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miércoles, 23 de marzo de 2005

Los movimientos feministas como motores del cambio social

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Por Sonsoles Cabo Mesonero y Laura Maldonado Román. Universidad de Salamanca

La Historia tiende a presentar los avances sociales conseguidos por las mujeres como la consecuencia de un progreso que marcha por sí solo, como el resultado de un proceso en el que, en todo caso, las mujeres no han influido. En cambio, la reconstrucción de la Historia muestra que las mujeres sólo han logrado conquistas sociales allí donde y cuando ha habido mujeres luchando y protagonizando esas conquistas. Han sido las luchas de muchas mujeres, las que nos permiten hoy gozar de derechos que en un pasado muy próximo fueron negados. Mientras no cambien las sociedades en las que vivimos, serán básicamente las reivindicaciones y éxitos de las mujeres las que permitirán seguir avanzando en la igualdad formal -legal- en unos casos y en la igualdad real -de oportunidades y trato.
Las mujeres, igual que los hombres, tienen opiniones y actitudes políticas e ideológicas muy diversas porque tienen intereses muy diferenciados, pero como seres humanos tienen una serie de derechos comunes que van desde el derecho al trabajo, a la libertad de expresión, a participar activamente en la política, a estudiar, al sexo, y también al merecido descanso después de largas jornadas de trabajo, el derecho al ocio, la cultura y los aspectos lúdicos.
Ridiculizar las cuestiones que afectan a los derechos de las mujeres es una estrategia en la que se han empeñado siempre los sectores más inmovilistas de la sociedad.
Frecuentemente, muchos de los problemas de las mujeres han sido problemas "invisibles", desde la "doble jornada" (en el trabajo y en casa) hasta el llamado "techo de cristal" (barrera no explícita que suelen encontrar las mujeres para alcanzar puestos directivos en las empresas públicas y privadas).
El hecho de intentar mantener a la mujer oculta en casa ha sido una forma de mantenerla oculta. Lo que no se ve no existe. La nueva mujer, la mujer con derechos, se ha hecho presente precisamente al salir a trabajar fuera de casa y al llegar a exigir lo que a una le corresponde sin sentirse mal por ello, en definitiva, ser personas independientes que actúan en consecuencia. Pero en estos momentos en los que la estrategia de ridiculización no se considera políticamente correcta, algunos tienden a adoptar la estrategia del silencio. Se oculta no sólo lo que tiene que ver con el feminismo sino lo que tiene que ver con las mujeres, sus derechos y sus organizaciones.
Lo que está pasando en estos momentos en los movimientos feministas suscita una serie de reflexiones: en primer lugar, el feminismo está actualmente visible básicamente en los ámbitos académicos, en la investigación y en el enunciado de los cambios sociales, pero más escasamente en la opinión pública. Como movimiento social, aparentemente está poco activo.
No podemos decir que no haya mujeres trabajando por el feminismo, reivindicando la igualdad, luchando por ella, pero no se facilita su presencia pública, con el argumento de que no interesa ,que carece de sentido. Ciertos sectores de la sociedad, a los que no les interesa la igualdad, han intentado, aislarlo, ocultarlo. Por eso, han dejado que sea una cosa de mujeres y para mujeres, pero que no merece mucho la pena compartir entre todos.
Sin embargo, las mujeres están saliendo adelante y en muchos países se han dado avances importantes en los últimos años. La principal causa para que esto sea así es que la educación se impone, y en los países más adelantados no sólo se está alcanzando la igualdad en los niveles educativos más altos, sino que es está haciendo con grados de aprovechamiento más fructíferos.
En las sociedades más avanzadas de nuestro tiempo, en general, y los movimientos feministas en particular, son fuerzas vivas y muy activas que difícilmente van a poder ser paradas por muchas estrategias que se invente para contrarrestarlas.
El proceso es tan imparable que la mayoría de la opinión pública ha asumido que se trata de uno de los principales motores actuales del cambio social. Los cambios logrados para alcanzar la igualdad formal y las acciones positivas para avanzar en la igualdad real han sido instrumentos de utilidad para la igualdad de la mujer.
Este es el camino para que interpretemos bien la declaración Universal de Derechos del hombre, que empieza diciendo: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos". Este es el camino para hacer ciudadanos , es decir, personas libres iguales, autosuficientes, a las que su comunidad reconoce el derecho a ejercer todas sus capacidades y potencialidades, porque ser ciudadano o ciudadana no es sólo tener derechos civiles (libertades), ni sólo derechos políticos (participación en la res pública), es también tener derechos sociales (económicos, culturales y sociales) para poder sentir que todos y todas formamos parte de una comunidad.
