Sabemos que es posible y urgente construir un modo de vida respetuoso con el planeta que permita vivir vidas dignas a todas las personas y seres vivos que lo habitamos en un mundo más justo y sostenible.
El ecofeminismo es una corriente de pensamiento política y un movimiento social; es una filosofía de vida; es una mirada y una práctica que se nutre de los encuentros y posibles sinergias entre ecologismo y feminismo, y se constituye como un movimiento social universal que abraza la diversidad, la pluralidad y las potencialidades de todos los seres vivos.
En este momento de crisis civilizatoria, el ecofeminismo prioriza el sostenimiento de la vida humana y de todos los seres vivos con los que compartimos el planeta, poniendo la vida en el centro y construyendo resistencias y alternativas esperanzadoras hacia un mundo justo, amable y sostenible.
El pensamiento ecofeminista analiza críticamente la cosmovisión occidental que se asienta sobre una matriz patriarcal, capitalista y colonial de ideas y creencias que implica la discriminación de las mujeres y otros sujetos no hegemónicos, y lleva al límite la sobre explotación de la naturaleza y de todos los seres vivos, poniendo en riesgo la supervivencia global.
Desde esta perspectiva, los ecofeminismos cuestionan el modelo de vida capitalista, patriarcal y colonial el cual, para mantenerse, somete tanto a los seres humanos como al resto del mundo vivo:
– El patriarcado, que fundamenta un sistema social construido sobre valores que discriminan a la mujer por considerarla inferior y subordinada al varón. Este pensamiento, denominado androcéntrico, sitúa al hombre como centro y protagonista de la historia y la civilización humana, y a las mujeres y niñas como subalternos al varón. En consecuencia, las mujeres y los hombres tienen asignados en la vida roles de género determinados según su sexo, por lo que cada uno debe cumplir con tareas y funciones pre establecidas por el sistema patriarcal. Este pensamiento se refuerza con una serie de estereotipos de género que tienen matices según las sociedades y momentos históricos.
– El capitalismo es un sistema socioeconómico que responde a la lógica de la dominación y del sometimiento de la vida, donde las relaciones de explotación sobre la naturaleza tienen la misma raíz que la opresión contra las mujeres. Su fin es la acumulación y el beneficio material individual y, para ello, subordina a las mujeres y explota la naturaleza.
– El colonialismo es un sistema basado en la ocupación y control de territorios por una potencia extranjera con el fin último de explotar sus bienes naturales y su población. Bajo ese prisma se ven y tratan a la tierra y los cuerpos desde la exterioridad, la superioridad y la instrumentalidad. Se acompañan además de la imposición de estructuras políticas, económicas y culturales por parte de los colonizadores, quienes suelen considerar a las sociedades sometidas como inferiores en términos sociales, culturales o biológicos.
– El antropocentrismo, creencia que sitúa al ser humano en el centro de la creación y por encima del resto de seres vivos a los que somete y utiliza en su beneficio, permite al sistema capitalista justificar y llevar al límite prácticas depredadoras y ecocidas por todo el planeta, las cuales ponen en evidencia el conflicto capital-vida en el que actualmente estamos.
Cuando unimos patriarcado y capitalismo entendemos cómo bajo este sistema socioeconómico los trabajos de cuidados no tienen valor económico ni social a pesar de ser imprescindibles para la reproducción y el mantenimiento de la vida, tanto la humana como la no humana. Estas tareas representan la base sine qua non del sistema socioeconómico capitalista actual
La perspectiva ecofeminista pone en cuestión los mitos fundacionales del pensamiento occidental hegemónico basada en una lógica dicotómica y jerarquizante: cultura versus naturaleza o razón versus emoción; donde el varón (como sujeto patriarcal) siempre es identificado con la cultura y la civilización y las mujeres y otros sujetos no hegemónicos, con la naturaleza y la esfera salvaje. Además, desde una mirada decolonial, someten a revisión conceptos clave de nuestra cultura muy aceptados hoy en día, tales como el crecimiento económico ilimitado, el beneficio económico individual como finalidad civilizatoria, y el progreso medido en términos de productividad y consumo material. Desarrollan por lo tanto una mirada alternativa sobre el actual modelo social, económico y cultural aportando una perspectiva diferente sobre la realidad cotidiana y la política dando valor a elementos, prácticas y sujetos que han sido designados por el pensamiento occidental hegemónico y colonial como inferiores.
Existen históricamente diferentes corrientes de pensamiento ecofeminista y todas ellas coinciden en denunciar que el modelo económico predominante -el capitalismo neoliberal- no tiene en cuenta los ciclos vitales de los seres humanos ni los límites biofísicos del planeta y sus ecosistemas, ignorando dos hechos evidentes:
– La vida humana transcurre encarnada en un territorio mucho más inmediato y próximo: el cuerpo. Todos los cuerpos, en su naturaleza vulnerable, tienen necesidades que deben ser cubiertas para poder mantenerse vivos. Para poder sobrevivir, sus cuerpos necesitan ser atendidos y cuidados a lo largo de toda su existencia y, especialmente, en algunos momentos de ciclo vital. Son tareas son realizadas mayoritariamente por mujeres. Somos por lo tanto seres interdependientes.
– Como todas las especies, los seres humanos interactuamos con la trama de la vida para obtener lo necesario para mantener la existencia: agua, alimento, energía, minerales, oxígeno, madera, semillas….No hay nada de lo que el ser humano pueda necesitar que no dependa de lo que produce la naturaleza. Podemos decir que no hay vida sin naturaleza. Por lo tanto somos también seres ecodependientes.
Abrazamos un enfoque basado en la sostenibilidad de la vida, perspectiva que combina aportaciones de la economía feminista, las miradas decoloniales y las cosmovisiones no occidentales respecto a la naturaleza y la defensa del territorio, de las comunidades y de las vidas y cuerpos de las mujeres.
La perspectiva ecofeminista proporciona claves para repensar las contradicciones actuales, revertir los imaginarios dominantes y la narrativa hegemónica sobre el mundo y proponer nuevas formas de relación con la naturaleza y entre las personas que permitan caminar hacia una cultura de paz, y hacia un futuro verde y sin violencia.
