RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Feminismo y globalización: una mirada desde América Latina


Francesca Gargallo
UACM, 10 de septiembre de 2008
Las primeras y más contundentes evidencias de que la globalización del sistema capitalista financiero tiene muy poco que ver con un mundo de cambios científico-tecnológicos unificado bajo la égida de la justicia planetaria son el crecimiento vertiginoso de las diferencias entre ricos y pobres, así como la doble medida con que los sistemas de comunicación y los sistemas políticos y económicos del mundo tratan a los liberales pertenecientes a ese 21 por ciento de la población mundial que controla el 78 por ciento de la producción de bienes y servicios y consume el 75 por ciento de los recursos económicos, alimentarios y energéticos de la Tierra, y las mujeres y los hombres que pertenecen al 79 por ciento de la humanidad restante, en los países de industrialización  dependiente, cuando son críticos del supuesto desarrollo científico y de la economía de mercado.
Esta doble medida las feministas la conocemos bien, puesto que la evidenciamos hace años para denunciar cómo el sistema de dominación responde de manera diferenciada a las mismas acciones si son llevadas a cabo por los miembros de un grupo considerado hegemónico (los hombres) y los de un grupo dominado (las mujeres). Nosotras empezamos a hablar de doble moral sexual, doble rasero jurídico, y doble valoración económica cuando quisimos visibilizar que una acción efectuada por los hombres era bien vista, o aceptada, o tolerada, mientras era duramente reprimida y condenada –social, económica o jurídicamente- si efectuada por las mujeres. Esta doble moral es efecto de una relación social –material, concreta e histórica- que refuerza con su ejercicio: la relación entre las mujeres y los hombres, ligada al sistema de producción y trabajo, que consagra la explotación de las primeras por los segundos, oponiendo sus intereses.[1]
Hoy las feministas debemos empezar a reflexionar si el 79 por ciento de la humanidad ha sido “feminizada” (literalmente reducida a la clase social de las mujeres) por el sistema financiero transnacional, en modo de poderse permitir la represión de todos los actos que lleve a cabo para detener su explotación, o si las mujeres siempre fuimos el más evidente y totalizado de los grupos dominados por las sociedades desiguales, por lo que hoy otras mayorías son relegadas a una posición secundaria por el sistema, como nosotras lo fuimos en el pasado reciente y lo seguimos siendo en el presente a pesar de la visibilidad y poder que algunas, muy pocas, están alcanzando al interior del sistema mismo.
La feminización de lo que se quiere conquistar es una constante en la historia de la Modernidad,[2] habiendo iniciado con la conversión del territorio llamado América por sus invasores en una “tierra para otros”,[3] eso es en una tierra y poblaciones al servicio de la riqueza y bienestar de otros, donde los habitantes originarios fueron desplazados en su propio territorio, al mismo tiempo que se explotaba su fuerza de trabajo y se naturalizaba su inferioridad social.
Parecería que hoy el mundo entero y todos los pueblos y personas que no pertenecen a un puñado de clases dirigentes de la Europa centro-occidental, el Asia nororiental y el norte de Norteamérica son excluidos de la autorrepresentación de la modernidad -su civilización y su desarrollo- exactamente porque su trabajo le es indispensable a ese puñado de clases dirigentes para definirse como portadoras de una cultura política y económica modelo.[4] La globalización consiste básicamente en una reorganización profunda del sistema de producción, distribución y consumo a escala mundial. En nombre de una modernidad que sólo beneficia a quien la impone, se violenta el trabajo de las mayorías, las tierras ancestrales de pueblos que se han resistido a renunciar a su cultura tradicional, las riquezas ambientales de la humanidad, las formas agrícolas ancestrales de producción. La feminización del mundo no dominante correspondería por lo tanto a la apropiación por el occidente masculinizado del trabajo de hombres y mujeres, su cosificación como herramienta de producción y reproducción. Ahora bien, para perpetuarse, esta feminización necesita naturalizarse, volverse explicable mediante un esquema que jerarquiza la desigualdad en nombre de superioridades e inferioridades “naturales”, cuando no “raciales”[5] -o sea inmutables, ajenas a toda emancipación y marginadas de la historia- entre los seres humanos.
