Así se definía a sí misma Catalina de Rusia; el poeta Dierjavine decía de ella que era “un centinela al que no se releva nunca”; adversarios suyos le dieron el apelativo de “Mesalina del norte”; y muchos otros hablaron de ella como la asesina de sus adversarios políticos, incluido su propio marido. Muchos calificativos para una pequeña y gruesa niña que con el tiempo pasaría a la historia como una de las máximas representantes del despotismo ilustrado.
Su llegada al poder
La pequeña Federica Augusta Sofía, a la que todos en su entorno más íntimo llamaban Figchen, tenía una lejana vinculación genealógica con los zares rusos. Había nacido en Pomerania el 2 de mayo de 1729. Su padre, Cristián Augusto, era príncipe de Anhalt-Zerbst. Ejercía como gobernador en Stettin, en la actual Polonia, donde nació. Su madre Juana de Holstein-Gottorp nunca tuvo una buena relación con su hija.
La entonces emperatriz de Rusia, Isabel Petrovna, hija de Pedro el Grande, había llegado al poder tras el ascenso y caída de hasta cinco zares distintos. La decisión de Pedro I de reservar el derecho de designación de un heredero al propio zar desató una serie de intrigas palaciegas que llevaron a una peligrosa situación de desgobierno constante. La emperatriz Isabel debía escoger esposa para su sobrino y heredero Pedro Ulrico y afianzar la dinastía de los Romanov. Pronto se fijó en la joven Sofía Augusta quien se convertiría en Catalina Alexeievna. Convertida a la iglesia ortodoxa, la nueva Catalina vivió en el Palacio de Oraniembaum con su marido, el futuro Pedro III. A la muerte de la emperatriz Isabel en 1762, los nuevos zares se trasladaban al Palacio de Invierno de San Petersburgo.
Un marido indigno de la gran Catalina
Borracho, poco inteligente, con ciertos aires de locura, el gran duque Pedro Ulrico no se ganó el apoyo del pueblo ni de la nobleza. Las excentricidades de su marido contrastaban con la inteligencia, tenacidad y capacidad de trabajo que tenía su esposa Catalina. La mala prensa de Pedro se acentuó al llegar al poder y convertirse en el zar Pedro III. Apoyada por el ejército y la nobleza, Catalina decidió dar un golpe de estado proclamándose Catalina II de Rusia. La transición de poder se llevó sin derramamiento de sangre. Pedro aceptó el nuevo status quo pidiéndo solamente vivir en una residencia tranquila con su tabaco y su vino, vida tranquila que sólo disfrutaría cuatro días. Moría el antiguo zar Pedro III en extrañas circunstancias, hecho que aprovecharían los detractores de Catalina para acusarla de ser ella misma la ejecutora del asesinato. También se la acusaría de quitarse de en medio a otros pretendientes al trono como Iván VI o una extraña princesa Tarakanova que aseguraba ser nieta del mismísimo Pedro el Grande.
Los amores de Catalina
Del mismo modo que la mayor parte de reyes tuvieron a sus amantes más o menos oficiales, Catalina tuvo una constante vida amorosa con un número importante de hombres. Pero a pesar de que nadie ponía en tela de juicio esta situación entre los reyes, Catalina fue criticada por la historia, entre otras cosas, pero sobretodo, por su larga lista de amantes.
La inexistente vida amorosa con su marido llevaron a Catalina a buscar el amor en otros lechos. También por razones de estado, pues desde el día de su boda fue objeto de comentarios insidiosos acerca de la falta de herederos reales. Estos llegarían gracias a amantes como Sergei Saltikov quien parece ser que fue “invitado” a la cama de Catalina por la emperatriz Isabel que por aquel tiempo aún vivía. Y parece ser que Sergei fue el padre del poco amado Pablo quien sería zar a la muerte de su madre. Stanislav Poniatowski le dio una niña que moriría poco tiempo después. Alexei, su tercer hijo, fue fruto de su relación con Gregorio Orlov uno de los instigadores del golpe de estado contra el gran duque.
Además de aquellos quienes le dieron descendencia, fueron muchos otros los que se convirtieron en amantes Catalina, desde el que fuera su primer y gran amor, su tío Georgie, hasta el gran Potemkin.
La gran autócrata
Al convertirse en Catalina II de Rusia, la joven Figchen inició una incansable tarea de reformas en el imperio. Pero aunque inspirada en los grandes ilustrados de la Francia pre-revolucionaria, Catalina no realizó cambios que favorecieran a los más necesitados. Fue la nobleza la que vio garantizado su poder y su prosperidad. La emperatriz hizo de Rusia una gran potencia con un aparente liberalismo que nunca fue tal. Fue por eso que se tuvo que enfrentar a importantes revueltas como el levantamiento campesino liderado por Pugatchev quien, aunque no consiguió nada para los insurgentes puso de manifiesto su profundo descontento.
La gran ilustrada
Catalina mantuvo contactos con Voltaire, Diderot y otros ilustrados y eruditos de Europa. Llegó incluso a intentar llevar a la práctica las ideas políticas de Montesquieu creando una gran Comisión de 652 diputados, aunque al final demostró ser inoperante.
La emperatriz también se preocupó de la creación de centros educativos y asistenciales. Siguiendo el ejemplo de Saint-Cyr, creado por Madame de Maintenon, Catalina fundó el instituto Smolny, para la educación de las jóvenes. Su colección de arte privada fue el inicio del hoy conocido como Museo del Hermitage. Conocedora de los últimos avances médicos, accedió a ser la primera de su reino en ser vacunada para introducir este nuevo modelo de medicina preventiva en su reino.
La gran Catalina
Catalina murió en San Petersburgo el 17 de noviembre de 1796 dejando a su hijo Pablo un trono que ella amó desde el primer momento. La gran emperatriz se mantuvo firme en sus convicciones hasta el último momento, a pesar de todas las críticas que como mujer recibió y que, de ser hombre, a buen seguro que no hubiera recibido. Si quieres leer sobre ella
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