Por ello, el ecofeminismo lucha activamente para prevenir, denunciar y erradicar la violencia de género contra las mujeres y contra las disidencias identitarias, asi como contra todas las violencias específicas que el patriarcado ejerce con el fin de someter cuerpos y territorios. En esta línea el ecofeminismo se opone activamente, denuncia y rechaza la militarización de las sociedades y la economía de la guerra. Por ello aboga por la defensa de la biodiversidad y la ideodiversidad como estrategias de supervivencia colectiva, siendo imprescindibles para crear comunidades en equilibrio con los territorios.
Igualmente su perspectiva interseccional incorpora enfoques y reivindicaciones de luchas como el sindicalismo, en antirracismo, el antimilitarismo, el naturalismo, el antiespecismo, etc., con las que entreteje visiones compartidas y propone alternativas inclusivas y situadas en la diversidad y complejidad de los territorios y las personas. Por ello las miradas ecofeministas también tienen vocación de inspirar a ciertos movimientos sociales en la construcción de una sociedad bases en la justicia ecosocial.
Desde el ecofeminismo, elaboramos propuestas para transformaciones posibles donde la vida esté en el centro. Desde el reparto de trabajos, tiempos y riqueza, hasta el decrecimiento, transitando por temas como la minería, el derecho a una vivienda asequible y digna, la soberanía energética, la agricultura orgánica y local, la inmigración, etc. Así, el ecofeminismo denuncia y al mismo tiempo propone alternativas en todas las dimensiones de nuestras vidas.
Para el ecofeminismo actual es clave actuar para hacer realidad una transición ecosocial justa donde el sistema socioeconómico priorice los trabajos esenciales y necesarios para el sostenimiento de todas las vidas y la reproducción social de los seres humanos y de los ecosistemas, desde una mirada inclusiva, antirracista y decolonial.
Finalmente, desde el Área Ecofeminista de Ecologistas en Acción creemos que vivimos un momento de crisis múltiples que se interrelacionan y dan lugar a una crisis sistémica o policrisis (sanitaria, económica, social, ecológica, energética…). En este contexto, la mirada y los principios del ecofeminismo son una gran fuerza transformadora, de emancipación, que aportan solidez a los movimientos ecologista y feminista, y proponen una mirada global y esperanzada; cuya ética trata de conciliar nuestras prioridades, necesidades y deseos con principios como la solidaridad, corresponsabilidad, justicia, distribución, equidad, frugalidad, suficiencia, cuidados, cooperación y sostenibilidad.
Sabemos que es posible y urgente construir un modo de vida respetuoso con el planeta que permita vivir vidas dignas a todas las personas y seres vivos que lo habitamos en un mundo más justo y sostenible.
Nuestra compañera Salomé Preciado reflexiona sobre cuál es el verdadero kit de supervivencia que necesitamos para afrontar los tiempos que vivimos.
Escribo estas líneas desde la perspectiva y la distancia, tanto física como emocional, que me permite hacerlo estando en tierras africanas. Me ha traído hasta aquí la propuesta por participar en un proyecto de prevención de la malnutrición en la infancia en calidad de enfermera y la inquietud por conocer otras formas de ser y estar en el mundo.
Salir de la rutina y de los espacios de seguridad siempre me supone un reto, aunque haya sido una decisión tomada con libertad. Sin embargo, no dejo de ser consciente de que mi condición de mujer europea apela a la blanquitud que me habita y a los privilegios que me atraviesan. Y es desde esa posición desde la cual me acerco a esta experiencia.
Por poner contexto esta reflexión en forma de relato, os contaré que mi compañera y yo estamos alojadas en una humilde casa con electricidad y agua (aunque los cortes de suministro sean tan continuos como impredecibles) amueblada con apenas una mesa con cuatro sillas y dos camas con colchón. Aún así sentimos que contamos con lo necesario para disfrutar de cierto confort en un contexto como este. Tal es la situación de adaptación al medio que el día que nos trajeron dos ventiladores – nuestro móvil nos decía que estábamos a 36 grados con sensación térmica de 42- , casi lloramos de la alegría.
A pesar de o como causa de ese calor, durante las últimas tres tardes consecutivas hemos vivido tormentas tropicales que, si bien no son las primeras que vivencio, sí han sido las que más han llegado a preocuparme por su violencia en forma de vientos semihuracanados y granizos del tamaño de canicas.
El kit de supervivencia de la UE
Mientras estábamos resguardadas al calor de nuestro hogar y a la luz de unas velas de citronela antimosquitos, nos venía a la mente el recuerdo velado sobre el kit de supervivencia recomendado por la UE en caso de guerra o desastre natural hace unas semanas. Según declaraciones, gracias a ese kit podríamos contar con una serie de elementos para poder subsistir durante al menos setenta y dos horas sin necesidad de “ayuda exterior”, contando con la mayor autonomía posible. Mi compañera y yo, con mentalidad decolonial, fantaseábamos con que esa ayuda del exterior pudiera llegar de países africanos o latinoamericanos, con la esperanza de que se entendiera de una vez que la interdependencia no opera únicamente dentro de nuestras fronteras y nuestros estados-fortaleza.
Recuerdo que, cuando escuché la noticia sobre ese famoso kit en la televisión de mi madre, me saltaron todas las alarmas. De inmediato sentí que se proponía, una vez más, una “solución” individual a un problema claramente global. Así que, mientras caían granizos como puños sobre el tejado de uralita, provocando un ruido ensordecedor, pensábamos en las estrategias de supervivencia que nos estaba mostrando el pueblo africano, en particular sus mujeres.
Hemos visto cómo son ellas las que preparan las semillas que después se convertirán, primero en harina y luego en nutritiva papilla. Son ellas las que saben disponer de un buen fuego para sus ollas, colocadas sobre unas grandes piedras que primeramente han colocado en un sitio estratégico sobre el suelo, con la madera que previamente han seleccionado y almacenado cuidadosamente. Son ellas las que generan la fuerza necesaria con sus cuerpos para extraer el agua de las fuentes o pozos a unos quince metro de profundidad y luego la acarrean con baldes metálicos en sus cabezas durante varios metros hasta sus casas. Un agua que es fundamental para lavar, limpiar, cocinar. Esencial para sostener las vidas.
