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miércoles, 3 de septiembre de 2025

Ecofeminismos: construyendo esperanza en tiempos de incertidumbre

Sabemos que es posible y urgente construir un modo de vida respetuoso con el planeta que permita vivir vidas dignas a todas las personas y seres vivos que lo habitamos en un mundo más justo y sostenible.

El ecofeminismo es una corriente de pensamiento política y un movimiento social; es una filosofía de vida; es una mirada y una práctica que se nutre de los encuentros y posibles sinergias entre ecologismo y feminismo, y se constituye como un movimiento social universal que abraza la diversidad, la pluralidad y las potencialidades de todos los seres vivos.

En este momento de crisis civilizatoria, el ecofeminismo prioriza el sostenimiento de la vida humana y de todos los seres vivos con los que compartimos el planeta, poniendo la vida en el centro y construyendo resistencias y alternativas esperanzadoras hacia un mundo justo, amable y sostenible.

El pensamiento ecofeminista analiza críticamente la cosmovisión occidental que se asienta sobre una matriz patriarcal, capitalista y colonial de ideas y creencias que implica la discriminación de las mujeres y otros sujetos no hegemónicos, y lleva al límite la sobre explotación de la naturaleza y de todos los seres vivos, poniendo en riesgo la supervivencia global.

Desde esta perspectiva, los ecofeminismos cuestionan el modelo de vida capitalista, patriarcal y colonial el cual, para mantenerse, somete tanto a los seres humanos como al resto del mundo vivo:

– El patriarcado, que fundamenta un sistema social construido sobre valores que discriminan a la mujer por considerarla inferior y subordinada al varón. Este pensamiento, denominado androcéntrico, sitúa al hombre como centro y protagonista de la historia y la civilización humana, y a las mujeres y niñas como subalternos al varón. En consecuencia, las mujeres y los hombres tienen asignados en la vida roles de género determinados según su sexo, por lo que cada uno debe cumplir con tareas y funciones pre establecidas por el sistema patriarcal. Este pensamiento se refuerza con una serie de estereotipos de género que tienen matices según las sociedades y momentos históricos.

– El capitalismo es un sistema socioeconómico que responde a la lógica de la dominación y del sometimiento de la vida, donde las relaciones de explotación sobre la naturaleza tienen la misma raíz que la opresión contra las mujeres. Su fin es la acumulación y el beneficio material individual y, para ello, subordina a las mujeres y explota la naturaleza.

– El colonialismo es un sistema basado en la ocupación y control de territorios por una potencia extranjera con el fin último de explotar sus bienes naturales y su población. Bajo ese prisma se ven y tratan a la tierra y los cuerpos desde la exterioridad, la superioridad y la instrumentalidad. Se acompañan además de la imposición de estructuras políticas, económicas y culturales por parte de los colonizadores, quienes suelen considerar a las sociedades sometidas como inferiores en términos sociales, culturales o biológicos.

– El antropocentrismo, creencia que sitúa al ser humano en el centro de la creación y por encima del resto de seres vivos a los que somete y utiliza en su beneficio, permite al sistema capitalista justificar y llevar al límite prácticas depredadoras y ecocidas por todo el planeta, las cuales ponen en evidencia el conflicto capital-vida en el que actualmente estamos.

Cuando unimos patriarcado y capitalismo entendemos cómo bajo este sistema socioeconómico los trabajos de cuidados no tienen valor económico ni social a pesar de ser imprescindibles para la reproducción y el mantenimiento de la vida, tanto la humana como la no humana. Estas tareas representan la base sine qua non del sistema socioeconómico capitalista actual

La perspectiva ecofeminista pone en cuestión los mitos fundacionales del pensamiento occidental hegemónico basada en una lógica dicotómica y jerarquizante: cultura versus naturaleza o razón versus emoción; donde el varón (como sujeto patriarcal) siempre es identificado con la cultura y la civilización y las mujeres y otros sujetos no hegemónicos, con la naturaleza y la esfera salvaje. Además, desde una mirada decolonial, someten a revisión conceptos clave de nuestra cultura muy aceptados hoy en día, tales como el crecimiento económico ilimitado, el beneficio económico individual como finalidad civilizatoria, y el progreso medido en términos de productividad y consumo material. Desarrollan por lo tanto una mirada alternativa sobre el actual modelo social, económico y cultural aportando una perspectiva diferente sobre la realidad cotidiana y la política dando valor a elementos, prácticas y sujetos que han sido designados por el pensamiento occidental hegemónico y colonial como inferiores.

Existen históricamente diferentes corrientes de pensamiento ecofeminista y todas ellas coinciden en denunciar que el modelo económico predominante -el capitalismo neoliberal- no tiene en cuenta los ciclos vitales de los seres humanos ni los límites biofísicos del planeta y sus ecosistemas, ignorando dos hechos evidentes:

– La vida humana transcurre encarnada en un territorio mucho más inmediato y próximo: el cuerpo. Todos los cuerpos, en su naturaleza vulnerable, tienen necesidades que deben ser cubiertas para poder mantenerse vivos. Para poder sobrevivir, sus cuerpos necesitan ser atendidos y cuidados a lo largo de toda su existencia y, especialmente, en algunos momentos de ciclo vital. Son tareas son realizadas mayoritariamente por mujeres. Somos por lo tanto seres interdependientes.

– Como todas las especies, los seres humanos interactuamos con la trama de la vida para obtener lo necesario para mantener la existencia: agua, alimento, energía, minerales, oxígeno, madera, semillas….No hay nada de lo que el ser humano pueda necesitar que no dependa de lo que produce la naturaleza. Podemos decir que no hay vida sin naturaleza. Por lo tanto somos también seres ecodependientes.

