RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

sábado, 22 de octubre de 2011

La emperatriz filósofa, Julia Domna (170-217)


Cuando Roma estaba a punto de sumergirse en una profunda y larga crisis política y económica, una serie de mujeres provenientes del lado oriental del imperio ascendieron a lo más alto del poder. En su papel de emperatrices, dieron un carácter y estilo diferentes a la familia imperial. La primera de ellas, Julia Domna, no sólo asesoró políticamente a su marido y después a su hijo, sino que dotó a la corte de una atmósfera filosófica e intelectual totalmente distinta a la vivida hasta el momento. Fue tal su esplendor que aquel período de la historia de Roma sería conocido como la edad de los Severos y de las mujeres sirias1.

La primera emperatriz siria

Julia Domna, cuyo nombre original era Martha (Domna era la transcripción latina de su significado, “señora”) nació en Emesa, la actual Homs, en Siria, el año 170. Hacía pocos años que su ciudad natal pertenecía al imperio en calidad de capital autónoma de una dinastía hereditaria. Su padre, Julio Bassiano, era el sumo sacerdote de la divinidad solar siria Baal. 

Cuando Julia tenía 15 años, se fijó en ella Septimio Severo. El que sería el primer emperador de la dinastía severa era entonces gobernador de la Galia Lugdunensis. En aquel momento se encontraba en la provincia siria comandando una legión. Septimio tenía entonces unos 40 años, estaba viudo y tenía dos hijas. El año 187 se casó con ella.

Cuando Julia marchó de sus lejanas tierras orientales para instalarse en la capital del imperio, no lo hizo sola. Su hermana, Julia Mesa, la acompañaba. 

La madre del imperio

Julia y Septimio tuvieron dos hijos, en 186 o 188, Lucio Septimo Bassiano (conocido como Marco Aurelio Antonino Caracalla) y Publio Septimio Geta en 189.

Cuando en el año 193 Septimio Severo fue proclamado emperador, Julia Domna recibió el título de Augusta. Tras este título, siguieron otros como el de Madre de los Augustos, Madre de la Patria y Madre del Senado2 convirtiéndose así en la emperatriz romana con más poder de la historia3

El año 196 recibiría también el título de Mater Castrorum por su presencia en los campamentos de las legiones que comandaba el emperador. Y es que Julia estuvo siempre al lado de Septimio asesorando y ayudando al emperador en las tareas del gobierno. 

Pero como ya sucediera con Aspasia más de seis siglos atrás, la emperatriz se ganó la antipatía de muchos hombres de gobierno, entre ellos su principal enemigo, el prefecto del pretorio, Cayo Fulvio Plauciano. Plauciano no dudó en llegar a acusar a Julia ante su marido de adulterio y, aunque Septimio hizo oídos sordos a las acusaciones, el poder de su esposa se vivió mermado sustancialmente. 

La filósofa
Fue ese el momento en el que la emperatriz se refugió en sus estudios espirituales y filosóficos. Julia hizo gala de sus grandes conocimientos de los sofistas y se rodeó de hombres cultos, eruditos, matemáticos, poéticas y médicos, destacando entre ellos nombres propios como el de Filóstrato o Galeno. 

Julia fue conocida como la emperatriz filósofa y, de nuevo se le llegaron a encontrar grandes similitudes con la erudita Aspasia

La triste descendencia
Su exilio filosófico terminó el año 205 cuando murió Plauciano. Desde entonces hasta la desaparición de Septimio en 211 en Britania, Julia volvió a colaborar en los asuntos del estado. 

Muerto el emperador, fue sustituido por su hijo Caracalla. Empezó entonces un terrible enfrentamiento entre este y su hermano Geta quien terminó sus días asesinado por el mismo Caracalla y en el regazo de su angustiada madre. 

Pero a diferencia de otras emperatrices madre como Agripina la Menor, enfrentada abiertamente con su hijo Nerón, Julia se tragó sus lágrimas y permaneció al lado de su hijo con el que volvió a gobernar el imperio ganándose la estima y aprobación de muchos.

El fin de la gloria
Cuando en 217 murió Caracalla, Julia Domna murió también como emperatriz. La madre del imperio decidió entonces que no tenía fuerzas físicas ni morales para seguir luchando contra todos los detractores que habían surgido alrededor del gobierno de su hijo. Un tumor en el pecho ayudó a reducir el tiempo de espera de la muerte. Aunque puede que se intentara suicidar, lo cierto es que murió de inanición por propia voluntad. 