Y todo ello lo hacen en comunidad, junto a otras mujeres, mientras portean, amamantan, atienden y alimentan a sus criaturas. Y charlotean entre ellas, y ríen y cantan animadas melodías, si se da el caso.
Aprovechamos nuestra estancia en aldeas más apartadas para integrarnos cual antropólogas inocentes entre las mujeres y su día a día. No compartimos idioma pero encontramos la manera de comunicarnos. Saben que estamos allí para compartir nuestros conocimientos como sanitarias y así poder ayudar al mejor desarrollo de sus hijas e hijos. Nosotras sabemos que estamos aquí para entender cómo las políticas internacionales impactan sobre las vidas humanas.
A la pregunta de “dónde están o qué hacen los hombres” nos responden “que ellos trabajan en otras cosas”, aunque en ciertos contextos sus tareas son bastante invisibles a nuestros ojos. Probablemente se encuentren en otros espacios menos domésticos, cotidianos o accesibles para nosotras como mujeres. Lo que no podemos obviar es que ellas conocen perfectamente los bienes naturales a su alcance en su entorno y los ponen al servicio de las tareas de reproducción de la vida social.
Nuestro kit
Así que con varias anotaciones en nuestros cuadernos y muchas imágenes coloridas registradas en nuestras retinas intentamos dar forma a nuestras reflexiones, con la intención de extraer aquellas lecciones que puedan sernos útiles en nuestras propias formas habitar el mundo.
Y con esos elementos nos proponemos ir conformando nuestro kit. O nuestra mochila, bolsa o zurrón, según preferencias personales y localismos varios. En él meteremos todo aquello que queremos y reivindicamos para nosotras pero también para el conjunto de la sociedad. Esa mochila deberá estar cargada de conocimientos útiles para poder compartir, de saberes populares y situados. Probablemente llevemos impresa una copia del manual de Técnicas humildes para el decrecimiento de nuestras compañeras y compañeros de Ecologistas en Acción. Si se avecina un apagón generalizado, puede que nos sea de gran utilidad. Sin duda tendremos identificadas de antemano tantos las necesidades esenciales propias como aquellas de nuestras vecinas y de las personas que viven en nuestro entorno más próximo. Para ello habremos ido entretejido redes de confianza y resistencia colectiva por lo que, a esas alturas de la catástrofe de turno que pueda llegar, sabremos cuales son las mejores formas de satisfacerlas con los medios con los que disponemos a nuestro alcance.
En esa mochila habrá cabida para un mapa o croquis gracias al cual saber encontrar las fuentes de agua potable más cercanas pero también los refugios a los cuales acudir en caso de gravedad. Porque esos espacios serán, antes que posibles refugios climáticos o antibombas, centros sociales, autogestionados y de uso colectivo. Y en ese plano no faltarán tampoco señalados las personas y contactos a los cuales podremos acudir para compartir nuestros alimentos, que serán además con quienes podremos cocinar en un gran puchero colaborativo. Habrá personas que sepan como cultivar alimentos en terrenos inhóspitos e incluso habremos podido reflexionar de manera conjunta y sosegada sobre la necesidad ejercer una soberanía alimentaria bajo los principios de justicia y redistribución.
Yo ofreceré mi contacto para formar parte de esa lista previamente confeccionada, poniendo al servicio mis conocimientos como sanitaria para quien pueda necesitarlos. Y a su vez me propondré para servir de “medio de comunicación analógico”. En mi mochila no faltarán una libreta y un bolígrafo, para llevar mensajes entre personas o dejar notas útiles en uno u otro lado.
Con todo ello, y con el aporte de cada persona con la que me encuentre y así lo considere, iremos formado nuestro kit de supervivencia. Una vivencia y supervivencia basada en las relaciones de calidad, de reciprocidad, de confianza, de cuidados y apoyo mutuo. Un kit donde además, si la situación lo permite, tenga cabida la alegría, el disfrute y sin lugar a dudas, la dignidad de todas las personas.
Salomé Preciado Diez. Área de Ecofeminismo, Ecologistas en Acción
Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com
Quince defensoras latinoamericanas de ambiente y territorio fueron asesinadas en el 2020, siete de ellas eran indígenas, de acuerdo con el informe anual de Global Witness.
Detrás de esos asesinatos hay una escalada de violencia física, psicológica y sexual que viven las lideresas indígenas, quienes son estigmatizadas, criminalizadas y acosadas por su labor en la defensa de ríos, el territorio y la vida misma.
En América Latina, las defensoras indígenas han formado redes de apoyo donde promueven el autocuidado como una “práctica política”.
Las mujeres Wayuú en Colombia son una fuerza colectiva. Han conocido el miedo y las amenazas de quienes las vigilan día y noche por estar en contra de la minería que contamina sus ríos y sus tierras en la región de La Guajira. Ellas decidieron unirse y organizarse. Juntas se cuidan, defienden su territorio y los recursos naturales que dan vida e identidad a sus pueblos. También han asumido el rol de mantener la memoria de sus familiares asesinados.
“Fuerza de Mujeres Wayuú ha sido nuestro mejor ejercicio de resiliencia”, cuenta Jackeline, una de las lideresas que integra esta lucha. En América Latina, ser mujer, ser indígena y ser defensora ambiental significa una triple amenaza que deben enfrentar para sobrevivir.
“El grueso de los asesinatos a defensores (ambientales y de territorio) se dan en Latinoamérica, muy por encima de otras regiones del mundo”, comenta Laura Furones, especialista de Global Witness, organización ambiental que desde el 2012 realiza un informe anual sobre el tema y que para 2020 documentó el asesinato de 145 defensores ambientales en la región —60 % de todos los registrados a nivel mundial—, de los cuales quince eran mujeres y, de ellas, siete eran indígenas. Esta última cifra es preocupante si se toma en cuenta que los pueblos indígenas representan un 5 % de la población mundial.
Mural de Berta Cáceres en el centro de Tegucigalpa. La defensora Lenca fue asesinada en 2016. Foto: Sandra Cuffe.
