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sábado, 21 de diciembre de 2024

Caso Pelicot, un antes y un después frente a la violencia machista dentro y fuera de Francia

Algunas claves sobre el caso Pelicot



Fuentes: https://efeminista.com

La sentencia en el juicio por las violaciones a Gisèle Pelicot ha cerrado un caso que ha conmocionado al mundo gracias a la valentía de la demandante, una mujer de 72 años que dio un paso al frente en nombre de todas las víctimas que siguen «en la sombra».


Estas son las claves para entender el juicio con el que Gisèle Pelicot y la fiscalía han intentado marcar «un antes y un después» en la lucha contra la violencia sexual dentro y fuera de Francia:

1. Un espejismo roto

La vida de Gisèle Pelicot era aparentemente idílica: después de una carrera exitosa en la eléctrica pública EDF y cuatro décadas casada con su marido Dominique, con el que tenía tres hijos y varios nietos, ambos se trasladaron en 2013 a Mazan, un pueblo mediano en el sureste de Francia, para disfrutar de una plácida jubilación.

Lo único que parecía perturbar esa normalidad eran las pérdidas de conocimiento y otros síntomas extraños que sufría Gisèle, que llegó a sospechar que tenía un tumor cerebral o incluso alzhéimer.

En septiembre de 2020, Dominique Pelicot fue detenido por los vigilantes de un supermercado por haber grabado bajo las faldas de varias mujeres y, durante el registro de ordenador y la fase de instrucción de ese proceso, terminó de romperse el espejismo.

Las autoridades hallaron miles de fotos y vídeos en los que Gisèle aparecía inconsciente mientras se la sometía a abusos sexuales, con al menos 92 violaciones contabilizadas. Fue entonces cuando la víctima descubrió que sus síntomas se debían a las altas dosis de ansiolíticos que su marido le había suministrado sin su consentimiento.

2. ‘Monsieur-Tout-Le-Monde’

Las violaciones a Gisèle bajo sumisión química se prolongaron durante casi una década, entre 2011 y 2020, y las perpetraron unos setenta hombres, de los que se pudo identificar a 51, incluido Dominique.

El medio centenar restante, a los que Dominique contactaba por internet, eran hombres de entre 27 y 74 años y de todas las clases sociales: bomberos, camioneros, periodistas, enfermeros, militares y jubilados.

Ese abanico tan amplio llevó al movimiento feminista francés a apodar a los acusados como ‘Monsieur-Tout-Le-Monde’ (Señor todo el mundo’), para destacar que el agresor podía ser el vecino, el compañero de trabajo o el familiar de cualquiera.

«Yo también tenía un hombre excepcional, pero el perfil del violador puede estar en la familia, en los amigos», advirtió Gisèle Pelicot al intervenir en el juicio en octubre.

3. Una decisión excepcional

El proceso ha roto los moldes de los juicios por violación, en los que las víctimas suelen permanecer en el anonimato si es que llegan a los tribunales, pues se estima que el 80 % de las denuncias por agresiones sexuales en Francia quedan archivadas.

Pero Gisèle Pelicot, que tras conocer lo que le había ocurrido pensó en suicidarse, tomó una decisión extraordinaria: dejar que se supiera su nombre y promover que fuera un proceso público.

Quería, con ello, conseguir que “la vergüenza cambiara de bando”, una frase que ya se ha convertido en lema para el movimiento feminista, dado que muchas supervivientes no denuncian a sus agresores por el miedo a no ser creídas, la culpa o el temor a un proceso revictimizante.

El caso Pelicot también es excepcional por la amplitud de pruebas documentadas durante años por su propio marido, que impidieron a la defensa negar la existencia de los delitos, y por el hecho de que la demandante usara el apellido de Dominique, del que ya estaba divorciada.

“Tengo nietos que se apellidan Pelicot y no quiero que sientan vergüenza por su apellido, sino orgullo de su abuela”, defendió al ser cuestionada al respecto durante el proceso.

4. Una sentencia polémica

El juicio ha captado mucha atención mediática y a menudo ha humillado a Gisèle, quien se ha indignado por las estrategias de algunos abogados que intentaban rebajar la implicación de sus clientes en los abusos: «Para mí son violadores y lo seguirán siendo», ha subrayado.

Al final, el movimiento feminista tuvo que encajar un veredicto menos ejemplar de lo que esperaba: en vez de los 652 años de cárcel que había pedido la Fiscalía para el conjunto de 51 acusados, el tribunal los dejó en más de 400.

El exmarido de Gisèle recibió la pena más severa, los 20 años máximos por el delito de violación agravada, y deberá cumplir al menos dos tercios de ella entre rejas.

Sin embargo, otros acusados recibieron penas de apenas 3 años y hasta seis de ellos quedarán en libertad, algo que ha indignado a muchos, pero no -al menos públicamente- a la propia Gisèle, que este jueves dijo que “respeta” la decisión del tribunal.

5. ¿”Un antes y un después”?

La fiscal del tribunal de Aviñón, Laure Chabaud, pronosticó a finales de diciembre que el juicio marcaría “un antes y un después”, y muchas feministas aún confían en que la repercusión del caso obligue a hacer más contra la violencia machista en Francia.

Varias asociaciones presentaron en octubre 130 medidas para crear una ley integral contra las violencias sexuales, pero hasta ahora los pasos que han dado las autoridades son pocos y las organizaciones temen que, tras el final del juicio y con el bloqueo político actual en Francia, el impulso acabe por diluirse.

«El combate contra la impunidad no ha hecho más que comenzar», ha declarado en un comunicado la organización Fondation des Femmes.

No obstante, la propia Gisèle Pelicot se mostró satisfecha por la reverberación del caso: «He querido, al abrir las puertas de este proceso, que la sociedad hiciera suyos sus debates. No lo he lamentado en ningún momento», ha subrayado.


Fuente: https://efeminista.com/caso-pelicot-antes-despues-violencia-machista-dentro-fuera-francia/





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martes, 10 de enero de 2023

miércoles, 25 de mayo de 2022

La revolución de las comadres

Feminismos de los Sures y Mujeres Supervivientes forman parte de la cartografía de experiencias políticas basadas en las resistencias cotidianas y los afectos como motor de cambio, presentes en toda Andalucía. Estos proyectos suponen un cambio en el modo de entender el sindicalismo y el apoyo mutuo.

Unas mujeres toman café en la mesa de la cocina tras limpiar. Una obrera le trae un tupper de comida a su compañera porque sabe que a veces no le da tiempo a prepararse nada. La dependienta aparta un vestido para una clienta de confianza que está pasando penurias. En las noches de verano, una vecina baja con una botella de vino de su pueblo que le han regalado para una ocasión especial y la pone encima de la mesa de plástico entre las sillas de propaganda y los abanicos. Una jornalera carga una caja más por su compañera porque hoy tiene el día flojo. Una madre lleva de excursión a los hijos de todo su bloque para que las demás puedan descansar un día.