Para analizar la globalización como un proceso de feminización de todas las mayorías del mundo debemos recordar que éste es el resultado último de un complejo sistema de represión de la materialidad e identidad de quienes el mismo occidente masculinizado define de antemano como impropios de emancipación política, libertad de juicio, derechos económicos y autodeterminación ambiental, por “atrasados” frente al modelo que impone y prohíbe alcanzar al mismo tiempo.
Por nuestra experiencia histórica, rescatada por los estudios feministas, las mujeres sabemos que las sociedades dominantes que se identifican con la masculinidad linear y sus imposiciones culturales provocan que las y los dominados no accedan al conocimiento de su propia realidad. Terminan por vivirla como algo determinado desde fuera de su voluntad, sin relación con su ser, como algo impuesto por quien los odia. Según Carla Rice, “el odio hacia las mujeres –expresado tanto en las imágenes como en los actos de violencia cotidianos- nos empuja hacia fuera de nuestros cuerpos. Nos hace igualmente perder la razón”;[6] de idéntica manera, las mujeres y los hombres de los pueblos campesinos de México, India, Centroamérica, la región andina, la Amazonía, el África subsahariana, China, y otras regiones, sufren la expulsión de sus tierras y la violencia contra sus formas de vida, con la subsecuente conversión en indigentes urbanos dispuestos a cualquier trabajo legal o ilegal, como una condena de un poder que los rebasa y contra el que cuesta la razón organizarse.
A la vez, así como muchas mujeres “migraron” hacia las formas de vida que consideran prerrogativas de la clase social de los hombres e intentan “masculinizarse”  para sobrevivir a la violencia de la misoginia, millones de seres humanos migran hoy hacia Europa y América del Norte con la ilusión de alcanzar el modelo de vida de quien los explota. Lo que pierden al hacerlo no pueden analizarlo mientras enfrentan el hecho duro que desde 1980 no ha habido una disminución de la pobreza, sino que ésta se ha incrementado, provocando la dispersión y la agudización regional de un hambre que mata o crea daños irreversibles en las capacidades neuronales de la mayoría de niñas y niños del mundo.[7] Al no poderlo analizar, las mayorías pauperizadas de la globalización no pueden entenderlo: aun la vida en su condición de oprimidas y oprimidos sólo les representa un valor por ser el único capital que pueden invertir para la adquisición del status de trabajador-a-es de un país que dirige el proceso de globalización.[8]
De tal modo, la experiencia de las mujeres echa luz sobre los procesos por los que atraviesan grupos de personas siempre mayores, por no decir la mayoría absoluta de la humanidad, y nos recuerda que cuando “una cultura siembra la desconfianza sobre sí misma, así como sobre el ser humano, logra constituir una sociedad agresiva y en constante defensa”.[9]  Así cuando leemos al Secretario General de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Juan Somavia, afirmar que “La globalización destruye las industrias tradicionales y crea en consecuencia un aumento del número de desempleados superior al que los sectores industriales de tecnologías avanzadas son capaces de absorber. El resultado es la marginación de los trabajadores del mundo industrializado y también del menos desarrollado, que no disponen de posibilidades de adaptarse a la nueva situación”;[10] pues, cuando leemos estas palabras, deberíamos ser capaces de entender que esa mayoría que somos las y los trabajadores no sólo no dispone de las posibilidades de adaptarse sino que sufre la violencia de un cambio estructural impuesto.
Según Óscar Olivera y Raquel Gutiérrez, “el viejo asalariado, con contrato fijo, concentrado en grandes empresas, sindicalizado con derechos laborales asegurados y reconocimiento corporativo ante el estado, rápidamente está dejando de existir, pero simultáneamente estamos ante un crecimiento de un nuevo tipo de trabajador asalariado y de obrero social mucho más numeroso y más importante económicamente que antes, aunque carente de organización, materialmente fragmentado, temeroso, sin presencia legítima ante el estado que no sea el simple voto ciudadano y desconocido en el valor económico de su agregación”.[11]
La transformación laboral de la globalización no toma en cuenta ninguna organización gremial, precisamente para que las mayorías feminizadas no tengan el tiempo y las condiciones para adaptarse, se desbanden y no puedan defenderse colectivamente. De ahí a separar las y los obreros en unidades productivas menores, insertas en los ámbitos de la dominación patronal, muy semejantes a las familias donde la dominación masculina recluye a las mujeres, no hay sino un paso.