Su cuerpo regresaría a Roma para descansar eternamente al lado de Septimio Severo en el Mausoleo de los Antoninos.



 Si quieres leer sobre ella 

Julia Domna, la emperatriz romana. Paloma Aguado García
Género: Biografía







Mujeres de la antigüedad, Jesús de la Villa (ed.). 
Género: Ensayo






Emperatrices y princesas de Roma, Juan Luis Posadas.
Género: Ensayo







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1. Mujeres de la antigüedad, Jesús de la Villa (ed.). Pág. 225
2 y 3. Emperatrices y princesas de Roma, Juan Luis Posadas. Pág. 197


POR SANDRA FERRER

viernes, 14 de octubre de 2011

La amante que podría haber reinado, Gabrielle d'Estrées (1573-1599)


Muchas han sido las favoritas de los reyes franceses desde que Carlos VII nombrara a la suya, Angès Sorel, de manera oficial. Todas sabían cual era su papel, cercano al corazón del monarca y alejado del trono real. Pero una de ellas, Gabrielle d'Estrées, se atrevió a soñar con lucir la corona de reina. El pueblo francés nunca se lo perdonaría.


Favorita contra su voluntad
Gabrielle d'Estrées nació alrededor de 1573 en el seno de una familia aristocrática en la que las mujeres se habían ganado una fama de lo más negativa. Desde su abuela que alardeó de haberse acostado con grandes personajes como el rey Francisco I hasta su propia madre, Françoise de La Bourdaisière quien llevó sus relaciones ilícitas a abandonar a su familia legítima y que moriría poco después de muerte violenta. 

La joven Gabrielle pasó su infancia en Picardía, donde su padre ejercía como gobernador. Siendo una bella mujer de 16 años, Gabrielle se enamoró perdidamente del conde de Bellegarde, Roger de Saint-Lary, Gran Escudero de Francia. 

A punto estaban de casarse cuando se cruzó en su vida el mismísimo rey de Francia. Bellegarde cometió el error de presentar a su joven y bella prometida a Enrique IV quien también se enamoró de Gabrielle. La pasión que se despertó en el monarca hizo que Enrique no dudara en quitarse de en medio al desdichado prometido para obligar a Gabrielle a convertirse en su amante. 

Roger aceptó resignado, algo que no hizo su amada. Ante la negativa de Gabrielle a sucumbir a los deseos reales, Enrique IV presionó a la familia de la joven quien la obligó a aceptar su nuevo papel de amante del rey. 

Esposa contra su voluntad
En 1592 Gabrielle fue entregada en matrimonio a Nicolas d'Amerval de Liancourt, Barón de Benais, con el único fin de mantener las apariencias, pues el viejo barón aceptó de buen grado el trato y la condición de no tocar a su esposa, cediendo tal honor al monarca.

Poco tiempo después Enrique era coronado en Chartres como rey de Francia después de haber abjurado del protestantismo y terminar una larga guerra conocida como la Guerra de los tres Enriques. Enrique IV había heredado la corona de su cuñado Enrique III en 1589 pero su credo contrario al catolocismo había llevado a Francia a un conflicto armado que se alargó durante años.

Por aquel entonces, en 1594, Gabrielle dio a luz a su primer hijo, César de Vendôme. Este era también el primer vástago del monarca quien, a pesar de llevar casado 12 años con Margarita de Valois, la pareja real, separada desde hacía mucho tiempo, no había concebido un heredero.

El odio del pueblo, el amor del rey
Enrique IV se decidió a legitimar a su hijo para lo cual tuvo que anular apresuradamente el matrimonio de Gabrielle en un proceso esperpéntico en el que su pobre esposo tuvo que confesar una supuesta impotencia. 

A partir de ese momento, Gabrielle inició una carrera meteórica como favorita sólo comparable con Diana de Poitiers en lo que a propiedades y bienes recibidos se refiere. No así el respeto que la gran senescala se ganó de la corte y el pueblo de Francia. Gabrielle provocó la indignación suscitada por tan insultante despilfarro del dinero público, en un país castigado por las guerras y las carestías y al borde de la bancarrota1.

Tras el nacimiento de César, llegaron Catherine-Henriette y Alenxandre de Vendôme. Gabrielle y Enrique, que habían empezado su relación de manera más que tortuosa, se convirtieron en fieles amantes.

