
Casi todos los rincones estaban ocupados por mujeres: trabajadoras de diversos sectores, víctimas de acoso sexual en sus lugares de trabajo; estudiantes de escuelas, institutos y universidades que tienen que luchar por cada centímetro de espacio a fin de autoafirmarse en sus centros; mujeres encadenadas por el tedio cotidiano del trabajo doméstico; médicas, enfermeras, maestras y trabajadoras domésticas, todas saltaron a la calle para protestar.
Cinco noches antes una médica residente había sido violada y asesinada en un aula durante su turno de noche. A sus padres les dijeron que había “cometido suicidio” y les hicieron esperar durante tres horas antes de permitirles la entrada en la sala. Corrieron rumores que cuestionaban su salud mental. De hecho, el decano del Hospital Universitario RG Kar hizo una observación temeraria al preguntar “qué estaba haciendo esa chica tan tarde” en el aula de formación. El informe de la autopsia reveló que había sido violada antes de ser estrangulada.
El comentario del decano provocó una indignación masiva. Un llamamiento a una acción en la víspera del Día de la Independencia, con la consigna de Recuperemos la noche, se extendió como un reguero de pólvora por toda India, desencadenando un gran movimiento de masas como no se veía en el país en una década. Tan solo en Bengala Occidental hubo unas 250 manifestaciones en las ciudades, capitales de distrito y pueblos cuando mujeres y personas trans y queer desafiaron el tradicional retiro nocturno para ocupar las calles exigiendo justicia.
La noche del 14 de agosto hizo historia. No fue la primera vez que se organizaba la campaña Recuperemos la noche para protestar contra el acoso sexual en el país. Tampoco fue la primera vez que las mujeres en India salían a la calle de forma tan masiva en solidaridad y de rabia para exigir justicia contra las violaciones y el acoso sexual.
Tampoco fue la primera vez que se cometió un crimen tan brutal en India. En la India de hoy, donde los poderes establecidos alimentan la cultura de violación régimen tras régimen, lo sucedido en el RG Kar no es una excepción. En la India de hoy, comandada por un régimen fascista de derecha, cuyos líderes son abiertamente misóginos, que utilizan la violación como arma política para combatir la disensión y silenciar a las mujeres, el asesinato en el RG Kar y el intento de cargos políticos de obstruir la justicia se han convertido más bien en la norma.
Pero lo que fue tan histórico de esa manifestación fue el estallido espontáneo de las mujeres. En diferentes partes de Bengala Occidental, las mujeres ya habían organizado manifestaciones para reclamar la noche, exigir justicia para la víctima, transporte público seguro para las mujeres, la instalación de aseos públicos, la creación de un Comité Interno de Quejas que funcione en cada lugar de trabajo, derechos laborales básicos para las mujeres en sectores formales e informales.
Para muchas de estas mujeres, esta fue su primera manifestación. Para muchas de ellas, también fue su primera noche a la intemperie. Para muchas, fue la primera vez que coreaban consignas. Para muchas también fue su primera experiencia de organización política. Había trabajadoras con contratos de corta duración, vestidas con sus uniformes de trabajo, compartiendo experiencias de acoso que viven en sus lugares de trabajo. Había enfermeras de hospitales públicos y privados que denunciaban que carecían de infraestructuras de apoyo para llevar a caso su labor durante la noche en condiciones de seguridad. Había actrices de teatro que hablaban del acoso que sufren en sus lugares de trabajo.
Había mujeres y personas queer y trans que habían viajado durante dos o tres horas para acudir a la manifestación. Cuando vieron que no había transporte público disponible, formaron grupos para organizar su propio transporte y viajaron juntas. Había mujeres de los barrios periféricos cercanos compartiendo experiencias de acoso, de violencia en el hogar o en el lugar de trabajo. Acudieron madres con sus hijas. Hermanas vinieron juntas. En las concentraciones se conectaron antiguas amigas. Fue un carnaval de resistencia.
Personas ajenas a la movilización abrieron las puertas de sus casas para que las manifestantes pudieran utilizar sus aseos. Comercios cooperativos de la zona permanecieron abiertos para las mujeres. Estudiantes de universidades públicas cercanas negociaron con sus autoridades para mantener abiertos los portales de los campus y las residencias femeninas. Hubo mujeres que se aventuraron a salir a la calle por la noche solas, sin la compañía de hombres, decididas a reclamar el espacio público como propio, para organizar manifestaciones en sus barrios.