Abrazamos un enfoque basado en la sostenibilidad de la vida, perspectiva que combina aportaciones de la economía feminista, las miradas decoloniales y las cosmovisiones no occidentales respecto a la naturaleza y la defensa del territorio, de las comunidades y de las vidas y cuerpos de las mujeres.

La perspectiva ecofeminista proporciona claves para repensar las contradicciones actuales, revertir los imaginarios dominantes y la narrativa hegemónica sobre el mundo y proponer nuevas formas de relación con la naturaleza y entre las personas que permitan caminar hacia una cultura de paz, y hacia un futuro verde y sin violencia.

Por ello, el ecofeminismo lucha activamente para prevenir, denunciar y erradicar la violencia de género contra las mujeres y contra las disidencias identitarias, asi como contra todas las violencias específicas que el patriarcado ejerce con el fin de someter cuerpos y territorios. En esta línea el ecofeminismo se opone activamente, denuncia y rechaza la militarización de las sociedades y la economía de la guerra. Por ello aboga por la defensa de la biodiversidad y la ideodiversidad como estrategias de supervivencia colectiva, siendo imprescindibles para crear comunidades en equilibrio con los territorios.

Igualmente su perspectiva interseccional incorpora enfoques y reivindicaciones de luchas como el sindicalismo, en antirracismo, el antimilitarismo, el naturalismo, el antiespecismo, etc., con las que entreteje visiones compartidas y propone alternativas inclusivas y situadas en la diversidad y complejidad de los territorios y las personas. Por ello las miradas ecofeministas también tienen vocación de inspirar a ciertos movimientos sociales en la construcción de una sociedad bases en la justicia ecosocial.

Desde el ecofeminismo, elaboramos propuestas para transformaciones posibles donde la vida esté en el centro. Desde el reparto de trabajos, tiempos y riqueza, hasta el decrecimiento, transitando por temas como la minería, el derecho a una vivienda asequible y digna, la soberanía energética, la agricultura orgánica y local, la inmigración, etc. Así, el ecofeminismo denuncia y al mismo tiempo propone alternativas en todas las dimensiones de nuestras vidas.

Para el ecofeminismo actual es clave actuar para hacer realidad una transición ecosocial justa donde el sistema socioeconómico priorice los trabajos esenciales y necesarios para el sostenimiento de todas las vidas y la reproducción social de los seres humanos y de los ecosistemas, desde una mirada inclusiva, antirracista y decolonial.

Finalmente, desde el Área Ecofeminista de Ecologistas en Acción creemos que vivimos un momento de crisis múltiples que se interrelacionan y dan lugar a una crisis sistémica o policrisis (sanitaria, económica, social, ecológica, energética…). En este contexto, la mirada y los principios del ecofeminismo son una gran fuerza transformadora, de emancipación, que aportan solidez a los movimientos ecologista y feminista, y proponen una mirada global y esperanzada; cuya ética trata de conciliar nuestras prioridades, necesidades y deseos con principios como la solidaridad, corresponsabilidad, justicia, distribución, equidad, frugalidad, suficiencia, cuidados, cooperación y sostenibilidad.

Sabemos que es posible y urgente construir un modo de vida respetuoso con el planeta que permita vivir vidas dignas a todas las personas y seres vivos que lo habitamos en un mundo más justo y sostenible.

Para contactar con el Área Ecofeminista de Ecologistas en Acción escribe a ecofeminismo@ecologistasenaccion.org


Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com

sábado, 18 de febrero de 2023

‘Dumping amoroso’ o cómo las mujeres se muestran menos de lo que son para no ahuyentar a los hombres


Fuentes: www.eldiario.es

La escritora Mona Chollet asegura que una mujer heterosexual que no se pliegue a los mandatos de la feminidad “se arriesga a poner en peligro su vida amorosa”, mientras que la psicóloga Susana Covas se pregunta: “¿Existen hoy hombres que permitan relaciones igualitarias donde las mujeres no se tengan que empequeñecer?”.


La portada de la revista Paris Match de julio de 2019 mostraba a un Nicolas Sarkozy y una Carla Bruni felices y acaramelados. Pero la imagen no cuadraba: Bruni, diez centímetros más alta que su pareja, aparecía más baja que él, con su cabeza apoyada en el hombro del expresidente, que aparecía claramente más grande. Más o menos por aquella fecha una amiga me contó el acuerdo al que otra amiga había llegado con su pareja. Ella deseaba profundamente tener un segundo hijo, algo que él no compartía. El conflicto estaba poniendo en peligro su pareja. El ‘acuerdo’ que ella ofreció fue reducir su jornada de trabajo aún más y dormir con su hija y con el bebé a solas durante el primer año para que él no viera mermado su sueño y su energía para el trabajo. Así se hizo.

Son varias las autoras que en los últimos años han puesto el amor y las relaciones heterosexuales en el centro de sus investigaciones sociológicas y periodísticas. Eva Illouz, Mona Chollet o Liv Stromquist son algunas de ellas y comparten algunas premisas, por ejemplo, que el amor y las relaciones íntimas son un espacio fundamental de disputa por el poder –de género– en la actualidad. Y que la profunda y diferente socialización que arrastramos hombres y mujeres nos lleva a un escenario en el que esas relaciones reproducen desigualdad casi sin que nos demos cuenta.

