RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

Mostrando las entradas con la etiqueta Biblioteca. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Biblioteca. Mostrar todas las entradas

viernes, 4 de abril de 2025

Las condiciones materiales que perpetúan la dominación sobre la mujer





¿Por qué la dominación sobre las mujeres sigue vigente a pesar de tantos cambios históricos? ¿Qué condiciones se resisten a transformarse, para así posibilitar nuestra emancipación? ¿Cómo el capitalismo consigue adaptar las relaciones de dominación anteriores para favorecer su ciclo de acumulación? ¿Qué podríamos hacer para derribar esas condiciones?

Es fundamental debatir sobre todas estas preguntas ya que la explotación, opresión y violencia contra las mujeres no son problemas nuevos, sino penosas continuidades ancladas al pasado. El que antes no existieran registros y estadísticas adecuadas, no esconde una realidad que era descarnadamente visible -y audible- en todos y cada uno de los barrios y veredas de Colombia. El menosprecio, los insultos y los malos tratos contra las esposas eran el pan de cada día en buena parte de los hogares del campo y la ciudad. Es, por tanto, una lacra que viene de muy lejos en el tiempo. No arranca con el imperialismo y sus influencias culturales, aunque a través de algunas de ellas se muestre de la forma más grosera. Tampoco comienza con el capitalismo, aunque se aproveche de las estructuras de dominación anteriores, configurándolas a su favor e intensificándolas en los aspectos que le interesa. Ni tan siquiera empieza con el sistema colonial, absolutamente machista y opresor.

La dominación sobre las mujeres es muy anterior a estas épocas históricas. En muchas sociedades anteriores al neolítico, donde incluso la propiedad era todavía comunal, existían ya formas de dominación masculina para controlar el papel de las mujeres en la reproducción de la comunidad. Por tanto hay que prevenir la tentación de buscar salidas hacia atrás, que además de ilusas son irremediablemente conservadoras y contrarrevolucionarias. En realidad, como pasa con el resto de las relaciones de dominación y explotación, su superación sólo se puede acometer enfilando camino hacia adelante, hacia una sociedad que acabe con todas las formas de explotación, opresión y discriminación.

Y es que la tarea política de la emancipación femenina -que va de la mano de la emancipación proletaria- no permite idealizar el pasado, ni naturalizar las viejas costumbres, si no que implica actuar con audacia y resolución, siguiendo la máxima de “Para atrás, ni para coger impulso”. Al fin y al cabo en eso consisten los proyectos revolucionarios, en transformar radicalmente el presente y el pasado para construir un futuro basado en relaciones libres e igualitarias que rompan el calabozo de las tradiciones milenarias, las ideas conservadoras y las prácticas añejas. Como dijo Marx al inicio del Dieciocho de Brumario, la tradición de todas las generaciones muertas pesa como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos, y podemos afirmar sin temor a equivocarnos que esas tradiciones pesan doblemente sobre el cerebro y la espalda de las mujeres.

Pero, además de las condiciones que tradicionalmente habían apuntalado la opresión de la mujer y que siguen recargándose sobre nuestros hombros, con el desarrollo del capitalismo surgieron otras prácticas y medidas legales que buscaban mantener y redireccionar las relaciones patriarcales en su provecho. Estos determinantes de subordinación de las mujeres se afianzaron durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX, cuando las mujeres fueron apartadas de la producción mercantil o relegadas en ella a un papel marginal, circunstancial e infravalorado.1 A la vez, se construyó un entramado social que volvió a encerrarlas parcialmente en el hogar, condenándolas al trabajo de la reproducción y cuidado del conjunto de la unidad familiar, trabajo que además de no remunerado, tampoco es reconocido socialmente. Este papel devaluado de la mujer le vino muy bien al capital, ya que a través del trabajo gratuito de la mujer en el hogar pudo comprar la fuerza de trabajo por debajo de su costo social de reproducción. Adicionalmente el capital usaba la fuerza de trabajo femenina como ejercito de reserva “basculante”, favoreciendo o dificultando su entrada al mercado laboral a través de diversas legislaciones, pero siempre manteniéndola como fuerza de trabajo de segunda categoría2. Al etiquetarlo como de segunda, los capitalistas pasaron a pagar un precio menor por el mismo trabajo, de tal forma que esa segregación laboral se convirtió además en una fuente de salvajes sobre-beneficios para los capitalistas.

Convertidas en una subclase dentro de la clase proletaria, utilizadas por el capital para abaratar la fuerza de trabajo y reducidas a ser un “cómodo” colchón con el que amortiguar los efectos más conflictivos de sus crisis periódicas, las mujeres no sólo quedaban bajo las sujeción y dominación del sistema capitalista de forma más precaria y deprimida, si no que además quedaban sometidas a la brutalidad y al menosprecio de las relaciones patriarcales dentro de la familia. Estas relaciones autoritarias y machistas dentro del hogar afianzan la devaluación y resometimiento histórico de la mujer a partir de una relación de complicidad entre el capital y los jefes varones de la familia. El capital convirtió entonces al proletario explotado, humillado y enajenado en la fábrica, en el “dueño y señor” de su casa y de su familia, consiguiendo que ese espacio social funcionara como válvula de drenaje para la frustración y la rabia del hombre proletario, transformándose en una especie de aliviadero doméstico de las contradicciones del capital.

Para las mujeres proletarias la situación era distinta, ya que fueron y siguen siendo explotadas y humilladas tanto en el lugar de trabajo como en el hogar, sin contar con ningún espacio en el que se compensasen sus sufrimientos. Al no tener ese espacio social donde resarcirse -ni individual, ni colectivamente-, se les impuso la idea de que su realización iba mediada por el matrimonio, la familia y el hogar. Es decir, se fechitizaron las mismas circunstancias que coartaban su emancipación.

Es claro que la configuración de las unidades familiares ha ido cambiando y con ello, en cierta medida, la forma en que se reproduce la sociedad y la clase proletaria. Las mujeres ahora tienen mayor posibilidad de inserción en la educación superior y en el mercado laboral. Además, las unidades familiares tienen menos hijos o deciden no tener ninguno, mientras que van aumentando y sucediéndose las uniones consensuales y las rupturas conyugales, en tanto los matrimonios ya no son “hasta que la muerte nos separe”- aunque muchos bestias feminicidas sigan pensado que sí-.