La lectura de la feminización de las mayorías en la globalización es muy fácil para quien tiene claro que las mujeres no son inferiores a los hombres, sino que fueron arrojadas a conformar una clase social basada en el sexo, una “megaclase” interna a las demás clases  que atraviesa las etnias y las religiones, para que su explotación sea considerada natural y su rebelión un hecho contra-natura. Como todas las desviaciones, la rebelión de las personas feminizadas debe reprimirse necesariamente en cuanto aparezca, pero es mejor que no se manifieste. Para ello, el sistema de explotación capitalista global aplica la constante represión de las opiniones divergentes a su discurso ordenador –ver los encarcelamientos de periodistas en la Convencional Nacional Republicana en Estados Unidos, por ejemplo- y desarrolla mecanismos (des)educativos de internalización de la inmutabilidad de la situación de las mayorías.
No obstante, no podemos decir que, dada la feminización de todas las mayorías en la globalización, la miseria y la supervivencia no se están convirtiendo en condiciones muy específicas y generalizadas de las mujeres, así como que las mujeres sufren los embates de la transformación de la economía mundial de la misma manera que los hombres. Por un lado tienen una más antigua tradición de resistencia a la opresión generalizada, lo que les permite mantenerse en lucha aun cuando parece no haber esperanzas, y por el otro parten de una situación de desventaja inicial que hace más difícil sobrellevar la carga de la desigualdad que la globalización agudiza.
Hablar de la feminización de la pobreza, por ejemplo, dadas las prácticas de despojo agrario, tecnologización del trabajo otrora campesino, pérdida de los apoyos sociales para las tareas de reposición de la mano de obra, “es hablar de una realidad que viene de lejos: el feminismo lleva tiempo utilizando esta expresión para connotar el creciente empobrecimiento material de las mujeres, el empeoramiento de sus condiciones de vida y la vulneración de sus derechos fundamentales. Cuando la impresión generalizada es la de que las vidas de las mujeres están mejorando en todo el mundo, las cifras desmienten este tópico. Es un hecho verificable, por ejemplo, que en las familias del Primer y del Tercer Mundo, el reparto de la renta no sigue pautas de igualdad, sino que sus miembros acceden a un orden jerárquico de reparto presidido por criterios de género”.[12]
Uno de los efectos más rotundos de los programas de ajuste estructural inherentes a las políticas neoliberales es el crecimiento del trabajo gratuito de las mujeres en el ámbito doméstico, resultado de los recortes de los programas sociales por parte de los gobiernos en Europa y Estados Unidos, y, en América Latina, de la pérdida de credibilidad de los discursos sindicales, gremiales, colectivistas donde las mujeres pujaban para que las transformaciones políticas se dieran en los ámbitos público, privado e íntimo. Las funciones de cuidado (a la salud, a las niñas y niños, ancianos y en general a las personas dependientes, a la higiene, la nutrición y la educación) recaen nuevamente con todo su peso en las mujeres de familias que apenas principiaban a liberarse de ellas.