LOS MOVIMIENTOS FEMINISTAS
Se considera que los movimientos feministas tienen su origen en la Declaración de los derechos universales de igualdad y de libertad promovidos en la Revolución Francesa y en la Ilustración, donde las mujeres tomaron conciencia de su situación y comenzaron a reivindicar la igualdad en todos los terrenos, tanto en derechos como en oportunidades y no solo para varones.
Recientemente, muchas voces sabias nos dice que el feminismo ya no es necesario porque las mujeres ya han resuelto sus problemas. ¿Es este análisi correcto? es evidente que se pueden dar respuestas diferentes, todas con argumentos convincentes.
En los setenta se afirmaba que el movimiento feminista era un fenómeno nuevo, desde sus propias filas surgió la tesis contraria. Apoyado por le trabajo de las historiadoras, las feministas y con ellas los interesados en los movimientos sociales redescubrieron el sufragismo. El olvido del movimiento sufragistas que contrastaba con la memoria sobre el movimiento obrero del siglo XIX formaba parte de la "invisibilidad" de las mujeres. Un movimiento que había sido importante, potente y que ningún análisis político histórico riguroso podía ignorar, había caído, sin embargo, en el más completo olvido.
El descubrimiento del sufragismo permitió ver que las mujeres no convertirían por primera vez en un movimiento social en los setenta y que por tanto no eran un "nuevo" movimiento. Las mujeres, al calor de la Revolución francesa se habían cuestionado su situación social y el rol que les había asignado. Se comprometieron con la revolución porque pensaron que sus demandas serían atendidas. Mientras los revolucionarios debatían sobre los derechos del hombre, plantearon los derechos de las mujeres indicando que como grupo social tenían una especificidad que debía ser tomada en cuenta. No sólo sus demandas finalmente no se incorporaron a la agenda política, sino que se las persiguió, se las encarceló y, en muchos casos se las guillotinó por defender estas ideas.
Las sufragistas recogieron el testigo es esta generación de mujeres. Aceptaban el análisis sobre la situación de inferioridad de las mujeres, es decir, su discriminación y pedían el acceso al mundo público del cual habían sido excluídas. Si bien, planteaban diversas reivindicaciones como el derecho a la educación y a poder tener un trabajo remunerado, convirtieron a la participación política en el medio para conseguir las otras demandas. El derecho al voto se convirtió, así, en el aglutinante de la movilización de las mujeres. Esto demuestra el respeto al parlamento y a la democracia representativa que tenían, cuando otros sectores sociales consideraban que sus reivindicaciones jamás podían ser atendidas por los parlamentos democráticos y que éstos debían ser eliminados.
El movimiento sufragista se desintegra poco antes de que se les otorgue el derecho ,al voto a las mujeres en muchos países occidentales. Al igual que ahora, conseguido el voto para las mujeres se estimó que el feminismo ya no tenía razón de ser. Sin embargo, a finales de los setenta hay una nueva rebelión de las mujeres en contra de sus situación social que se considera que es discriminatoria. resurge el feminismo como un movimiento social y su movilización no es sólo social, sino que se traslada también a las instituciones políticas económicas y culturales.
En este momento, las reivindicaciones de las mujeres se plantean en tres grandes áreas de actuación, no sólo piden acceso a las actividades y puestos de los que están excluidas.
En primer lugar, señalan que su biología no las condiciona para ser exclusivamente madres. Que tienen derecho a la sexualidad, al control de su cuerpo y a decidir libremente sobre su maternidad.
En segundo lugar, plantean que las relaciones entre los hombres y mujeres tiene un componente de poder.
En tercer y último lugar, señalan que existe una dicotomía entre lo público (la economía, la política y cultura) y lo privado (la familia) y que el rol que tiene en el ámbito privado es tan importante para el funcionamiento social como el público. La familia es también una unidad de producción de bienes y servicios.
En estas tres nuevas áreas de demandas feministas surgen las reivindicaciones concretas que centran las movilizaciones: el derecho al aborto; la paridad como forma de terminar con la jerarquía hombre/mujer y el poder masculino; y la exigencia de que el trabajo doméstico y los servicios que hacen las mujeres en el hogar sean reconocidos y compartidos. Muchas de estas demandas son incorporadas a la agenda de los poderes públicos que comienzan a implementar políticas específicas. Sin embargo, en muchos casos esta incorporación a la agenda pública no ha hecho que las actuaciones cambien efectivamente la realidad. Las estadísticas siguen mostrando que existe discriminación hacia las mujeres.
