RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

sábado, 3 de agosto de 2019

Las mujeres luchan contra la soledad mejor que los hombres por sus redes sólidas de afectos


Soledad & Género


Cristina Vallejo
https://ctxt.es

La falta de compañía es un problema de salud pública: se ha vinculado a la enfermedad física y mental y al mayor riesgo de mortalidad. Los expertos dicen que irá a más.

Amelia acompaña a su amiga María Victoria al médico cuanto lo necesita, que cada vez es más frecuentemente y no tiene a casi nadie que se ocupe de ella. También va a menudo a visitar a la residencia a una prima carnal. El otro día a Amelia le dio mucha pena que esa prima se pusiera a llorar desconsoladamente cuando se despedía de sus antiguas vecinas después de la misa que se daba en su vieja parroquia por su marido fallecido: no quería volver a la residencia porque está muy lejos de la que siempre fue su casa y allí aún no tiene confianza con nadie. Amelia no durmió en toda la noche después de aquello. 

Ella aún es joven, apenas traspasa los 65 años, vive con su marido y está bien de salud, pero tiene miedo de quedarse sola porque sus hijas viven lejos. Ve reflejado su futuro en las mujeres a las que acompaña y echa una mano. Confía en que a ella tampoco le dejarán que vaya sola al médico, en que le traerán la compra a casa, como hacía ella misma con la viejecita de su bloque impedida tras una mala caída, o la irán a visitar cuando esté enferma, como hizo con su mejor amiga, soltera y con poca compañía, que murió de cáncer hace unos años. Esta historia ilustra lo que cuentan los expertos sobre la soledad en general y la femenina en particular.

“La soledad se está convirtiendo en un problema social en España y en el mundo, especialmente en el más desarrollado”, afirma el sociólogo Juan Díez Nicolás. Ello se explica por el incremento de la esperanza de vida, indicador en el que España es el segundo en el mundo, tras Japón; la crisis del modelo de familia tradicional, debido al incremento del número de personas que viven solas, especialmente jóvenes (que no se casan por razones económicas pero también por el cambio de valores); y por el cambio de hábitat: de vivir en pequeñas comunidades en que el individuo estaba protegido y apoyado por la familia y los vecinos, se ha pasado a vivir en grandes centros urbanos y metropolitanos, que ofrecen más oportunidades vitales, pero que llevan al desarraigo.

¿Cuál es la fotografía de la soledad en España? La tiene la Encuesta Continua de Hogares, del INE, que informa de que en 2018, de los 18 millones y medios de hogares, 4,7 millones eran unipersonales, una cifra superior a la de 2013 en 320 mil. La mayoría (casi 2,7 millones) correspondían a menores de 65 años y los otros 2,037 millones, a personas de 65 o más años. En 2018 había más hogares unipersonales de mujeres –2,5 millones– que de hombres –2,1 millones–. Y esta diferencia obedece a lo que ocurre con las personas de 65 o más años: en este caso, si hogares masculinos había 572.000, los femeninos eran 1,465 millones.

Francisco Novo Vázquez, trabajador social de la Unión Democrática de Pensionistas (UDP), sintetiza: “El retrato de la persona en solitario en España corresponde con el de una menor de 65 años si es hombre y mayor de esa edad si es mujer”. Este fenómeno se achaca a la mayor longevidad femenina.

Soledad física y emocional

El INE no tiene la foto completa de la soledad. Vivir solo no es lo mismo que estar solo. Alguien puede vivir solo y contar con una red de relaciones abundantes y sólidas y otra persona puede vivir en compañía y sentirse desconectada de su entorno.

No se llega a conocer la verdadera incidencia de la soledad con las respuestas a preguntas directas del tipo “¿te sientes solo?” o “¿estás solo?”. Javier Yanguas, director científico del Programa de Mayores de la Obra Social de La Caixa, aclara por qué: “La soledad se disfraza, no hablamos de ella. La gente oculta que está sola porque se siente culpable, o cree que algo habrá hecho mal para sentirse o estar así”. La soledad se esconde porque avergüenza.

Yanguas explica que para estudiar la soledad se analiza la red social de que se dispone: cuántas personas se tienen alrededor, la cercanía emocional con ellas y la confianza en que, de surgir un problema grave, se contará con su apoyo. Desde ahí se puede profundizar más y medir la soledad social o el sentimiento de pertenencia a un grupo, y la soledad emocional, que explora los sentimientos de desolación y la falta de relaciones significativas.

El estudio que realizó la entidad en 2018 revela altos niveles de soledad en todas las edades, también entre los jóvenes: el 34,4% de los individuos entre 20 y 39 años presenta soledad emocional y el 26,8%, soledad social. Estos porcentajes se disparan en las personas de más de 65 años: el 39,8% sufre soledad emocional y el 29,1%, soledad social. Y se agravan a partir de los 80 años: el 48% registra soledad emocional y el 34,8%, soledad social. La gente acusa más la vacuidad de las relaciones que el aislamiento físico.