En Reinventar el amor. Cómo el patriarcado sabotea las relaciones heterosexuales (Paidós), la escritora Mona Chollet asegura que una mujer heterosexual que no se autocensure en nada, “que no se pliegue a esas pequeñas o grandes alteraciones de sí misma que exige la feminidad tradicional, se arriesga a poner en peligro su vida amorosa”, a menos que encuentre un hombre “que no tema que se burlen de él o lo ridiculicen”. Chollet reflexiona sobre las diferentes formas de ‘empequeñecerse’ que llegan a adoptar las mujeres, desde las que tienen que ver con el físico y lo estético –ocupar poco espacio, moldear el cuerpo pero para que esté delgado y no musculoso y fuerte, el control de la imagen–, a las relacionadas con lo vital, lo económico y lo profesional –la renuncia a estándares importantes para sí misma, a objetivos personales, asumir más cargas en algún sentido, etcétera–.

Valeria cuenta, por ejemplo, que cuando está con su novio en un grupo de amistades se siente mal si nota que los demás le prestan más atención a ella que a él: “A veces me callo”. Carla dice que su novio y ella eran de los que mejores notas sacaban en la universidad. “Jamás llegué a hacer mal adrede un examen, pero sí a tener miedo de sacar mejor nota que él porque eso implicaba un drama y una bronca de varios días. Una vez que fui a reclamar por una asignatura que me encantaba y en la que iba a por el diez, me sentí casi como si le traicionara porque esa vez él sí había sacado mejor nota”, relata. María confiesa que haciendo deporte con su pareja se ha dejado ganar unos puntos “para que él no se sienta mal”. “Me controlo sobre todo al mostrar mi intelectualidad, lo que leo, lo que escribo…”, relata Mariana.

La escritora Flor Freijo explica en Decididas (Planeta) cómo el amor romántico se configuró desde la antigüedad como una relación de supervivencia (económica y de derechos) e intercambio para las mujeres. “Los vínculos de supervivencia económica continúan porque incluso en la actualidad seguimos en una situación de desventaja respecto a los varones. Pero no son solo las barreras objetivas las que nos ponen en una situación de desigualdad dentro del vínculo heterosexual sino las barreras subjetivas, que tienen que ver con la dependencia de la mirada del otro”, relata a elDiario.es. Esa dependencia de la mirada del otro, en la que las mujeres somos entrenadas desde pequeñas, hace que vigilemos constantemente desde nuestro aspecto hasta nuestro tono de voz, nuestro enfado o las demandas que le hacemos al otro.

“El mandato de sumisión y debilidad en el amor sigue muy presente. Pensamos en qué posición tenemos sexo para que nuestro cuerpo se vea mejor, nos esforzamos por mostrarnos atractivas, dóciles o vulnerables… Parece que tengamos que ceder cotas de poder, mostrarnos más chiquitas para poder ser amadas”, prosigue Freijo, que señala que el problema está en el vínculo y en el papel que el patriarcado asigna a cada sexo en las relaciones heterosexuales.

“O me hago la tonta o no ligo”

En una reciente formación con adolescentes, al sexólogo Erik Pescador se le acercó una chica: “Me dijo, sí, algunos hombres han cambiado pero yo a la hora de ligar o me hago la tonta o no ligo. Y es algo que me han dicho desde adolescentes hasta mujeres de 30, 40, 50 o 60 años. Es como si tuvieran que rebajar su lugar de poder para poder acercarse en lo afectivo en los hombres y que ellos se encuentren cómodos o seguros”. Pescador cuenta que los hombres tienden a estar acostumbrados a ejercer el poder de formas sutiles dentro de las relaciones, por ejemplo, marcando los tiempos o los ritmos, o decidiendo qué es aceptable o qué no .

No cuidar lo suficiente o no reconocerlas demasiado es parte de esa estructura de control. Incluso no dar amor para esperar recibirlo, no dar un beso y espero a que tú me lo des… son reclamos que se hacen desde el poder. En el amor seguimos jugando ese papel de controladores de la relación en el sentido de controlar el cuándo, el cómo, de qué forma… eso deja poco espacio para la identidad, la decisión y el lugar propio de las mujeres”, explica Erik Pescador.

El sexólogo menciona la “ventaja competitiva” que tienen los hombres en el patriarcado: “Para las mujeres el mandato es el del amor, el de tener pareja. Para los hombres el mandato no es el vínculo, no es el encuentro”. Mona Chollet argumenta una idea parecida: “Me parece innegable que, alimentando a las niñas y a las mujeres con romanzas, alabándoles los encantos y la importancia de la presencia de un hombre en sus vidas, se las alienta a aceptar su rol tradicional de proveedoras de cuidados. Se las coloca así en una posición de debilidad en su vida sentimental: si la existencia y la viabilidad de la relación les importan más que a sus compañeros, en caso de desacuerdo sobre cualquier tema, son siempre ellas las que cederán, las que llegarán a un compromiso o se sacrificarán”. La ensayista subraya la complementariedad machista del sistema. Mientras que a ellas se las educa para dar, a ellos se les educa para recibir; mientras a ellas se les inculca “el universo mental de la vida a dos”, a ellos se les invita a fantasear casi con lo contrario, con un universo de soltería o de independencia que enseguida percibe cualquier demanda o vulnerabilidad como algo difícilmente tolerable. 