“Hay miles de espacios que solo las comadres rellenan, y es ahí en estos tiempos sin duelo donde las feministas de ahora tenemos que agarrarnos como a un clavo ardiendo. Comadre un lugar en el mundo, sin juicio y sin peleas, un sitio de paz entre tanta guerra”. Mar Gallego recuerda en su libro Como vaya yo y lo encuentre la historia de Antonia y Regli, que podrían haber vivido cualquiera de estas escenas que componen nuestro cotidiano. Esas prácticas por las que muchas veces hemos pasado sin prestar atención, pero cuya fuerza política hoy estamos empezando a vislumbrar y apreciar. “El comadreo es una forma de supervivencia ante el sistema patriarcal en el que vivimos”, reflexiona la teórica feminista Carmela Borrego Castellano, que acaba de publicar su libro Encarnando el territorio Feminismo(S) Andaluz(ES) en Kaotica editorial.

Más allá del sindicalismo: el comadreo

El comadreo son verdaderas prácticas de apoyo mutuo para las que no hace falta saber pronunciar ​​Kropotkin. Una cartografía de experiencias, subjetividades y aprendizajes que han sido infravaloradas y que hoy pueden tener la llave para revolucionar de qué modo entendemos hacer política, colectividad y sindicalismo. “Las mujeres que ahora mismo estamos en lucha somos mujeres lumpen, esas mujeres que ni la izquierda quería, nos dejábamos comprar unas veces por unos y otras veces por otros. Somos esas lumpens que se espabilaron, somos las que hoy en día estamos haciendo política sindicalista, políticas feministas y política social y me parece que somos las que estamos haciendo el movimiento más revolucionario que se está haciendo a nivel estatal”. María José Barrera habla desde su barrio sevillano, Amate. Acaba de volver de limpiar una de las casas, trabajo que realiza por las mañanas, y ahora toca la jornada de activismo. Lleva años en el activismo, desde el 15M, la marcha de la dignidad, y en 2017 fundó el Colectivo de Prostitutas de Sevilla —trabajo que ejerció durante más de 20 años— para la lucha por los derechos sociales de las trabajadoras sexuales. Ella sabe perfectamente la necesidad del comadreo para la acción política: “Nosotras no solamente necesitamos una organización sindical, nosotras necesitamos unas redes de apoyo entre hermanas”.

Esta declaración recuerda a las palabras que Audre Lorde expuso y dejó escritas en “Las herramientas del amo no pueden destrozar la casa del amo”, publicadas en uno de los libros que más comadreo intelectual y poético refleja, Este puente mi espalda: “Para las mujeres la necesidad y deseo de compartir la afectividad entre sí no es patológico sino un rescate, y es dentro de este conocimiento en el que nuestro poder verdadero se redescubre. Es esta conexión verdadera entre mujeres lo que teme tanto el mundo patriarcal”. Carmela Borrego Castellano pone el foco en que las prácticas y las necesidades de las mujeres pobres y precarias van más allá de lo que entendemos por sindicalismo clásico: “No a todo el mundo le sirve el sindicalismo porque no todo el mundo tiene los mismos ejes de opresión, las mismas posibilidades de transformación desde las dinámicas impuestas desde occidente. Muchas mujeres están organizadas sin que haya un estamento burocrático que las rija, simplemente por coordinación y opresión han hecho unas alianzas concretas que les ha permitido luchar contra el patronato. Las mujeres dentro de sus posibilidades siempre han tenido espacios de lucha y resistencia que son comadreos”.

La autora habla de la necesidad de darle una vuelta a lo que tenemos concebido como sindicato si se quiere acoger a todas las distintas situaciones de las mujeres y disidencias en precariedad: “Un sindicalismo feminista en vez de mirar a los sindicatos masculinizados tiene que empezar a crear dinámicas, poner en valor todas las experiencias de las mujeres que no se han podido sindicar a lo largo de la historia y que han creado estrategias colectivas para luchar contra el patriarcado capitalista y racista, tiene que ser de una forma que ponga los cuidados en el centro sin romantizar los cuidados”.

Esto es lo que se está intentando a la hora de construir Feminismos de los Sures, que pretende ser una plataforma de colectivos feministas para generar apoyo mutuo y alternativas a la situación de las mujeres precarias y pobres, desde ellas mismas. En esta plataforma se encuentran las Jornaleras de Huelva en Lucha, trabajadoras de los cuidados, el Colectivo de Prostitutas de Sevilla y otras trabajadoras precarias y empobrecidas. Mujeres que han salido de los sindicatos y del feminismo hegemónico por no sentirse representadas y sentir que se minusvaloran sus conocimientos. “De los feminismos hegemónicos nos hemos ido todas, hay que ser autocríticas y ver cómo nos organizamos, hay que desenredar antes de tejer”. Según el propio colectivo, su objetivo es construir un lenguaje común a través de dos maneras: “Una parte sindical para las precarias, donde vamos a formarnos para formar en derechos laborales. Y una parte social para los pobres para dar información, saber cuáles son sus derechos y poder señalar a la industria del rescate”, comenta Marijose.

La necesidad de trabajar conjuntamente en estas dos vertientes se debe a la gran variedad de casos y situaciones que viven las trabajadoras precarias y empobrecidas. Por un lado, “sindicalmente las precarias se tienen que organizar de una manera y las pobres de otras. Por ejemplo, las putas tenemos que luchar por derechos sociales reconocidos. Las jornaleras y las cuidadoras tienen que luchar para que se cumplan los derechos. La mitad de los casos tienen cosas reconocidas, pero no se las cumplen”, reflexiona Barrera. Desde el colectivo buscan poner en el centro todas las estrategias y saberes para conseguir una red de apoyo estable y mejoras en la dignidad de vida de las mujeres y disidencias precarizadas: “Creemos que sindicalmente lo vamos a conseguir todo, creemos que por los derechos sociales, políticas públicas, podemos cambiarlo todo; todo va de la mano y la acción está en la calle. Y eso es lo que le tenemos que mostrar a la gente, que nadie sobra”. Esta plataforma busca también dotar de una red de apoyo para aquellas mujeres en situación de pobreza o precariedad, poniendo a su disposición información, formación en torno a sus derechos, ya que creen que “la industria del rescate no te da la mano para que subas el primer escalón y vayas subiendo, sino para que tú te mantengas siempre con miedo a no subir la escalera”, continúa Barrera.

Revolución de las comadres
Foto: Antonia Avalos abrazando a una compañera en el comedor del Pumarejo (Salvador Del Valle)

Las mujeres que componen Feminismos de los Sures han puesto en el centro los aprendizajes de su cotidianidad, de comadreos cotidianos, junto a sus experiencias de ser silenciadas por sindicatos mayoritarios y feministas hegemónicas, la rabia de que su situación de empobrecimiento y precariedad laboral no cambie y se ponen manos a la obra para la acción. “Los feminismos de los sures no es solo porque estamos en el sur, sino porque en las luchas están los nortes y los sures, los sures son las precarias y las pobres, y en los nortes hay otras cosas y en todos los territorios hay eso. Tenemos que atravesarnos”, comentan desde la plataforma. Feminismos de los Sures tiene como objetivo utilizar todas las estrategias posibles para enfocarse en la dignidad de las mujeres precarias y pobres. Por ello, en el mes de junio realizarán una formación sindical junto al proyecto El Taller de Sevilla, abrirán un espacio para la atención y seguirán construyendo su red de apoyo. “Yo creo que el apoyo mutuo es lo que hace Antonia Avalos”, sentencia Barreras cuando hablamos sobre qué significa para ella ese término que tantas bocas y libros llena.

