La peligrosa melodía de las mujeres con cuerpo de animal, citada por primera vez en la Odisea, esconde algo sobre el poder letal de la información. ¿Cuál era su hipnótico secreto?
LA VANGUARDIA 16/06/2013
Uno de los pasajes más célebres de la Odisea de Homero es el de las sirenas. Concluido su -¿astuto?- romance con la maga Circe, Ulises visita el Hades, donde conoce el dictamen de los muertos. E inmediatamente se dispone a afrontar dos duras pruebas: la isla de las Sirenas y el peligroso estrecho de Escila y Caribdis. Circe, generosa y enamorada, le advierte: "Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos pequeños rodeándole, llenos de júbilo, cuando retorna al hogar, sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor un enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda, previamente adelgazada, a fin de que ninguno las oiga: más tu si desearas oírlas, haz que te aten en la velera embarcación de pies y manos y así podrás deleitarte escuchando las sirenas".
Ulises sigue el consejo de Circe y supera la prueba. En este pasaje de la Odisea, la narración es muy rápida. Un tuit de 668 caracteres. Homero concede más importancia a la advertencia de Circe que al acontecimiento en sí mismo: "Hicimos andar la nave muy rápidamente y al hallarnos tan cerca de la orilla que allá pudieran llegar nuestras voces, no pasó por alto a las sirenas que la ligera embarcación navegaba a poca distancia, y empezaron un sonoro canto: ¡Ea, célebre Odiseo, gloria insigne de los aqueos! Acércate y detén la nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado con su negro bajel sin que oyera la suave voz que fluye de nuestra boca, sino que se van todos después de recrearse con ella, sabiendo más que antes, pues sabemos cuantas fatigas padecieron en la vasta Troya argivos y teucros, por la voluntad de los dioses, y conocemos también todo cuánto ocurre en la fértil tierra".
Sobre esta escueta narración se ha levantado todo un templo de la Mitología. En primer lugar, la mujer maternal, generosa, sabia y experimentada. La maga Circe, intermediaria entre los dioses y los hombres, embrujadora -cuando conoció a Ulises, quiso convertirlo en un cerdo gruñón-, no duda en advertir al hombre que ya no puede retener en su casa. En señal de amor le regala una "hoja de ruta", que diríamos ahora, con ese periodismo de frases hechas y vacías. (Una hoja de ruta, pobre Homero si nos oyese). Esa expresión debería ser desterrada de los periódicos. Circe regala a Ulises un itinerario con advertencias y este se las toma muy en serio. Es astuto, pero no frívolo. Con el paso del tiempo, la imagen de Odiseo atado al palo de la nave se convertirá en símbolo del vanidoso autocontrol masculino. Mito y símbolo de poder. Ulises hace uso de la jerarquía para poder disfrutar del canto de las sirenas. Mientras sus hombres reman con tapones de cera en los oídos, él escucha el dulce cántico de las mujeres con alas de pájaro, fuertemente atado al palo de la nave y con instrucciones bien precisas de que refuercen las ligaduras ante cualquier señal de apasionada desesperación. He ahí un interesante dato de crónica política: a mayor intensidad de la aventura individual, mayor sometimiento de otras individualidades. El Ulises de Homero es uno de los primeros héroes antiguos que levanta el escudo del Yo. uno de los primeros cantos a la aventura individual y a la experiencia subjetiva. En el episodio de las sirenas queda claro que la nave de Ulises no es una asamblea libertaria. La más sofisticada experiencia está reservada al jefe. Y si le sacamos un poco más de punta, podríamos hablar del placer de las ataduras, pero eso nos obligaría a cambiar de rumbo hasta llegar a la enigmática isla de doctor Freud…
Las sirenas. En la mitología griega, las sirenas eran mitad mujer, mitad ave. Así aparece en la cerámica antigua y así fue plasmado por algunos pintores románticos, que se resistieron, durante un tiempo, al encanto de la mujer-pez.
El salto a la fama lo dieron en la Edad Media, cuando en un bestiario anglosajón titulado 'Liber monstruorum' (siglo VII-VIII), aparece por primera vez la mujer-pez. Quizá por error. Quizá como consecuencia de una solitaria fantasía monástica: la mujer con escamas, la mujer escurridiza, la mujer sensual sin sexo, la mujer peligrosa. Las sirenas comienzan a aparecer en los capiteles románicos y en las miniaturas. La mujer inquietante. La mujer que atrae con el cuerpo y mata con el canto. Las sirenas darán la vuelta al planeta cuando las carabelas españolas y portuguesas inician la circunvalación de los océanos. Las carabelas, unidades psicóticas de la definitiva globalización, exhiben sirenas de madera en la proa. Las mujeres-pez irrumpen en la literatura y en la pintura. A los artistas románticos se les va un poco la cabeza y entre sirenas y orientalismos crearán un arquetipo femenino inalcanzable, que moverá pasiones y cartografías. La sirena se convierte en símbolo y aviso de nuevas presencias femeninas al otro lado de los mares. Y se producen motines en algunas de las unidades psicóticas que cruzan los océanos. El motín de la Bounty en los Mares del Sur, por ejemplo.