“Pero el asesinato es el caso más extremo. Hay una violencia con rasgos muy claros hacia la mujer”, agrega Furones. Ellas, a diferencia de sus compañeros, deben enfrentar daños físicos, psicológicos y sexuales, acoso y persecución por defender sus medios de vida de traficantes de tierra, de taladores, mineros ilegales, narcotraficantes y de los grupos criminales que buscan imponerse en sus territorios.
Información recopiladas por el proyecto periodístico Tierra de Resistentes, que registra los actos de violencia en contra de los defensores ambientales y de territorio en América Latina, aporta más información a la reunida por Global Witness. Entre 2010 y 2020 —de acuerdo con la base de datos construida y que cubre 12 países de la región— se registraron más de 340 ataques en contra de mujeres indígenas defensoras. La gama de las violencias es amplia e incluye el acoso judicial, las amenazas, la estigmatización, la criminalización, el desplazamiento y la violencia sexual.
Mongabay Latam en alianza con Rutas del Conflicto en Colombia, La Barra Espaciadora en Ecuador y RunRun en Venezuela decidimos investigar cómo afecta esta violencia a las mujeres indígenas que defienden el ambiente y su territorio, qué luchas están liderando y qué estrategias de defensa colectiva han puesto en práctica para hacerle frente a las amenaza en Ecuador, Colombia, México, Perú y Venezuela.
Los liderazgos femeninos, como el de Josefina Tunji (Ecuador), han sido parte del mundo indígena, pero también han sido históricamente invisibilizados. Foto: Lluvia Comunicaciones.
Mujeres, cuidadoras de la vida
Una defensora ambiental es una mujer que ha emprendido una lucha individual o colectiva a favor de los derechos humanos, específicamente los que están vinculados a la tierra, el territorio y el ambiente, según refiere la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Para la Alianza por los Derechos Humanos de Ecuador, estas defensoras también difunden información, denuncian y promueven la organización comunitaria. “Pero para las mujeres indígenas es mucho más difícil ser líder, pues aún sufren una falta de reconocimiento de sus capacidades”, dice Alejandra Yépez, de la organización Amazon Watch Ecuador. Esto sucede pese a que las mujeres, históricamente, han estado a cargo de labores esenciales dentro de las comunidades indígenas.
“Ellas son las que tienen el rol de transmitir la cultura, la lengua, son las que se encargan de la salud y del cuidado. No poder acceder a sus territorios sanos interrumpe esas labores”, agrega Francisca Stuardo, de Global Witness.
Bettina Cruz, lideresa indígena binnizá que denuncia el despojo de tierras por parte de empresas de generación de energía eólica en la región del Istmo de Tehuantepec, al sur de México, tiene claro este papel diferenciado de la mujer con respecto al territorio. “Somos cuidadoras de la vida”, señala. “No digo que los hombres no sean importantes para esta lucha, son importantísimos. Pero las mujeres somos cuidadoras de la vida. La madre tierra también nos da vida y tenemos que cuidar a nuestra madre”.
Bettina Cruz, lideresa indígena binnizá, denuncia desde hace más de una década cómo las empresas de generación de energía eólica han impuesto sus proyectos en Oaxaca, México. Foto: Francisco Ramos
Alejandra Yépez, de Amazon Watch Ecuador, señala que son estos espacios de vida —el agua, los ríos, el bosque, la tierra— en los que se concentran las luchas de las mujeres indígenas. “La noción de tierra y territorio que tienen las mujeres indígenas no está disociado de su cuerpo. Para ellas es una extensión de este”, agrega Stuardo, de Global Witness.
Bajo esta premisa, ejercer la violencia sobre el ambiente y el territorio es ejercerla también sobre las mujeres. “Por eso —remarca Stuardo— los ejercicios de defensa están protagonizados por mujeres, aunque no sean siempre visibles”.
Integrantes de Fuerza de Mujeres Wayuú, en Colombia. Foto: Cortesía Fuerza de Mujeres Wayuú.
Las violencias contra las defensoras
Sofía Vargas, oficial del proyecto de Oxfam en Perú, comenta que justamente la lucha de las mujeres suele ser menos visible porque históricamente se les ha impedido el acceso a espacios donde se toman las decisiones políticas y de manejo de territorio.
Para lograr tener protagonismo dentro de su comunidad o en su región han tenido que trabajar durante, al menos, diez años en temas comunitarios, muchas veces relacionados con salud materno infantil o soberanía alimentaria, comenta Belén Páez, directora ejecutiva de Fundación Pachamama, de Ecuador. Para que una mujer se ponga al frente de la comunidad, dice, primero ha tenido que romper varias barreras personales.
“El punto de partida es diferente para una mujer indígena, en comparación con un hombre indígena”, dice Mariel Cabero, especialista en justicia ambiental de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza de los Países Bajos (IUCN NL). Ellas, señala Cabero, primero deben enfrentarse a los estereotipos impuestos por ser mujer.
Las violencias dirigidas a las mujeres defensoras indígenas también tienen sus matices particulares, si se les compara con los ataques que sufren los defensores indígenas hombres: “Hemos visto que los hombres son criminalizados y hasta los asesinan, pero las mujeres, muchas veces, son violadas y de esto no se habla. Se vive con esto, se carga con ese dolor”, comenta Melania Canales, presidenta de la Organización Nacional de Mujeres Indígenas Andinas y Amazónicas del Perú (Onamiap).
“La violencia sexual es una forma de agresión hacia las mujeres, de mostrar poder, de humillar. Se convierte en una forma de castigo por la labor de defensoras que desempeñan. Se les hace campañas de desprestigio que se refuerzan en estereotipos para poder descalificarlas”, señala Vargas de Oxfam.
Laura Furones, de Global Witness, añade que aunque las mujeres defensoras son asesinadas en una tasa de 10 % a nivel mundial, detrás de esta cifra se esconden otro tipo de agresiones. Francisca Stuardo, también de Global Witness, comenta que esta violencia no solo pasa por el ataque físico y sexual, sino también por los espacios que tienen para realizar estas denuncias.