El sonido de las ollas contra el ruido de la gentrificación

La plaza del Pumarejo es el corazón del barrio de San Julián, en el casco histórico de Sevilla. Entre locales modernos, tabernas reformadas y ruidos de maletas aún queda un rastro de la vecindad que fue en los jóvenes bebiendo litros en los bancos, una señora que toma el sol sobre su tacataca y, sobre todo, en la casa del Pumarejo que preside el espacio. Frente a ella, los martes y los miércoles, si afinas el oído, puedes escuchar cómo el sonido de las cacerolas, las risas de las mujeres y la cumbia le hacen frente al ruido de la gentrificación y el capitalismo que devora la ciudad y a sus consecuencias de empobrecimiento y precariedad. “Desde que llegué me di cuenta de que era necesario un espacio así. Vine con una niña pequeña, vivía en una casa okupa, había mucho miedo y mucha soledad. Llegué a sentirme angustiada y sola de no tener a quien platicarle o a quien me protegiera, me compartiera la comida, me regalara un suéter, me invitara a su casa a comer. No entendía mucho los trámites burocráticos y quería tener una amiga que me acompañara. Desde el segundo día que llegue a España sabía que me hacían falta amistades amorosas, feministas y solidarias en mi vida”, comenta Antonia Avalos mientras no para de recibir a gente que quiere saludarla.

Así surgió el comedor de mujeres supervivientes en la casa del Pumarejo, un espacio emblemático de las luchas sociales en la ciudad de Sevilla, en 2013. Un espacio autogestionado vinculado a las necesidades de las mujeres en situación de precariedad, exclusión social y violencias patriarcales. “El comedor surge por el hambre y la precariedad. No teníamos para comer, no teníamos empleo, entonces juntamos un puñadito de lentejas y de aceite de arroz y el cocinar juntas y el reírnos juntas, pues sabíamos que nos hacíamos falta, pero que también que nos hacíamos bien, nos daba seguridad, y es un refugio: nuestras miradas, nuestros cuerpos, cocinar juntas, limpiar juntas”, prosigue Antonia.

Una señora mayor del barrio recoge unos muñecos vestidos de cofrades que llevan toda la Semana Santa en esta sala. Una chica limpia algunos platos de la mesa. Otra mujer explica cuáles son sus pasos favoritos de perreo. Este espacio supone uno de los mayores espacios de encuentro colectivo en la ciudad, para todo tipo de mujeres y disidencias. Un espacio abierto para debatir, compartir, ayudar y volver a hacer del barrio una comunidad. Especialmente es un punto de encuentro para las mujeres migrantes en Sevilla, ya que son ellas las que se encuentran al frente de este proyecto. Un lugar curativo donde poner sobre la mesa la herida colonial y racista que diariamente soportan sus cuerpos. “Es un refugio, de sentirte cálida, segura, protegida y feliz. Es verdad que todas las mujeres tenemos una herida patriarcal, pero las mujeres migrantes aparte por el tema del racismo y la violación constante de nuestros derechos humanos. Hay una herida migrante y la curamos con ternura, con un bailecito de cumbia, con cuidarnos y estar juntas”, comenta Avalos.

A pesar de que el comedor lleva casi 10 años siendo un ejemplo de práctica política y restaurativa para los individuos y lo colectivo, Antonia se queja de que no cuentan con ellas desde los movimientos sociales de la ciudad y las instituciones todo lo que deberían, y lo achaca al racismo: “Yo creo que no nos ven lo suficiente porque nos siguen viendo como las otras, siempre nos falta algo y creo que tiene que ver con que somos migrantes, siempre se duda de todos nuestros títulos, de nuestras capacidades intelectuales, de nuestras capacidades autogestivas, de nuestras capacidades de una lucha constante desde un feminismo del sur decolonial. Siempre se duda de que algo nos falta y de que no somos lo suficiente blancas, inteligentes”, sentencia Antonia, que percibe suspicacia hacia sus vidas y sus cuerpos. “No nos invitan a muchas cosas que se hacen en la ciudad sobre problemas urbanos, de desempleo, de justicia, de salud, de igualdad, de violencias, de inventar un mundo nuevo, de vivienda. Nosotras tenemos cosas que decir porque todas esas violencias atraviesan nuestras vidas y nuestros cuerpos y además porque estamos generando una inteligencia colectiva y formas de pensar y de sentir que deben ser escuchadas y que se pueden construir desde la alteridad. Somos autoras, tenemos publicaciones, cosas inteligentes e interesantes que compartir con las mujeres de aquí; creo que ahí hay un prejuicio racista que no está revisado, que dice que está en contra de todos los fascismos, pero en el día a día no se revisa su racismo”, prosigue. También cree que el propio movimiento feminista no pone en el centro prácticas como esta: “El 25N y el 8M son asambleas muy potentes, pero solo se articulan al rededor de esas fechas tan marcadas. Nosotras estamos todo el año, todos esos feminismos que tienen discursos tan potentes, pero en el día a día las que estamos somos las de abajo, las de a pie, resolviendo problemáticas y también pensando y repensando nuestras vidas el sistema, las injusticias y las soluciones a nuestra situación”.

Mujeres Supervivientes, además de ser una red de apoyo y un espacio de encuentro, es una entidad que genera pensamiento colectivo, intelectual y situado. Actualmente, se encuentra participando en dos estudios, el primero sobre cómo impactan las carencias y deficiencias del sistema en las vidas de las mujeres migrantes, que hacen que se vean sometidas a mayor explotación, precariedad e ilegalidad. El otro versa sobre la huella migrante, una cartografía de las subjetividades de las mujeres migrantes y de cómo el proceso migratorio afecta en la construcción de nuevas identidades. El apoyo mutuo y el comadreo están dentro de todas las prácticas que se llevan a cabo dentro de Mujeres Supervivientes porque, como recuerda Antonia Avalos, “yo pienso que es ese amor profundo a la vida que no tiene que ver con el amor cursi, sino con ese amar desde el corazón, desde las entrañas desde partir el pedazo de pan y compartirlo con tu hermana, igual la ropa, o si alguien es desahuciado estar pendiente a ver dónde se puede acomodar, ayudar a hacer un CV y que te ayuden a ti también a resolver cosas que tienen que ver con el empadronamiento, eso son acciones que tienen que ver con la vida cotidiana”. Para ella, generar política “tiene que ver con lo que me genera el otro, la otra, su cuerpo, su ternura, la energía que irradia la fuerza para menear las cazuelas en los fogones”.