Susana Covas es psicóloga especialista en feminismo aplicado a la vida cotidiana de las mujeres y ha investigado en profundidad el fenómeno de las nuevas masculinidades. Covas cree que no se puede hablar del amor desde las mujeres o desde lo hombres “porque esto es una cosa de a dos”. Y se hace varias preguntas: “¿Hay hoy hombres disponibles para tener vínculos amorosos en los que se pueda no empequeñecerse para estar con ellos?, ¿existen esos hombres que permiten relaciones igualitarias donde las mujeres no se tengan que empequeñecer?, ¿existen hombres con los que ella puede sentirse bien y gustable si no responde a ciertos cánones estéticos?, ¿existen hombres que lleven bien, fomenten y promuevan que las mujeres no renuncien a su intelectualidad o principios para estar con ellos?”.

‘Dumping amoroso’

Chollet describe la situación como dumping amoroso. Entiende que esta dinámica estructural puede empujar a muchas mujeres a conceder su amor a un hombre “rebajando sus exigencias en la relación –su demanda de reciprocidad en términos de atención, de empatía, de compromiso personal, de reparto de las tareas, etcétera– en comparación con otras parejas potenciales con las que compiten, absorbiendo el coste que ello implica para sí mismas”. La escritora asegura que esta estrategia proporciona a esas mujeres “una ventaja individual momentánea”, pero las perjudica a largo plazo, y tiene como objetivo “debilitar a las mujeres heterosexuales en su conjunto”.

“Permite a los hombres no sufrir jamás las consecuencias de un comportamiento negligente o maltratador. Así, no se ven nunca obligados a poner en cuestión los presupuestos que les ha inculcado su educación en cuanto a su lugar y a sus derechos. Están en disposición de dictar las modalidades de la relación y, si una mujer los abandona, están seguros de encontrar a otra que aceptará sus condiciones”, afirma.

La psicóloga Paula Delgado explica de qué manera la socialización de género se expresa a nivel psicológico: “La valía de las mujeres se une a lo buenas que somos atendiendo las necesidades ajenas, se une a ser buena pareja, buena amiga, buena hija, buena madre y eso queda por encima del bienestar personal”. Delgado cree que esa idea está detrás de ese empequeñecimiento de muchas mujeres, “al final cedemos y nos hacemos pequeñas por miedo a ocupar nuestro espacio o a que, si lo hacemos, sea una molestia”. Ese empequeñecimiento, prosigue, está relacionado por ejemplo con la renuncia a expresar con claridad emociones o necesidades en las relaciones, bien porque se entiende que no van a ser tenidas en cuenta, que van a molestar al otro, o que pueden suponer un problema que ponga incluso en riesgo el vínculo. Ese empequeñecimiento puede ser también agachar la cabeza lánguidamente, como Carla Bruni en esa portada de Paris Match.

Mona Chollet deja hueco para la esperanza: no empequeñecerse protege a las mujeres, puesto que obligará a los hombres a “revelar su verdadero rostro”; “si sale huyendo lo más probable es que no sea una gran pérdida; más bien representaba un peligro”. En cualquier caso, Chollet defiende la oportunidad de inventar unas relaciones amorosas más igualitarias y excitantes. “Y poco a poco, paso a paso, hacer que por fin se desplace el monolito de una cultura que coloca a las mujeres ante una alternativa imposible, obligándolas a elegir entre su realización amorosa y su integridad personal, como si lo uno fuera posible sin lo otro; como si se pudiera conocer la felicidad, dar y recibir amor a partir de un ser truncado”.


Fuente: https://www.eldiario.es/sociedad/dumping-amoroso-mujeres-muestran-son-no-ahuyentar-hombres_129_9941387.html?fbclid=PAAaYyz1BWzgjk9ava5s6YqwED1J-SbvBKG6nOWHNqxIZZoVFY-Ezwy_B4DGc






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viernes, 12 de febrero de 2021

El decrecimiento no es una elección






El decrecimiento no es una teoría, ni una elección posible. Es un fenómeno degradante y suicida de la biosfera, generado por el crecimiento oligárquico, crecimiento del 1% que origina un decrecimiento infeliz sobre el 99%, y lo realiza a partir de dos enfermedades mentales suicidas y pandémicas: la obsesión por la y acumulación y la manía de la hegemonía. Estas dos enfermedades están expoliando y esquilmando todos los recursos planetarios: las energías no renovables (energías fósiles, materias minerales, etc.) y las renovables (el suelo vivo cargado de micro-fauna y nutrientes naturales). Están haciendo decrecer vertiginosamente los recursos del planeta.

En la actualidad ya estamos decreciendo; muestra de ello son: el pico del petróleo, la desertificación subsahariana (que está originando una intensa emigración climática que termina en multitud de muertes en las pateras que atraviesan el Mediterráneo), la salinización masiva del agua dulce de los casquetes polares, contaminación de suelos, agua y aire, etc. Todo esto dará lugar a un multicolapso, que será energético, económico, socio-laboral, cultural, sanitario, de subsistencia, etc.

En esta tesitura, el decrecimiento puede seguir dos rumbos opuestos: un decrecimiento infeliz o un decrecimiento feliz.

a. El decrecimiento infeliz. Consiste en que la élite del decrecimiento oligárquico al ver y comprender que los recursos planetarios empiezan a ser muy limitados, emprendan, para reservarse para ellos estos escasos recursos, unas acciones atroces como lo son: la necro-política y el eco-fascismo, que serán generadoras de exterminio masivo y global de miles de millones humanos. Esto ya lo está practicando Bolsonaro al incendiar las moradas naturales de los pobladores indígenas de la selva amazónica, y con su negacionismo de la pandemia covid-19. Otra necro-política a destacar, entre otras muchas, puede ser la construcción del muro fronterizo gringo-mexicano que condena a la hambruna a millones de latinoamericanos.

b. El decrecimiento feliz. Para evitar mencionado decrecimiento infeliz el 99% deberemos lograr percatarnos de que la única salida de este multicolapso, que ya empezamos a padecer (pandemias y grandes migraciones, hambrunas, calentamiento global, etc.), es decantarnos por sustituir este decrecimiento infeliz por un decrecimiento feliz, basado el la desaparición del crecimiento oligárquico mediante huelga de consumismo, pues el suicida crecimiento oligárquico muere si no vende cosas absurdas e inútiles (seudonecesidades); y también basado en la austeridad global digna y saludable, en el apoyo mutuo, en el localismo emancipante y en el ruralismo como base.