Ana María Fernández, del pueblo yukpa en Venezuela, ha perdido cinco de sus diez hermanos. Ellos luchaban por la recuperación de su territorio. Foto: Observatorio de Ecología Política de Venezuela
En el caso de Ana María Fernández, de la comunidad yukpa de Venezuela, sicarios le mataron a cinco de sus diez hermanos. Ella asegura que los asesinaron por encargo de terratenientes, militares y guerrilla colombiana que operan en el estado de Zulia y cuyo objetivo es apoderarse de las tierras indígenas. Aun así, ella se hizo luchadora social y ha seguido denunciando los abusos, por lo que ha sufrido discriminación, despojo y múltiples amenazas que han caído sobre las mujeres que más ama. Los que la acosan, han amenazado de violación a su hermana y han quemado la casa de su madre.
Sobre la estigmatización, Bellanira López Sánchez, especialista de Protección Integral a Defensoras del Consorcio Oaxaca, organización no gubernamental en México, comenta que esta es una práctica común dentro y fuera de las comunidades indígenas: “Las mujeres que se ponen al frente en una lucha de resistencia tienden a ser señaladas, porque deberían estar haciendo otras labores como cuidar la casa o los hijos y por este trabajo de defensa estarían dejando esas labores”.
Además, al tener un rol de cuidado dentro de las comunidades, son ellas a las que más les afecta en su cotidianidad el dedicar buena parte de su tiempo a la defensa del ambiente y el territorio.
Betty Rubio (al frente de la primera balsa) es presidenta de la Federación de Comunidades Nativas del Medio Napo, Curaray y Arabela (Feconamncua).
“Lo más difícil es dejar a mis hijos (durante los viajes a las comunidades). Y lo más triste es que la mayoría de las veces no hay cobertura (telefónica y de internet)”, confiesa Betty Rubio Padilla, presidenta de la Federación de Comunidades Nativas del Medio Napo, Curaray y Arabela (Feconamncua), perteneciente a la provincia de Maynas, en la región Loreto. Las defensoras sienten que están dejando de lado responsabilidades en el hogar y con sus familias.
A Josefina Tunki, la primera dirigente en presidir el Pueblo Shuar Arutam, y referente de varias mujeres indígenas en Ecuador, la han insultado y difamado por ser mujer e indígena. Tunki reflexiona que, si bien ha recibido el apoyo de muchos hombres de las comunidades Shuar, el machismo ha hecho que muchas veces la traten distinto. “Se refieren a mí en términos no muy decentes”, cuenta.
Pese a la gravedad de los ataques, no existen muchos datos en América Latina sobre las amenazas específicas en contra de las mujeres defensoras indígenas, señala Cabero de IUCN NL. “Estamos trabajando en monitorear y visibilizar estos peligros”, agrega.
Josefina Tunki, presidenta del Pueblo Shuar Arutam en una de las orillas del Río Santiago. Foto: Ana Cristina Alvarado.
Algunas organizaciones, como la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos, han resaltado que la criminalización —abrir procesos judiciales en su contra— es una de las violencias a las que recurren cada vez más los actores que buscan frenar las luchas de las defensoras indígenas.
En uno de sus informes, la Iniciativa Mesoamericana resalta que “estos procesos usualmente no prosperan, lo que da cuenta de un patrón en donde las mujeres son criminalizadas por delitos que no se pueden confirmar, lo que podría develar un indebido uso judicial contra las mujeres”.
Cuando la protección nace desde adentro
“Luchamos contra terratenientes, grandes hacendados, ganaderos, cuerpos policiales y guardia nacional, gobierno local y el mismo Estado que no permiten la demarcación de nuestras tierras”, advierte Ana María Fernández, lideresa yukpa.
“Son lideresas que luchan por sus tierras porque en esos espacios es donde está el alimento para su familia, el agua, sus lugares sagrados, su cultura”, dice Linda Bustillos, profesora de la Universidad de Los Andes (ULA).
¿Cómo se defienden las mujeres indígenas ante la desprotección de las autoridades estatales? Tejer redes y el autocuidado son herramientas que han sumado a la defensa del ambiente y territorio las mujeres cuyas historias son narradas en este especial.
Mujeres Wayuú realizan talleres en toda la Guajira colombiana, como parte de su escuela itinerante. Foto: Cortesía Fuerza de Mujeres.
Es el caso de Ana María Fernández, Carmen Fernández y Lucía Romero, tres defensoras indígenas que lideran la Organización de Mujeres Indígenas Yukpa de la Sierra de Perijá, Oripanto Oayapo Tüonde, creada para defender a su pueblo de la escalada de violencia en esa región de Venezuela.
Para instituciones como Onamiap, la autoprotección se convierte en una solución frente a las débiles acciones que los Estados realizan para proteger a las defensoras ambientales amenazadas, mecanismos que la mayoría de las veces no tienen un enfoque ni intercultural ni de género.
“En algunos países se nos obliga a migrar a las ciudades como salida de la contaminación o de las múltiples violencias que vivimos en nuestras comunidades. Pero las mujeres lo pasamos mal en las ciudades. No es como en tu comunidad donde produces tu comida o hablas en tu lengua materna”, dice Melania Canales, de Onamiap.
Mujeres indígenas de la Amazonía ecuatoriana.. Foto: Amazon Frontlines. Foto: Amazon Frontlines.
Bellanira López, de Consorcio Oaxaca, comenta que si existiera una perspectiva diferenciada para la protección de mujeres indígenas defensoras, se evaluarían casos donde no es necesario que salgan de su comunidad. “Es necesario revisar cuál es la causa del riesgo y tomar acciones a partir de este análisis”, añade.
La necesidad de un enfoque distinto de protección se evidenció con más fuerza durante la pandemia del COVID-19, señala Laura Furones, de Global Witness. “Los mecanismos de defensa que ya eran frágiles han dejado de funcionar y esto aumenta el círculo de impunidad”, precisa.
La ausencia de justicia y visibilidad de los ataques a las lideresas indígenas fue identificado por organizaciones como Fuerza de Mujeres Wayuú en Colombia. Es por ello que han recorrido La Guajira, de norte a sur, con una escuela itinerante que ha formado a más de mil mujeres en derechos humanos e incidencia política.