Mujeres Supervivientes y Feminismos de los Sures son puntos de una cartografía de prácticas que se están llevando a cabo de distintas formas en toda Andalucía, como La Medusa en Málaga o La Asociación Kampito en Granada. Unas experiencias que ponen el comadreo en el centro para la subversión política desde distintos lugares: lucha antigentrificación, sindicalismo, salud mental, ruralidad o flamenco, como es el caso del colectivo Las Asarvahás (Sevilla) que saben definir con esta bulería compuesta colectivamente lo que es el apoyo mutuo mejor que los pensadores rusos: “Ay vente prima, vente pacá / Ay vente prima, vente pacá / Que si estamo toas juntitas / Ni un pucherito nos va a faltá / Que ni un pucherito nos va a faltá”.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/feminismos/la-revolucion-de-las-comadres


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miércoles, 1 de diciembre de 2021

Triple riesgo: ser mujer, indígena y defensora ambiental en América Latina




Fuentes: Mongobay [Ilustración de Kipu Visual]

Quince defensoras latinoamericanas de ambiente y territorio fueron asesinadas en el 2020, siete de ellas eran indígenas, de acuerdo con el informe anual de Global Witness.

Detrás de esos asesinatos hay una escalada de violencia física, psicológica y sexual que viven las lideresas indígenas, quienes son estigmatizadas, criminalizadas y acosadas por su labor en la defensa de ríos, el territorio y la vida misma.

En América Latina, las defensoras indígenas han formado redes de apoyo donde promueven el autocuidado como una “práctica política”.

Las mujeres Wayuú en Colombia son una fuerza colectiva. Han conocido el miedo y las amenazas de quienes las vigilan día y noche por estar en contra de la minería que contamina sus ríos y sus tierras en la región de La Guajira. Ellas decidieron unirse y organizarse. Juntas se cuidan, defienden su territorio y los recursos naturales que dan vida e identidad a sus pueblos. También han asumido el rol de mantener la memoria de sus familiares asesinados.

Fuerza de Mujeres Wayuú ha sido nuestro mejor ejercicio de resiliencia”, cuenta Jackeline, una de las lideresas que integra esta lucha. En América Latina, ser mujer, ser indígena y ser defensora ambiental significa una triple amenaza que deben enfrentar para sobrevivir.

“El grueso de los asesinatos a defensores (ambientales y de territorio) se dan en Latinoamérica, muy por encima de otras regiones del mundo”, comenta Laura Furones, especialista de Global Witness, organización ambiental que desde el 2012 realiza un informe anual sobre el tema y que para 2020 documentó el asesinato de 145 defensores ambientales en la región —60 % de todos los registrados a nivel mundial—, de los cuales quince eran mujeres y, de ellas, siete eran indígenas. Esta última cifra es preocupante si se toma en cuenta que los pueblos indígenas representan un 5 % de la población mundial.

Triple riesgo: ser mujer, indígena y defensora ambiental en América Latina  | Rutas del Conflicto
Mural de Berta Cáceres en el centro de Tegucigalpa. La defensora Lenca fue asesinada en 2016. Foto: Sandra Cuffe.

“Pero el asesinato es el caso más extremo. Hay una violencia con rasgos muy claros hacia la mujer”, agrega Furones. Ellas, a diferencia de sus compañeros, deben enfrentar daños físicos, psicológicos y sexuales, acoso y persecución por defender sus medios de vida de traficantes de tierra, de taladores, mineros ilegales, narcotraficantes y de los grupos criminales que buscan imponerse en sus territorios.

Información recopiladas por el proyecto periodístico Tierra de Resistentes, que registra los actos de violencia en contra de los defensores ambientales y de territorio en América Latina, aporta más información a la reunida por Global Witness. Entre 2010 y 2020 —de acuerdo con la base de datos construida y que cubre 12 países de la región— se registraron más de 340 ataques en contra de mujeres indígenas defensoras. La gama de las violencias es amplia e incluye el acoso judicial, las amenazas, la estigmatización, la criminalización, el desplazamiento y la violencia sexual.

Mongabay Latam en alianza con Rutas del Conflicto en Colombia, La Barra Espaciadora en Ecuador y RunRun en Venezuela decidimos investigar cómo afecta esta violencia a las mujeres indígenas que defienden el ambiente y su territorio, qué luchas están liderando y qué estrategias de defensa colectiva han puesto en práctica para hacerle frente a las amenaza en Ecuador, Colombia, México, Perú y Venezuela.

Josefina Tunki, lider Pueblo Shuar Aratum
Los liderazgos femeninos, como el de Josefina Tunji (Ecuador), han sido parte del mundo indígena, pero también han sido históricamente invisibilizados. Foto: Lluvia Comunicaciones.

Mujeres, cuidadoras de la vida 

Una defensora ambiental es una mujer que ha emprendido una lucha individual o colectiva a favor de los derechos humanos, específicamente los que están vinculados a la tierra, el territorio y el ambiente, según refiere la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Para la Alianza por los Derechos Humanos de Ecuador, estas defensoras también difunden información, denuncian y promueven la organización comunitaria. “Pero para las mujeres indígenas es mucho más difícil ser líder, pues aún sufren una falta de reconocimiento de sus capacidades”, dice Alejandra Yépez, de la organización Amazon Watch Ecuador. Esto sucede pese a que las mujeres, históricamente, han estado a cargo de labores esenciales dentro de las comunidades indígenas.

“Ellas son las que tienen el rol de transmitir la cultura, la lengua, son las que se encargan de la salud y del cuidado. No poder acceder a sus territorios sanos interrumpe esas labores”, agrega Francisca Stuardo, de Global Witness.

Bettina Cruz, lideresa indígena binnizá que denuncia el despojo de tierras por parte de empresas de generación de energía eólica en la región del Istmo de Tehuantepec, al sur de México, tiene claro este papel diferenciado de la mujer con respecto al territorio. “Somos cuidadoras de la vida”, señala. “No digo que los hombres no sean importantes para esta lucha, son importantísimos. Pero las mujeres somos cuidadoras de la vida. La madre tierra también nos da vida y tenemos que cuidar a nuestra madre”.

Triple riesgo: ser mujer, indígena y defensora ambiental en América Latina  | Rutas del Conflicto
Bettina Cruz, lideresa indígena binnizá, denuncia desde hace más de una década cómo las empresas de generación de energía eólica han impuesto sus proyectos en Oaxaca, México. Foto: Francisco Ramos

Alejandra Yépez, de Amazon Watch Ecuador, señala que son estos espacios de vida —el agua, los ríos, el bosque, la tierra— en los que se concentran las luchas de las mujeres indígenas. “La noción de tierra y territorio que tienen las mujeres indígenas no está disociado de su cuerpo. Para ellas es una extensión de este”, agrega Stuardo, de Global Witness.

Bajo esta premisa, ejercer la violencia sobre el ambiente y el territorio es ejercerla también sobre las mujeres. “Por eso —remarca Stuardo— los ejercicios de defensa están protagonizados por mujeres, aunque no sean siempre visibles”.

Integrantes de Fuerza de Mujeres Wayuú, en Colombia.
Integrantes de Fuerza de Mujeres Wayuú, en Colombia. Foto: Cortesía Fuerza de Mujeres Wayuú.