Sin embargo, estas circunstancias no han modificado mucho la situación de opresión de la mujer, sobretodo en los hogares proletarios más pobres. La mayor facilidad de disolución de los lazos conyugales -que debería haber contribuido a un gran avance en la emancipación femenina- se ha transformado en un incremento de la sobreexplotación que sufren las mujeres, ya que los padres en buena medida se lavan las manos respecto a la manutención y cuidado de los hijos, al igual que el Estado, que no implementa medidas suficientes de servicios sociales y de cuidado para garantizar la responsabilidad social en la crianza y educación de los niños y niñas. Según la Encuesta Nacional de Calidad de Vida (ECV) 20233, el 64% de los menores de 5 años no asisten a espacios colectivos de cuidado como hogares comunitarios, jardines o colegios, si no que pasan la mayor parte de su tiempo al cuidado de su madre, abuela u otra familiar cercana. Las mujeres cabeza de familia- madres solteras, separadas o viudas- que ya alcanzan el 45,4%4 del total de hogares de Colombia, viven la carga familiar de manera más angustiante, viéndose abocadas a vender su fuerza de trabajo en las condiciones más precarias, a gastar un porcentaje importante de su salario en guarderías y servicios para complementar el cuidado y a no disponer de tiempo de ocio para ellas mismas. El 69% de estas mujeres cabeza de familia no tienen cónyuge o pareja y para el 31% que sí la tienen, suele suceder que su la “jefatura de hogar” se traduce en que “los hijos son tuyos y tuya es la responsabilidad de cuidarlos”.

Por tanto, a pesar de que el avance en algunas condiciones materiales deberían garantizar unas mejores condiciones de vida para las mujeres, vemos como esta mejoría no llega a todos los sectores. Las mujeres proletarias, a pesar de los cambios formales en la configuración de las unidades familiares siguen soportando la mayor parte de la carga, y sobretodo la más ingrata, de la reproducción de la clase proletaria.

Por estas razones, entre otras, las proletarias son protagonistas indispensables en el proyecto de superación del capitalismo, o sea en la construcción de una sociedad socialista. No por esos cuentos maternalistas y conservadores de una presunta superioridad natural o biológica de las mujeres, ni porque el supuesto “don” de dar vida o el papel de cuidadoras -impuesto históricamente- les hagan moralmente mejores. Lo que las convierte en un motor fundamental de transformación es el peso de unas condiciones materiales que perpetúan una opresión y explotación que es aún más cruenta y déspota contra las mujeres que contra el resto del proletariado. Esas circunstancias alientan a tensar los límites del capital, luchando por la transformación radical en la conformación y funciones de las unidades domésticas (familias), elemento clave para la reproducción de la propiedad privada, el mercado, la lógica de acumulación de capital y nuestras propias cadenas. Y ese impulso es mucho mayor en las mujeres proletarias que en los proletarios, ya que éstos tienden a acomodarse disfrutando de las ventajas que les otorga esa institución, sin reparar en el yugo colectivo que supone y retrasando así la emancipación colectiva del proletariado.

El papel de la “Sagrada Familia” y su entramado patriarcal en el sostenimiento del capitalismo

Para enfocar bien una lucha que apunte tanto a la superación de las relaciones patriarcales, como al debilitamiento de las bases de reproducción del capital, debemos entender en qué se basan esas condiciones que marcan el carácter diferencial y acrecentado de la opresión y explotación de las mujeres.

Estas circunstancias gravitan en torno al papel histórico asignado a la mujer en la reproducción social y física de la fuerza de trabajo y concretado en la institución familiar. Este papel a medida que se desarrolla el capitalismo, afianza e institucionaliza una división dentro de la esfera de la producción social, que se caracterizará en ir separando cada vez más: a) la esfera de la producción mercantil, que se considerará “producción social” y que se lleva a cabo en los espacios de trabajo asalariados; y b) la esfera de la reproducción de la fuerza de trabajo, que se considerará producción privada para uso doméstico y que se lleva a cabo en el hogar.

Esa escisión entre producción y consumo se mantiene a pesar de que cambien las conformación y tipología de las unidades familiares y refleja el doble carácter esclavizante del capitalismo, donde la clase proletaria está obligada a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario y después es nuevamente obligada a comprar, con ese mismo salario, los bienes que ella misma ha producido, es decir, los frutos generados por la utilización de su fuerza de trabajo. El capitalismo precisa que ese ciclo se repita de forma continuada. Es decir, que constantemente se reproduzcan esas unidades familiares necesitadas de acudir diariamente al mercado laboral para recibir un salario por producir mercancías, parte de las cuales tendrán que comprar ellas mismas, ya que funcionan como medios de consumo con los cuales se regenera la fuerza de trabajo. Así se segmenta la vida misma de los proletarios y proletarias y se garantiza la realización de la ganancia capitalista, que no es otra cosa que la apropiación del plusvalor que produce la clase proletaria (o el excedente social si hablamos para el conjunto de la sociedad). Esto lo reconoce de alguna forma el Observatorio de familia del DNP, en su Boletín n.º 17 cuando afirma que “las familias están en el centro de la reproducción y transmisión intergeneracional de la desigualdad»5 , es decir y para matizarlo mejor, están en el centro de la reproducción y transmisión intergeneracional de las condiciones de sostenimiento del capitalismo, que es el que genera y perpetua la desigualdad social.

Cuando examinamos la unidad familiar desde el mercado de bienes y servicios, el lugar del trabajo remunerado o extradoméstico es el espacio relacionado con la producción de mercancías, mientras que el espacio doméstico está relacionado con el consumo. Sin embargo, cuando analizamos el mercado laboral y la mercancía “fuerza de trabajo” nos damos cuenta que ésta se produce y reproduce en una buena medida dentro de la esfera doméstica, pero se consume en la esfera de la producción mercantil. En consecuencia, la unidad familiar tal como existe en la actualidad sirve de mediación y anclaje entre el mercado de la fuerza de trabajo y el mercado de bienes de consumo, y lo hace a través de trabajo doméstico y del salario.

En esa división, entre la esfera de la producción mercantil y la esfera de la reproducción de la fuerza de trabajo en unidades privadas individuales (familias), intervienen y se afianzan muchas relaciones sociales esenciales para el sistema capitalista, como la propiedad privada y su transmisión, la relación salarial, el mercado y su papel de mediación entre la dos esferas, la explotación capitalista directa y la explotación indirecta a través de la succión de trabajo gratuito en el hogar, o a través de los arrendamientos y de los préstamos hipotecarios, entre otras.

Pero además, cuanto más se refuerza el carácter individual de esas unidades, más se dificulta la construcción de una organización proletaria fuerte y solidaria. En la política, el proletariado puede avanzar hacia la construcción de organizaciones políticas fuertes. En la economía, el propio desarrollo del capitalismo le hace avanzar hacia la socialización de los procesos productivos y permite a los trabajadores y trabajadoras agruparse en sindicatos para defenderse mejor de las arremetidas del capital. En contraste, en la vida familiar, el proletariado se encuentra dividido en millones de células aisladas, protegidas por muros mucho más sofocantes de lo que aparentan, recintos cerrados donde no entran las decisiones colectivas, ni la solidaridad. El hogar es el espacio de lo privado por excelencia, por eso al capitalismo le interesa revestir a la familia con el manto de lo sagrado, natural e intemporal, ya que las unidades familiares privadas son la materialización de la fragmentación de la clase proletaria y el estandarte del mantenimiento de la propiedad privada.