¿Ha desaparecido el movimiento feminista? Quizás conviene comenzar por recordar que un movimiento social no es un partido político o una organización que mantiene su existencia independientemente del grado de participación, movilización o acceso a los medios de comunicación. Un movimiento social. Esta diversidad es la que ha caracterizado a los movimientos feministas antes y ahora.
Si comparamos las distintas oleadas feministas lo que tienen en común sus demandas es que se basan en la constatación de que el sexo biológico se convierte en género social. Es decir, el hecho de ser mujer no es sólo un fenómeno biológico; sobre la biología se le construye un rol social y unos ámbitos de participación que constituyen su género. A este género se le asigna un estatus inferior que se traduce luego en la discriminación. Las sociedades y su organización social, económica y cultural ha cambiado históricamente. Sin embargo, en cada caso se ha mantenido esta jerarquía entre los géneros y esta discriminación. Por eso el feminismo reaparece a través del tiempo. Como la expresión en cada período histórico es diferente, las mujeres se han encontrado con discriminaciones de diferente tipo y en cada uno de los períodos de "resurrección" del feminismo se plantean reivindicaciones específicas.
Existe un movimiento de mujeres que es más amplio que el movimiento feminista. Esto es verdad. Pero no se puede olvidar que las conquistas de las mujeres han estado asociadas a la movilización feminista. Si hoy muchas mujeres no feministas o antifeministas tienen derechos políticos y pueden realizar otras actividades en el mundo público, es porque otras mujeres, las feministas lucharon por ello, en algunos casos dejando su vida en el camino.
LA MUJER ESPAÑOLA
La situación de las mujeres en los últimos años del siglo XX en este país. Todas estas mujeres parecen que han conseguido la igualdad con respecto a los hombres, pero esto es sólo apariencia. Las libertades y los aspectos en los que estas mujeres han logrado la equiparación con el grupo masculino en realidad sólo representan la espuma de la sociedad y todo ello, por tanto, no representa una situación de igualdad sino solamente la apariencia, en aspectos concretos y formales, de esta pretendida equiparación.
La situación de las mujeres del llamado primer mundo es muy semejante aunque hay matices que diferencian diversos grupos atendiendo a la clase social, al nivel cultural, al nivel de desarrollo político del país en el que reside, etc.
La clase social, el nivel cultural, el espacio geográfico concreto en el que habita, la religión dominante y la fuerza de la misma en la sociedad, el desarrollo político, etc., son, entre otros factores, categorías de análisis de las que no se puede prescindir al valorar la situación femenina, pues también es muy diversa según los diferentes grupos que se deducen de las anteriores categorías citadas. Por todo ello e insistiendo en lo anteriormente dicho, la situación femenina no puede generalizarse ni siquiera dentro del propio Estado español. A pesar de ello, todas las mujeres, en mayor o en menor medida, tienen algo en común, esto es la subordinación al género masculino. Esta subordinación ofrece variadas perspectivas y mayor o menor intensidad, pero todas las mujeres sufren y muchas de ellas pugnan por eludirla, lamentablemente no todas.
Tampoco puede olvidarse el nivel laboral e incluso la situación familiar de cada mujer para poder definir su grado de subordinación y las posibilidades de igualdad con el grupo masculino. Todo esto es matizar demasiado pues llevaría a la afirmación de que cada mujer es una situación determinada y diferente y, aunque hay cierta verdad en esta afirmación, una cierta globalización puede hacerse y es útil para intentar un acercamiento a la situación actual de las mujeres españolas.
Sólo un grupo muy reducido puede demostrar a la sociedad su emancipación con respecto a los hombres de su familia. Es una minoría integrada por mujeres encuadradas en los grupos privilegiados. Son mujeres que gozan de una desahogada situación económica debida a su origen familiar o a su condición de buenas profesionales de cualquier ámbito. Pero esta mujeres que socialmente se desenvuelven solas, con autonomía y libertad, son una minoría si se tiene en cuanta a la totalidad del país. La mayoría de las mujeres españolas viven en sus casas dedicadas a las tareas domésticas. Esto no es impedimento para que también tengan una actividad laboral fuera de sus casas cuando la unidad familiar requiere su colaboración económica. Estas mujeres sufren la presión social que las responsabiliza de todo lo doméstico, a pesar de ser buenas profesionales. El patriarcado mantiene la asignación de tareas, y aunque tolera que desempeñen trabajos públicos remunerados, de cualquier nivel, desde registradoras de la propiedad hasta asistentas por horas, esto se debe a que en cada caso la economía familiar precisa de su contribución pero no las exime del cumplimiento de sus obligaciones familiares.