El triunfo de la razón de estado
Terminado el largo conflicto dinástico y religioso, Enrique IV se vio obligado a afianzar su dinastía en el trono de Francia con una esposa y unos herederos legítimos. Margarita, alejada del rey desde hacía más de 10 años, estaba dispuesta a firmar la nulidad matrimonial pero sólo si recibía serias garantías de que Enrique se casaría con una mujer digna de ser reina. En la lista no se encontraba Gabrielle. 

Enrique aceptó las negociaciones que se iniciaron para casarse con María de Médicis. Fueron años de tensión y de jugar a dos bandos, haciendo creer a Margarita y al Papa que aceptaría su enlace con la joven florentina mientras convencía a su favorita que cada vez estaba más cerca de convertirse en reina. 

Pero al final, Enrique tuvo que sucumbir a la razón de estado. En la Pascua de 1599, atendiendo a los consejos de su confesor, invitó a Gabrielle a ausentarse por unos días de la corte. Contra su voluntad y dominada por un ataque de pánico, Gabrielle se despidió para siempre de Enrique.

Cuatro días después, el 10 de abril de 1599, moría en París, alejada del que fue su amor durante muchos años y al que estaba a punto de darle un cuarto hijo.

Oficialmente, Gabrielle d'Estrées murió de una eclampsia de la gestación avanzada. La sombra del asesinato era demasiado larga. El pueblo no lloró su muerte, más bien se sintió alviado por ver alejada para siempre la posibilidad de que una amante, por primera vez en la historia, se convirtiera en reina de Francia. 

A pesar de que Enrique IV sí lloró sinceramente la muerte de su favorita, la tristeza le duró bien poco. Dos meses después nombraba una nueva amante, Henriette de Balzac d'Entragues. Un año después terminaría casándose con María de Médicis. 
 Si quieres leer sobre ella 

Amantes y reinas, Benedetta Craveri
Género: Ensayo








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1. Amantes y reinas, Benedetta Craveri, pág. 87

Por Sandra Ferrer

martes, 11 de octubre de 2011

Romántica luchadora, Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873)


Gertrudis Gómez de Avellaneda está considerada una de las principales escritoras del romanticismo. Pero Gertrudis no sólo destacó por su belleza literaria. La defensa que hizo de los derechos de las mujeres sentó las bases del discurso emancipador de la mujer en la España del siglo XIX.

La pequeña Tula
Gertrudis, llamada cariñosamente por su familia como Tula, nació el 23 de marzo de 1814 en Camagüey, la antigua colonia española de Santa María de Puerto Príncipe, en Cuba. Su padre, Manuel Gómez de Avellaneda, era un comandante de la marina española destinado en Cuba, y su madre, Francisca de Arteaga y Betancourt era una joven cubana perteneciente a una de las familias más ricas de la isla.

Tula recibió una buena educación y tuvo una infancia feliz, incluso fue una niña un tanto consentida. Desde bien pequeña mostró una clara inclinación por la literatura y pronto se sumergió en la lectura de los grandes románticos franceses e ingleses como Víctor Hugo o Lord Byron.

Pero su tranquila y bucólica existencia se vio truncada cuando tenía tan sólo 8 años. En 1823 moría su padre, cambiando su vida para siempre. Un año después, su madre se volvía a casar con otro militar español, Isidoro de Escalada, quien nunca tuvo una buena relación con la pequeña Tula.

Por aquel tiempo, no sólo se enfrentó a su padrastro en varias ocasiones, sino que llegó a negarse a aceptar un matrimonio de conveniencia pactado por su familia. La joven se mantuvo firme en su postura a pesar de saber que su acto de rebeldía iba a suponer perder la importante herencia de su abuelo.

En 1836, Escalada decidió regresar a vivir a España a pesar de la negativa de su esposa. Tras un largo tiempo de peregrinaje por ciudades del sur de Francia y Galicia, la familia de Tula se instaló definitivamente en Sevilla.

La Peregrina enamorada
El ambiente cultural de la ciudad andaluza propició la creación literaria de Gertrudis quien, bajo el pseudónimo de “La Peregrina” escribió con gran éxito en periódicos y revistas. En esta primera etapa como escritora en España, Gertrudis conoció a Ignacio de Cepeda, su gran amor y su fuente de tristeza pues su pasión no fue totalmente correspondida.