Las violencias contra las defensoras

Sofía Vargas, oficial del proyecto de Oxfam en Perú, comenta que justamente la lucha de las mujeres suele ser menos visible porque históricamente se les ha impedido el acceso a espacios donde se toman las decisiones políticas y de manejo de territorio.

Para lograr tener protagonismo dentro de su comunidad o en su región han tenido que trabajar durante, al menos, diez años en temas comunitarios, muchas veces relacionados con salud materno infantil o soberanía alimentaria, comenta Belén Páez, directora ejecutiva de Fundación Pachamama, de Ecuador. Para que una mujer se ponga al frente de la comunidad, dice, primero ha tenido que romper varias barreras personales.

“El punto de partida es diferente para una mujer indígena, en comparación con un hombre indígena”, dice Mariel Cabero, especialista en justicia ambiental de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza de los Países Bajos (IUCN NL). Ellas, señala Cabero, primero deben enfrentarse a los estereotipos impuestos por ser mujer.

Las violencias dirigidas a las mujeres defensoras indígenas también tienen sus matices particulares, si se les compara con los ataques que sufren los defensores indígenas hombres: “Hemos visto que los hombres son criminalizados y hasta los asesinan, pero las mujeres, muchas veces, son violadas y de esto no se habla. Se vive con esto, se carga con ese dolor”, comenta Melania Canales, presidenta de la Organización Nacional de Mujeres Indígenas Andinas y Amazónicas del Perú (Onamiap).

“La violencia sexual es una forma de agresión hacia las mujeres, de mostrar poder, de humillar. Se convierte en una forma de castigo por la labor de defensoras que desempeñan. Se les hace campañas de desprestigio que se refuerzan en estereotipos para poder descalificarlas”, señala Vargas de Oxfam.

Laura Furones, de Global Witness, añade que aunque las mujeres defensoras son asesinadas en una tasa de 10 % a nivel mundial, detrás de esta cifra se esconden otro tipo de agresiones. Francisca Stuardo, también de Global Witness, comenta que esta violencia no solo pasa por el ataque físico y sexual, sino también por los espacios que tienen para realizar estas denuncias.

Ana María Fernández, del pueblo yukpa en Venezuela
Ana María Fernández, del pueblo yukpa en Venezuela, ha perdido cinco de sus diez hermanos. Ellos luchaban por la recuperación de su territorio. Foto: Observatorio de Ecología Política de Venezuela

En el caso de Ana María Fernández, de la comunidad yukpa de Venezuela, sicarios le mataron a cinco de sus diez hermanos. Ella asegura que los asesinaron por encargo de terratenientes, militares y guerrilla colombiana que operan en el estado de Zulia y cuyo objetivo es apoderarse de las tierras indígenas. Aun así, ella se hizo luchadora social y ha seguido denunciando los abusos, por lo que ha sufrido discriminación, despojo y múltiples amenazas que han caído sobre las mujeres que más ama. Los que la acosan, han amenazado de violación a su hermana y han quemado la casa de su madre.

Sobre la estigmatización, Bellanira López Sánchez, especialista de Protección Integral a Defensoras del Consorcio Oaxaca, organización no gubernamental en México, comenta que esta es una práctica común dentro y fuera de las comunidades indígenas: “Las mujeres que se ponen al frente en una lucha de resistencia tienden a ser señaladas, porque deberían estar haciendo otras labores como cuidar la casa o los hijos y por este trabajo de defensa estarían dejando esas labores”.

Además, al tener un rol de cuidado dentro de las comunidades, son ellas a las que más les afecta en su cotidianidad el dedicar buena parte de su tiempo a la defensa del ambiente y el territorio.

Betty Rubio (al frente de la primera balsa) es presidenta de la Federación de Comunidades Nativas del Medio Napo, Curaray y Arabela (Feconamncua).
Betty Rubio (al frente de la primera balsa) es presidenta de la Federación de Comunidades Nativas del Medio Napo, Curaray y Arabela (Feconamncua).

“Lo más difícil es dejar a mis hijos (durante los viajes a las comunidades). Y lo más triste es que la mayoría de las veces no hay cobertura (telefónica y de internet)”, confiesa Betty Rubio Padilla, presidenta de la Federación de Comunidades Nativas del Medio Napo, Curaray y Arabela (Feconamncua), perteneciente a la provincia de Maynas, en la región Loreto. Las defensoras sienten que están dejando de lado responsabilidades en el hogar y con sus familias.

Josefina Tunki, la primera dirigente en presidir el Pueblo Shuar Arutam, y referente de varias mujeres indígenas en Ecuador, la han insultado y difamado por ser mujer e indígena. Tunki reflexiona que, si bien ha recibido el apoyo de muchos hombres de las comunidades Shuar, el machismo ha hecho que muchas veces la traten distinto. “Se refieren a mí en términos no muy decentes”, cuenta.

Pese a la gravedad de los ataques, no existen muchos datos en América Latina sobre las amenazas específicas en contra de las mujeres defensoras indígenas, señala Cabero de IUCN NL. “Estamos trabajando en monitorear y visibilizar estos peligros”, agrega.

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Josefina Tunki, presidenta del Pueblo Shuar Arutam en una de las orillas del Río Santiago. Foto: Ana Cristina Alvarado.

Algunas organizaciones, como la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos, han resaltado que la criminalización —abrir procesos judiciales en su contra— es una de las violencias a las que recurren cada vez más los actores que buscan frenar las luchas de las defensoras indígenas.

En uno de sus informes, la Iniciativa Mesoamericana resalta que “estos procesos usualmente no prosperan, lo que da cuenta de un patrón en donde las mujeres son criminalizadas por delitos que no se pueden confirmar, lo que podría develar un indebido uso judicial contra las mujeres”.

Cuando la protección nace desde adentro

“Luchamos contra terratenientes, grandes hacendados, ganaderos, cuerpos policiales y guardia nacional, gobierno local y el mismo Estado que no permiten la demarcación de nuestras tierras”, advierte Ana María Fernández, lideresa yukpa.

“Son lideresas que luchan por sus tierras porque en esos espacios es donde está el alimento para su familia, el agua, sus lugares sagrados, su cultura”, dice Linda Bustillos, profesora de la Universidad de Los Andes (ULA).

¿Cómo se defienden las mujeres indígenas ante la desprotección de las autoridades estatales? Tejer redes y el autocuidado son herramientas que han sumado a la defensa del ambiente y territorio las mujeres cuyas historias son narradas en este especial.

Mujeres Wayuú realizan talleres en toda la Guajira colombiana, como parte de su escuela intinerante.
Mujeres Wayuú realizan talleres en toda la Guajira colombiana, como parte de su escuela itinerante. Foto: Cortesía Fuerza de Mujeres.

Es el caso de Ana María Fernández, Carmen Fernández y Lucía Romero, tres defensoras indígenas que lideran la Organización de Mujeres Indígenas Yukpa de la Sierra de Perijá, Oripanto Oayapo Tüonde, creada para defender a su pueblo de la escalada de violencia en esa región de Venezuela.

Para instituciones como Onamiap, la autoprotección se convierte en una solución frente a las débiles acciones que los Estados realizan para proteger a las defensoras ambientales amenazadas, mecanismos que la mayoría de las veces no tienen un enfoque ni intercultural ni de género.