Esta actividad laboral de las mujeres puede inducir a pensar que las mujeres han logrado la igualdad con los hombres pues se les permite acceder a cualquier puesto de trabajo. La ley defiende esta situación que en realidad es una falacia, puesto que, aunque existe la posibilidad teórica de acceder a cualquier puesto de trabajo, hay que valorar las posibilidades reales que tienen las mujeres para ello. Pero además, hay que reconocer que esto supone una doble carga, ya que no se les exime en la mayoría de los casos, como antes señalaba, de sus obligaciones domésticas, que no suelen compartirse. Su trabajo les permite gozar de los bienes suficientes para comprar ayuda doméstica en algunos casos, pero la mayoría de las mujeres trabajadoras soportan la doble jornada, el cumplimiento de ambas obligaciones, profesionales y domésticas.
Por tanto, aunque hay libertad laboral y en teoría las mujeres se han equiparado en este aspecto con los hombres, esto oculta una situación injusta, pues las profesionales femeninas siguen siendo responsables de las tareas domésticas, cosa que repercute en su actividad laboral sobre todo en las actuaciones relacionadas con la promoción, ascensos, etc. Junto a esto, es necesario valorar también las dificultades y costes que las mujeres han sufrido para conseguir un puesto de trabajo y si han sido equiparables a las de los hombres de su mismo nivel. Habría también que valorar la cualificación de cada uno en niveles semejantes.
Mi segundo punto de reflexión, que aunque las posibilidades laborales para las mujeres no suponen la igualdad con los hombres, si son una vía de acceso a la libertad. Esta es una idea muy importante, sobre todo para las mujeres delas jóvenes generaciones. La mayoría de ellas luchan por tener su puesto de trabajo y ser independientes. La situación es muy diferente para las mujeres nacidas en los años cuarenta y cincuenta. De este grupo es sólo una minoría las que han accedido al mundo laboral. La mayoría permanece como amas de casa, que es para lo que se les había educado, tanto las de las clases altas como las de las bajas. Las que no han accedido al mundo laboral dentro de las clases altas, cuando los hijos son mayores, las más inquietas llevan a cabo algunos trabajos eventuales y subsidiarios y las de las clases inferiores, si las necesidades económicas familiares lo requieren "echan horas" en alguna casa.
La situación es muy diferente según la edad de las mujeres. No puede considerarse un solo modelo o una sola mentalidad femenina, hay que tener en cuenta todos los cambios políticos y socioeconómicos que se han desarrollado a lo largo del siglo XX y que han influido en la evolución de la educación y actividad de las mujeres.
La guerra civil del 36, había sacado a las mujeres de sus casas y las había llevado a trabajar ocupando los lugares de los hombres que combatían. Luego fue difícil que volvieran de buen grado a sus casas, perdiendo la libertad que habían tenido. Otro hecho importante fue el mayo del 68. En él se planteaba un nuevo pensamiento para la sociedad occidental. Los/as niños/as que nacieron a partir de entonces fueron educados a partir dentro de otros esquemas mentales; bien es cierto que no siempre, pero sí en bastantes casos. Esto ha dado lugar a que las mujeres y algunos hombres hijas/os de aquel acontecimiento, tengan una mentalidad diferente. Esta situación para el caso español se unió a la llegada de la democracia a partir de 1975. Todo ello ha dado lugar a que se hay producido un importante cambio para estas nuevas generaciones. Ahora casi la totalidad de las mujeres son conscientes de que no debe haber restricciones a su proyección social y que no tienen porque estar subordinadas a maridos, padres, hermanos, hijos, etc. Por ello lucha y reivindican la igualdad de derechos, obligaciones, etc. Además, como algunos hombres son conscientes de esta situación, sería deseable que todo ello tuviera una proyección social que ofrezca un futuro mejor y más justo para las mujeres.

sábado, 5 de marzo de 2005

Ni Putas ni Sumisas. El sexo en los guetos urbanos.


Por Fadela Amara




Texto extraido del libro "Ni putas ni sumisas" sobre la creación de este movimiento feminista. Un movimiento de denuncia de la violencia y la opresión que las jóvenes inmigrantes viven en los barrios marginales, que ha levantado ampollas pero que también ha roto el tabú.