En 1840 Gertrudis se trasladó a vivir a Madrid donde vivió unos años intensos no sólo en el aspecto literario sino también en el personal. Mientras se hacía famosa con sus poesías, Gertrudis conoció al poeta Gabriel García Tassara con el que tuvo otra tortuosa relación que terminó con un embarazo. Soltera y encinta, Gertrudis llegó a pensar que era el fin de su carrera literaria y así lo plasmó en su obra Adiós a la lira.

Por suerte, su situación personal no afectó a su carrera literaría como ella temía. En 1845 recibió dos premios del Liceo Artístico y Literario de Madrid y se situó a la cabeza de los principales escritores del momento.

Poco después nacería su pequeña María a la que llamaba cariñosamente Brenhilde. Gertrudis sufrió la desesperación y una profunda tristeza al ver morir a su pequeña siete meses después. El padre nunca se molestó en conocer a su hija.

Aplaudida en lo profesional pero sola en su vida sentimental, Gertrudis aceptó un matrimonio con Pedro Sabater, gobernador civil de Madrid. Este su primer matrimonio tampoco le daría la felicidad. Seis meses después Sabater moría súbitamente.

El convento de Nuestra Señora de Loreto se convirtió en su refugio durante un tiempo. Su estancia con las religiosas sería el punto de partida de un sentir religioso que, al final de sus días, estaría más presente en su vida.

A su tristeza personal se añadió en 1854 la frustración por no haber prosperado su candidatura a la Real Academia Española.

El consuelo de su patria
Tras un segundo matrimonio en 1856 con Domingo Verdugo, político de profesión, la pareja marchó a vivir a la Cuba natal de Gertrudis. Durante su estancia en la isla editó el periódico de mujeres Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello en el que mostró abiertamente su defensa de los derechos de las mujeres a la educación, así como su capacidad de liderazgo, estableciendo las primeras bases del discurso emancipador 1.

El fin místico de una gran romántica
En 1863 Gertrudis y Domingo volvieron a España. Ese mismo año Gertrudis se quedaba viuda por segunda vez.

De nuevo en Sevilla, y rodeada de un mundo espiritual y místico, Gertrudis Gómez de Avellaneda moría de diabetes el 1 de febrero de 1873. Tenía 58 años.

Gertrudis pasó a la historia de la literatura junto con Carolina Coronado como una gran escritora romántica del siglo XIX. Sus escritos llenos de pasión y provocación, cuestionando la subordinación de la mujer, fueron también considerados el inicio de un camino hacia la modernidad y la liberalidad de las mujeres de su tiempo.

 Si quieres leer sobre ella 


Gertrudis Gómez de Avellaneda, Cira Andrés y Mar CasadoBiografía








Ellas mismas, María Teresa Álvarez







 Algunas de sus obras
Sab, Gertrudis Gómez de Avellaneda
Género: Novela
Tu amante ultrajada no puede ser tu amiga; cartas de amor, Gertrudis Gómez de Avellaneda
Género: Novela epistolar






Entrada dedicada a Anna

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1. Historia de las mujeres en España y América Latina (III), Isabel Morant (ed.). Pág. 687


Por Sandra Ferrer

domingo, 9 de octubre de 2011

En favor de los demás, Eleanor Roosevelt (1884-1962)


Madre de sus hijos, esposa de su marido, primera dama de su país y defensora de los derechos humanos en todo el mundo, Eleanor Roosevelt fue una gran mujer que trabajó toda su vida por los demás. No en vano, Harry Truman la nombró “Primera dama del mundo”.

La niña abuelita
Anna Eleanor Roosevelt nació el 11 de octubre de 1884 en la ciudad de Nueva York. Era hija de Elliott Roosevelt y Anna Hall Roosevelt, quien llamaba a su hija cariñosamente “abuelita” por sus maneras de actuar un tanto anticuadas. Eleanor era sobrina del que sería presidente de los Estados Unidos al inicio del siglo XX, Theodore Roosevelt. Anna tenía dos hermanos pequeños y un medio hermano nacido de una relación extramatrimonial de su padre con una sirvienta.

A pesar de haber nacido en una familia adinerada y de la alta sociedad estadounidense, Eleanor no tuvo una infancia feliz. Cuando era una niña de 8 años vio morir a su madre de difteria, enfermedad que también se llevaría a uno de sus hermanos; dos años después desaparecía su padre después de haber sido ingresado en un sanatorio por sus graves problemas con el alcohol. Por aquel entonces Eleanor ya se había trasladado a vivir con su abuela materna aunque pronto marchó a Londres donde terminó sus estudios. Al otro lado del Atlántico, Eleanor consiguió desterrar sus sentimientos de inferioridad gracias en parte a Marie Souvestre, una educadora de la academia privada en la que ingresó, y que supo inculcar en Eleanor grandes dosis de autoestima. 