Azaadi
Al grito de azaadi (libertad), las mujeres exigieron librarse de toda violación, la toda violencia doméstica, de todo acoso en el lugar de trabajo, de toda coerción moral, del tedio del trabajo doméstico, de la discriminación salarial, de las observaciones condescendientes de padres y hermanos, de este sistema capitalista patriarcal brahmánico. Hubo mujeres ondeando en lo alto la bandera roja, mientras que personas queer y trans acudieron con banderas arcoíris. Algunas mujeres llevaban retratos de conocidas revolucionarias, recordando a la gente el legado de la resistencia femenina. Sobrevolaba a la multitud una enorme bandera roja con el retrato de la martirizada revolucionaria india Pritilata Waddedar1/, y las manifestantes la vieron como una compañera.
Hubo carteles con lemas escritos por manos inexpertas, se corearon consignas gritadas por mujeres condicionadas para no levantar nunca la voz. Se entonaron cantos, se realizaron números teatrales, se compartieron experiencias mientras las mujeres pasaban la noche a la intemperie charlando, gritando, escuchando, apoyándose unas en otras.
Avanzaba la noche y llegaron noticias sobre una agresión contra las médicas en huelga en el RG Kar. Un grupo de matones había penetrado en el edificio donde había una sentada, desmantelaron el lugar, golpearon a las médicas que protestaban e intentaron destruir el lugar del crimen. Quedó claro que su propósito era alterar las pruebas y amenazar a las huelguistas. Mientras tanto, los agentes de policía presentes recibieron la orden de mirar hacia otro lado.
Lo que había comenzado como un acto de protesta se convirtió en un movimiento masivo que arrastró a gente que hasta entonces se había mostrado indiferente ante la sangre en las calles. Un movimiento que comprendió que la dignidad de la seguridad de las mujeres guarda relación con el derecho a un sistema de salud pública que atienda a la gente común. En cambio, el sistema existente está desmoronándose desde que irrumpió la corrupción, poniendo en peligro incluso la vida de las y los pacientes.
Cultura de impunidad, privatización y el Estado neoliberal
La impunidad y el descarado alarde de poder, exhibido deliberadamente para enviar un mensaje mediante la vandalización del espacio de protesta en el RG Kar, rompieron los diques de la furia que había ido acumulándose en el país durante del decenio anterior. Quienes éramos estudiantes cuando se produjo el caso de la violación en Delhi en 2012 ‒donde una joven de clase media fue brutalmente violada por un grupo de hombres y torturada, y murió después‒ vimos cómo miles de mujeres, estudiantes y de clase media, ocuparon las calles para reclamar justicia.
Las movilizaciones de entonces dieron pie a acalorados debates sobre la violencia machista. Más tarde, una comisión judicial informó de que la raíz de los crímenes contra las mujeres se hallaba en una infraestructura insuficiente y en los fallos por parte del Estado y la policía. El estallido de rabia comportó un cambio de la legislación sobre violaciones en India. Sin embargo, un decenio después, cuando volvemos a tomar las calles, seguimos siendo víctimas de una cultura de impunidad.
Casi todos los partidos políticos ‒desde la izquierda parlamentaria hasta la derecha, pasando por los centristas‒ han protegido una y otra vez a violadores y han alimentado la cultura de violación para afianzar su posición en la política electoral. El ascenso del fascismo hindutva vino seguido de una explosión espantosa de violencia machista. La violación ha sido utilizada a menudo como arma política para sofocar protestas y afirmar la autoridad sobre las minorías.
Esta cultura de impunidad, impulsada con la protección de los violadores, la manipulación de pruebas y utilizando sin disimulo la maquinaria del Estado para blindarlos, había sentado precedentes que todo partido gobernante pudo imitar. Por tanto, el hecho de que el partido gobernante en Bengala Occidental empleara su maquinaria para socorrer a los criminales del RG Kar difícilmente podía sorprender a nadie. Con la diferencia de que esta vez fue como la gota que colmó el vaso y desató la furia de la gente.
Es posible que la violación y el asesinato en el RG Kar provocaron semejante indignación generalizada por el hecho de que la víctima era médica, una mujer que ejercía una profesión de cuello blanco honorable, violentada mientras estaba de guardia en un hospital público. Implicaba que las mujeres no estaban seguras en ninguna parte. También puso de manifiesto la flagrante desigualdad de nuestros espacios de trabajo, diseñados para que las mujeres trabajadoras y las personas trans y queer resulten vulnerables. Mujeres trabajadoras de los sectores formales e informales acudieron en masa a las concentraciones.