“En algunos países se nos obliga a migrar a las ciudades como salida de la contaminación o de las múltiples violencias que vivimos en nuestras comunidades. Pero las mujeres lo pasamos mal en las ciudades. No es como en tu comunidad donde produces tu comida o hablas en tu lengua materna”, dice Melania Canales, de Onamiap.

Mujeres indígenas de la Amazonía ecuatoriana.
Mujeres indígenas de la Amazonía ecuatoriana.. Foto: Amazon Frontlines. Foto: Amazon Frontlines.

Bellanira López, de Consorcio Oaxaca, comenta que si existiera una perspectiva diferenciada para la protección de mujeres indígenas defensoras, se evaluarían casos donde no es necesario que salgan de su comunidad. “Es necesario revisar cuál es la causa del riesgo y tomar acciones a partir de este análisis”, añade.

La necesidad de un enfoque distinto de protección se evidenció con más fuerza durante la pandemia del COVID-19, señala Laura Furones, de Global Witness. “Los mecanismos de defensa que ya eran frágiles han dejado de funcionar y esto aumenta el círculo de impunidad”, precisa.

La ausencia de justicia y visibilidad de los ataques a las lideresas indígenas fue identificado por organizaciones como Fuerza de Mujeres Wayuú en Colombia. Es por ello que han recorrido La Guajira, de norte a sur, con una escuela itinerante que ha formado a más de mil mujeres en derechos humanos e incidencia política.

En Ecuador, el colectivo Mujeres Amazónicas —conformado por representantes de siete nacionalidades indígenas—, además de defender el territorio amazónico y los derechos humanos, se ha convertido en un soporte de sanación espiritual y físico entre mujeres durante la pandemia.

Tejer redes, esa ha sido una estrategia de las mujeres indígenas para su defensa:
Tejer redes, esa ha sido una estrategia de las mujeres indígenas para su defensa: Cortesía Fuerza Mujeres Wayuú.

A nivel regional existe el Tribunal de Mujeres Amazónicas, iniciativa entre organizaciones indígenas y organizaciones privadas que busca mostrar las agresiones que viven las mujeres indígenas en América Latina. Y también está la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos.

“Ninguna es mártir y nuestros cuerpos no se ofrendan”, dice Bellanira López e insiste: “Si queremos defender nuestros derechos también tenemos que gozar de ellos. Hay que ver el autocuidado como una práctica política, porque nuestro primer territorio es nuestro cuerpo”.

Pero mientras las mujeres defensoras ponen sus cuerpos en juego, ¿cómo están respondiendo los países donde ellas viven?

En Perú, como en otros países de América Latina, las mujeres indígenas tienen un papel activo en la defensa de su territorio
En Perú, como en otros países de América Latina, las mujeres indígenas tienen un papel activo en la defensa de su territorio. Foto: Cortesía Rainforest.

Un llamado de emergencia a América Latina

Las especialistas consultadas por Mongabay Latam coinciden en que en América Latina aún falta mucho para lograr garantizar los derechos de las mujeres indígenas que defienden el territorio. “Escuchamos palabras grandilocuentes de los Estados cuando se refieren a programas de protección de las y los defensores, pero a la vez se recortan presupuestos para estas iniciativas, como sucede en México”, dice Laura Furones, de Global Witness.

Tampoco, agrega Furones, existe una coherencia entre los proyectos económicos que se aprueban en los países y que representan una amenaza contra los territorios donde habitan los pueblos indígenas. “Esto se hace sin un mínimo de consulta a las comunidades”, resalta. Lo mismo destaca Mariel Cabero, de IUCN NL: “La consulta previa informada a los pueblos indígenas es un requisito, pero se suele hacer rápidamente y no se ofrecen procesos adecuados para que las comunidades conozcan bien lo que se realizará en sus territorios”.

Marcha del pueblo Shuar Arutam en contra de la minería. Foto: Cortesía pueblo Shuar Arutam.
La minería y la tala ilegal son solo algunas de las actividades que están perturbando los territorios de las comunidades indígenas. Foto: Cortesía pueblo Shuar Arutam.

Para la especialista de IUCN NL, acuerdos como el de Escazú son fundamentales como guía para la defensa de los pueblos indígenas. En América Latina, entre los países que aún no han ratificado están Perú, Colombia y Venezuela. En el caso de Perú, Melania Canales, de Onamiap, señala que el nuevo gobierno, que asumió en julio de este año, debería plantear nuevamente al Congreso esta ratificación.

El caso más extremo de desprotección lo vive Venezuela. Lexys Rendón, especialista en derechos humanos y coordinadora del Laboratorio de Paz, señala que existe “un retroceso importante en la garantía de derechos económicos, sociales y culturales” en el país. “Hay un criterio generalizado para las personas que levantan la voz contra las políticas estatales de tildarlos como enemigos. Cuando hay mujeres que hablan en contra de proyectos extractivos son acusadas de traidoras a la patria”, dice Rendón. Para la activista venezolana, esta indiferencia a las demandas de los pueblos indígenas ha causado que solo un 17 % de las comunidades tengan territorios delimitados, lo que los deja en una mayor vulneración.

Global Witness ha emitido una serie de recomendaciones dirigidas a los gobiernos, la ONU y la Unión Europea de modo que se garantice la protección de defensores ambientales: “Las empresas y los gobiernos deben rendir cuentas por la violencia contra los defensores de la tierra y el medio ambiente, quienes se encuentran en la primera línea de la crisis climática”. Señala que se necesitan acciones urgentes a nivel internacional, regional y nacional para garantizar el acceso a la justicia y el debido proceso, sin criminalizar a los activistas, sino proteger su integridad.

Berta Cáceres en Honduras. Foto cortesía de Goldman Environmental Prize.

“Muchas de nuestras compañeras en América Latina han sido asesinadas, incluso cuando tenían medidas cautelares que las protegían, como Berta Cáceres (defensora indígena de Honduras)”, agrega Melania Canales de Onamiap.

Canales, quien recorre el Perú recogiendo las denuncias de otras mujeres indígenas, comenta que el primer obstáculo lo enfrentan cuando buscan presentar una denuncia: en muchas regiones, las instancias judiciales se encuentran a un día de distancia.

“La violencia está institucionalizada y naturalizada”, dice la dirigente. Esto es algo que desde las comunidades, tejiendo redes, cuidando y defendiendo aquello que da vida, identidad y futuro a sus pueblos, las mujeres indígenas buscan cambiar. Y por eso alzan la voz en colectivo y cada vez lo hacen más fuerte.

Fuente: https://es.mongabay.com/2021/11/triple-riesgo-ser-mujer-indigena-y-defensora-ambiental-en-america-latina/





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jueves, 28 de enero de 2021

Mujeres Ilustres : «Doctora Livingstone, supongo»: Mary, la exploradora eclipsada por su marido y olvidada por la historia


Fuentes: https://www.publico.es/ // Foto: La maestra y exploradora Mary Livingstone, esposa de David Livingstone.