Las unidades familiares son además el espacio donde, casi sin reflexionar, el proletariado defiende la propiedad privada y la herencia; la jerarquía y el autoritarismo; la obediencia y sumisión; las dependencias y subordinaciones económicas; así como, los valores morales burgueses y la diferenciación social como elemento de antisolidaridad proletaria. Es decir, dentro de las unidades familiares, además de la comida, se cocina una parte importante de las condiciones de reproducción del capital. Y esto sucede porque las unidades familiares, en su anquilosamiento costumbrista de siglos o milenios y en su papel de transmisión generacional de los valores pasados, son el espacio donde lo seres humanos en mayor medida somos el producto y no los y las creadoras de nuestras condiciones de vida.

Además son uno de los espacios donde más se reproduce y normaliza la violencia. Recordemos que la mayoría de los asesinatos, violaciones y malos tratos contra las mujeres se llevan a cabo dentro del hogar, así como los abusos sexuales y la violencia física y sicológica contra niños, niñas y adolescentes. Adicionalmente, la familia es el primer y más importante espacio de adiestramiento en la aceptación de la jerarquía y la verticalidad, donde se normaliza como en ningún otro espacio, que el mantenimiento y respeto a la autoridad justifica el uso de sanciones, castigos e incluso de la fuerza.

Por todas estas razones es que las unidades familiares domésticas son tan fundamentales para la realización y reproducción del ciclo del capital, y de ahí la importancia de luchar en pro de la superación de ese espacio.

Este reto lo podemos identificar desde los primeros socialistas que identificaron claramente la relación entre la dominación de la mujer y el sostenimiento del sistema capitalista; y también en consecuencia entre la liberación de la mujer y la construcción del socialismo. En “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, Engels no trata este asunto como “un problema ético de inclusión”, como parecen comprenderlo algunos ahora, sino en su relación directa con las bases constitutivas del capitalismo. Es decir, en su relación con el mantenimiento de la propiedad privada, de las clases sociales, del fetichismo de la libertad individual y de la contradicción “producción social vs. consumo privado”, que sustenta el régimen del trabajo asalariado y, por tanto, la reproducción del capital, como acabamos de explicar.

Ya en 1921 Lenin afincó la idea de que bajo el capitalismo las mujeres son doblemente explotadas y oprimidas. “Las mujeres son explotadas por el capital de forma más acentuada, son oprimidas por unas leyes que les niegan la igualdad formal con el hombre, pero sobretodo se les mantiene en la «esclavitud casera», son «esclavas del hogar», viven agobiadas por la labor más mezquina, más ingrata, más dura y más embrutecedora: la de la cocina y, en general, la de la economía doméstica familiar individual…. El tránsito es difícil, pues se trata de transformar las normas» más arraigadas, rutinarias, rudas y osificadas (a decir verdad, no son “normas” si no bochorno y salvajismo).”

La revolución soviética inmediatamente proclamó leyes en pro de la igualdad entre hombres y mujeres, que ningún otro país había promulgado antes. Además dio pasos cardinales al abolir la propiedad privada sobre la tierra y las fábricas o al ser el primer país en reducir la jornada laboral a ocho horas diarias. “Ocho horas de trabajo, ocho horas de sueño, ocho horas de tiempo libre” era la vieja consigna del movimiento obrero. ¿Pero cómo ese logro iba a beneficiar a las mujeres si en sus ocho horas de tiempo libre tenían que dedicarse a las tareas del hogar? Sin duda para avanzar en el camino de la emancipación completa y efectiva de la mujer, para su liberación de la «esclavitud casera», se debía pasar de la pequeña economía doméstica individual a la economía grande y socializada. Lo que Lenin defiende en ese discurso no es sólo la incorporación de las mujeres a las fábricas, si no además la transformación de las unidades domésticas en economía socializada, lo que se conoce como “socialización del trabajo doméstico”.

Lenin identificara claramente el papel de la mujer en la familia como una traba fundamental en la superación del capitalismo y en el logro de la emancipación. “La mujer continúa siendo el esclavo doméstico a pesar de todas las leyes liberadoras, puesto que la pequeña economía doméstica la oprime, la ahoga, la embrutece, la humilla, atándola a la cocina, a la habitación de los niños, obligándola a gastar sus fuerzas en tareas terriblemente improductivas, mezquinas, irritantes, alelantes, deprimentes. La verdadera liberación de la mujer, el verdadero comunismo comenzará allí y cuando comience la lucha de masas (dirigida por el proletariado que posee el poder) contra esta pequeña economía doméstica o, más exactamente, durante su transformación masiva en gran economía socialista.”

Socialización del trabajo doméstico y generalización de los medios de consumo colectivos6

Socializar el trabajo doméstico significa en primer lugar “sacarlo de la casa”, del ámbito privado y recluido donde se lleva a cabo. Implica, por tanto, realizarlo en colectivo, convertirlo en industria social7 . Ese paso inicial es fundamental para romper con el aislamiento social de las mujeres que realizan día tras día, año tras año, el mismo trabajo simple, alienante e intrascendente, encerradas entre cuatro paredes. 8

La condición más subyugadora y opresiva del trabajo doméstico privado no es su falta de retribución, si no que se realiza en condiciones de aislamiento y que impide la interacción social directa. Mas que una cárcel, es una celda de aislamiento donde están condenadas a hacer diariamente un trabajo ingrato que no termina y que no es valorado socialmente. Es como si se repitiera el mito griego de las “Danaides”9, en el que cincuenta hermanas defienden el derecho a disponer de su vida, su sexualidad y su propio cuerpo, resistiéndose con todas sus fuerzas a la esclavitud del matrimonio; motivo por el que son condenadas en el Inframundo a llenar día tras día, eternamente, un tonel sin fondo con agua, usando jarras agujereadas. De la misma forma es que el trabajo doméstico sabotea el potencial creador, productivo y revolucionario de las mujeres.

Socializarlo significa que esas mismas actividades que cada día se realizan de forma individual, aislada, sin medios técnicos y que suponen sobrejornadas excesivas que consumen nuestra energía y vida, sean asumidas por el conjunto de la sociedad, de forma racional, tecnificada y planificada. Supone convertir el trabajo aislado, que se realiza de forma servil y arcaica, en industrias públicas (o público-cooperativas) que incorporen todos los avances técnicos-científicos y que pueden suponer interesantes experiencias de aprendizaje colectivo de planificación. Según el DANE las mujeres dedican 50.4 horas semanales al cuidado no remunerado, lo que supone más horas que la jornada laboral semanal misma. Por tanto, al socializar el trabajo doméstico se podría ahorrar más del 30% del tiempo social de trabajo de toda la sociedad para usarlo en mejorar el sector de la educación, la cultura, la salud, la producción agrícola, la industria, etc. mejorando enormemente la productividad social, y así generando condiciones reales para incrementar el tiempo lúdico-creativo.