En Ecuador, el colectivo Mujeres Amazónicas —conformado por representantes de siete nacionalidades indígenas—, además de defender el territorio amazónico y los derechos humanos, se ha convertido en un soporte de sanación espiritual y físico entre mujeres durante la pandemia.
Tejer redes, esa ha sido una estrategia de las mujeres indígenas para su defensa: Cortesía Fuerza Mujeres Wayuú.
A nivel regional existe el Tribunal de Mujeres Amazónicas, iniciativa entre organizaciones indígenas y organizaciones privadas que busca mostrar las agresiones que viven las mujeres indígenas en América Latina. Y también está la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos.
“Ninguna es mártir y nuestros cuerpos no se ofrendan”, dice Bellanira López e insiste: “Si queremos defender nuestros derechos también tenemos que gozar de ellos. Hay que ver el autocuidado como una práctica política, porque nuestro primer territorio es nuestro cuerpo”.
Pero mientras las mujeres defensoras ponen sus cuerpos en juego, ¿cómo están respondiendo los países donde ellas viven?
En Perú, como en otros países de América Latina, las mujeres indígenas tienen un papel activo en la defensa de su territorio. Foto: Cortesía Rainforest.
Un llamado de emergencia a América Latina
Las especialistas consultadas por Mongabay Latam coinciden en que en América Latina aún falta mucho para lograr garantizar los derechos de las mujeres indígenas que defienden el territorio. “Escuchamos palabras grandilocuentes de los Estados cuando se refieren a programas de protección de las y los defensores, pero a la vez se recortan presupuestos para estas iniciativas, como sucede en México”, dice Laura Furones, de Global Witness.
Tampoco, agrega Furones, existe una coherencia entre los proyectos económicos que se aprueban en los países y que representan una amenaza contra los territorios donde habitan los pueblos indígenas. “Esto se hace sin un mínimo de consulta a las comunidades”, resalta. Lo mismo destaca Mariel Cabero, de IUCN NL: “La consulta previa informada a los pueblos indígenas es un requisito, pero se suele hacer rápidamente y no se ofrecen procesos adecuados para que las comunidades conozcan bien lo que se realizará en sus territorios”.
La minería y la tala ilegal son solo algunas de las actividades que están perturbando los territorios de las comunidades indígenas. Foto: Cortesía pueblo Shuar Arutam.
Para la especialista de IUCN NL, acuerdos como el de Escazú son fundamentales como guía para la defensa de los pueblos indígenas. En América Latina, entre los países que aún no han ratificado están Perú, Colombia y Venezuela. En el caso de Perú, Melania Canales, de Onamiap, señala que el nuevo gobierno, que asumió en julio de este año, debería plantear nuevamente al Congreso esta ratificación.
El caso más extremo de desprotección lo vive Venezuela. Lexys Rendón, especialista en derechos humanos y coordinadora del Laboratorio de Paz, señala que existe “un retroceso importante en la garantía de derechos económicos, sociales y culturales” en el país. “Hay un criterio generalizado para las personas que levantan la voz contra las políticas estatales de tildarlos como enemigos. Cuando hay mujeres que hablan en contra de proyectos extractivos son acusadas de traidoras a la patria”, dice Rendón. Para la activista venezolana, esta indiferencia a las demandas de los pueblos indígenas ha causado que solo un 17 % de las comunidades tengan territorios delimitados, lo que los deja en una mayor vulneración.
Global Witness ha emitido una serie de recomendaciones dirigidas a los gobiernos, la ONU y la Unión Europea de modo que se garantice la protección de defensores ambientales: “Las empresas y los gobiernos deben rendir cuentas por la violencia contra los defensores de la tierra y el medio ambiente, quienes se encuentran en la primera línea de la crisis climática”. Señala que se necesitan acciones urgentes a nivel internacional, regional y nacional para garantizar el acceso a la justicia y el debido proceso, sin criminalizar a los activistas, sino proteger su integridad.
Berta Cáceres en Honduras. Foto cortesía de Goldman Environmental Prize.
“Muchas de nuestras compañeras en América Latina han sido asesinadas, incluso cuando tenían medidas cautelares que las protegían, como Berta Cáceres (defensora indígena de Honduras)”, agrega Melania Canales de Onamiap.
Canales, quien recorre el Perú recogiendo las denuncias de otras mujeres indígenas, comenta que el primer obstáculo lo enfrentan cuando buscan presentar una denuncia: en muchas regiones, las instancias judiciales se encuentran a un día de distancia.
“La violencia está institucionalizada y naturalizada”, dice la dirigente. Esto es algo que desde las comunidades, tejiendo redes, cuidando y defendiendo aquello que da vida, identidad y futuro a sus pueblos, las mujeres indígenas buscan cambiar. Y por eso alzan la voz en colectivo y cada vez lo hacen más fuerte.
– Con motivo de la celebración del 8M, Ecologistas en Acción pone de manifiesto que la crisis sanitaria provocada por el coronavirus ha agudizado y acelerado la crisis ecológica, económica, social y de género que la precedían.
– La organización ecologista propone diez medidas ecofeministas para construir la nueva normalidad encaminada a la sostenibilidad ambiental, justicia social y equidad de género.
– Asimismo, desde el ecofeminismo se aprovecha esta fecha para visibilizar y reconocer la labor de colectivos como las jornaleras en lucha, las mujeres de la PAH, Ganaderas en Red, los colectivos de empleo de hogar o las defensoras del territorio contra los proyectos extractivistas.
La pandemia de la COVID-19 ha mostrado las costuras de un sistema sostenido en relaciones desiguales, de expolio y violencia, y ha agudizado y acelerado las múltiples crisis estructurales que existían previamente: ecológica, económica, social y de género. Nos encontramos ante un prólogo civilizatorio, un acontecimiento que incide en todos los ámbitos de la vida y lo cambia todo. Esta coyuntura nos ha mostrado la rapidez con la que la sociedad puede transformarse y qué actividades y trabajos han sido y son esenciales para sostener la vida.