La esposa de su primo
En 1902, una joven alta, esbelta y bien educada, volvía a Nueva York para hacer su debut en la alta sociedad. Antes de terminar el año, Eleanor conoció a su primo Franklin Delano Roosevelt. Tras un breve noviazgo, el 17 de marzo de 1905 se casaron. La presencia al enlace del entonces presidente Theodore Roosevelt dio al acto una relevancia social importante.

Eleanor y Franklin fueron una pareja feliz los primeros años, a pesar de la oposición y las constantes críticas de la madre de Franklin, Sara Delano Roosevelt. Tuvieron 6 hijos, uno de los cuales falleció siendo aún un niño.

La esposa del senador
En 1910 Franklin fue nombrado senador del estado de Nueva York y la pareja se trasladó a vivir a Albany. Allí, Eleanor empezó a conocer los entresijos de la vida política y a participar en diferentes organizaciones. 



Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 ingresó en la Cruz Roja. En aquellos años también apoyó la Liga de las Mujeres Votantes, la Liga de Mujeres de la Unión de Comercio y la División de Mujeres del Partido Demócrata.

A pesar del distanciamiento que sufrió la pareja tras descubrirse un romance de Franklin con otra mujer, Lucy Mercer, Eleanor se mantuvo a su lado, sobretodo en momentos críticos como en 1921 cuando Franklin enfermó de poliomielitis. 




La esposa del presidente
En 1933 Franklin Delano Roosevelt era elegido Presidente de los Estados Unidos de América. Eleanor se convertía en la Primera Dama. Con sus años de experiencia política previos, Eleanor cambió la manera de hacer de su antecesora y tía, Edith Roosevelt, y de muchas otras primeras damas. En un tiempo en el que la mujer ejercía un papel relativamente reducido en la vida pública, la nueva Primera Dama dio más de 300 conferencias para mujeres periodistas y participó en multitud de actos políticos en defensa de los derechos femeninos, sobretodo de las mujeres afroamericanas y de los derechos civiles en general. La columna de un periódico llamada My Day fue testigo de sus pensamientos y opiniones en defensa de los más desfavorecidos.

La mujer activista
La muerte de su marido en 1945 y su aparente retirada de la primera fila política no detuvieron el espíritu de lucha incansable de Eleanor. Como delegada de la Asamblea de las Naciones Unidas y en su Comisión por los Derechos Humanos, participó en la formulación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.




Eleanor Roosevelt escribió cuatro libros en los que relató su vida y sus ideas y pensamientos en favor de los demás.

El 7 de noviembre de 1962, la incansable Eleanor fallecía a los 78 años de edad. Tras de sí dejaba una vida plena. Fue madre, esposa, política y activista. Fue una de las mujeres más influyentes de las Naciones Unidas que luchó toda su vida por los más desfavorecidos.

Enterrada en Hyde Park, al lado de su esposo, su funeral fue presidio por el presidente John F. Kennedy y dos ex presidentes, Truman y Eisenhower.

En 1996 se erigió en Riverside Park un memorial en su honor.

 Si quieres leer sobre ella 



Eleanor Roosevelt. La feminista que cambió el mundo
J. William T. Youngs





La pasión de ser mujer
Eugenia Tusquets y Susana Frouchtmann







Por Sandra Ferrer

martes, 4 de octubre de 2011

La bella bienvenida, Aspasia de Mileto (460 – 401 a.C.)


La verdadera figura de Aspasia de Mileto permanece oculta entre las voces que fueron escuchadas en su tiempo y permanecieron a lo largo de los siglos. Voces alzadas en su defensa, otras no tan benevolentes.

Aspasia vivió en la Atenas de Pericles. Compañera por un tiempo del gran político y estratega, Aspasia destacó por su inteligencia, su excelente retórica y sus amplios conocimientos médicos en el ámbito de la obstetricia. Quizás por todo eso, por ser una mujer culta y sabia, fue condenada a la crítica por muchos autores de su tiempo. Fue, al fin y al cabo, una personalidad excepcional pero que en su excepcionalidad completa el panorama general de la Atenas de Pericles 1.