Paralelamente, y no sin contradicciones, sobre todo en las periferias urbanas del continente latinoamericano, los crecientes índices de inseguridad social y violencia callejera conllevan nuevas obligaciones para las mujeres, desde las de evitar la visibilidad -tanto frente a la delincuencia como frente a la policía para no convertirse en víctimas sin esperanza de obtención de justicia- hasta las de asumir los cargos del cuidado colectivo, adquiriendo un rol de madres simbólicas de algunos sectores populares urbanos. En este caso, su trabajo obtiene un peso social, público aunque todavía no político, que redunda en la mayor seguridad de todas las mujeres, en la lucha por la vivienda, en la valoración de su experiencia, y en la configuración de relaciones sociales “diferentes de las hegemónicas”.[13] El cuidado colectivo, se explicita en comedores comunales, en organización popular femenina, en comités del vaso de leche, clubes de madres, juntas vecinales, escuelas y guarderías comunitarias, en Bogotá, Lima y demás ciudades, y siempre tiene que ver con la situación de pobreza de las mujeres-madres implicadas en él.[14] Estas mujeres-madres simbólicas y reales se anclan al barrio para proteger la movilidad de las otras mujeres y de  los hombres de un núcleo familiar tan ampliado que abarca a la totalidad de su territorio. Los beneficios que reciben no son materiales, se ubican más bien en el nivel de la autoestima y la identificación social, pues sus trabajos “ofrecen a las participantes la oportunidad de salir del hogar y superar la situación de aislamiento que caracteriza su vida”.[15]
No obstante, esta actividad agotadora y socialmente indispensable, no desmiente que el empleo asalariado de la mano de obra femenina se ha convertido para las mujeres de todos los sectores sociales en la casi única forma de trabajo reconocida por los censos, por muy disgregados por género que estén. Tampoco impide que las mujeres accedan al mercado de trabajo global en condiciones laborales inimaginables tan sólo en la década de 1980. Se les exige flexibilidad en los horarios y adaptación a actividades diversas, se les despide sin compensación, se controla su fecundidad, se calcula su disposición a trabajar en horarios irregulares, parciales o totales, sin ofrecerles ninguna condición de seguridad para acceder a las maquilas (no es casual que feminicidios y maquilas convivan en todo el territorio mexicano y centroamericano),[16] o se les obliga a prestar sus servicios a domicilio. “Saskia Sassen no sólo sostiene que se está feminizando la pobreza, sino que se está feminizando la supervivencia. En efecto, la producción alimenticia de subsistencia, el trabajo informal, la emigración o la prostitución son actividades económicas que han adquirido una importancia mucho mayor como opciones de supervivencia para las mujeres”[17] en la última década y media.
Más allá de que las mujeres hayamos sido empujadas al trabajo asalariado cuando éste perdió todas sus garantías sociales, es necesario también notar que las estrategias de desarrollo que acompañan y sostienen la globalización neoliberal, al fomentar la idea que el trabajo es básicamente servicio, nos empuja al trabajo doméstico asalariado, a la industria del sexo –como tal o como derivada del turismo y el mundo del espectáculo- y de las remesas de dinero que las migrantes envían a sus países de origen. Éstas, como lo hace notar muy bien Jules Falquet al decir que las mujeres hemos sido obligadas –de manera forzada o por convencimiento mediático- a entrar a la globalización, son las herramientas de los gobiernos y de los organismos internacionales para amortiguar el desempleo provocado por la terminación del antiguo pacto social-demócrata del estado social y la modificación del mercado de trabajo,[18] en particular el abandono de la preferencia por la producción localizada por la de la comercialización global financiera.
Como hace dos siglos la revolución industrial, la actual globalización “libera” una gran cantidad de mano de obra del campo, a través de privatizaciones forzadas de la tierra cultivable por las políticas de desarrollo y los planes regionales. Se trata literalmente de explotar las “últimas reservas de mano de obra disponibles, muy en particular la femenina y rural, que habían quedado en parte fuera de las relaciones de producción asalariadas”.[19] En Chile como en México, entre las silvicultoras y las pescadoras, en Colombia como en Paraguay, en toda Centroamérica, contra la propiedad colectiva y las organizaciones de pueblos originarios, se reforman las leyes, se lanzan planes regionales, se disminuye la producción de alimentos remplazándolos por productos agrícolas industrializables (la soya transgénica tanto como el maíz para los hidrocarburos), demostrando que los estados otrora impulsores de la emancipación y el desarrollo económico, se han tornado en instrumentos de la (des)regularización del mercado, enteramente subordinados al mundo de los negocios. De tal manera que lejos de desaparecer o “aligerarse” como pretenden los teóricos liberales, hoy son los organizadores de que al lado de la economía formal se desarrolle una vasta esfera de economía informal-mafiosa ligada a las finanzas especulativas, a los paraísos fiscales, a las ventas de armas, drogas y órganos, al tráfico de seres humanos, una “criminalidad financiera” que reinvierte sin fin sus considerables ganancias sin propiciar el bienestar de ninguna población.[20] Se sirve de ese mismo estado, pretendidamente débil o “adelgazado”, para que utilice todo el peso de su fuerza como capacidad represora, porque la criminalidad financiera necesita del orden de la propiedad privada, de la seguridad para sus inversiones y sobre todo del control de las mayorías para actuar cobijado por una impunidad que ya es legal.[21] En este clima político donde el límite entre delincuencia y legalidad se ha perdido, la Organización de las Naciones Unidas, la mayoría de las grandes empresas técnicas de asistencia (ONGs, misiones de apoyo, fondos), el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, aunque sean de hecho pesadas instituciones burocráticas, impulsan el fortalecimiento de la globalización al mediar con los elementos duros de las políticas financieras estatales, ejerciendo como instrumentos de persuasión/coerción de las bondades de la democracia occidental, del sistema de mercado, del turismo diferenciado,[22] de la no participación política, del consenso social. En pocas palabras, hacen el papel del policía “bueno” que en las sesiones de tortura intenta convencer a la víctima de colaborar con el policía “malo” para su bien.