El sexo en los guetos urbanos. Fadela Amara
La sexualidad en las barriadas obreras siempre ha sido un tema tabú, y, precisamente por ello, se ha convertido en una cuestión fundamental: el sexo ha pasado a ser objeto de todas las conversaciones, de todos los fantasmas, pero sin referencias y sin libertad. Cuando yo era adolescente no se hablaba de ello con los adultos, y ni siquiera se abordaban las cuestiones relacionadas con la pubertad, como, por ejemplo, la primera regla. Una chica descubría su cuerpo y sus transformaciones por sí misma. Afortunadamente, en el instituto nos daban clase de educación sexual y allí podíamos hacer preguntas, entre dos ataques de risa tonta. Cuando ya tenían la regla, las cosas se hacían más difíciles para las chicas. Lo único que sus madres les decían podría resumirse en los siguientes términos: "¡Se acabaron los chicos!". Una joven decente no podía andar por la calle porque corría el riesgo de quedarse embarazada. Era el único discurso vinculado con la sexualidad que las chicas oían. De lo demás, de todo lo referente al acto sexual o a la vida amorosa, era imposible hablar.
Fuente de violencia Veinte años más tarde, la situación ha empeorado. En las barriadas obreras no existe prácticamente otra educación sexual que la que se recibe a través de las cintas de vídeo porno que pasan de mano en mano. Una vez más, estoy convencida de que el papel de la educación pública francesa es fundamental. Para paliar las carencias, la escuela ha de desempeñar un papel motor en la educación, en su sentido más amplio, de los futuros ciudadanos. Por eso las clases de educación sexual que se imparten en los centros escolares han de ampliarse para abarcar cuestiones como el deseo, el placer, el respeto al compañero o a la compañera, cualquiera que éste o ésta sean, y no abordar sólo la prevención del sida, por muy importante que la cuestión siga siendo hoy.
Más allá de la miseria cultural, una auténtica miseria sexual hace estragos en los suburbios, y esta frustración ha alimentado la violencia. Para seducir a otra persona, para construir una relación, al menos hay que poder acercarse a ella, que se produzca un intercambio en un ambiente sosegado. Esto se ha vuelto imposible en las barriadas obreras, donde la mixidad ha desaparecido. La presión moral que se ejerce sobre las chicas es increíblemente fuerte y cualquier relación amorosa queda adulterada. El imperativo de la virginidad pesa en la vida diaria de las chicas, que saben que más les vale que no las desfloren, pues de lo contrario pagarán un altísimo precio. Una chica que se ha acostado pierde su reputación. Toda la barriada se entera y la chica lleva la infamia como si fuera una marca impresa con un hierro candente. No es una chica decente, sino una chica fácil, a la que llaman guarra y a la que tratan como si lo fuera. A partir de ahí, los tíos de la barriada pueden permitírselo todo con ella.
En semejante sistema de relaciones, entre chicos y chicas sólo puede haber historias de amor cojas, llenas de malestar y de prejuicios. Lo que debería ser una relación natural, espontánea. se vive como una transgresión, un pecado susceptible de provocar una sanción por parte del tribunal social. ¡A lo que se suma el rechazo de los demás y la amenaza de un castigo divino! A las relaciones amorosas les cuesta desarrollarse en las barriadas obreras. A los chicos tampoco les resulta sencillo vivirlas. Cuando un chico está enamorado -aquí decimos que está quécro-, los demás le consideran como un bufón, por eso hará todo lo posible por ocultarlo. Y es que en la tribu masculina los sentimientos se consideran signos de debilidad y sólo priman los valores viriles. Un chico enamorado puede ser muy tierno con su compañera en la intimidad y tratarla como un felpudo en público. Para una chica, salir con un chico que pertenece a una pandilla puede convertirse enseguida en un infierno, porque los demás chicos siempre se entrometen.
He podido observar esta transformación con ocasión de discusiones cara a cara con chicos jóvenes. Cuando están solos saben mostrarse tranquilos, dulces, atentos. Algunos pueden hacer declaraciones extraordinarias, recitar poemas, escribir cartas que parecen de Alfred de Musset en la jerga de los suburbios. Pero en cuanto se les unen los amigos, sufren una metamorfosis: cambian de lenguaje y de actitud frente a las chicas, e inmediatamente integran la violencia como forma de expresión. Cuando los hombres están en grupo, la agresividad vuelve a dominar. Un chico también procurará no salir con las hermanas de sus amigos, porque esa relación se percibiría como una traición. A veces se producen historias del tipo Romeo y Julieta al pie de las torres de pisos: una chica y un chico del mismo barrio, criados juntos, se enamoran, pero no pueden vivir su historia porque el chico no puede hacerle eso a su colega.
