Hija de un rico comerciante de sedas en la Italia del Quatroccento, Lucrezia Buti vio como su brillante futuro se desvanecía con la súbita desaparición de su padre. Las deudas que éste dejó a su muerte, impidieron el mantenimiento de sus hijos. Lucrezia y su hermana Spinetta fueron enclaustradas en el monasterio de Santa Marguerita en Prato, a cambio de una humilde limosna. Pero Lucrezia nunca se imaginó al entrar contra su voluntad en aquellos santos muros que se convertiría en la musa de uno de los más brillantes pintores del Renacimiento.
Un encuentro inesperado
Se desconocen las fechas exactas tanto de la entrada en religión de las hermanas Buti, como del momento en que el gran pintor Filippo Lippi vio ante sus ojos la belleza de Lucrezia. Lo que sí se sabe es que Fra Filippo era en aquel entonces un famoso artista con tantos encargos a sus espaldas como deudas y problemas legales. El pintor se encontraba en Prato trabajando en los frescos de la catedral de Santo Stefano. Como también era monje carmelita, parece ser que ejercía de capellán en el monasterio de Santa Marguerita. Allí fue donde Fra Filippo vio por primera vez la perfección en el rostro de Lucrezia.
El rapto de la Santa Cinta
Después de entablar una tímida relación, el amor llegó inevitablemente. Supuestamente fue durante la festividad de la Santa Cinta del año 1456 cuando Fra Filippo se llevó a Lucrezia a vivir a su bottega ante la atónita y escandalizada mirada de las monjas del monasterio y de todos los habitantes de Prato.
Un amor contra toda regla
Filippo y Lucrezia se expusieron al escándalo y la vengüenza para mantener su amor. Consiguieron seguir viviendo juntos y aunque se sabe que el Papa Pío II les concedió una dispensa para que contrajeran matrimonio, parece ser que nunca se casaron. Su amor fue indigno a los ojos de los hombres pero ellos fueron siempre fieles el uno al otro. De su apasionada relación nacieron Filippino y Alessandra. Filippino sería reconocido como un gran pintor, incluso con más éxito que su propio padre.
Musa del pintor
Lucrezia nunca quiso ser monja. Su padre le había enseñado todos los entresijos del comercio de la seda y se preparaba para ser una gran señora de un gran comerciante. Al final no fue ni lo uno ni lo otro. Se convirtió en la compañera incondicional de un gran pintor al que inspiró grandes obras maestras. El rostro de su amada Lucrezia aparece en La Madonna de la Cintola como testimonio de un amor que parecía imposible y terminó siendo eterno.
Si quieres leer sobre ella
Los Milagros de Prato, Laurie Albanese y Laura Morowitz
Género: Novela histórica
Una maravillosa historia de amor narrada con respeto, sencillez y rigor histórico. Un fresco renacentista para leer sin interrupción.
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Por Sandra Ferrer
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