La respuesta a la emergencia sanitaria solo afronta los síntomas, pero no las raíces, las que son la fuente causal de la misma, provocados por la acelerada desaparición y degradación de los ecosistemas debido a la acción humana, el mal uso de las energías fósiles, la hipermovilidad, la ganadería industrial, las industrias extractivas, la deforestación y la destrucción de la biodiversidad. De la misma manera que nuestro modelo de desarrollo se apropia de la naturaleza, también se apropia del trabajo y los cuerpos de las mujeres, especialmente de aquellas que viven en territorios del Sur global. La desigualdad de género, el sexismo, el racismo, la LGTBfobia y otras formas de dominación, han condicionado el devenir de la pandemia para miles de personas.
Todos estos factores nos han llevado a adoptar un modelo de habitar el planeta incompatible con la vida, que solo atiende al beneficio a corto plazo y al crecimiento ilimitado, en un planeta con recursos finitos. Un modelo que funciona gracias a los trabajos de cuidados y mantenimiento de la vida -realizados principalmente por mujeres- que se realizan en condiciones de explotación y precariedad.
La desconexión entre el neoliberalismo global y las bases materiales que permiten la vida ignora nuestra dependencia como especie -tanto de la naturaleza como de otras personas que cuidan de nuestros cuerpos vulnerables- así como las profundas desigualdades que nuestro modelo de desarrollo genera.
Aunque durante la pandemia la presión sobre los ecosistemas ha disminuido drásticamente, mejorando algunos indicadores ambientales, la actividad extractivista en otros lugares no solo se ha consolidado, sino que se ha visto aumentada. También se han agudizado las diferencias sociales y la exclusión de muchas personas, la mayoría mujeres.
Además de la pérdida de cientos de miles de vidas, de empleos e ingresos, la salud de las mujeres se ha visto afectada de forma dramática. Son las mujeres las que en situación de mayor precariedad y con diferente estatus migratorio, realizan mayoritariamente los trabajos considerados como esenciales, sobre todo de cuidados, tanto en el ámbito laboral como privado, en los hogares, con graves impactos psicosociales en algunos casos.
En este contexto de crisis civilizatoria, Ecologistas en Acción señala que se necesita promover otro orden social que enfrente las desigualdades y relaciones de poder existentes y tenga en cuenta la interdependencia y la ecodependencia. Por ello, la organización ecologista ha elaborado un decálogo de medidas que haga posible vivir vidas dignas y compatibles con el equilibrio de la naturaleza, y que defiendan la justicia social, la equidad, la sostenibilidad y lo comunitario:
1. Una transición ecológica justa, para alcanzar una sociedad sin energías fósiles, que revierta la pérdida de biodiversidad y que respete los límites de los ecosistemas. Fomentar el consumo de cercanía adaptado a los ciclos de la naturaleza y sustituir los sectores productivos más contaminantes. Es necesario establecer mecanismos para que la producción y distribución estén arraigadas en el territorio, sin depender de la rentabilidad monetaria, garantizando su accesibilidad y sostenibilidad. Los Fondos Europeos de Recuperación, Transformación y Resiliencia y la llamada política Palanca VIII (Nueva economía de los cuidados y políticas de empleo), deberían emplearse para la construcción de una nueva economía y acelerar la urgente y necesaria transición ecológica.
2. Una reforma profunda y urgente del sistema fiscal para que sea progresivo, justo, verde y ecofeminista.
3. Reconocer el derecho al cuidado como un derecho fundamental universal en todos los niveles, tanto público como comunitario, sacarlo del ámbito privado y doméstico y de la responsabilidad exclusiva de las mujeres, que los vienen realizando de manera gratuita e invisible. Se debe garantizar la corresponsabilidad del trabajo doméstico y de cuidados entre todas las personas, la sociedad y el Estado.
4. Reorganización socioeconómica de nuestro sistema productivo, orientándolo hacia una economía de los cuidados que priorice las tareas necesarias para el mantenimiento de nuestras vidas y evite su mercantilización. Un nuevo equilibrio social que corrija las desigualdades por razón de sexo, género, raza (entendida como contrucción social) clase, diversidad funcional, orientación sexual o identidad de género, con una redistribución y democratización del trabajo, productivo y reproductivo, que sea indispensable y necesario.
5. Justicia antirracista y decolonial. Los territorios del Sur global y sus saberes son expoliados desde hace siglos, perpetuando el desequilibrio de poder y legitimando la violencia hacia estos colectivos de forma sistémica. Es necesario atajar el racismo estructural, revertir estas dinámicas y ubicar los límites de cada posición (histórica, política, subjetiva) para hacer un frente común contra la dominación colonial, capitalista, racista y patriarcal. No habrá justicia climática sin justicia decolonial.
6. Abogar por una dieta sana, ecológica y sostenible sustentada por la soberanía alimentaria y la implementación de la agroecología, en donde el papel de las mujeres siempre ha estado muy presente y vinculado a estas prácticas, compatibles con el respeto a la naturaleza y animales no humanos. La experiencia y demandas en materia de igualdad de colectivos de mujeres rurales deben ser escuchadas. No podemos seguir manteniendo las prácticas de la agricultura y ganadería intensivas ni asumiendo prácticas que agudicen las desigualdades.
7. Garantizar servicios y suministros esenciales (agua, comida, saneamiento, energía, vivienda digna) y el derecho a la educación pública de calidad, incluyendo la educación para la sostenibilidad, la educación ecofeminista, educación para la paz, educación sexual, la justicia restaurativa, la interculturalidad y empoderamiento de mujeres y hombres como ciudadanos y ciudadanas globales.
8. Garantizar el derecho a la salud (física, ambiental, comunitaria, sexual, mental). Esto exige una sanidad 100 % pública y universal, protección frente a la contaminación, impulso a la atención primaria, a la medicina preventiva y a la salud pública, así como a la educación respetuosa con la diversidad de identidades de género y relaciones sexoafectivas bajo la lógica público-social-comunitaria, en detrimento de la lógica de mercado.