Las mujeres expresan más soledad, pero la sufren menos

En la expresión de la soledad existen diferencias de género. Mônica Donio Bellegarde es autora junto a la profesora Sacramento Pinazo de un libro sobre la soledad de las personas mayores a partir de la tesis doctoral de la primera. Bellegarde afirma que, a primera vista, parece que las mujeres se sienten más solas que los hombres. Pero ello no implica que sea así. Lo que ocurre es que está socialmente más aceptado que las mujeres hablen de sus sentimientos. 

A la pregunta directa de “¿te sientes solo?”, las mujeres tienen menos problemas que los hombres en responder afirmativamente. Si se profundiza con preguntas indirectas o de control, la cuestión se complica. Según el estudio de La Caixa, mientras la soledad social (sentirse miembro de un grupo) es similar entre las mujeres y los hombres, la soledad emocional (que mide la profundidad de las relaciones) es mayor en ellos que en ellas.

Según Novo, las mujeres, pese a vivir en mayor soledad que los hombres, se sienten menos solas. Además, ellas parecen estar más preparadas para la soledad: “El 36,1% de las mujeres mayores de 65 años que no viven solas piensan que en algún momento lo harán, frente al 29,8% de los hombres”. Las mujeres también establecen lazos sociales o familiares mayores que los hombres, lo que hace que ellas tengan mayor posibilidad de recurrir a alguien cuando tienen un problema o necesitan consejo o apoyo afectivo. 

Novo insinúa que “nuestra sociedad androcéntrica y cargada de estereotipos machistas” es la responsable de que tengamos la imagen de que las mujeres no tienen capacidad de desarrollo personal y que ello las aísla por completo. Aunque desde la ONG Accem, Alberto García Cerviño recuerda que hay una realidad material que les puede hacer sentir a las mujeres mayores que han perdido su utilidad después de haber dedicado su vida a los cuidados, primero de sus hijos, después de sus padres y suegros y finalmente de su marido antes de morir. Quizás es esto lo que está detrás del sentimiento que muestran algunas mujeres y que revela Yanguas: el de vacío existencial, mucho menos prevalente en los hombres.

Yanguas abunda en las diferencias de las relaciones que construyen los hombres y las mujeres: las de los primeros son más instrumentales (para echar la partida, para ir al fútbol...), las de las segundas son más relaciones de cuidados, de cercanía afectiva y de petición y préstamo de ayuda. Por ello Yanguas considera que los hombres tienen más riesgo de aislamiento social.

Desde Accem también destacan cómo las mujeres mayores muestran mayor resiliencia y esfuerzos para superar situaciones de soledad y tener un envejecimiento activo, con participación en actividades o voluntariado. Y ponen de manifiesto cómo las mujeres expresan una mayor preferencia por vivir de forma activa en su casa: “Para muchas es un reto y una oportunidad de desarrollar una independencia y autonomía que no tuvieron antes en sus vidas”.

La cuestión material... ¿determinante de la soledad?

¿Cómo influyen en la soledad los recursos económicos? Para Yanguas, la pobreza genera exclusión: no puedes gastar un euro en un café en el bar y sientes vergüenza porque en tu casa hace frío o no la tienes bien acondicionada y, por ello, no recibes visitas.

Bellegarde recuerda que las variables sociodemográficas son desfavorables para las mujeres: muchas de las que hoy son mayores no tuvieron la oportunidad de incorporarse al mercado laboral ni de tener una educación más allá de la básica y ahora cuentan con menores recursos económicos. Desde Accem apuntan que esta situación puede provocar un mayor aislamiento en el envejecimiento de las mujeres. 

Por ello, existe la tentación de considerar que, al igual que la fotografía de la pobreza en España es la de una mujer, la de la soledad podría serlo la de una mujer mayor y pobre. Díez Nicolás aclara: “El sentimiento de soledad sin recursos económicos es mayor, ser mujer mayor y pobre puede conducir a una mayor probabilidad de sentir soledad, pero no es ni mucho menos determinante; ello no debe hacernos pensar que los que tienen más recursos no pueden también sentirse solos”.
¿Qué pesa más?, ¿el género, que favorece que las mujeres tengan relaciones de más calidad, o la situación material, que ayuda a tener mejores relaciones a quienes tienen más dinero, es decir, a los hombres? Teresa López, presidenta de Fademur, una organización de mujeres del ámbito rural, da una posible respuesta: aunque los hombres solos del campo pudieran tener en el pasado una mayor vida social y cuentan ahora con mayores recursos económicos, puesto que las mujeres en muy pocos casos pudieron cotizar, ellos resuelven lo básico de su supervivencia con dificultades y tienen menos habilidades sociales que ellas.

¿Soluciones?

La soledad es un problema de salud pública: se ha vinculado a la enfermedad física y mental y al mayor riesgo de mortalidad. Los expertos coinciden en que la incidencia de la soledad irá a más porque cada vez se tienen menos hijos y, por tanto, menos hermanos. Además, cualquier tipo de relación tiende a ser fugaz y menos profunda. A ello hay que sumar que se presume que cada vez más gente vivirá esa soledad con escasez material, dada la precariedad laboral y la mayor dificultad para acumular derechos con vistas a la jubilación. Así dibujado el panorama, parece que la solución que se requiere debe tocar muchos palos de las políticas públicas.