Para demostrar su conformidad con el modelo de macho, los chicos se hacen los duros y se jactan de "consumir amiguitas". Algunos, claro está, no comparten este modelo, pero, para que les dejen en paz, hacen gala de un comportamiento idéntico. Por consiguiente, un ligue nunca dura mucho. Los más duros durísimos tratan a las chicas como objetos que se pueden pasar de unos a otros. Algunos incluso llegan a compartir a su amiguita y a urdir auténticas trampas para ganarse la aprobación del grupo. Son los fenómenos de las violaciones colectivas, que en ocasiones van acompañadas de actos vandálicos. Samira Bellil lo explica perfectamente en su libro, y también recogimos, con ocasión de la Marcha, algunos testimonios terribles, como el de una directora de instituto que nos contó que, unos años atrás, dos de sus alumnos, hermano y hermana, habían muerto la misma noche. El chico tenía 15 años, y su hermana, 13. "Aquella noche", nos explicó, "unos amigos vinieron a buscarlo a casa porque organizaban una violación colectiva en unas chabolas que había no muy lejos de allí. Eran tíos de otro barrio, a los que no conocía demasiado, pero se fue con ellos. Cuando llegaron al lugar, la violación ya había empezado. Y ella era su hermana. Entonces perdió los estribos, corrió a casa, cogió el arma de su padre, volvió al lugar y se puso a dispararles a todos, empezando por su hermana, y luego a los demás. Por último volvió el arma hacia sí y se pegó un tiro". Pero no ocultaremos la verdad: las violaciones colectivas no son ninguna novedad y no se producen únicamente en las barriadas obreras. También existen en los buenos barrios, sólo que se habla menos de ellas. (...)
La obligación de la virginidad Para poder vivir su vida sentimental, las chicas se las arreglan como pueden. Por lo general, evitan salir con un chico de su barrio y buscan amigos en otra parte, pero entonces la relación ha de permanecer oculta. Tiene un solo lema: "Para vivir felices, vivamos a escondidas". Cualquier ligue ha de llevarse en secreto. Incluso fuera de la barriada, mostrarse en público de la mano de un hombre significa exponerse a mucho riesgo.
Hemos tenido numerosos testimonios de este infierno en la Maison des Potes. Historias de hermanos que le ajustan las cuentas al chico y luego le dan una paliza a su hermana. Y para verificar que la chica no ha "tenido un desliz", el padre solicita un certificado de virginidad. Parece de otros tiempos, pero es una amarga realidad. En los barrios, hoy día, hay médicos especializados en la emisión de certificados de virginidad. Algunos lo practican por convencimiento, pero la mayoría lo hacen sobre todo porque saben que firmar falsos certificados de virginidad es la única manera de librar a las chicas de unas represalias que pueden ser terribles. Sin embargo, esta verificación no absuelve totalmente a la joven, que deberá pagar un precio, al igual que su madre, a quien incumbía la tarea de vigilarla. Entonces llegan los golpes, la reclusión en casa y a veces el envío al pueblo o un matrimonio forzoso. Los hombres de la familia hacen todo lo preciso para "salvar el honor" de ésta y de su apellido. El castigo puede llegar hasta el caso extremo del asesinato.
Porque la obligación de la virginidad mata a las chicas en las barriadas obreras, tanto en sentido literal como figurado, porque también sofoca toda libertad. El himen se ha convertido en el símbolo de un cuerpo reservado sobre el que gravita el honor de una familia, de una comunidad. Los hombres se han apropiado del cuerpo de las chicas, han pasado a ser sus cancerberos. Y ello no afecta sólo a las chicas de origen inmigrante: las jóvenes francesas de pura cepa también son a menudo víctimas de ello. Los testimonios que recogimos con ocasión de la Marcha de las Mujeres contra el Gueto y por la Igualdad nos revelaron que las jóvenes francesas viven las mismas experiencias que sus amigas procedentes de la inmigración. Cuando estas jóvenes salen de sus casas, se acaba para ellas la libertad. En el seno de la familia tal vez puedan hablar de sexualidad, de sus relaciones con los chicos, pero en cuanto cruzan el umbral del hogar familiar pasan a ser como las demás y viven exactamente la misma violencia. Están igual de vigiladas y sometidas al control masculino y al tribunal de la comunidad. La condena será igualmente brutal si se sabe que salen con un chico y que han tenido relaciones sexuales.
