, el enigma de una reina, José María Javierre







Isabel la Católica, Manuel Fernández Álvarez







Isabel I, reina, Luis Suárez







Isabel de Castilla, Nancy Rubin







Reinas de España, María José Rubio







Ginecología y vida íntima de las reinas de España (I), Enrique Junceda Avelló

El juramento de Isabel, C. W. Gortner








Isabel de Castilla
María Pilar Queralt del Hierro







Isabel I de Castilla. La sombra de la ilegitimidad
Ana Isabel Carrasco






16 mujeres muy, muy importantes, Jordi Sierra y Violeta Monreal







Por Sandra Ferrer

miércoles, 5 de septiembre de 2012

La pecadora penitente, Santa Margarita de Cortona (1247-1297)


La vida de Santa Margarita de Cortona es la vida de una mujer que pasó de vivir una existencia basada en el lujo a recluirse en la fe y en las obras de caridad. En la Europa medieval, en el siglo del surgimiento de las órdenes mendicantes, en un mundo en el que las normas religiosas seguían afianzándose, sobretodo tras el cuarto concilio lateranense de 1215, una mujer no podía vivir con un hombre sin estar casado con él y librarse del rechazo de la sociedad. Santa Margarita pasó muchos años al lado del que se convirtió en el padre de su hijo y rodeada de lujos y fiestas. Una vida que terminó trágicamente con la muerte de él y que provocó un drástico giro en la existencia de Margarita. Se convertía entonces en una piadosa franciscana cuya fe y devoción la convirtieron en santa siglos después.

La hija ejemplar

Margarita nació en Laviano, Perugia, en el año 1247 en el seno de una familia de agricultores. Su infancia transcurrió feliz junto a sus padres, sobretodo junto a su madre, quien le enseñó a rezar y a convertirse en una niña piadosa.

Pero su felicidad se vio truncada cuando tenía 7 años y vio morir a su madre. Su padre se volvió a casar con una mujer muy diferente a su primera esposa. Estricta, fría y agresiva, no se comportó como una madre cariñosa con su hijastra. 

La concubina del noble

Tenía 17 años cuando Margarita buscó el cariño perdido de su madre fuera de los muros de su hogar. Pero tuvo la mala suerte de fijar su atención en un noble terrateniente de Montepulciano conocido como Arsenio. 

Deslumbrada por las promesas del noble, Margarita aceptó a vivir con él sin contraer matrimonio y llegó incluso a tener un hijo. Empezó entonces una vida lujosa y sin preocupaciones. A pesar de ello, Margarita siempre tuvo remordimientos e incluso señales que ella consideró divinas como un accidente sucedido en un río en el que a punto estuvo de ahogarse y que la joven creyó un aviso del cielo. Para acallar aquellas voces en su interior que le recordaban que vivía en pecado, Margarita se dedicaba a realizar obras de caridad entre los pobres mientras intentaba convencer en vano a su compañero de que por fin contrajeran matrimonio. 

La señal esperada
El destino quiso que la vida de Margarita cambiara por completo cuando Arsenio fue asesinado por unos bandidos que quisieron atacar sus tierras. Margarita siguió al perro fiel de Arsenio y le guio hasta el cuerpo sin vida de su dueño. Margarita decidió entonces dejar su hogar y vivir una vida totalmente diferente. Devolvió las tierras a la familia de Arsenio y vendió sus joyas y pertenencias para dar el dinero recibido a los pobres. 

Santuario de Santa Margarita de Cortona. Arezzo

Margarita intentó volver a casa de su padre pero su madrastra no quiso aceptarla y mucho menos con un hijo ilegítimo y una vida de pecado a sus espaldas. La joven se dirigió con su hijo a Cortona, al parecer después de tener una visión del Espíritu Santo. En aquella ciudad pronto encontró el consuelo de unas mujeres que le ayudaron a cuidar a su hijo y de los padres Franciscanos que la ayudaron a seguir una vida de fe y pobreza. Para redimirse de sus pecados, además de las obras de caridad, Margarita realizó un viaje de penitencia por las tierras en las que había vivido con Arsenio y pidió perdón a todo aquel que se encontraba por su vida pasada. Este hecho le ha valido convertirse en la patrona de los penitentes.

Sepulcro de Santa Margarita en el santuario que lleva su nombre

Su fe y oración la llevaron a experimentar episodios de éxtasis. Al fin, su profundo y sincero arrepentimiento y después de tres años de vida penitencial, Margarita fue admitida como Terciana Franciscana, lo que significaba convertirse en religiosa seglar y dedicarse al mundo del apostolado y la caridad. 

Con el tiempo, Margarita fundó un hospital en Cortona en el que, junto con otras hermanas, se dedicó a asistir gratuitamente a los enfermos y a ayudar como partera de mujeres pobres.

Margarita murió el 22 de febrero de 1297. Los padres franciscanos que ayudaron a la santa a cambiar el rumbo de su vida escribieron sobre ella. En 1728, el Papa Benedicto XIII la declaró santa. 

Por Sandra Ferrer