La resistencia al sistema me parece hoy la única forma de ganar tiempo, de detenernos en la corrida alocada hacia el fin del mundo al que nos condenan el ecocidio y el magnicidio que acompañan la globalización neoliberal. Un tiempo indispensable para crear una-s alternativa-s sociales a la globalización que no impliquen necesariamente el regreso al feudalismo. El feminismo nos puede explicar cómo las mujeres hemos desarrollados estrategias de sobrevivencia a la misoginia, para poderlas socializar y convertir en prácticas de enfrentamiento a la globalización neoliberal en cuanto formas de lucha contra el sistema de clase-género (se trata de estrategias políticas no hegemónicas ligadas a la historia particular de las mujeres como grupo dominado económica, cultural y socialmente, una historia que define su diferencia al interior del sistema de dominación masculina y que por ello mismo permite a las mujeres que tienen conciencia de ella construir alternativas a la idea eje del patriarcado, que es la idea de poder).
Para ello es muy importante visibilizar (para controlar el hecho en sí como diría Foucault), denunciando y organizando a su alrededor la resistencia, que el sistema financiero global, al ser legalizador del crimen como método de gobierno, por un lado feminiza a todas las mayorías del mundo al convertirlas en una megaclase oprimida sin derecho a la emancipación, y por el otro ahonda las diferencia entre las mujeres y los hombres con el fin de reorganizar, como propone inteligentemente Falquet, el mercado de trabajo con base en la existencia de dos megagrupos humanos, el de los hombres en armas –que no importa cuantas mujeres, entendidas como seres sexuados, incluya- y el de las mujeres de servicio –que no importa a cuantos hombres incorpore. Estos dos grupos siguen siendo jerárquicos, pues las “mujeres de servicios”, lejos de alcanzar la igualdad sexual mediante su incorporación al trabajo, sufren un endurecimiento de las relaciones sociales por sexo al deberles servicios sexuales, laborales, de descanso, domésticos, de entretenimiento, de seguridad a los “hombres en armas” a cambio de su supervivencia económica. Eso es las mujeres se reconfiguran como clase laboral dependiente que sostiene el mercado de armas y de personas encarnado por los hombres definidos por su labor en los ejércitos nacionales y supranacionales, las policías privadas y públicas, las bandas delincuenciales, los traficantes de niñas, niños, armas, drogas, órganos, y mujeres para el solaz de un divertimiento “masculino” que incluye el espectáculo de la tortura y la muerte a nivel global.
Para las feministas la lucha contra el sistema patriarcal capitalista, el sistema de dominación masculina en su etapa neoliberal de rápida movilización de bienes e informaciones,  resulta urgente, pues en él todos los sistemas de explotación/opresión/dominación se refuerzan, el sistema de clases y el sistema racista, pero sobre todo el sistema jerárquico de opresión sexual.