Esta opresión que viven las mujeres ha cambiado profundamente las prácticas amorosas y sexuales. Hemos asistido a una auténtica vuelta atrás y los comportamientos machistas se imponen nuevamente en el seno de las parejas. Se trata de la implantación de un nuevo orden moral que toma a las chicas como rehenes. Ello no impide que haya relaciones sexuales -muchas chicas, con velo o sin él, las tienen-, pero éstas han de plegarse a determinadas condiciones. Como han de conservar su virginidad para preservar el honor de la familia y del barrio en general, las jóvenes se ven obligadas a vivir una sexualidad oculta, que desgraciadamente pasa a menudo, sobre todo en las primeras relaciones, por la sodomía. Y si empleo la palabra desgraciadamente no es por establecer un juicio moral, sino porque ellas lo viven muy mal. Todos los testimonios recogidos en el Livre blanc redactado para los Estados Generales lo ponen de manifiesto.
Es muy duro oír a una chica de 16 o 17 años, muy enamorada de su chico, hablar de su temor de que éste la deje si ella se resiste a hacer el amor con él. Es contradictorio, pero la vida en las barriadas obreras también se compone de esas cosas. La mayoría de las chicas acepta tener relaciones sexuales a condición de preservar su virginidad y se dejan sodomizar con regularidad. Nos cuentan que esta forma de sexualidad no les proporciona ningún placer y que lo viven como una obligación. Lo único que hacen es someterse para satisfacer el deseo de su compañero. (...)
La distancia que pueda haber entre mi generación y la de ellas me parece vertiginosa. Nosotras luchamos por conquistar el derecho a vivir nuestra sexualidad. Aunque el tema fuera tabú, las familias aceptaban tácitamente las relaciones que teníamos con nuestros compañeros. Todo el mundo lo sabía, pero formaba parte de lo que no se decía.
Las primeras acciones En la Maison des Potes de Clermont-Ferrand creamos en 1989 una comisión de mujeres de la que me nombraron responsable porque yo conocía bien la situación de las chicas en las barriadas obreras, pues yo misma la había vivido unos años antes. En el marco de esta comisión quisimos hacer frente a los problemas ligados a la falta de libertad de movimiento que tenían las chicas en dichas barriadas. También quisimos gestionar problemas delicados: beurettes en situación de ruptura familiar, chicas que se quedaban embarazadas... Estas situaciones resultaban muy duras para la época, pero aquello no era más que el principio: las cosas aún empeoraron. A la mayoría de las chicas que recibía en el servicio de atención permanente las conocía desde que eran niñas. Resultaba duro oír a una chavala a la que había visto crecer que estaba embarazada y ver el pánico que aquello le generaba. Reprochaba duramente a las asociaciones y al sistema nacional de educación que no hubieran visto emerger el problema de la sexualidad en las barriadas obreras y en las familias, donde la cuestión ni siquiera se mencionaba.
Lo que empecé a percibir y que me asustó mucho fue que no íbamos a tardar en presenciar explosiones agresivas. Para nosotros, aunque no tuviéramos años de estudios, había quedado claro que llegaría el momento en que aquella escalada de la violencia alcanzaría un punto álgido. Que la cosa no iba a quedarse en la prohibición de salir, ni siquiera en los insultos o los empellones. Los miembros de la comisión de mujeres y yo denunciamos este proceso de escalada de la violencia, pero sin saber cómo hacer para detenerla, porque no contábamos con los medios necesarios para combatirla.
Entonces seguimos intentando desarrollar nuestras actitudes a favor de las chicas y de las mujeres. Contábamos con la ayuda del Ayuntamiento de Clermont-Ferrand; de Michèle André, secretaria de Estado de los Derechos de las Mujeres del Gobierno de Rocard, que nos escuchó, y de Michel Charasse, persona indispensable que siempre ha estado presente en los momentos difíciles. Pero, al mismo tiempo, éramos conscientes de que aquello no bastaba. Que no se podía actuar contra esta violencia mientras no se detuviera el proceso de guetización. Que era preciso desarrollar una verdadera política, con los medios pertinentes, para desenclaustrar a las barriadas obreras y mezclar a las poblaciones, social y étnicamente. Teníamos el convencimiento de que, desde que se había empezado a hablar del malestar de los suburbios en la década de los ochenta, desde lo acaecido en las Minguettes, que había desembocado en particular en la Marcha de los Beurs, el objetivo seguía siendo el mismo: romper los guetos era la única vía para solucionar una parte de los problemas de violencia. Si nos hubieran hecho caso en aquella época, tal vez la situación no habría degenerado hasta este extremo.