Pero este decrecimiento feliz no podrá nunca realizarse mientras persista el crecimiento oligárquico esquilmador y exterminador. Así que lo primero que hay que hacer, según ya se ha insinuado, es una huelga de consumismo y de trabajo indefinida, sobre todo de consumismo, porque el crecimiento oligárquico morirá por asfixia si deja de vender seudonecesidades e inútiles que inundan todo de mercancías efímeras, como lo son las que se obtienen con la obsolescencia programada.

Sólo a partir del desmontaje y aniquilación de esta gigantesca máquina del crecimiento oligárquico podremos comenzar con el liberador decrecimiento feliz.

Julio García Camarero es doctor en Geografía por la Universidad de Valencia, ingeniero técnico forestal por la Universidad Politécnica de Madrid, exfuncionario del Departamento de Ecología del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias y miembro fundador de la primera asociación ecologista de Valencia, AVIAT. 



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martes, 7 de julio de 2020

Ecofeminismo

El ecofeminismo nace de la síntesis entre las propuestas feministas y ecologistas. Reúne reflexiones filosóficas y luchas políticas de mujeres que tienen en común la defensa de la vida humana y del medio natural que la mantiene, desde posiciones de insubordinación al orden patriarcal. Los ecofeminismos denuncian un orden cultural —el patriarcado— y un orden económico —el capitalismo— que invisibiliza, desprecia, violenta y se apropia del trabajo de cuidado de la vida humana, realizado en su mayoría por mujeres, y de los trabajos de la naturaleza que nos permiten la supervivencia.



Nuestro sistema económico se adueña hasta el agotamiento de recursos que toma de forma gratuita: bosques, agua limpia, trabajo reproductivo… La naturaleza y la vida humana —la tierra y el trabajo— se convierten en simples herramientas para alimentar el crecimiento del capital. Los beneficios de las corporaciones trasnacionales se asientan sobre esta doble apropiación. Este reduccionismo económico, además de alimentar las cuentas de las grandes empresas, ha escondido el factor esencial en el que se ha de asentar una economía que priorice la supervivencia: el cuidado de la vida.
La lógica del capitalismo es contraria a la lógica de la vida. La primera tiene como objetivo la acumulación de capital al margen de cualquier consideración ética; la segunda, la vida, pretende su reproducción y mantenimiento en condiciones de equilibrio y salud. Cuando ambas lógicas entran en contradicción gana la primera. El precio inasumible de la vivienda, los horarios laborales que impiden la atención a menores o a personas enfermas, las patentes de las farmacéuticas que dificultan el acceso a medicamentos vitales, son muestras de esta incapacidad —y desinterés— de nuestro sistema económico por generar vidas vivibles.