La socialización del trabajo doméstico se puede plasmar de muchas formas: a través de lavanderías, restaurantes, fábricas de comida procesada, guarderías con instalaciones modernas y bien acondicionadas, ludotecas, sistemas de transporte escolar y extraescolar, gimnasios, espacios de cuidado y recreación para las personas mayores, entre otras muchas.

Es cierto que estos espacios ya existen dentro del capitalismo, pero una parte importante funcionan dentro de la esfera mercantil privada, por lo que en ellos prima el lucro y muchas veces la especulación. Por esta razón, los sectores sociales que más los necesitan no pueden utilizarlos porque son muy costosos o porque no hay suficiente y adecuada oferta pública.

Por ejemplo, la cobertura en Centros Día y teleasistencia para adultos mayores sólo llega al 8% y está concentrado en las ciudades10, mientras que el 80% del cuidado sigue siendo informal (familias, principalmente mujeres) (ENUT 2022). Por otra parte, según el DANE las guarderías públicas solo cubren 1.2 millones de niños, dejando por fuera al 60% de hogares de estratos 1-2 que demanda estos servicios11. En las ciudades grandes y los centros rurales la situación es peor. Según Informe de Cobertura Educativa 2023 de la Secretaría de Educación de Bogotá «En 2023, se disponía de 12,000 cupos en guarderías públicas (jardines infantiles oficiales y hogares comunitarios), frente a una demanda estimada de 150,000 niños en edad de 0 a 5 años no cubiertos por el ICBF o colegios privados». Por otro lado, la oferta de preescolares públicos es mayor, pero pocos tienen horario extendido, ofreciendo la mayoría atención en jornada única de 5 horas en la mañana o en la tarde, lo que difícilmente se adapta a las necesidades de las madres. En el resto de actividades como restaurantes, lavanderías, gimnasios o ludotecas la oferta pública es casi inexistente.

Por eso es fundamental que en el conjunto de las reivindicaciones de los movimientos sociales se incluya la exigencia de que estos servicios públicos se masifiquen, incrementen sus coberturas y horarios y sean de carácter publico y gratuito, además de ofrecer salarios dignos y plenas garantías laborales y de derechos sociales a quienes trabajen en ellos. Es importante constatar y continuar denunciando que una parte importante de la oferta de servicios públicos de cuidado se basan en la sobreexplotación, tercerización y desconocimiento de derechos de las personas que laboran en ellos.12 Igualmente, en el caso de los Hogares comunitarios por ejemplo, se sigue reproduciendo la forma de trabajo individual, aislada, sin medios técnicos y con sobrejornadas excesivas, sólo que con un salario que para colmo está en lo más bajo de la escala salarial13.

La verdadera socialización del trabajo domestico debe hacer parte de una política más general de incremento de los medios de consumo colectivos. Es decir, la socialización del trabajo doméstico y de las unidades familiares está inscrito dentro de la tarea de generalizar la socialización de los medios consumo colectivos. Es decir, que no estén mediados por el intercambio mercantil, si no que tenga carácter público y gratuito. Y aquí hay que recordar que el que los Bienes de Consumo Colectivo sean de prestación gratuita no significa que sean un regalo -ya que todos los bienes y servicios son producto del trabajo colectivo de la clase proletaria- si no que su disfrute no está mediado por el intercambio mercantil.

De esta manera, no sólo se avanzaría en romper las cadenas de dominación económica que aún pesan sobre las mujeres, sino también en atenuar la dependencia de las comunidades proletarias de los circuitos mercantiles del capital privado. Además, se limitarían las desigualdades económicas y sociales, con lo que aumentarían las condiciones para la solidaridad intraclasista y el fortalecimiento de las organizaciones proletarias. Pero, lo más importante es que con estas propuestas se contribuye a combatir un eslabón fundamental del ciclo autoreproductivo del capital, ya que se batalla contra la fragmentación de la esfera de la producción y la esfera del consumo, a través de la cual los capitalistas mantienen al proletariado dependiente de la relación salarial y del mercado.

Por tanto, igual que debemos recordar que un feminismo que no enfrente la explotación del proletariado y luche contra el capital, nunca será una verdadera lucha por la emancipación; también debemos recordar que ningún proyecto proletario podrá superar el capitalismo si subordina o posterga la lucha por la emancipación de la mujer, ya que esa lucha es una transformación proletaria fundamental en sí misma.

Susana Gómez Ruiz, Centro de Pensamiento y Teoría Crítica PRAXIS

Notas:

1El Código Napoleónico en Francia (1804) estableció que las mujeres casadas debían obediencia a sus maridos y limitaba su autonomía legal, incluyendo la capacidad para trabajar sin autorización marital. Este modelo se extendió después al resto de Europa donde las mujeres casadas tendrían restricciones legales para firmar contratos laborales o administrar propiedades sin permiso del esposo. Estas legislaciones restrictivas empeorarían con el auge del fascismo y con las políticas pronatalistas que se impondrían después de las dos guerras mundiales.


2https://www.centropraxis.co/post/la-emancipacion-de-las-proletarias-es-tambien-la-lucha-de-la-clase-proletaria

3(https://www.dane.gov.co/files/operaciones/ECV/bol-ECV-2023.pdf)

4Boletin ECV 2023, DANE.

5DNP, Observatorio de familia. Boletín n.º 17. Familias y matriz de la desigualdad social en Colombia. Pág 4 (https://observatoriodefamilia.dnp.gov.co/Documents/Boletines/Boletin%2017.pdf)

6Se utiliza el término Medios de Consumo Colectivo para referirse no sólo a los bienes, servicios y actividades que intervienen en la reproducción de los seres humanos, si no a los espacios y relaciones sociales a través de las que se lleva a cabo. Así, no sólo incluye los Bienes de Uso Colectivo actuales como servicios públicos, educación, salud,etc. si no todas las actividades de consumo y reposición de la vida que hoy aún se realizan de forma privada y fragmentada.

7https://www.aporrea.org/endogeno/a139570.html

8Susana Gómez, “La socialización del trabajo doméstico y la generalización de los medios de consumo colectivos como estrategias para eliminar el patriarcado y construir el modo de vida socialista”, El Papel de la Comuna en el proceso de emancipación, pp.10-30, 2011, Ediciones Insumisas.