Una extranjera en Atenas
No se sabe con exactitud las fechas del nacimiento y muerte de Aspasia, cuyo nombre significa "La bella bienvenida". Ingeborg Gleichauf marca los años 460 y el 401 a.C. como más o menos verídicos2. De hecho, los únicos datos sobre su vida se centran en el período comprendido entre su relación con Pericles y la muerte de Lisicles, su segundo marido. Sí que se conoce, sin embargo, su origen. 

Aspasia provenía de la ciudad jonia de Mileto, en Asia Menor, en el seno de una familia adinerada. Su padre, Axíoco, daría a la joven milenia una buena educación que le serviría como base para su vida intelectual en Atenas. 

Cuando Aspasia era una joven de 20 años, se trasladó con su padre a Atenas. En la capital de la Antigua Grecia, Aspasia era mujer y era extranjera. A pesar de ello, la joven milenia se hizo un hueco en la vida de la ciudad. Ingeborg Gleichauf asegura que Aspasia dirigió una escuela de heteras, mujeres que entretenían a sus clientes vendiendo su cuerpo y deleitándolos con su amplia cultura y sabiduría3. Por su centro pasaron filósofos como Anaxágoras o Sócrates y prontó llamó la atención del político Pericles. 

Amante y asesora
Pericles, quien amó profundamente Aspasia, no dudó en abandonar a su esposa y tomar a la joven milenia como su pallake o compañera ilegítima. Pericles y Aspasia tuvieron un hijo, Pericles el joven, al que el político ateniense terminaría legitimando.

Durante el tiempo que duró su relación, la inteligencia y sabiduría de Aspasia fueron utilizadas por Pericles quien dejó asesorarse por su amada en cuestiones políticas. Decisiones relativas al gobierno de la ciudad o en conflictos bélicos como la guerra de Samos o la guerra del Peloponeso parece ser que fueron tomadas con la ayuda de la sabia compañera.

Su unión, escandalosa desde el principio, y el hecho de que Aspasia destacara por su gran inteligencia, no gustaron a los círculos políticos e intelectuales de Atenas. Las voces en su contra y las críticas por su pasado como regente de un burdel fueron constantes en el tiempo que duró su relación.

Hasta la muerte de Pericles, en 429 a.C., Aspasia vivió fiel a su lado. A partir de ese momento se casó con Lisicles, un vendedor de grano con el que tendría otro hijo.

Fílosofa y erudita
A pesar de las muchas críticas que recibió, lo cierto es que pensadores coetáneos y escritores posteriores no dudaron en alabar a Aspasia. Sócrates le pedía consejo y le enviaba a sus propios alumnos al considerarla como una maestra excelente en filosofía y retórica. Plutarco escribió sobre Aspasia: fue altamente valorada por Pericles debido a que era muy inteligente y astuta en la política. Después de todo, Sócrates la visitaba algunas veces, trayendo consigo a sus discípulos y sus amigos más íntimos traían también a sus esposas para que la escucharan, y ello a pesar de que Aspasia dirigía un establecimiento ni respetable ni ordenado y educaba a un grupo de muchachas para cortesanas4

Doctora y científica
Aspasia también destacó como científica y médica. A pesar de que sus obras han desaparecido, otros ciendíficos como Aetius, médico personal del emperador bizantino Justiniano I, escribió una enciclopedia médica a partir de los conocimientos legados por Aspasia.

La obstetricia, la ginecología y la cirugía fueron sus ámbitos de acción e investigación. Aspasia fue capaz de detectar y prevenir embarazos de riesgo y desarrolló remedios naturales para el post-parto.

Aspasia fue una mujer excepcional, de excepcional belleza y excepcional inteligencia que estuvo a la altura de grandes hombres como Pericles o Sócrates; una mujer que legó sus conocimientos a la política, la filosofía y la ciencia, aunque la historia no la haya colocado en su justo lugar.

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1. Mujeres de la Antigüedad, Jesús de la Villa (ed.), pág. 86
2 y 3. Mujeres filósofas en la historia, Ingeborg Gleichauf 
4. Diosas, rameras, esposas y esclavas. Mujeres de la antigüedad clásica, Sarah B. Pomeroy, pág. 108

 Si quieres leer sobre ella 

Mujeres de la Antigüedad, Jesús de la Villa (ed.)
Género: Ensayo





Diosas, rameras, esposas y esclavas. Mujeres de la antigüedad clásica, Sarah B. Pomeroy
Género: Ensayo
Mujeres filósofas en la historia, Ingeborg Gleichauf 
Género: Biografías






Amantes poderosas de la historia
Ángela Vallvey









Por Sandra Ferrer