La vida humana y los límites ecológicos en el centro
La tierra y el trabajo de las mujeres tienen un límite: la dignidad y la vida. La crisis ambiental y la crisis de los cuidados son manifestaciones paralelas de este límite. La crisis ambiental se manifiesta en la escasez de tierra fértil, de acceso a agua potable o de aire limpio. La crisis de los cuidados estalla cuando, a pesar de la división sexual del trabajo impuesta por el sistema patriarcal —un sistema que impone a las mujeres la realización de los trabajos reproductivos y de cuidados de forma gratuita—, no alcanza a cubrir las necesidades crecientes de cuidados de la población. La crisis de los cuidados es una manifestación de ese reparto injusto de responsabilidades que permite reproducir y recomponer física y anímicamente la fuerza laboral que mantiene la productividad de las empresas.
El ecofeminismo plantea la inversión de los factores: la vida humana deberá colocarse en el centro y la producción habrá de ponerse a su servicio. Son las necesidades humanas y los límites ecológicos quienes habrán de marcar cuáles sean las producciones deseables y sostenibles y los trabajos que habrá que hacer y repartir. Si el ecologismo aporta la consideración de los límites ambientales, el feminismo plantea la equidad —una reivindicación de las mujeres tan vieja como incumplida— como condición irrenunciable de cualquier propuesta social o económica.
Los movimientos de defensa de la tierra han tenido y tienen entre sus activistas a muchas mujeres. Es conocido el protagonismo de mujeres en el movimiento Chipko en defensa de los bosques del Himalaya, que ha dado a conocer Vandana Shiva; en el movimiento contra las presas del río Narmada en India; en el “cinturón verde” de Kenia, que promovió Wangari Mathai; en la lucha contra los residuos tóxicos del Love Canal en EE.UU., origen del movimiento por la justicia ambiental en EE.UU. Como también lo es su presencia en movimientos locales de defensa de terrenos comunales, en las luchas por el espacio público urbano o por la salubridad de los alimentos. Grandes empresas mineras, forestales, de infraestructuras, se han encontrado de frente a comunidades indígenas y a grupos de mujeres. En el caso de muchas mujeres pobres, su ecologismo es la práctica necesaria de quienes dependen directamente de una tierra fértil y limpia para poder vivir.
Historia del ecofeminismo
El término fue creado por Françoise D’Eaubonne a principio de los años setenta. Con su eslogan «feminismo o muerte», resumía el imprescindible papel del feminismo en la defensa de la vida. En las últimas décadas del siglo pasado el primer ecofeminismo discutió las jerarquías que establece el pensamiento occidental (cultura-naturaleza, mente-cuerpo, hombre-mujer…), revalorizando los términos de la dicotomía antes despreciados: mujer y naturaleza. La cultura protagonizada por los hombres ha desencadenado guerras genocidas, devastamiento y envenenamiento de territorios, y gobiernos despóticos. Las primeras ecofeministas denunciaron los efectos de la tecnociencia en la salud de las mujeres y se enfrentaron al militarismo y a la degradación ambiental, comprendiendo éstos como manifestaciones de una cultura sexista. Petra Kelly es una de sus representantes.
A este primer ecofeminismo, crítico de la masculinidad, siguieron otros propuestos principalmente desde el Sur. Estos consideran a las mujeres portadoras del respeto a la vida. Acusan al “mal desarrollo” occidental de provocar la pobreza de las mujeres y de las poblaciones indígenas, víctimas primeras de la destrucción de la naturaleza. Este es quizá el ecofeminismo más conocido. En esta amplia corriente encontramos a Vandana Shiva o a Ivone Guevara.
Superando el esencialismo de estas posiciones, otros ecofeminismos constructivistas (Bina Agarwal, Val Plumwood) ven en la interacción con el medio ambiente el origen de esa especial conciencia ecológica de las mujeres. Es la división sexual del trabajo y la distribución del poder y la propiedad la que ha sometido a las mujeres y al medio natural del que todas y todos formamos parte. Las dicotomías reduccionistas de nuestra cultura occidental han de romperse para construir una convivencia más respetuosa y libre.
Si el feminismo se dio cuenta bien pronto de cómo la naturalización de la mujer era una herramienta para legitimar al patriarcado, el ecofeminismo comprende que la alternativa no consiste en desnaturalizar a la mujer, sino en “renaturalizar” al hombre, ajustando la organización política, relacional, doméstica y económica a las condiciones de la vida, que naturaleza y mujeres conocen bien. Una “renaturalización” que es al tiempo “reculturización” que convierte en visible la ecodependencia para mujeres y hombres. No se trataría de exaltar lo interiorizado como femenino, de encerrar de nuevo a las mujeres en un espacio reproductivo, negándoles el acceso a la cultura, ni de responsabilizarles, por si les faltaban ocupaciones, de la ingente tarea de luchar contra el capital y rescatar la vida en el planeta. Se trata de hacer visible el sometimiento, denunciar la lógica amoral del sistema, señalar las responsabilidades, invertir el orden de prioridades de nuestro sistema económico y corresponsabilizar a hombres y mujeres en todos los trabajos necesarios para la supervivencia.


BIBLIOGRAFÍA:
  • CARRASCO, C.; BORDERÍAS, C. Y TORNS, T. (2011): El trabajo de cuidados. Historia, teoría y políticas, Libros de la Catarata, Madrid.
  • ECOLOGISTAS EN ACCIÓN (2008): Tejer la vida en verde y violeta. Vínculos entre ecologismo y feminismo, Cuadernos de Ecologistas en Acción, nº 13.
  • MIES, M. Y SHIVA, V. (1993): Ecofeminismo, Icaria, Barcelona.
  • PULEO, A. (2011): Ecofeminismo para otro mundo posible, Cátedra, Madrid.
  • VÁZQUEZ GARCÍA, V. Y VELÁZQUEZ GUTIÉRREZ, M. (2004): Miradas al futuro. Hacia la construcción de sociedades sustentables con equidad de género, Universidad Nacional Autónoma de México.
  • WARREN, K. (2004): Filosofías ecofeministas, Icaria, Barcelona.
Pascual Rodríguez, Marta

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martes, 31 de marzo de 2020

miércoles, 19 de febrero de 2020

Qué es el ecofeminismo (actualizando)

Quizá "ecofeminismo" o "feminismo ecológico" es un término del que nunca hayas oído hablar. En un contexto social de interés creciente tanto por los temas medioambientales como por la igualdad de género, el ecofeminismo se conforma como una confluencia entre estas dos corrientes y adquiere cada vez más fuerza, siendo tanto un marco teórico como un movimiento social.
Si quieres conocer más acerca de este movimiento social, te recomendamos que sigas leyendo este artículo de EcologíaVerde en el que te explicamos qué es el ecofeminismo, cómo surgió y nombres de mujeres referentes en este.


Qué es el ecofeminismo - definición


Para definir el ecofeminismo tenemos que atender a las dos partes que conforman esta palabra: por un lado encontramos "eco-", derivado del griego "oikos" o "casa", y que se refiere al estudio y el cuidado del medio en el que vivimos. Por otro lado encontramos "feminismo", que puede definirse como un movimiento sociopolítico cuyo objetivo es alcanzar la igualdad real entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la vida. Así, atendiendo a estas dos partes, podríamos entender que el ecofeminismo es la forma de alcanzar la igualdad de género atendiendo además al cuidado del medio ambiente.
¿Esto en qué se traduce? ¿De qué temas concretos se ocupa el ecofeminismo? Lo cierto es que lo hace de muchísimos temas. A continuación, os dejamos algunos ejemplos:
  • El papel de las mujeres en todos los movimientos de defensa del medio ambiente.
  • El sesgo de género en los impactos que tiene la degradación del medio ambiente, como por ejemplo el cambio climático.
  • La ordenación de las ciudades para hacerlas tanto más amigables a las tareas de cuidados como sostenibles.
  • El sesgo de género en la custodia del territorio y la propiedad de la tierra.
  • El sesgo de género en puestos sociopolíticos de relevancia para la defensa del medio ambiente.
  • Los contaminantes con mayor incidencia en la salud de las mujeres.
  • El papel de los roles y valores tradicionalmente femeninos en el cuidado del medio ambiente.
  • Estudio de confluencias entre la dominación de la naturaleza y la dominación de la mujer.
Y un largo etcétera. El ecofeminismo engloba todo aquello que afecte al medio ambiente y a las mujeres de forma diferencial.