[1] “Esta relación social es una relación de clase, ligada al sistema de producción, al trabajo y a la explotación de una clase por otra. Es una relación social que las constituye en clase social de las mujeres frente a la clase de los varones, en una relación antagónica (ni guerra de sexos, ni complementariedad, sino que llanamente una oposición de intereses cuya resolución supone el fin de la explotación y la desaparición de las mujeres y de los varones como clase)”: Ochi Curiel y Jules Falquet (compiladoras), El patriarcado al desnudo. Tres feministas materialistas: Colette Guillaumin, Paola Tabet, Nicole Claude Mathieu, Brecha Lésbica, Buenos Aires, 2005, p. 8.
[2] Doy a la categoría de “modernidad” el significado de Sistema-Mundo propuesto por el historiador y sociólogo Immanuel Wallerstein para definir el sistema capitalista de matriz occidental y expansiva, cuyo desarrollo sistémico inició con la invasión de América en 1492, y que él hoy define en crisis terminal. “El moderno sistema mundial, como sistema histórico, ha entrado en una crisis terminal y dentro de cincuenta año es poco probable que exista”, Immanuel Wallestein, Conocer el mundo, saber el mundo. El fin de lo aprendido. Una ciencia social para el siglo XXI, Siglo XXI editores-UNAM, México, 2001, p.5
[3] La idea que las mujeres en su conjunto, como “segundo sexo”, son construidas como “seres para otro”, se encuentra formulada en Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, (1947) Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1981, dos vols.
[4] La idea que los modelos son propuestos exactamente porque son inalcanzables, convirtiéndolos en imposiciones culturales –o “coerciones seductoras”- con consecuencias materiales, la he trabajado en muchas ocasiones en talleres y artículos para denunciar la “masculinización” como modelo propuesto por el sistema a las mujeres, con el fin de que se desgasten en conseguir ser como hombres y no puedan proponer una-s alternativa-s al sistema dominante (alternativas civilizatorias, como las definiría Margarita Pisano). Esta idea se encuentra también en Francesca Gargallo,Ideas feministas latinoamericanas, UACM, México, 2006.
[5] Por supuesto, no hay razas biológicas entre los seres humanos, pero la idea de raza ha ejercido su peso discriminatorio en la historia de la humanidad, y fundamentalmente a partir del proceso de Modernidad que racializó la esclavitud, ligándola al proceso de guerra y comercialización de las personas raptadas en África por el aparato comercial-colonial europeo para ser vendidas en América, racializando de paso también la sumisión, como actitud propia de los pueblos indios.
[6] Carla Rice, Mi cuerpo es un campo de batalla. Análisis y testimonios, ediciones La Burbuja, Valencia, 2006, citado por María Elena Méndez, Adelay Carías y Melissa Cardoza, La vida vive en mi cuerpo, Centro de Estudios de la Mujer de Honduras, Tegucigalpa, 2008, p. 67.
[7] Bernardo Kliksberg, “La discriminación de la mujer en el mundo globalizado y en América Latina: un tema crucial para las políticas públicas”, VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del estado y de la Administración Pública, Lisboa, 8-11 de octubre de 2002, en www.clad.org.ve/fulltext.0044502.pdf. Desde hace veinte años, la FAO intenta una desesperada defensa de sus actividades subrayando que pobreza y hambre no son sinónimos, y que la “revolución verde” que propició en la India a principios de la década de 1970 ha sido exitosa ya que ha reducido las hambrunas del subcontinente paquistano-indio-bengalí (Ver al propósito: “0cho falsos tópicos sobre el hambre en el mundo”, publicado en ABC, Madrid, 10 de noviembre de 1996, p.90-91, se encuentra también enhttp://es.geocities.com/gazteluko/bioetica101.html). A pesar del embate defensivo, numerosos estudios críticos posteriores demuestran que la relación pobreza-hambre es un hecho que desemboca en la desnutrición crónica y la muerte por inanición de enteras poblaciones (Laila Jauri Simarro utilizó datos de la misma Fao y de Unicef y el World Food Programme de 2005 para afirmar que “el hambre y la desnutrición son factores importantes del ciclo de la pobreza”, ver: “Desnutrición y pobreza. La plaga del siglo XXI”,  enhttp://www.fao.org/worldfoodsummit/spanish/fsheets/food.pdf)  y que la “revolución verde” ha contribuido con creces en la desertificación del mundo, las hambrunas y la reducción de las tierras cultivables por desgaste ecológico (Ver: Mariela Zunino: “Argentina: lo que la soya se llevó… Desnutrición y hambre en el país de los alimentos”, Boletín CIEPAC, n.544, San Cristóbal de las Casas, 21 de septiembre de 2007, también enhttp://www.ecoportal.net/content/view/full/72703 )  
[8] A pesar de que la globalización es presentada por sus sostenedores como un proceso de construcción de la “aldea global”, en realidad es un proyecto imperialista de dimensiones extremas, donde los capitales se mueven rápidamente de un país a otro, aunque no dejan de pertenecer a un-os grupo-s  de capitalistas o a conglomerados empresariales de un estado-nación capaz de imponer el libre mercado a los países que domina manteniendo para sí el privilegio del “proteger”  su producción y su mercado. Este tipo de estado-nación dominante pone al servicio de su clase dirigente todo su poder de represión económica y militar.