Acompañó al expedicionario en sus rutas africanas, durante las que tuvo seis hijos, pero su figura quedó ensombrecida por la fama de su marido. Pilar Tejera, autora de ‘Viajeras de leyenda’, la reivindica en el segundo centenario de su nacimiento.


Mary Livingstone fue la primera hija de las diez criaturas que tuvo el misionero escocés Robert Moffat y su mujer, quien la bautizó con su mismo nombre. Nacida en Griekwastad (Suráfrica) en 1821, se crio en Kuruman, el oasis del Kalahari, donde convivió con el pueblo tsuana. Durante su inclemente vida en el desierto, vio morir a dos hermanos pequeños, aunque los Moffat perderían a un tercer vástago de 36 años.

A los diez comenzó a relacionarse con otros europeos en la escuela de Wesleyan, en Salem, y se topó con el racismo de los alumnos bóeres, quienes no veían con buenos ojos la labor evangelizadora de su padre, traductor de la Biblia a la lengua local. Luego estudió Magisterio en Ciudad del Cabo y en 1839 viajó con su familia a Londres, donde su progenitor publicó el Nuevo Testamento.

Allí también conoció a David Livingstone, a quien convenció para que fundase misiones junto a él. Cuatro años después, ya de vuelta en Suráfrica, Moffat le organizó varias expediciones por el continente, lo que le permitiría al explorador conocer el Kalahari, descubrir el lago Ngami, alcanzar el río Zambeze, maravillarse con sus cascadas y bautizar unas cataratas como Victoria, en honor a la reina británica.

Pero la inestimable ayuda del predicador se vio reforzada por la incansable labor de Mary Moffat, quien adoptaría el apellido de su marido cuando se casó con David a los veintitrés años tras conocerlo en la escuela de Kuruman, donde daba clases. Desde allí se trasladaron a Mabotsa, un rincón más aislado, aunque Livingstone pronto dejaría a su esposa y a su hijo Robert para fundar una misión en Chounuané, un territorio afectado por la sequía.

Mary decide seguir sus pasos y emprende el camino en un carro con un bebé en brazos y otro en su vientre, una extenuante travesía bajo la amenaza de la falta de agua, el calor sofocante, la fiebre del pequeño, los rugidos de los leones y los gritos de los nativos que los rodean cuando llega la noche. Cuando al fin llega al puesto, su marido no tarda en buscar un lugar para establecer otra misión y ella se queda sola con sus dos retoños, a los que se sumaría un tercero.

«David Livingstone iba de avanzadilla y la dejaba atrás. Debía de ser una persona insoportable obsesionada por la exploración a la que no le interesaba nada la familia», explica Pilar Tejera, autora de Viajeras de leyenda (Casiopea). «Mientras, subida en un carromato, ella tenía que buscarle la vida, cuidar de los churumbeles y lanzar latigazos a diestro y siniestro contra los leones que querían zamparse a Mary y, de paso, a los niños», añade la escritora.

Establecidos en la árida Kolobeng, a mediados del siglo pasado la pareja y sus hijos emprenden el primero de sus viajes a través del desierto de Kalahari, donde los mosquitos y las moscas acribillan a los niños, quienes contraen la malaria. Mary, de nuevo embarazada, teme por la salud de los pequeños, mientras que su marido escribe: «Se trata de una fiebre interesante. Me gustaría contar aquí con un hospital donde poder estudiarla».

David ve frustrado el intento de establecer una nueva misión, pero su esposa paga caro su ambición expedicionaria, pues pierde a su recién nacida y sufre una parálisis facial. «Sus apuntes sobre la malaria escritos desde un punto de vista científico revelan que era un hombre egoísta», opina Pilar Tejera, quien recuerda el importante papel que desempeñó Robert Moffat y su hija para que Livingstone pasara a la historia.

«Él fue el detonante de sus exploraciones y ella, el sostén anímico y familiar durante las expediciones de su marido, quien no habría sido el mismo sin su suegro ni su mujer», afirma la autora de Viajeras de leyenda, cuyo subtítulo, Aventuras asombrosas de trotamundos victorianas, adelanta el contenido de un libro protagonizado por mujeres singulares que desafiaron el machismo y las convenciones de su tiempo, desde Isabella Bird hasta Mary Kingsley.

«Una fuente de inspiración desdibujada por la historia»

La polvorienta ruta por el Kalahari se torna más yerma si cabe cuando se quedan sin agua, una situación extrema que Livingstone refleja en su diario: «La idea de que [los niños] desfallecieran ante nuestros propios ojos era terrible. Habría sido un alivio para mí que me reprocharan al menos ser la única causa de la catástrofe, pero ni una sílaba de censura salió de boca de su madre mientras sus ojos envueltos en lágrimas reflejaban su agonía».

Mientras él explora la zona durante su segundo viaje por el desierto, Mary da a luz a su quinto hijo bajo una acacia. Su intención es alcanzar la costa occidental, aunque ella no cree conveniente acompañarlo por el bien de su prole y en 1852 se va a vivir a Escocia con sus suegros. Sin embargo, no son bien recibidos y la relación es complicada. La soledad que siente en un lugar extraño donde no conoce a nadie —Hamilton, la ciudad natal de Livingstone— la llevan a darse a la bebida.

Decide entonces alojarse en la localidad inglesa de Kendal en la casa de un matrimonio de cuáqueros, miembros de la Sociedad Misionera de Londres, a la que pertenecían los padres y el marido de Mary. «David pasaba de su mujer y de sus hijos. Los abandonó en el Reino Unido y ni siquiera le mandó una carta de recomendación a su familia para que los acogiese con cariño. Un maltratador psicológico», critica Pilar Tejera.

La maestra y exploradora Mary Livingstone, esposa de David Livingstone.
La maestra y exploradora Mary Livingstone, esposa de David Livingstone.  Archivo

Cuatro años después, Livingstone regresa a Inglaterra como un héroe nacional: se ha abierto paso en su travesía por el Zambeze hasta Luanda (Angola), ha descubierto las cataratas Victoria y es el primer europeo que cruza el continente desde el Atlántico hasta el Índico. El explorador degusta la fama mientras que su mujer permanece sumida en el anonimato, del que apenas la saca por un instante lord Ashley durante un homenaje a su marido en la Real Sociedad Geográfica.

«Mary Livingstone pasó años de soledad en este país rezando por su esposo y aceptando su abandono con resignación. Esta encomiable mujer supo sacrificar su bienestar en aras del desarrollo científico y la cristiandad», afirma el filántropo y parlamentario tory. David, en cambio, saca partido del libro Missionary Travels and Researches in South Africa, donde denuncia la esclavitud al tiempo que descuida a su esposa.

Ambos vuelven a África en 1858, acompañados de su hijo Oswell, tras ser nombrado cónsul en Quelimane (Mozambique). Emprenden una expedición por el Zambeze, pero ella da a luz a una sexta hija y se va a vivir a Kuruman, donde residían sus padres. Cuando se reúne con él tres años después en la misión de Shupanga, situada en la desembocadura del citado río, Mary enferma de malaria y fallece en 1862 a los cuarenta años.