Cómo surgió el ecofeminismo o feminismo ecológico


Aunque las mujeres tradicionalmente han estado conectadas a la tierra y a su defensa, no es hasta la década de 1970 cuando la francesa Fraçoise d'Eaubonne (discípula de la gran filósofa feminista Simone de Beauvoir) acuña el término "ecofeminismo" en su ensayo "El feminismo o la muerte". En este trabajo, d'Eaubonne propone la puesta en valor del vínculo existente entre la naturaleza, lo "salvaje" y las mujeres, y plasma la conexión ideológica que hay entre la explotación de la naturaleza y la de la mujer.
Durante la década de 1970 encontramos varios movimientos de mujeres de protección de la naturaleza. Destacan muy notablemente el movimiento Chipko y el movimiento Cinturón Verde. El movimiento Chipko se desarrolló en la región de Uttar Pradesh (India), y consistió en la defensa de los bosques comunales abrazándose a ellos, en nombre del principio femenino de la naturaleza. Por su parte, el movimiento Cinturón Verde tuvo lugar en Kenia y fue un movimiento de plantación de árboles para prevenir la desertificación en las zonas rurales, que además brindó trabajo a las mujeres de la zona.
A partir de la década de 1980, el ecofeminismo se expande y se diversifica de manera exponencial. Hablamos muchas veces por ello de "ecofeminismos", debido a la gran diversidad de sus corrientes. Surgen varios estudios y ensayos en los que las autoras desarrollan algunos de los temas que ya hemos citado, y establecen conexiones transversales con otros movimientos, como por ejemplo la defensa de los derechos de los animales, la necesidad de la adecuación de la economía a las necesidades de las personas y del planeta, o los procesos de colonialismo/neocolonialismo.
Actualmente el movimiento ecofeminista tiene su máxima expresión en Asia y América Latina, con autoras teóricas de distintas nacionalidades.

Ecofeministas importantes

A continuación, os dejamos una pequeña reseña de algunas de las ecofeministas más importantes, aunque os recomendamos encarecidamente leer más información acerca de sus obras:
  • Françoise d'Eaubonne: acuñó el término "ecofeminismo" y puso de manifiesto la conexión entre la explotación de la naturaleza y la de la mujer, como ya hemos visto.
  • Vandana Shiva: es uno de los mayores referentes del ecofeminismo a nivel mundial. Esta autora y activista de la India es una defensora ferviente del papel de las mujeres en la custodia del territorio, la agricultura sostenible y el mantenimiento de los bancos de semillas tradicionales. Algunos de sus textos hacen referencia a la espiritualidad tradicional de la India. Actualmente cuenta con su propia fundación y su trabajo es reconocido a nivel mundial.
  • Alicia Puleo: esta autora española y doctora en filosofía ha escrito varias obras en torno a la desigualdad entre hombres y mujeres. Por su parte, ha desarrollado las tesis del ecofeminismo crítico, en el que se considera que la mujer no tiene una vinculación con la naturaleza per se, pero en cualquier caso el crecimiento económico insostenible hace inevitable la confluencia entre el feminismo y la ecología.
  • Yayo Herrero: antropóloga española y profesora universitaria, ha sido coordinadora de Ecologistas en Acción España y ha participado en numerosas iniciativas sociales vinculadas con el ecofeminismo. Sostiene la imposibilidad del crecimiento capitalista en un mundo con recursos finitos, que además precariza e invisibiliza los trabajos que hacen posible el mantenimiento de la vida humana, como la producción agrícola o el trabajo reproductivo, y propone una transición hacia un modelo económico sostenible.

Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com

viernes, 27 de septiembre de 2019

El ecofeminismo es la respuesta



Estamos en un momento decisivo para la humanidad y el resto de la biosfera: nos enfrentamos al reto de corregir el rumbo para evitar un colapso ecológico, social y civilizatorio. Para expresar que la situación es grave, actualmente se la denomina “emergencia climática” o “crisis climática”, en vez de simple “cambio”.
En 2017, más de 15 000 figuras de renombre del mundo de la ciencia, entre ellas varios premios Nobel, firmaron la Segunda Advertencia de los Científicos del Mundo a la Humanidad para que se tomaran medidas efectivas contra el cambio climático.
En 2018, expertos de la ONU presentaron un informe sobre medidas concretas que se tenían que implementar para reducir la subida de las temperaturas y sus temidos efectos. Y, sin embargo, poco se ha hecho.