[9] Margarita Pisano, El triunfo de la masculinidad, Surada ediciones,  Santiago de Chile, 2001, p. 15.
[10] Juan Somavia, Intervención en la X Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, UNCTAD, 16 de febrero de 2000.
[11] Oscar Olivera, Raquel Gutiérrez y muchos otros, Nosotros somos la coordinadora, Fundación Abril-Textos rebeldes, La Paz Bolivia, 2008, p. 84.
[12] Rosa  Cobo y Luisa Posada, “La feminización de la pobreza”, El País, Madrid, 15 de junio de 2006. También enwww.mujeresenred.net/spip.php?article620
[13] Raúl Zibechi, América Latina: periferias urbanas, territorios en resistencia, Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2008
[14] “Los comedores alimentan alrededor del 7% de la población de Lima, estimada en unos 7,5 millones. Pero ese medio millón de platos que reparten diariamente supone casi el 20% de la población en situación de pobreza extrema”, Raúl Zibechi, Ob. cit., p. 142.
[15] Cecilia Blondet y Carmen Moreno, “Cucharas en alto”, IEP, Lima, 2004,  p. 20.
[16] A este propósito ver el estudio de Mariana Berlanga Gayón, El feminicidio: un problema social de América latina. Los casos de México y Guatemala, tesis para obtener el grado de Maestra en Estudios Latinoamericanos, UNAM, FFyL, agosto de 2008.
[17] Rosa Cobo y Luisa Posada, Ob. Cit.
[18] Jules Falquet, De gré ou de force. Les femmes dans la mondialisation, La Dispute, París, 2008
[19] Jules Falquet, Ob. Cit., p. 36-37
[20] Jean Maillard, Un monde sans loi. La criminalité financière en images, Stock, París, 1998, citado por Jules Falquet,Ob. Cit, p. 43.
[21] Un caso paradigmático del uso de los estados por parte del capital financiero es el de las compañías hoteleras transnacionales. En Honduras, por ejemplo, éstas utilizan a los órganos represivos del estado hondureño para obligar, mediante medidas coercitivas que llegan al asesinato, a las mujeres garífunas a renunciar a sus tierras de labranza frente al mar (necesarias para que su cultura se sostenga, ya que implica el doble trabajo tradicional de la comunidad, el pesquero masculino y el agrícola femenino: ver Francesca Gargallo, Garífuna, Garínagu, Caribe, Siglo XXI Editores, México, 2001) en nombre del “desarrollo” de complejos turísticos en la costa Caribe del golfo de Honduras. En la actualidad, las y los garífunas de las comunidades de San Juan Tela, Tornabé, Miami, Triunfo de la Cruz están enfrentando un proyecto financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) a través de un crédito de 14,9 millones de dólares, que prevé la construcción de un mega complejo que ocupará más de 500 hectáreas de tierra y una franja de playa de tres kilómetros, “Los Micos Beach & Resort Centre”, en cuyo interior se prevé edificar cuatro hoteles de alta gama, 256 casas de lujo, centros comerciales, parques temáticos, recorridos para paseos a caballo y el infaltable campo de golf. Para su realización, deben rellenarse 80 hectáreas dentro de la Laguna de Micos, lo que equivale a incrementar los peligros en caso de huracanes y a exacerbar la grave crisis hídrica que viven las comunidades de la zona, comprometiendo su equilibrio ecológico, provocando la alteración de los cursos de agua y, por tanto, del funcionamiento de los mismos humedales. La Laguna de Micos está registrada bajo el número 722 dentro de los humedales protegidos por la Convención Internacional de Protección a los Humedales, conocida como RAMSAR, y es parte del Parque Nacional Jeannette Kawas (PNJK). Según la Organización Fraternal Negra de Honduras (OFRANEH), “El proyecto turístico Los Micos Beach & Resort Centre, que prevé una inversión de entre 140 y 200 millones de dólares, es parte del proyecto del