Soledad & Género
Cristina Vallejo
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La falta de compañía es un problema de salud pública: se ha vinculado a la enfermedad física y mental y al mayor riesgo de mortalidad. Los expertos dicen que irá a más. |
Amelia acompaña a su amiga María Victoria al médico cuanto lo necesita, que cada vez es más frecuentemente y no tiene a casi nadie que se ocupe de ella. También va a menudo a visitar a la residencia a una prima carnal. El otro día a Amelia le dio mucha pena que esa prima se pusiera a llorar desconsoladamente cuando se despedía de sus antiguas vecinas después de la misa que se daba en su vieja parroquia por su marido fallecido: no quería volver a la residencia porque está muy lejos de la que siempre fue su casa y allí aún no tiene confianza con nadie. Amelia no durmió en toda la noche después de aquello.
Ella aún es joven, apenas traspasa los 65 años, vive con su marido y está bien de salud, pero tiene miedo de quedarse sola porque sus hijas viven lejos. Ve reflejado su futuro en las mujeres a las que acompaña y echa una mano. Confía en que a ella tampoco le dejarán que vaya sola al médico, en que le traerán la compra a casa, como hacía ella misma con la viejecita de su bloque impedida tras una mala caída, o la irán a visitar cuando esté enferma, como hizo con su mejor amiga, soltera y con poca compañía, que murió de cáncer hace unos años. Esta historia ilustra lo que cuentan los expertos sobre la soledad en general y la femenina en particular.
“La soledad se está convirtiendo en un problema social en España y en el mundo, especialmente en el más desarrollado”, afirma el sociólogo Juan Díez Nicolás. Ello se explica por el incremento de la esperanza de vida, indicador en el que España es el segundo en el mundo, tras Japón; la crisis del modelo de familia tradicional, debido al incremento del número de personas que viven solas, especialmente jóvenes (que no se casan por razones económicas pero también por el cambio de valores); y por el cambio de hábitat: de vivir en pequeñas comunidades en que el individuo estaba protegido y apoyado por la familia y los vecinos, se ha pasado a vivir en grandes centros urbanos y metropolitanos, que ofrecen más oportunidades vitales, pero que llevan al desarraigo.
¿Cuál es la fotografía de la soledad en España? La tiene la Encuesta Continua de Hogares, del INE, que informa de que en 2018, de los 18 millones y medios de hogares, 4,7 millones eran unipersonales, una cifra superior a la de 2013 en 320 mil. La mayoría (casi 2,7 millones) correspondían a menores de 65 años y los otros 2,037 millones, a personas de 65 o más años. En 2018 había más hogares unipersonales de mujeres –2,5 millones– que de hombres –2,1 millones–. Y esta diferencia obedece a lo que ocurre con las personas de 65 o más años: en este caso, si hogares masculinos había 572.000, los femeninos eran 1,465 millones.
Francisco Novo Vázquez, trabajador social de la Unión Democrática de Pensionistas (UDP), sintetiza: “El retrato de la persona en solitario en España corresponde con el de una menor de 65 años si es hombre y mayor de esa edad si es mujer”. Este fenómeno se achaca a la mayor longevidad femenina.
Soledad física y emocional
El INE no tiene la foto completa de la soledad. Vivir solo no es lo mismo que estar solo. Alguien puede vivir solo y contar con una red de relaciones abundantes y sólidas y otra persona puede vivir en compañía y sentirse desconectada de su entorno.
No se llega a conocer la verdadera incidencia de la soledad con las respuestas a preguntas directas del tipo “¿te sientes solo?” o “¿estás solo?”. Javier Yanguas, director científico del Programa de Mayores de la Obra Social de La Caixa, aclara por qué: “La soledad se disfraza, no hablamos de ella. La gente oculta que está sola porque se siente culpable, o cree que algo habrá hecho mal para sentirse o estar así”. La soledad se esconde porque avergüenza.
Yanguas explica que para estudiar la soledad se analiza la red social de que se dispone: cuántas personas se tienen alrededor, la cercanía emocional con ellas y la confianza en que, de surgir un problema grave, se contará con su apoyo. Desde ahí se puede profundizar más y medir la soledad social o el sentimiento de pertenencia a un grupo, y la soledad emocional, que explora los sentimientos de desolación y la falta de relaciones significativas.
El estudio que realizó la entidad en 2018 revela altos niveles de soledad en todas las edades, también entre los jóvenes: el 34,4% de los individuos entre 20 y 39 años presenta soledad emocional y el 26,8%, soledad social. Estos porcentajes se disparan en las personas de más de 65 años: el 39,8% sufre soledad emocional y el 29,1%, soledad social. Y se agravan a partir de los 80 años: el 48% registra soledad emocional y el 34,8%, soledad social. La gente acusa más la vacuidad de las relaciones que el aislamiento físico.
Las mujeres expresan más soledad, pero la sufren menos
En la expresión de la soledad existen diferencias de género. Mônica Donio Bellegarde es autora junto a la profesora Sacramento Pinazo de un libro sobre la soledad de las personas mayores a partir de la tesis doctoral de la primera. Bellegarde afirma que, a primera vista, parece que las mujeres se sienten más solas que los hombres. Pero ello no implica que sea así. Lo que ocurre es que está socialmente más aceptado que las mujeres hablen de sus sentimientos.