Hubo actos convocados por anganwadi (puericultoras rurales), monitores de comedores escolares, trabajadoras ICDS (pediatras), trabajadoras domésticas, informáticas, temporeras. El clamor de justicia y dignidad también se abrió camino a los lugares de trabajo. Se exigió la responsabilidad de la empresa a la hora de garantizar la seguridad de las mujeres y personas trans y queer, estableciendo claramente quién abordaría la cuestión de la violencia machista.
Mientras que en casos anteriores de violencia machista ‒en los que la violación se ha utilizado como parte de la represión estatal para sofocar movimientos en el interior del país y en los que la violencia machista ha servido para perpetuar la atrocidad de las castas o para intensificar la ocupación de un territorio‒ no se había producido tal estallido de indignación, las protestas en torno al incidente de RG Kar abrieron la posibilidad de entablar debates sobre las implicaciones de todos esos silencios.
El movimiento Recuperemos la noche inició un debate sobre la justicia de género, poniendo de manifiesto el fracaso de los mecanismos institucionales para garantizar la seguridad y la dignidad de las mujeres en sus lugares de trabajo y en el espacio público. Esta lucha contra la impunidad también dio más fuerza a la voz del personal sanitario que expresaba su preocupación por la corrupción que infestaba los hospitales públicos.
Empezaron a salir a la luz relatos de distintos hospitales públicos que ponían al descubierto un sistema más amplio, concebido para dificultar todavía más el acceso a la atención sanitaria por parte de los sectores marginados. Estos relatos revelaron la existencia de una sanidad frágil, con el personal sobrecargado de trabajo y fatigado, una sanidad deliberadamente disfuncional, con unos sindicatos que propiciaban la privatización de la atención sanitaria.
El estado deplorable de la sanidad pública india ya había salido a la luz durante la pandemia. Esto provocó debates en torno a las políticas de ajuste estructural impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional durante la década de 1980. Esto allanó el camino a la privatización, eximiendo así al gobierno de su deber como principal garante de la salud pública.
La violación y asesinato de la médica residente en un hospital público pusieron de manifiesto la indiferencia del Estado hacia las trabajadoras de la sanidad pública. Se espera de ellas que trabajen más intensamente mientras el sistema se derrumba rápidamente a su alrededor. De hecho, el asesinato ha desencadenado un movimiento más amplio, encabezado por doctores en formación de las 22 facultades de medicina de toda Bengala, para exigir un sistema sanitario público mejor y más seguro.
Las médicas convocaron una huelga indefinida e iniciaron una sentada ante el Ministerio de Sanidad. Aunque el gobierno intentó apagar el incendio prometiendo garantizar la seguridad en los hospitales públicos mediante el despliegue de fuerzas de seguridad dentro de los recintos hospitalarios, las manifestantes rechazaron la idea. Respondieron que su seguridad solo se garantizaría democratizando el espacio de trabajo y construyendo infraestructuras para acabar con la corrupción y ayudar a reparar el deteriorado sistema.
Las reivindicaciones del movimiento resonaron especialmente entre la clase media y trabajadora, principales usuarias del sistema sanitario público. Es la gente que ha soportado los costes del sector sanitario privatizado.
Los partidos políticos de la oposición intentaron por todos los medios apropiarse del movimiento para sacar tajada electoral, pero fueron rechazados por las masas de manifestantes, que ya habían visto cómo casi todos los partidos políticos parlamentarios trabajaban para mantener el statu quo. Ante la enorme indignación pública, el gobierno se vio obligado a trasladar al comisario de policía que había mirado hacia otro lado y facilitado la manipulación de pruebas en el caso de RG Kar.
Las doctoras desconvocaron la huelga, pero se vieron forzadas a iniciar una huelga de hambre frente a un gobierno que se negaba a conceder sus demás reivindicaciones. Sin embargo, tras una reunión con el Ministro Principal, que prometió tener en cuenta sus demandas, se dio por terminada la huelg
Una sentencia y la continuación del combate…
La sentencia del tribunal de primera instancia ha condenado a cadena perpetua a un voluntario civil que trabajaba para la policía de Calcuta por ser el autor de la violación y del brutal asesinato de la doctora residente de 31 años en el Hospital Universitario RG Kar. El veredicto ha avivado aún más las protestas, ya que todo el juicio parecía ocultar la complicidad del Estado en la protección del asesino y eximir a las autoridades hospitalarias de su responsabilidad de salvaguardar la dignidad y la seguridad de su personal.