BID conocido como el Programa Nacional de Turismo Sostenible (HO-0195), el cual también pretendió la construcción de un aeropuerto vecino a las Ruinas de Copán, lugar conocido con el nombre de Piedras Amarillas. La intervención de la UNESCO logró frenar las pretensiones del BID y de los empresarios turísticos, los que llegaron al extremo de utilizar al actual Ministro de Cultura para insinuar al organismo internacional que le retirará la distinción de Patrimonio de la Humanidad a las ruinas mayas, y así poder proceder a la construcción del aeropuerto”. El proyecto turístico de Los Micos viola numerosos acuerdos internacionales (Acuerdo sobre la Diversidad Biológica-CBD; el Convenio para la Conservación de la Biodiversidad y Protección de las Áreas Naturales en América Central -decreto 183/94), leyes forestales nacionales, directrices ambientales del propio BID , así como el reglamento interno del Parque.
La historia de explotación del Caribe hondureño está manchada de sangre y ha sido ejemplo de represión en contra de las comunidades garífunas organizadas de la zona, que se oponen a la ocupación y explotación de sus tierras ancestrales en las cuales viven desde 1797. El 30 de junio de 2006, el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras, COPINH, tuvo que emitir un comunicado de solidaridad  con la comunidad Garífuna de San Juan Tela, y en particular con “Jessica García, presidenta del Patronato de San Juan Tela. El día 22 del presente mes, un desconocido llegó a su casa para ofrecerle dinero a cambio de su firma de un documento reconociendo los derechos de la empresa privada PROMOTUR a las tierras comunitarias. Cuando rehusó aceptar la propuesta, le obligó firmar el documento a la fuerza, encañonándola con una pistola y amenazándola”. Asimismo, COPINH denunciaba: “la larga serie de amenazas y ataques contra la comunidad de San Juan Tela y la persecución de sus líderes comunitarios, hechos que han quedado en la impunidad. En noviembre del 2005, le quemaron la casa y archivos de Wilfredo Guerrero, presidente del Comité de Defensa de Tierras, quien ha sido encarcelado en varias ocasiones por su lucha en defensa de la tierra de la comunidad. En enero del año en curso, sicarios armados y encapuchados acompañaron a representantes de la PROMOTUR en San Juan e intimidaron a la comunidad. En marzo y abril del 2006, otras casas de miembros de la comunidad fueron destruidas. Es más, aún no se ha esclarecido el macabro asesinato del 26 de febrero de este año, cuando los cadáveres de Epson Andrés Castillo y Yino Eligio López se encontraron en una laguna. Los jóvenes Garífunas de la comunidad de San Juan Tela fueron detenidos la noche anterior por agentes de las fuerzas armadas de Honduras, quienes se informa estaban asignados a proteger el área destinada a la construcción del megaproyecto turístico Los Micos en la bahía de Tela”.
[22] El turismo global es en realidad un sistema de servicios y prostitución de las poblaciones del sur del mundo, como lugar de destino turístico, para masas indocumentadas de habitantes del norte del mundo. El turismo no tiene reciprocidad para el derecho a la libertad de movimiento de las poblaciones del sur, pues tienen los caminos hacia el norte cerrados por falta de acceso a las visas y los requisitos económicos para su estadía. El turismo tiene por fin explícito propiciar los ingresos de las compañías hoteleras globales, todas de matriz europea, norteamericana o japonesa, que han suplantado las posadas familiares y la hotelería y los servicios de alimentación locales, y no el conocimiento de otras realidades, lugares y culturas.

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