Nos queda el realismo mágico de Álvaro Cunqueiro, espléndido escritor gallego que en sus "Fábulas y leyendas del mar" (1982), se preguntaba si las sirenas tienen ombligo, cuestión que parece que llegó a interesar a don Ramón del Valle-Inclán. Liberadas las sirenas de la fantasía masculina mal ventilada, el mito regresa a su origen, sin escamas y sin oleajes sinuosos. Regresa la narración original, con su pregunta todavía sin respuesta: ¿Qué diablos cantaban las sirenas?
Algunos científicos creen que los marineros de la antigüedad mitificaron los lejanos aullidos de las focas monje, o se dejaron impresionar por la resonancia del viento en las rocas de algunas pequeñas islas del Mediterráneo. El filósofo alemán Peter Sloterdijk, del que hace un par de semanas cité su monumental trilogía 'Esferas', sobre la fenomenología del espacio, se deja seducir por Homero y apunta una teoría muy interesante: las sirenas siempre interpretan la música que el marino quiere oír.
"El fundamento misterioso de la irresistibilidad de las sirenas –escribe Sloterdijk en el primer volumen de Esferas- está en la circunstancia de que jamás interpretan su propio repertorio, sino sólo y siempre, la música del pasante. Si las sirenas encontraron víctimas entusiasmadas en todos los oyentes hasta Ulises –y especialmente en éste-, fue porque cantan desde el lugar del oyente. Su secreto es que interpretan exactamente las canciones en las que anhela precipitarse el oído del pasante. Por ello, el canto sirénico no sólo actúa sobre el sujeto conmoviéndolo desde fuera. Resuena, más bien, como si se llevara a cabo a través de él, consumadamente y como por primera vez, la conmoción más propia e íntima del sujeto, que entonces se decide a expresarse. Las sirenas son videntes melódicas".
Pensamiento Sloterdijk: Cada hombre contiene una melodía y las sirenas saben interpretarla. Cada ser humano anhelará algún día alcanzar el éxtasis en el interior de una esfera musical, porque hay una voz impresa en lo más profundo de su ser. La primera percepción exterior del embrión es la voz de la madre. Una melodía lejana y a la vez próxima. Una líquida melodía. La dimensión vital del ser humano es esférica porque siempre vivirá con el vago recuerdo de esa melodía, que una canción, un himno o una pieza musical pueden despertar. No me negarán que el razonamiento del filósofo alemán es poético y sugerente. El hombre en busca de su himno con los cascos y el i-pod en el metro. Corriendo en el parque. Andando por la gran ciudad. Presente y ausente.
"Quien escucha su himno ha triunfado", escribe Sloterdijk. "Los seres humanos no quieren aparecer como algo, sino sonar como algo; se necesitaba la moderna maquinaria de imágenes, que desde el Barroco estampa sus clichés en el pueblo, para enmascarar esa relación fundamental y para atrapar a las masas bajo el hechizo del individualismo visual, con sus vistazos rápidos, sus espejos y sus revistas de moda".
El sonido en el centro de la esfera humana. Sónar es el nombre del más novedoso evento social que ha generado Barcelona en los últimos decenios. Música e imagen forman la cápsula más exitosa de la ciudad que creció con las sirenas de las fábricas.
La interpretación del filósofo alemán es muy sugerente en la época de la música a la carta, del hombre con cascos y de una nueva economía sin sirenas industriales. Pero me parece que debemos regresar al texto original ('Odisea', Espasa, Colección Austral, traducción de Luis Segalá y Estalella) para escudriñarlo de nuevo. Dicen las sirenas en el canto XII: "Nadie ha pasado con su negro bajel sin que oyera la suave voz que fluye de nuestra boca, sino que se van todos después de recrearse con ella, sabiendo más que antes, pues sabemos cuantas fatigas padecieron en la vasta Troya argivos y teucros, por la voluntad de los dioses, y conocemos también todo cuánto ocurre en la fértil tierra".
"Conocemos todo cuánto ocurre en la fértil tierra". En la canción de las sirenas hay información. Quienes las escuchan "saben más que antes". Su canto es una crónica melódica que desvela secretos. Lo saben todo y la curiosidad mata de inanición a los oyentes. No pueden dejar de escuchar y sus pellejos se amontonan en la isla. Las sirenas matan cantando historias. Quizá Homero quiso lanzar un primer aviso sobre los riesgos hipnóticos de la información continua. Ayer, en una isleta del Mediterráneo; hoy, en el plasma insomne de los dispositivos digitales.
Si, hoy, las sirenas nos cantasen con voz melodiosa todos los misterios aún ocultos en la tierra que fue fértil en plusvalías inmobiliarias, la muerte no tardaba en llegar.
(No hay unanimidad sobre la posible ubicación geográfica de la isla de la Sirenas. Podría ser una pequeña isla de la costa de Sorrento, al sur de la gran bahía de Nápoles, llamada Galli. Es un lugar cercano a la isla de Capri, que en los años sesenta del siglo pasado inspiró un himno juvenil que conmovería a no pocos adolescentes).
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