La movilización juvenil

El ecologismo lleva más de 60 años alertando sobre la imposibilidad de un crecimiento infinito en un planeta limitado, denunciando la contaminación de los ecosistemas y señalando que las generaciones futuras se verían muy perjudicadas por el uso irresponsable de los recursos en el presente. Su mensaje ha sido ridiculizado, silenciado e ignorado.
Hoy, los movimientos internacionales de jóvenes por el clima, como Zero Hour o Fridays for Future (Juventud por el Clima, en el ámbito hispanohablante) asumen el mensaje ecologista con la urgencia de quienes ven amenazado su propio porvenir, no sólo ya el de las generaciones siguientes.
“Nuestra casa está en llamas. ¿Crees que nos escuchan? Haremos que nos escuchen (…) esto es sólo el comienzo”, dijo en septiembre de 2019 la joven sueca Greta Thunberg ante miles de jóvenes en Nueva York. Los miembros de estos grupos parecen pocos si los comparamos con una inmensa mayoría que todavía no es consciente de las causas y las consecuencias del aumento de las temperaturas globales, de la sexta extinción de las especies y de la creciente frecuencia de los fenómenos climáticos anormales (sequías, inundaciones, huracanes…) en todo el mundo.
Sin embargo, los miles de jóvenes organizados que convocan manifestaciones multitudinarias y organizan huelgas internacionales por el clima son una nueva realidad que se extiende más allá de las diferencias y las fronteras que los separan.

¿Qué es el ecofeminismo?

En nuestro país, el referente de muchas de las jóvenes que pertenecen a estos movimientos es el ecofeminismo, una corriente feminista que está experimentando, como es lógico, un gran auge.
¿Por qué? He afirmado en Claves ecofeministas. Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales, que “el ecofeminismo es una nueva visión empática de la Naturaleza y una redefinición del ser humano para avanzar hacia un futuro libre de dominación”.
Manifestación del 8 de marzo de 2019 en Madrid. Sonia Bonet / Shutterstock
Las jóvenes españolas que hoy levantan su voz por el planeta son hijas del feminismo. Ya no se resignan a un papel social subordinado. Denuncian los prejuicios sexistas, participan con entusiasmo en las gigantescas manifestaciones del 8M y quieren ser dueñas de sus propias vidas.
La teoría ecofeminista plantea que existen relaciones profundas entre la histórica subordinación de las mujeres y la dominación de la Naturaleza que nos ha traído hasta esta situación de crisis ecológica. Conecta, así, las reivindicaciones emancipatorias del feminismo con una nueva propuesta de relación con el mundo natural.
En los años 70 del siglo XX, Françoise d’Eaubonne, la pensadora que creó el término ecofeminismo, descubrió en la preocupación ecologista por la sobrepoblación un nexo con el feminismo, ya que éste luchaba por que las mujeres pudieran decidir libremente ser madres o no serlo. No se habría llegado a la sobrepoblación, afirmaba, si las mujeres hubieran tenido ese poder. Pero este no es el único vínculo.

Pensar como el ecofeminismo

El pensamiento ecofeminista sostiene que el patriarcado se caracteriza por una voluntad de dominio que hoy resulta ecológicamente suicida. Si antes esta voluntad se expresaba en la conquista territorial, hoy se manifiesta en la desmesurada avidez de beneficios económicos del mercado global.
Históricamente, los hombres se han dedicado a la competición y la conquista, ocupando los espacios de la guerra, la política, la religión, el ejército, la cultura, la ciencia y el trabajo asalariado. Excluyeron a las mujeres de estos ámbitos, atribuyéndoles las tareas del cuidado. Estas tareas son indispensables para la vida humana, no sólo para la infancia y la vejez o la enfermedad, sino en la vida cotidiana, ya que todos necesitamos comida, ropa y hogar limpios y un continuo soporte emocional; pero al ser consideradas femeninas, han sido devaluadas.
Las actividades distribuidas según el sexo exigían y favorecían actitudes y virtudes diferentes: en los varones, el distanciamiento emocional, la dureza y la audacia; en las mujeres, la empatía, la compasión y la escucha atenta. El ecofeminismo impugna la devaluación tradicional de estas características tradicionalmente femeninas, viéndolas, en cambio, como valores necesarios en todos los seres humanos de una sociedad ecológica. Es hora de reemplazar la voluntad de conquista y dominio por la de colaboración y reconocer que la humanidad depende de la Naturaleza para sobrevivir, que somos seres ecodependientes.
Esta propuesta conecta con la nueva sensibilidad de una juventud que ya no aplaude el maltrato, la humillación o la muerte de los animales y está convencida de que nuestra relación hacia ellos ha de evolucionar, superando el prejuicio antropocéntrico que nos lleva a pensar que sólo es criticable el daño causado a los humanos.

Las luchas de nuestro tiempo

Numerosos jóvenes rebeldes frente a los viejos mandatos patriarcales se convierten en defensores de los animales y se sienten atraídos por el veganismo o son conscientes de la necesidad de disminuir el consumo de carne, tanto sea por compasión como por contribuir a la sostenibilidad ambiental.
Marcha convocada por las mujeres de varias nacionalidades indígenas amazonicas el 8 de marzo de 2016, para protestar en contra de la política extractivista del gobierno de Rafael Correa. pato chavez / FlickrCC BY-NC-SA
Otra razón importante por la que el ecofeminismo resulta muy atractivo en los movimientos de jóvenes por el clima es la atención que presta a las mujeres indígenas que ponen en riesgo su vida para defender el territorio frente al extractivismo, es decir, frente a la explotación insostenible de recursos naturales del Sur global para el mercado mundial.
En el ecofeminismo encontramos la lucha feminista por los derechos de las mujeres, la revalorización del cuidado y el reconocimiento de nuestra ecodependencia, la empatía con los demás seres vivos, la apertura al diálogo de culturas y el sentimiento de sororidad internacional con las defensoras del medio ambiente de los países empobrecidos. En suma, un pensamiento crítico que permite cuestionar el presente y trazar un horizonte futuro de compasión y ecojusticia.

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