A la pregunta directa de “¿te sientes solo?”, las mujeres tienen menos problemas que los hombres en responder afirmativamente. Si se profundiza con preguntas indirectas o de control, la cuestión se complica. Según el estudio de La Caixa, mientras la soledad social (sentirse miembro de un grupo) es similar entre las mujeres y los hombres, la soledad emocional (que mide la profundidad de las relaciones) es mayor en ellos que en ellas.
Según Novo, las mujeres, pese a vivir en mayor soledad que los hombres, se sienten menos solas. Además, ellas parecen estar más preparadas para la soledad: “El 36,1% de las mujeres mayores de 65 años que no viven solas piensan que en algún momento lo harán, frente al 29,8% de los hombres”. Las mujeres también establecen lazos sociales o familiares mayores que los hombres, lo que hace que ellas tengan mayor posibilidad de recurrir a alguien cuando tienen un problema o necesitan consejo o apoyo afectivo.
Novo insinúa que “nuestra sociedad androcéntrica y cargada de estereotipos machistas” es la responsable de que tengamos la imagen de que las mujeres no tienen capacidad de desarrollo personal y que ello las aísla por completo. Aunque desde la ONG Accem, Alberto García Cerviño recuerda que hay una realidad material que les puede hacer sentir a las mujeres mayores que han perdido su utilidad después de haber dedicado su vida a los cuidados, primero de sus hijos, después de sus padres y suegros y finalmente de su marido antes de morir. Quizás es esto lo que está detrás del sentimiento que muestran algunas mujeres y que revela Yanguas: el de vacío existencial, mucho menos prevalente en los hombres.
Yanguas abunda en las diferencias de las relaciones que construyen los hombres y las mujeres: las de los primeros son más instrumentales (para echar la partida, para ir al fútbol...), las de las segundas son más relaciones de cuidados, de cercanía afectiva y de petición y préstamo de ayuda. Por ello Yanguas considera que los hombres tienen más riesgo de aislamiento social.
Desde Accem también destacan cómo las mujeres mayores muestran mayor resiliencia y esfuerzos para superar situaciones de soledad y tener un envejecimiento activo, con participación en actividades o voluntariado. Y ponen de manifiesto cómo las mujeres expresan una mayor preferencia por vivir de forma activa en su casa: “Para muchas es un reto y una oportunidad de desarrollar una independencia y autonomía que no tuvieron antes en sus vidas”.
La cuestión material... ¿determinante de la soledad?
¿Cómo influyen en la soledad los recursos económicos? Para Yanguas, la pobreza genera exclusión: no puedes gastar un euro en un café en el bar y sientes vergüenza porque en tu casa hace frío o no la tienes bien acondicionada y, por ello, no recibes visitas.
Bellegarde recuerda que las variables sociodemográficas son desfavorables para las mujeres: muchas de las que hoy son mayores no tuvieron la oportunidad de incorporarse al mercado laboral ni de tener una educación más allá de la básica y ahora cuentan con menores recursos económicos. Desde Accem apuntan que esta situación puede provocar un mayor aislamiento en el envejecimiento de las mujeres.
Por ello, existe la tentación de considerar que, al igual que la fotografía de la pobreza en España es la de una mujer, la de la soledad podría serlo la de una mujer mayor y pobre. Díez Nicolás aclara: “El sentimiento de soledad sin recursos económicos es mayor, ser mujer mayor y pobre puede conducir a una mayor probabilidad de sentir soledad, pero no es ni mucho menos determinante; ello no debe hacernos pensar que los que tienen más recursos no pueden también sentirse solos”.
¿Qué pesa más?, ¿el género, que favorece que las mujeres tengan relaciones de más calidad, o la situación material, que ayuda a tener mejores relaciones a quienes tienen más dinero, es decir, a los hombres? Teresa López, presidenta de Fademur, una organización de mujeres del ámbito rural, da una posible respuesta: aunque los hombres solos del campo pudieran tener en el pasado una mayor vida social y cuentan ahora con mayores recursos económicos, puesto que las mujeres en muy pocos casos pudieron cotizar, ellos resuelven lo básico de su supervivencia con dificultades y tienen menos habilidades sociales que ellas.
¿Soluciones?
La soledad es un problema de salud pública: se ha vinculado a la enfermedad física y mental y al mayor riesgo de mortalidad. Los expertos coinciden en que la incidencia de la soledad irá a más porque cada vez se tienen menos hijos y, por tanto, menos hermanos. Además, cualquier tipo de relación tiende a ser fugaz y menos profunda. A ello hay que sumar que se presume que cada vez más gente vivirá esa soledad con escasez material, dada la precariedad laboral y la mayor dificultad para acumular derechos con vistas a la jubilación. Así dibujado el panorama, parece que la solución que se requiere debe tocar muchos palos de las políticas públicas.
En Reino Unido, en enero de 2018, se creó el Ministerio de la Soledad, que Bellegarde valora porque, más allá de su utilidad práctica, al menos, hace tomar conciencia del problema. Para Yanguas, dada la complejidad de las administraciones españolas, sería más idóneo que se abordara en el ámbito municipal. Y, en este sentido, señala que la soledad también es una consecuencia de los procesos de gentrificación que viven las ciudades, de políticas urbanísticas generadoras de aislamiento que hurtan a los vecinos de los servicios de proximidad y de los ambientes donde se reconocían y creaban redes. Aunque Bellegarde da una nota de esperanza: la sociedad se organiza a veces antes de que reaccionen las Administraciones y ya se han construido redes de apoyo mutuo, como la de Grandes Amigos, que funciona en Madrid, Galicia y el País Vasco.
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