«Él escribe en su diario que es el golpe más duro que ha sufrido en su vida. No se da cuenta de lo que tenía ni de la altura de la mujer con la que había compartido su vida hasta que se muere», explica Pilar Tejera. «Nunca pagó la deuda que había contraído con ella, del mismo modo que tampoco lo ha hecho la historia a día de hoy, cuando se cumple el segundo centenario de su nacimiento», añade la autora de Viajeras de leyenda.

De hecho, la valla que indica dónde está situada su tumba ni siquiera menciona su nombre: Local histórico. Túmulo da esposa do Dr. David Livingston. «Sin embargo, él fue enterrado con todos los honores en la abadía de Westminster en 1873, lo que pone de manifiesto la sombra que proyectó sobre ella. Fue una importante exploradora, pero tuvo la mala suerte de casarse con uno de los más aclamados, por lo que la eclipsó por completo», razona la escritora.

Su biografía fue restaurada gracias a los diarios y al trabajo de las sociedades misioneras, aunque hoy, por ejemplo, no existe una entrada en la edición española de la Wikipedia. «Livingstone le hizo un flaco favor porque apenas habló de ella. Así, su experiencia es la que mejor ilustra el segundo plano en el que vivieron las mujeres en el pasado. No obstante, poca gente sabe que hubo una señora Livingstone, cuya vida está a la altura de su esposo».

Pilar Tejera la considera un ejemplo de fortaleza, pues algunos episodios de su existencia fueron terribles. «Su vacío exterior es un reflejo de su vida interior. Es el relato más crudo y tierno del libro, protagonizado por una mujer que siguió a su marido por media África pariendo por el camino nada menos que a seis hijos», afirma la autora, quien considera que en su segundo centenario debería reivindicarse a una figura que, como muchas otras, «se ha quedado desdibujada a lo largo de la historia y que, en realidad, es una inspiración».


Fuente: https://www.publico.es/sociedad/mary-livingstone-eclipsada-marido-explorador-david.html




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viernes, 11 de diciembre de 2020

Científicas y brecha de género: el cambio debe empezar en la propia universidad


Fuentes: The conversation

En estos tiempos en los que acudimos a más seminarios formativos tal vez hayan observado que los hombres están infrarrepresentados en los eventos sobre género. “La ciencia profesional femenina”, se titulaba un curso reciente en la Universidad de Sevilla con dos asistentes masculinos por 30 femeninos. Esto es algo habitual que se resiste a cambiar, pero que podría ayudar a mitigar el actual protagonismo comunicativo de científicos como Fernando Simón y Margarita del Val, bendito ejemplo de paridad que deja el coronavirus.

La brecha de desigualdad en la ciencia es antigua, y se pronuncia cada vez que hay una crisis. Habrá que observar ahora si mantiene su regularidad. Un análisis publicado en Nature en mayo ya señalaba que las publicaciones de investigadoras habían disminuido durante la pandemia, y que estas habían empezado menos proyectos que sus homólogos masculinos. De hecho, algunos editores han señalado que las mujeres enviaron menos artículos a revistas científicas en los primeros meses de la pandemia. Esto contrasta con que las científicas lideran más de la mitad de los proyectos del CSIC sobre la covid-19. ¿Brotes violetas?

La historia se escribe a partir de muchas científicas con aportaciones relevantes sin reconocimiento. Elizabeth Boody Schumpeter es un ejemplo. A la sistemática invisibilización de sus investigaciones le sucede la consiguiente falta de referentes femeninos. Se une el cuestionamiento social de su dedicación y la segregación sexual, vertical y horizontal. Las científicas se enfrentan así a múltiples barreras para su progreso, a obstáculos arraigados como el techo de cristal, los sesgos en la selección, las relaciones de poder, los estereotipos sobre su validez para generar conocimiento, u otros sexistas y educacionales. Sesgo de la cuerda floja, síndrome de la impostora, sesgo de la maternidad… La suma provoca que las científicas arrastren un hándicap por ser mujeres.

El programa L’Oréal-UNESCO For Women in Science recoge que “las mujeres todavía representan solo el 29 % de las personas investigadoras en todo el mundo”. La infrarrepresentación de las científicas en la universidad es un hecho en todas las etapas de la carrera investigadora, pues hay datos que evidencian la aguda diferencia de género en la tasa de abandono en los estudios de doctorado, de la carrera profesional y de la academia tras el nacimiento del primogénito.

En el CSIC, la proporción femenina desciende según se asciende en la carrera investigadora. Así, según datos de la propia institución, se registra un declive mayor en la etapa predoctoral y en la postdoctoral en el periodo 2010-2020. Pese a defender más tesis doctorales, la presencia de las científicas es menor en todas las categorías profesionales.

También existe un sesgo de género en la actividad científica en los equipos de investigación, la producción (personas líderes o responsables de financiación, remuneradas de comités editoriales de revistas, menor número de citas, etc.) y en la actividad de los Organismos Públicos de Investigación.

Ellas prefieren el acceso abierto

En contraposición, las mujeres publican con mayor frecuencia en acceso abierto y están más representadas en los grandes equipos investigadores. El camino hacia la inclusión en la ciencia se dilata. Por consiguiente, podríamos afirmar que las científicas sufren el sexismo en forma de prejuicios que lastran su éxito. El menosprecio profesional, el abuso de poder, los agravios en la financiación y el limitado reconocimiento profesional lo certifican.

Nuestra propia universidad, la de Sevilla, también tiene que avanzar en una mejora de la representación de las científicas. Tal y como evidencia esta tabla, las mujeres son minoría en todas las áreas. Suenan poco comunes nombres reconocidos como los de Montserrat Vilà Planella, Carmen Ortiz Mellet, Catalina Alarcón de la Lastra Romero y Amparo Mármol Conde. Es necesario darles visibilidad para contrarrestar la desigualdad latente en la ciencia.

Los estudios de género han demostrado que un requisito indispensable para modificar la perspectiva depende de las instituciones. Puede que venga de ahí la vigente tendencia de iniciativas universitarias con científicas en un bottom-up approach, tal como señala el siguiente cuadro. Llegados a este punto, ¿las iniciativas femeninas son colectivas?

Este año será el primero en la historia de España que dos mujeres presenten las campanadas en una televisión pública. Puede, y ojalá sea verdad, que los acontecimientos sociales estén marcando una ruptura paulatina hacia que las científicas asistan al desvanecimiento del sesgo de género en el ámbito académico. Que ocupen los espacios que les pertenecen y también, tal vez, del resto de los ámbitos sociales y profesionales.

La investigadora Lorena Fernández lanzó una propuesta en The Conversation para que las científicas sumaran sus voces. Aquí, con este artículo, recogemos el guante. Por lo pronto, este texto tiene voz exclusivamente femenina en autoría y referencias. Los cambios hay que abordarlos desde la raíz.

Macarena Pérez Suárez. PDI. Departamento de Economía Aplicada III, Universidad de Sevilla

Isadora Sánchez Torné. Universidad de Sevilla

Fuente: https://theconversation.com/cientificas-y-brecha-de-genero-el-cambio-debe-empezar-en-la-propia-universidad-149478?







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