Las primeras explosiones agresivas fueron sofocadas y no se oyó hablar de ellas o acaso muy poco. Pero nosotros ya las habíamos localizado. Se produjeron secuestros y repatriaciones, matrimonios forzosos e incluso asesinatos de hijas descarriadas. Tratamos de alertar a las autoridades públicas, a los políticos, pero nadie nos escuchó. Luego, en noviembre de 2002, pasó lo de Sohane, aquella joven de 18 años que fue quemada viva por un chico en un cuarto de basuras en Cité Balzac, Vitry-sur-Seine. Enamorado despechado o lío entre jóvenes: el móvil todavía no se ha esclarecido del todo, pero el asesinato provocó una convulsión en la opinión pública. A los dos días se convocó una marcha silenciosa, a la que se unieron muchísimos jóvenes de los barrios que acudieron a rendir homenaje a Sohane y a decir "¡basta ya!" a la escalada de la violencia. También a consecuencia de esta tragedia, en junio de 2003, se constituyó un colectivo denominado Féminin-Masculin cuyo objetivo es promover el respeto a las mujeres en las barriadas obreras. Por consiguiente, el asesinato de Sohane marcó un punto de inflexión, pero nosotros ya éramos conscientes de la situación y habíamos empezado a reaccionar bastante antes.
Cuando en el año 2000 entré a formar parte del equipo nacional de la Federación de las Maisons des Potes, con el cargo de responsable de la Comisión Nacional de Mujeres, hice mucha presión para que convirtiéramos la cuestión de las mujeres en una de nuestras campañas nacionales. Además, en diciembre de 2000, me eligieron presidenta de la Federación de las Maisons des Potes, con el siguiente proyecto: centrar prácticamente todo nuestro trabajo en la cuestión de las mujeres. Estaba convencida de que el hecho de abordar como prioridad el problema de la situación de las chicas permitiría intervenir en todos los parámetros de lo que se denominaba el "malestar de los suburbios". Atacar dicho malestar desde el punto de vista de las mujeres significaba plantear el marco político. No era más que una forma nueva de abordarlo. Ya no se hablaba de un malestar impalpable, difuso, irracional, sino de personas, de chicas en situación de desamparo extremo. Ya habíamos tenido muchas conversaciones con Malek Boutih cuando era presidente de SOS Racisme; por cierto, fue una de las personas que nos apoyó activamente. Habíamos percibido claramente que, más allá de las acciones que desarrollábamos para reforzar la cohesión social y favorecer la integración republicana, existía una preocupación con respecto a la cuestión de las mujeres. Así es que, a partir del año 2000, empezamos a crear comisiones de las mujeres por doquier en las Maison de Potes y asociaciones afiliadas en todo el territorio nacional.
Pero los equipos eran reducidos y las demás actividades también requerían tiempo. Me di cuenta de que aquello no bastaba y que era preciso actuar más enérgicamente. Fue entonces cuando decidimos organizar para las mujeres de los barrios un seminario de formación sobre el feminismo y su historia. (...) El desafío era tremendo, pues, en estas barriadas, a las chicas les importa un pimiento el tema. Para ellas, el feminismo no tiene ningún sentido. Ir a hablar del derecho de cada cual a elegir su vida, de anticoncepción, de independencia económica en los barrios era una pura quimera.
A raíz de este seminario y de las peticiones de palabra y los debates trabajamos durante todo el año 2001 en la preparación de los Estados Generales de las Mujeres de los Barrios, al tiempo que proseguíamos las actividades habituales de la federación (comidas en los barrios, campamentos internacionales de solidaridad, venta de abetos de Navidad, etcétera). En otoño de 2001 organizamos por todo el territorio nacional Estados Generales locales que, en realidad, eran reuniones públicas (...) El objetivo fundamental era que todas las chicas se concienciaran de que no estaban aisladas, de que la situación que ellas vivían se repetía en todos los suburbios. (...)
’Ni putas, ni sumisas’ A raíz de aquellos Estados Generales, en marzo de 2002 publicamos un llamamiento que titulamos Ni putas, ni sumisas, y que se tradujo en una petición nacional. Habíamos reflexionado detenidamente sobre cómo lo íbamos a firmar: ¿cómo hallar un lema que marcara las mentes, sensibilizara a la opinión pública y a los políticos, y sobre todo que abriera los ojos a miles de chicas? La expresión "todas putas menos mi madre" nos parecía la ilustración misma de la manera en que los hombres consideraban a las mujeres en los barrios. Pues no, no éramos putas, pero tampoco éramos las muchachas sumisas que se suponía en el exterior. Estábamos hartas de oír que si a las mujeres de los barrios se las trataba tan mal era porque no se rebelaban. Y por eso elegimos ese lema, Ni putas, ni sumisas, que probablemente escandalizó a algunas personas, pero que tenía el interés de ser eficaz.