9La obra del dramaturgo griego Esquilo escrita hacía el 500 a. C. con título “Las Suplicantes” es una corta e interesante obra de teatro que además de relatar el mito de las Danaides y su lucha por “la causa de las mujeres”, defiende el poder político de la Asamblea Popular por encima del rey y de los gobernantes.

10DNP. Documento CONPES 4080 de 2022: Política Pública Nacional de Equidad de Género para las Mujeres. Capítulo 4, página 67.

11 DANE. Encuesta Nacional de Calidad de Vida (ENCV 2022): «El 40% de los hogares con niños menores de 5 años en estratos 1-2 acceden a guarderías públicas, frente a una demanda potencial del 100%».

12https://www.observatoriosocioterritorial.org/post/bolet%C3%ADn-no-5-conflictos-sobre-el-trabajo-y-la-gestio-n-popular-del-territorio-en-bogota-sabana

13Susana Gómez, «No me llames madre en mi horario de trabajo” , Correo del Orinoco, 20 de enero de 2015, p.22 (https://www.noticiasdiarias.informe25.com/2015/01/opinion-no-me-llamen-madre-en-mi.html)






Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com

viernes, 27 de enero de 2023

miércoles, 25 de enero de 2023

Siwapajti Medicina de mujer




Pincha acá: Medicina de mujer

Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com

martes, 24 de enero de 2023

lunes, 23 de enero de 2023

Sensación térmica








Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com

sábado, 21 de enero de 2023

martes, 10 de enero de 2023

domingo, 8 de enero de 2023

lunes, 23 de mayo de 2022

Diez voces de pensadoras y luchadoras antirracistas

Las investigadoras Rafeef Ziadah y Brenna Bhandar conversan con una decena de mujeres que toman partido en el mundo académico y el activismo.

Existe un vínculo entre las diez mujeres entrevistadas en Feminismes revolucionaris, editado en marzo, en lengua catalana, por Sembra Llibres: el compromiso crítico y perdurable con el materialismo histórico. Con este punto de partida -los feminismos negros, indígenas, postcoloniales y marxistas, antirracistas y anticapitalistas-, las investigadoras Rafeef Ziadah y Brenna Bhandar conversan con una decena de mujeres que toman partido en el mundo académico y el activismo.

Tres ejes atraviesan el volumen de Sembra Llibres, de 358 páginas: diáspora, migración e Imperio; una segunda parte sobre el colonialismo, el capitalismo y la resistencia; y por último, el feminismo abolicionista de las prisiones. Pero también en la introducción del libro se hace referencia al contexto actual de emergencia climática.

“Sólo el 10% de la población mundial es responsable del 50% de las emisiones globales. Las jerarquías de clase y de raza de la crisis climática son innegables, así como las desigualdades entre los países del Norte y del Sur, o lo que la geógrafa feminista Doreen Massey ha identificado como ‘geografías del poder’ de la globalización”, subrayan Rafeef Ziadah y Brenna Bhandar.

Una de las entrevistadas es la investigadora, profesora de Sociología y Estudios de Género, ensayista y fotógrafa británica Vron Ware, cuyo último título publicado –febrero de 2022- es Retorn of a native. Learning from the land. En Military Migrants: fighting for YOUR country (2012), trató la relación entre racismo y militarismo; otra fuente de interés son sus columnas –“Up in arms”- sobre militarización en la publicación independiente openDemocracy.

Una de las reflexiones compartidas por Vron Ware en el libro de Sembra es la vinculación entre las nuevas tecnologías y la historia de las reivindicaciones populares en Reino Unido: “Una de las cosas que la tecnología ha cambiado es que ahora puedes elegir los hechos del pasado que casen mejor con tu argumento o con tu causa, porque es mucho más fácil encontrar información rápidamente. Sin embargo hay un déficit real respecto a pensar históricamente. Es como si hubiera una falta de conocimiento a pesar de la facilidad para encontrarlo en línea”.

Otra de las protagonistas es la profesora y activista Silvia Federici, nacida en la ciudad italiana de Parma (1942), y a quien puede vincularse a la tradición marxista, feminista, radical y autonomista. Es autora de numerosas obras influyentes, por ejemplo Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpos y acumulación originaria (2004); y Revolución en punto cero: trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas (2013).

Su formación política e intelectual comenzó durante la Segunda Guerra Mundial: “La cultura del fascismo era completamente misógina”. Muy pronto Silvia Federici empezó a desconfiar del Estado. En los años 70 del siglo XX cofundó la International Feminist Collective y fue organizadora de la International Wages for Housework Campaign.

Sobre los recientes textos académicos relacionados con la reproducción social, y las actividades que se desarrollan fuera del hogar (por ejemplo hospitales o escuelas), la autora de El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo (2018), explica: “Son útiles. (Se) amplía el concepto de trabajo reproductivo y demuestra que ya no es sólo trabajo doméstico. De hecho nunca lo ha sido (…). El problema es que también hay una tendencia a olvidar el trabajo que se lleva a término en casa, y ahora toda la atención se dedica a la reproducción comercializada”.

Profesora en la Universidad de California, sindicalista y activista contra el racismo, Angela Y. Davis (Birmingham, Alabama, 1944) ha publicado libros sobre raza, clase y género, como Women, Race and Class (1981), y otros como Abolition Democracy (2005) o Are prisons obsolete? (2011). Marxista afrodescendiente, Angela Y. Davis estuvo afiliada al Partido Comunista de los  Estados Unidos desde 1968, fue perseguida por el FBI y estuvo más de un año encarcelada (después de una campaña de solidaridad internacional –“Free Angela”-, fue declarada inocente y absuelta en 1972). Asimismo ha luchado por la abolición de las cárceles.

“La gran cantidad de presos políticos, desde el líder indígena Leonard Peltier hasta Mumia Abu-Jamal y otras personas asociadas al partido de las Panteras Negras –la mayoría negros, algunos de ellos han estado entre rejas durante más de 50 años- ponen de manifiesto la continua racialización de la ley estadounidense”, expone en Feminismes revolucionaris.

Otro testimonio recabado es el de Himani Bannerjy (Sylhet, Bangladés, 1942), profesora de Sociología en Canadá y fundadora de la Escuela de Estudios de la Mujer en la Universidad de Jadavpur (Calcuta). Ha investigado sobre la constitución de las clases sociales y el patriarcado en la India colonial y, respecto a Canadá, desde un punto de vista antirracista, feminista y marxista.

“Frantz Fanon, Aimé Césaire, Chinua Achebe, Ngugi wa Thiong’o y C.L.R. James, entre otros, me ayudaron a poner nombre a las experiencias que yo y más gente vivíamos”, explica; se trataba de vivencias del “proceso de racialización, que es intrínseco al colonialismo capitalista. Hablaban de las consecuencias emocionales y psicológicas de la esclavitud”, recuerda la autora de Investing Subjects: Studies in Hegemony, Patriarchy and Colonialism (2002).