Mientras Bengala se prepara para dar otra batalla impugnando las lagunas de la sentencia, el Estado clama por la pena capital para el autor del crimen. Sin embargo, ha sido el partido gobernante el primero en proteger al acusado y se sabe que está conchabado con los sindicatos que están implicados en diversas tramas de corrupción.
Curiosamente, la exigencia de la pena capital no surgió del movimiento de médicos en formación ni del movimiento Recuperemos la noche. Históricamente, la lucha por la justicia de género en India se había manifestado en contra de la pena capital, al considerarla una herramienta de represión estatal que otorgaba al Estado el monopolio de la violencia. El Estado pretende eliminar a un individuo al tiempo que abdica de su responsabilidad de introducir cualquier cambio sistémico.
La sentencia se conoció pocos días después de la muerte de una mujer adivasi (indígena tribal) embarazada en otro hospital público de una capital de distrito de Bengala. Murió tras administrarle una solución salina tóxica que está prohibida en otros Estados. Sin embargo, presionados por una empresa farmacéutica, los hospitales públicos de Bengala, poco preocupados por la vida de las mujeres marginadas, siguen utilizándola. Una vez más, su muerte ha puesto de manifiesto los fallos del sistema sanitario público, ya que el nexo entre el Estado y el capital apenas tiene en cuenta la vida de las mujeres o de las personas marginadas.
El papel de un movimiento de masas feminista
Es significativo que el movimiento feminista en India en torno al acoso sexual en el trabajo comenzara con la violación grupal de una trabajadora comunitaria de base que estaba aplicando un programa estatal de concienciación contra el matrimonio infantil en su aldea. Aquel movimiento, a comienzos de la década de 1990, luchó por responsabilizar al Estado, que tenía contratada a la víctima. Logró que se estableciera legalmente que el machismo y el acoso sexual en el trabajo generan un entorno laboral hostil. El contratista tiene el deber de garantizar la seguridad y dignidad de su personal.
Treinta años después, nuestros espacios de trabajo siguen estando diseñados para que las mujeres y las personas trans y queer sean vulnerables como trabajadoras cuyo trabajo se supone que resulta barato. Además, la proporción de la fuerza de trabajo femenina está disminuyendo en el sector formal a medida que crece la informalización del trabajo de las mujeres.
Sin embargo, en el sector informal los empresarios no son responsables de ofrecer unas condiciones de trabajo seguras ni tienen la obligación de cumplir ninguna normativa que proteja los derechos del personal. De hecho, podemos decir que la batalla por la dignidad en el lugar de trabajo no solo consiste en afirmar la identidad de las mujeres como trabajadoras, sino también en la valoración del propio trabajo.
En un momento en el que las políticas neoliberales permiten que el Estado se desentienda de los servicios públicos, en el que los códigos laborales se reescriben para criminalizar la sindicación y ampliar la jornada de trabajo para llenar las arcas de los propietarios, en el que los cierres de fábricas y la privatización de establecimientos de servicios públicos están permitiendo la informalización del trabajo, en el que el Estado fascista normaliza la violencia cada día que pasa, la batalla por el pan y las rosas parece que va a ser prolongada. Esa batalla requerirá una mayor organización de la clase trabajadora en campos y fábricas, en hogares y hospitales, en escuelas y calles, para recuperar cada centímetro de espacio seguro, cada noche, cada día.
Texto original: Against the Current. Traducción: viento sur
Jhelum Roy es doctoranda por la Universidad de Jadavpur y miembra del grupo Feministas en Resistencia en Calcuta.
Nota:
1/ Pritilata Waddedar (1911-1932) formó parte del Ejército Republicano Indio y condujo a 15 combatientes en un ataque armado contra un club europeo. Herida en una pierna, ingirió cianuro para evitar que la policía colonial la detuviera. Anticipándose a la posible muerte, en un bolsillo llevaba una carta titulada Inquilab Zindebad (Viva la Revolución), que desde entonces ha inspirado a otras mujeres. Pritilata fue la primera mártir de Bengala y es todo un icono revolucionario.
Fuente: https://vientosur.info/lucha-de-masas-contra-la-cultura-de-violacion-estalla-la-lucha/