9. Ciudades y pueblos sanos y habitables, con especial cuidado a las periferias, donde se priorice la participación comunitaria y no organizando el trabajo y el consumo en función del capital y en oposición y disociación con la naturaleza. Deben ser entendidas como espacios comunes, producidos y reproducidos por quienes los habitan. Lugares inclusivos y saludables que prioricen la coexistencia intergeneracional y la proximidad de espacios naturales, una movilidad sostenible que prime la cercanía, el uso peatonal y en bicicleta y el transporte colectivo, basadas en una economía no lineal sino circular, que cierre ciclos.
10. Sociedades libres de violencias machistas y racistas, que garanticen los derechos humanos (entre ellos los derechos sexuales y reproductivos) de todas las personas, especialmente de quienes los ven amenazados de manera especial (mujeres, personas LGTBQ+, migrantes, habitantes del Sur global, personas amenazadas por defender el territorio).
Además de publicar este decálogo ecofeminista, Ecologistas en Acción quiere poner en valor luchas de mujeres que trabajan en dirección a los objetivos planteados. «Desde el sindicalismo feminista de las jornaleras en lucha, a las activistas de la PAH dejándose la piel por el derecho a la vivienda, Territorio doméstico luchando por el 189, Ganaderas en red visibilizando la situación de las mujeres en la ganaderías, o las defensoras del territorio poniendo el cuerpo contra los proyectos extractivistas», destacan.
Rosana Cervera, portavoz de Ecologistas en Acción: «Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, Ecologistas en Acción hacemos un llamamiento a todas las personas, y especialmente a las mujeres, para seguir tejiendo alianzas entre las organizaciones feministas y las ecologistas, junto con organizaciones sociales de todo tipo, como las organizaciones que trabajan en defensa de los servicios públicos o los derechos humanos. Porque sabemos que está en riesgo la sostenibilidad de la vida, y que solo podremos asegurarla trabajando desde el ecofeminismo por la justicia socioambiental. El futuro será ecofeminista, o no será».
En estos tiempos en los que acudimos a más seminarios formativos tal vez hayan observado que los hombres están infrarrepresentados en los eventos sobre género. “La ciencia profesional femenina”, se titulaba un curso reciente en la Universidad de Sevilla con dos asistentes masculinos por 30 femeninos. Esto es algo habitual que se resiste a cambiar, pero que podría ayudar a mitigar el actual protagonismo comunicativo de científicos como Fernando Simón y Margarita del Val, bendito ejemplo de paridad que deja el coronavirus.
La brecha de desigualdad en la ciencia es antigua, y se pronuncia cada vez que hay una crisis. Habrá que observar ahora si mantiene su regularidad. Un análisis publicado en Nature en mayo ya señalaba que las publicaciones de investigadoras habían disminuido durante la pandemia, y que estas habían empezado menos proyectos que sus homólogos masculinos. De hecho, algunos editores han señalado que las mujeres enviaron menos artículos a revistas científicas en los primeros meses de la pandemia. Esto contrasta con que las científicas lideran más de la mitad de los proyectos del CSIC sobre la covid-19. ¿Brotes violetas?
La historia se escribe a partir de muchas científicas con aportaciones relevantes sin reconocimiento. Elizabeth Boody Schumpeter es un ejemplo. A la sistemática invisibilización de sus investigaciones le sucede la consiguiente falta de referentes femeninos. Se une el cuestionamiento social de su dedicación y la segregación sexual, vertical y horizontal. Las científicas se enfrentan así a múltiples barreras para su progreso, a obstáculos arraigados como el techo de cristal, los sesgos en la selección, las relaciones de poder, los estereotipos sobre su validez para generar conocimiento, u otros sexistas y educacionales. Sesgo de la cuerda floja, síndrome de la impostora, sesgo de la maternidad… La suma provoca que las científicas arrastren un hándicap por ser mujeres.
El programa L’Oréal-UNESCO For Women in Science recoge que “las mujeres todavía representan solo el 29 % de las personas investigadoras en todo el mundo”. La infrarrepresentación de las científicas en la universidad es un hecho en todas las etapas de la carrera investigadora, pues hay datos que evidencian la aguda diferencia de género en la tasa de abandono en los estudios de doctorado, de la carrera profesional y de la academia tras el nacimiento del primogénito.
En el CSIC, la proporción femenina desciende según se asciende en la carrera investigadora. Así, según datos de la propia institución, se registra un declive mayor en la etapa predoctoral y en la postdoctoral en el periodo 2010-2020. Pese a defender más tesis doctorales, la presencia de las científicas es menor en todas las categorías profesionales.
También existe un sesgo de género en la actividad científica en los equipos de investigación, la producción (personas líderes o responsables de financiación, remuneradas de comités editoriales de revistas, menor número de citas, etc.) y en la actividad de los Organismos Públicos de Investigación.
Nuestra propia universidad, la de Sevilla, también tiene que avanzar en una mejora de la representación de las científicas. Tal y como evidencia esta tabla, las mujeres son minoría en todas las áreas. Suenan poco comunes nombres reconocidos como los de Montserrat Vilà Planella, Carmen Ortiz Mellet, Catalina Alarcón de la Lastra Romero y Amparo Mármol Conde. Es necesario darles visibilidad para contrarrestar la desigualdad latente en la ciencia.
Los estudios de género han demostrado que un requisito indispensable para modificar la perspectiva depende de las instituciones. Puede que venga de ahí la vigente tendencia de iniciativas universitarias con científicas en un bottom-up approach, tal como señala el siguiente cuadro. Llegados a este punto, ¿las iniciativas femeninas son colectivas?
Este año será el primero en la historia de España que dos mujeres presenten las campanadas en una televisión pública. Puede, y ojalá sea verdad, que los acontecimientos sociales estén marcando una ruptura paulatina hacia que las científicas asistan al desvanecimiento del sesgo de género en el ámbito académico. Que ocupen los espacios que les pertenecen y también, tal vez, del resto de los ámbitos sociales y profesionales.
La investigadora Lorena Fernández lanzó una propuesta en The Conversationpara que las científicas sumaran sus voces. Aquí, con este artículo, recogemos el guante. Por lo pronto, este texto tiene voz exclusivamente femenina en autoría y referencias. Los cambios hay que abordarlos desde la raíz.
Macarena Pérez Suárez. PDI. Departamento de Economía Aplicada III, Universidad de Sevilla