Entre la investigación académica y el activismo se sitúan también las autoras del libro de Sembra. Rafeef Ziadah es profesora de Política del Oriente Medio en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de la Universidad de Londres, poeta y ha participado en campañas de solidaridad con Palestina. Brenna Bhandar es lectora de Derecho y Teoría Crítica en la mencionada Escuela y autora de Colonial Lives of Property (2018).

El texto concluye con un epílogo de la profesora de Etnia, Raza y Migración en la Universidad de Yale, Lisa Lowe, que destaca de las 10 pensadoras entrevistadas: “Nos recuerdan cómo podemos alterar el presente restaurando nuestra relación con la larga historia de los feminismos antirracistas y anticoloniales revolucionarios: la de Fannie Lou Hammer, Claudia Jones y Audre Lorde; el Combahee River; la Alianza de las Mujeres del Tercer Mundo; o las mujeres que lideraron la resistencia Kanehsata:ke durante la crisis de Oka de 1990, en Canadá”.









Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com

jueves, 28 de enero de 2021

Mujeres Ilustres : «Doctora Livingstone, supongo»: Mary, la exploradora eclipsada por su marido y olvidada por la historia


Fuentes: https://www.publico.es/ // Foto: La maestra y exploradora Mary Livingstone, esposa de David Livingstone.

Acompañó al expedicionario en sus rutas africanas, durante las que tuvo seis hijos, pero su figura quedó ensombrecida por la fama de su marido. Pilar Tejera, autora de ‘Viajeras de leyenda’, la reivindica en el segundo centenario de su nacimiento.


Mary Livingstone fue la primera hija de las diez criaturas que tuvo el misionero escocés Robert Moffat y su mujer, quien la bautizó con su mismo nombre. Nacida en Griekwastad (Suráfrica) en 1821, se crio en Kuruman, el oasis del Kalahari, donde convivió con el pueblo tsuana. Durante su inclemente vida en el desierto, vio morir a dos hermanos pequeños, aunque los Moffat perderían a un tercer vástago de 36 años.

A los diez comenzó a relacionarse con otros europeos en la escuela de Wesleyan, en Salem, y se topó con el racismo de los alumnos bóeres, quienes no veían con buenos ojos la labor evangelizadora de su padre, traductor de la Biblia a la lengua local. Luego estudió Magisterio en Ciudad del Cabo y en 1839 viajó con su familia a Londres, donde su progenitor publicó el Nuevo Testamento.

Allí también conoció a David Livingstone, a quien convenció para que fundase misiones junto a él. Cuatro años después, ya de vuelta en Suráfrica, Moffat le organizó varias expediciones por el continente, lo que le permitiría al explorador conocer el Kalahari, descubrir el lago Ngami, alcanzar el río Zambeze, maravillarse con sus cascadas y bautizar unas cataratas como Victoria, en honor a la reina británica.

Pero la inestimable ayuda del predicador se vio reforzada por la incansable labor de Mary Moffat, quien adoptaría el apellido de su marido cuando se casó con David a los veintitrés años tras conocerlo en la escuela de Kuruman, donde daba clases. Desde allí se trasladaron a Mabotsa, un rincón más aislado, aunque Livingstone pronto dejaría a su esposa y a su hijo Robert para fundar una misión en Chounuané, un territorio afectado por la sequía.

Mary decide seguir sus pasos y emprende el camino en un carro con un bebé en brazos y otro en su vientre, una extenuante travesía bajo la amenaza de la falta de agua, el calor sofocante, la fiebre del pequeño, los rugidos de los leones y los gritos de los nativos que los rodean cuando llega la noche. Cuando al fin llega al puesto, su marido no tarda en buscar un lugar para establecer otra misión y ella se queda sola con sus dos retoños, a los que se sumaría un tercero.

«David Livingstone iba de avanzadilla y la dejaba atrás. Debía de ser una persona insoportable obsesionada por la exploración a la que no le interesaba nada la familia», explica Pilar Tejera, autora de Viajeras de leyenda (Casiopea). «Mientras, subida en un carromato, ella tenía que buscarle la vida, cuidar de los churumbeles y lanzar latigazos a diestro y siniestro contra los leones que querían zamparse a Mary y, de paso, a los niños», añade la escritora.

Establecidos en la árida Kolobeng, a mediados del siglo pasado la pareja y sus hijos emprenden el primero de sus viajes a través del desierto de Kalahari, donde los mosquitos y las moscas acribillan a los niños, quienes contraen la malaria. Mary, de nuevo embarazada, teme por la salud de los pequeños, mientras que su marido escribe: «Se trata de una fiebre interesante. Me gustaría contar aquí con un hospital donde poder estudiarla».

David ve frustrado el intento de establecer una nueva misión, pero su esposa paga caro su ambición expedicionaria, pues pierde a su recién nacida y sufre una parálisis facial. «Sus apuntes sobre la malaria escritos desde un punto de vista científico revelan que era un hombre egoísta», opina Pilar Tejera, quien recuerda el importante papel que desempeñó Robert Moffat y su hija para que Livingstone pasara a la historia.

«Él fue el detonante de sus exploraciones y ella, el sostén anímico y familiar durante las expediciones de su marido, quien no habría sido el mismo sin su suegro ni su mujer», afirma la autora de Viajeras de leyenda, cuyo subtítulo, Aventuras asombrosas de trotamundos victorianas, adelanta el contenido de un libro protagonizado por mujeres singulares que desafiaron el machismo y las convenciones de su tiempo, desde Isabella Bird hasta Mary Kingsley.

«Una fuente de inspiración desdibujada por la historia»

La polvorienta ruta por el Kalahari se torna más yerma si cabe cuando se quedan sin agua, una situación extrema que Livingstone refleja en su diario: «La idea de que [los niños] desfallecieran ante nuestros propios ojos era terrible. Habría sido un alivio para mí que me reprocharan al menos ser la única causa de la catástrofe, pero ni una sílaba de censura salió de boca de su madre mientras sus ojos envueltos en lágrimas reflejaban su agonía».

Mientras él explora la zona durante su segundo viaje por el desierto, Mary da a luz a su quinto hijo bajo una acacia. Su intención es alcanzar la costa occidental, aunque ella no cree conveniente acompañarlo por el bien de su prole y en 1852 se va a vivir a Escocia con sus suegros. Sin embargo, no son bien recibidos y la relación es complicada. La soledad que siente en un lugar extraño donde no conoce a nadie —Hamilton, la ciudad natal de Livingstone— la llevan a darse a la bebida.

Decide entonces alojarse en la localidad inglesa de Kendal en la casa de un matrimonio de cuáqueros, miembros de la Sociedad Misionera de Londres, a la que pertenecían los padres y el marido de Mary. «David pasaba de su mujer y de sus hijos. Los abandonó en el Reino Unido y ni siquiera le mandó una carta de recomendación a su familia para que los acogiese con cariño. Un maltratador psicológico», critica Pilar Tejera.

La maestra y exploradora Mary Livingstone, esposa de David Livingstone.
La maestra y exploradora Mary Livingstone, esposa de David Livingstone.  Archivo

Cuatro años después, Livingstone regresa a Inglaterra como un héroe nacional: se ha abierto paso en su travesía por el Zambeze hasta Luanda (Angola), ha descubierto las cataratas Victoria y es el primer europeo que cruza el continente desde el Atlántico hasta el Índico. El explorador degusta la fama mientras que su mujer permanece sumida en el anonimato, del que apenas la saca por un instante lord Ashley durante un homenaje a su marido en la Real Sociedad Geográfica.

«Mary Livingstone pasó años de soledad en este país rezando por su esposo y aceptando su abandono con resignación. Esta encomiable mujer supo sacrificar su bienestar en aras del desarrollo científico y la cristiandad», afirma el filántropo y parlamentario tory. David, en cambio, saca partido del libro Missionary Travels and Researches in South Africa, donde denuncia la esclavitud al tiempo que descuida a su esposa.

Ambos vuelven a África en 1858, acompañados de su hijo Oswell, tras ser nombrado cónsul en Quelimane (Mozambique). Emprenden una expedición por el Zambeze, pero ella da a luz a una sexta hija y se va a vivir a Kuruman, donde residían sus padres. Cuando se reúne con él tres años después en la misión de Shupanga, situada en la desembocadura del citado río, Mary enferma de malaria y fallece en 1862 a los cuarenta años.

«Él escribe en su diario que es el golpe más duro que ha sufrido en su vida. No se da cuenta de lo que tenía ni de la altura de la mujer con la que había compartido su vida hasta que se muere», explica Pilar Tejera. «Nunca pagó la deuda que había contraído con ella, del mismo modo que tampoco lo ha hecho la historia a día de hoy, cuando se cumple el segundo centenario de su nacimiento», añade la autora de Viajeras de leyenda.

De hecho, la valla que indica dónde está situada su tumba ni siquiera menciona su nombre: Local histórico. Túmulo da esposa do Dr. David Livingston. «Sin embargo, él fue enterrado con todos los honores en la abadía de Westminster en 1873, lo que pone de manifiesto la sombra que proyectó sobre ella. Fue una importante exploradora, pero tuvo la mala suerte de casarse con uno de los más aclamados, por lo que la eclipsó por completo», razona la escritora.

Su biografía fue restaurada gracias a los diarios y al trabajo de las sociedades misioneras, aunque hoy, por ejemplo, no existe una entrada en la edición española de la Wikipedia. «Livingstone le hizo un flaco favor porque apenas habló de ella. Así, su experiencia es la que mejor ilustra el segundo plano en el que vivieron las mujeres en el pasado. No obstante, poca gente sabe que hubo una señora Livingstone, cuya vida está a la altura de su esposo».

Pilar Tejera la considera un ejemplo de fortaleza, pues algunos episodios de su existencia fueron terribles. «Su vacío exterior es un reflejo de su vida interior. Es el relato más crudo y tierno del libro, protagonizado por una mujer que siguió a su marido por media África pariendo por el camino nada menos que a seis hijos», afirma la autora, quien considera que en su segundo centenario debería reivindicarse a una figura que, como muchas otras, «se ha quedado desdibujada a lo largo de la historia y que, en realidad, es una inspiración».


Fuente: https://www.publico.es/sociedad/mary-livingstone-eclipsada-marido-explorador-david.html




Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com

miércoles, 27 de mayo de 2020

Elizabeth Cady Stanton, poniendo los cimientos del feminismo moderno

Cuando Elizabeth Cady Stanton vino al mundo en Johnstown, en el estado de Nueva York, el día 12 de noviembre de 1815, nadie podía imaginar que aquella niña pasaría a la historia como una pionera en la lucha por los derechos de la mujer, y que terminaría por convertirse en una luchadora infatigable en pos de la igualdad real entre hombres y mujeres. Todavía hoy, ciento dieciocho años después de su desaparición, su figura sigue siendo recordada y admirada por miles de personas en todo el mundo. Esta es parte de su historia.
La pequeña Elizabeth nació en el seno de una familia numerosa. Su madre, Margaret Livinston, dio a luz hasta en once ocasiones, aunque como era habitual en la época, no todos los hijos llegaron a la edad adulta. En su caso sólo ella y otras cuatro hermanas consiguieron sobrevivir a la niñez.
Su padre, Daniel Cady, fue un prestigioso abogado, juez y congresista de su época. Así que desde muy niña, Elizabeth estuvo familiarizada con los entresijos del sistema legal norteamericano. Esto le sirvió para descubrir, bien pronto, que las leyes no eran iguales para todos los seres humanos y que, según una persona naciese hombre o mujer, blanco o negro, rico o pobre, las oportunidades que tendría en la vida serían diferentes. También descubrió, a muy temprana edad, que ella, por el simple hecho de haber nacido mujer, no estaba en el lado de los privilegiados, pues las mujeres del siglo XIX no tenían prácticamente ningún derecho. Muy pronto empezó a darse cuenta de que aquella situación no era justa pues veía que muchas mujeres eran, de hecho, mucho más inteligentes y valían mucho más que cualquier hombre. Elizabeth, que no tenía un pelo de tonta, pensó que las mujeres debían de tener las mismas oportunidades que los hombres.
Sus padres vieron muy pronto que la pequeña Elizabeth era una persona bastante singular. Estaba claro que aquella niña no era como sus hermanas ni como otras niñas de su vecindario. Tenía opiniones propias que, muchas veces, diferían considerablemente del pensamiento establecido. Y tenía la valentía necesaria para hacerlas públicas. Por ejemplo, en el primer cuarto del siglo XIX no era muy común que las niñas fuesen a la escuela. No obstante, la pequeña Elizabeth se empeñó en que ella quería ir a la escuela, como hacían los niños que conocía. Su padre accedió y, de esta manera, la niña pudo ir al colegio. Allí demostró que era una excelente alumna, y que pocos niños podían igualarla y mucho menos superarla. Sobre esta etapa de su vida, escribe Sandra Ferrer en el blog Mujeres en la historia:
Hasta la edad de dieciséis años, Elizabeth estudió en la Academia de Jonhstown donde aprendió matemáticas, ciencia, literatura y varias lenguas. En la escuela fue una alumna aventajada que se batía en duelos intelectuales con otros alumnos y recibió varios premios. Pero terminada su etapa de educación básica, Elizabeth vio con desconcierto cómo sus compañeros seguían estudiando y accedían a las universidades mientras ella y otras niñas solamente podían acceder a colegios femeninos como en el que ella ingresó, el Seminario Femenino de Troy. https://www.mujeresenlahistoria.com/
Cuando tenía 25 años conoció al periodista y político Henry Stanton, que acabaría convirtiéndose en su esposo, padre de sus siete hijos, y leal compañero en su activismo militante. Stanton era un famoso abolicionista, que había alcanzado fama por su posicionamiento radical contra la esclavitud. Tanto Henry como Elizabeth estuvieron vinculados al Partido Republicano desde su creación. Hoy, visto lo visto, puede parecer increíble que el Partido Republicano, el partido en el que militan personajes ultraconservadores como Donald Trump, Mike Pence o Sarah Palin, un partido escorado totalmente a la derecha, que hace de la xenofobia, del ultraliberalismo y del patriarcado su bandera, naciera para aglutinar a las personas que estaban contra la esclavitud y que, de los dos grandes partidos estadounidenses, en el momento de su fundación, fuese el progresista. Pero así era en aquella época.
Para la joven Elizabeth, cualquier tipo de discriminación, tanto racial como de género, suponía una arbitrariedad. Y como había demostrado desde su niñez, si había algo que no soportaba, eran las arbitrariedades. La joven Elizabeth había llegado a la conclusión de que el statu quo solo se podía cambiar si se luchaba contra él. Y eso fue lo que hizo. Luchar contra un orden establecido que no le gustaba, por reaccionario, por injusto, por antinatural.
Desde el movimiento abolicionista, en el que tiene una participación activa, entra en contacto con un nutrido grupo de mujeres que, como ella misma, están convencidas de que solo la lucha es el camino que las llevará a la conseguir sus objetivos: Lucretia Mott, Martha Wright y Susan B. Anthony serán algunas de sus compañeras de viaje en el movimiento sufragista y feminista norteamericano, al que dedicará todas sus energías, hasta el último día de su vida.
En julio de 1848, los días 19 y 20 para ser exactos, tiene lugar en la Iglesia Metodista de la pequeña población de Seneca Falls, donde la familia se había instalado un año antes, la primera Convención en Defensa de los Derechos de la Mujer, en el que Elizabeth presenta, ante las mujeres y los hombres participantes, un documento que marcará el devenir del movimiento feminista. Se trata de la Declaración de Sentimientos, un texto basado en la Declaración de Independencia y que sería firmado por  68 mujeres y 32 hombres al final de la Convención. En él se establece, básicamente, que todos los hombres y todas las mujeres fueron creados iguales y deben ser, por tanto, iguales ante la ley, con los mismos derechos y los mismos deberes.
En 1869, Elizabeth y Susan B. Anthony, a quien había conocido en la Convención de Seneca Falls, crearon la Asociación Nacional para el Sufragio Femenino (National Woman Suffrage Association), nacida de una escisión de la Asociación Americana para el Sufragio Femenino (American Woman Suffage Association). El motivo fundamental de la escisión de ambos grupos fue la aprobación de la enmienda decimoquinta, que otorgaba el derecho al voto a los hombres negros. Elizabeth apostaba porque la decimoquinta enmienda incluyera también el derecho al voto femenino. Finalmente, la decimoquinta enmienda, aprobada en 1870, no reconocía el derecho al sufragio de las mujeres de los Estados Unidos. Desde ese momento hasta el final de su vida, Elizabeth va a dedicar todos sus esfuerzos y energía a pelear por los derechos de las mujeres.
Elizabeth Cady Staton escribió, a lo largo de su vida, varios libros y numerosos ensayos, discursos y artículos cuyo tema central era la situación laboral, social, económica, cultural, de las mujeres estadounidenses. Estos escritos sobre la igualdad de las mujeres contribuyeron poderosamente a establecer los cimientos del feminismo para el futuro. Lo más destacado de su producción bibliográfica lo podemos encontrar en History of Woman Suffrage (1881) escrito junto a Susan B. Anthony; The Solitude of Self (1892); The Woman Bible (1895), y el texto autobiográfico Eighty Years and More (1898).
Uno de sus grandes hitos como activista en pro de los derechos de las mujeres, fue la puesta en marcha, junto con el famoso activista anti-esclavitud y uno de los primeros hombres en declararse abiertamente feminista, Parker Pillsbury, de la revista semanal The Revolution cuyo primer número apareció el día 8 de enero de 1868 y cuyo lema era: “Men, their rights and nothing more; women, their rights and nothing less.” (“Hombres, sus derechos y nada más; mujeres, sus derechos y nada menos”). Esta publicación fue una herramienta poderosísima para atraer a miles de obreras al movimiento feminista, pues en la revista se trataban temas de gran interés práctico para ellas: los derechos laborales, las condiciones en las fábricas, etc., aunque también podían aparecer artículos relacionados con la prostitución, el alcoholismo (Elizabeth Cady Stanton estaba absolutamente en contra de lo que consideraba una verdadera lacra social), el control de natalidad, la higiene personal, la coeducación, la moda, etc.
Elizabeth Cady Stanton murió a las tres de la tarde del día 26 de octubre de 1902, a los ochenta y seis años de edad, por una insuficiencia cardíaca, en su casa, situada en el edificio Stuart Apartment House, en el número 230 de la Calle Noventa y cuatro Oeste, en la ciudad de Nueva York, sin haber conseguido votar ni una sola vez en toda su vida. Un día antes de su muerte, había escrito una carta al Presidente de los Estados Unidos, Theodore Rooselvet, exhortándolo para que, de una vez por todas, se aprobara el voto femenino. Aún tendrían que transcurrir otros dieciocho años para que una mujer pudiera votar y ser elegida como cargo electo en los Estados Unidos de América, pero a nadie se le escapa que el trabajo de Elizabeth Cady Stanton durante más de cincuenta años en pos del voto femenino fue imprescindible para que finalmente esto fuese una realidad.
Elisabeth Griffith resumió magistralmente el papel protagonista de la activista feminista.
Durante casi 50 años lideró el movimiento feminista en los Estados Unidos. Estableció el orden del día, redactó sus documentos y articuló su ideología… Sus declaraciones y hechos aparecieron en la prensa nacional; su muerte en 1902 provocó titulares internacionales; los periódicos la llamaron la “Gran anciana de América”.
Elizabeth Cady Stanton fue un ejemplo para miles de mujeres en todo el mundo y, sin duda, una de las protagonistas principales de la lucha feminista. Su fuerza y su energía, su tesón y su inteligencia, fueron determinantes para que el mundo de hoy sea un lugar menos injusto, con menos desigualdades, mucho mejor que el que a ella le tocó en suerte.


Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com