En Reino Unido, en enero de 2018, se creó el Ministerio de la Soledad, que Bellegarde valora porque, más allá de su utilidad práctica, al menos, hace tomar conciencia del problema. Para Yanguas, dada la complejidad de las administraciones españolas, sería más idóneo que se abordara en el ámbito municipal. Y, en este sentido, señala que la soledad también es una consecuencia de los procesos de gentrificación que viven las ciudades, de políticas urbanísticas generadoras de aislamiento que hurtan a los vecinos de los servicios de proximidad y de los ambientes donde se reconocían y creaban redes. Aunque Bellegarde da una nota de esperanza: la sociedad se organiza a veces antes de que reaccionen las Administraciones y ya se han construido redes de apoyo mutuo, como la de Grandes Amigos, que funciona en Madrid, Galicia y el País Vasco.  
 




 




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viernes, 2 de agosto de 2019

Entrevista a Alicia Puleo, filósofa, profesora y escritora: “La sororidad entre mujeres nos hace más fuertes”



Yolanda Fernández Vargas
www.ecologistasenaccion.org

Entrevistamos a Alicia Puleo, filósofa, profesora y escritora. Es autora de numerosos ensayos sobre ecofeminismo y acaba de publicar el libro Claves Ecofeministas. Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales. Hemos profundizado en las ideas y reflexiones que se recogen en este nuevo trabajo de la autora en torno al ecofeminismo.

¿Cuál es el termómetro del ecofeminismo en el Estado español, más allá de este despertar de la conciencia feminista?

Investigo en ecofeminismo desde hace más de veinte años y observo un gran cambio. El termómetro podría verse en la multiplicación de menciones al ecofeminismo en las redes sociales y la prensa, en el mayor número de jornadas que se le dedican y en el creciente interés de las asociaciones feministas por el tema. Ya se venía notando en los últimos años este interés en grupos feministas que no tienen nada que ver con el ecologismo. Las asociaciones feministas quieren saber qué es el ecofeminismo, qué significa. Los informes científicos actuales, sobre el cambio climático y las alteraciones medioambientales que se perciben, favorecen el incremento de la curiosidad sobre esta temática. Es también una forma de acercarse a la juventud. Se enriquece así el feminismo con conocimientos ecológicos y preocupaciones por los demás seres vivos, algo indispensable para entender los retos de este siglo.
Por otro lado, el ecologismo también va incorporando las reivindicaciones feministas. El 8 de marzo pasado varios grupos ambientales hicieron una declaración explícita de apoyo al ecofeminismo.

Ante esta situación favorable al ecofeminismo, ¿qué tenemos que hacer?

Lo primero es tomar conciencia de los problemas. Es fácil decir que el ecologismo y el feminismo se van a enriquecer mutuamente, al igual que con el animalismo, el pacifismo y otros movimientos, pero son procesos largos que no se producen de manera inmediata. Podemos interesarnos en leer y escuchar, pero que todo ello nos cambie en nuestro actuar cotidiano y nos haga buscar otras personas para plantear propuestas comunes o medidas colectivas, requiere tiempo.
Hay dos niveles de actuación interrelacionados. Por un lado, la vida cotidiana, las tres erres que plantea el ecologismo, el evitar caer en actitudes androcéntricas o sexistas, evitar estereotipos… Todo esto lo podemos ir haciendo pero no es tan fácil, porque requiere siempre un esfuerzo y romper con rutinas y patrones anteriores. Por otro lado, es necesario actuar de una manera social, buscar activamente grupos en los que sintamos que estamos haciendo algo por esas ideas, más allá de nuestro hogar. Esto ya sería un segundo nivel que requiere una mayor implicación.
 



Alicia Puleo durante la entrevista con la revista Ecologista. Foto: María José Esteso Poves.

¿Cómo podemos hacer frente al patriarcado de consentimiento, en una sociedad como la nuestra donde existe una intensificación del deseo con un trasfondo mercantilista?

El concepto de deseo es como una especie de icono de nuestra sociedad. Su uso se fue intensificando a partir de los años 80 y no es casualidad que esto coincida con el auge del neoliberalismo y su modelo del consumo sin límite. El deseo y su realización como aquello que todo lo justifica es el correlato de intereses económicos, no una expresión de verdadera libertad. Frente a la tiranía del deseo, podemos intensificar la conciencia ecofeminista que integra conceptos feministas, ecologistas, animalistas y de otros nuevos movimientos sociales que nos permiten ver la realidad de una manera diferente a la hegemónica.
Tampoco es casualidad la tendencia que se puede observar en muchos gobiernos del mundo a eliminar la filosofía en el currículum educativo. La filosofía no es un saber que ayude a vender, más bien lo contrario, produce una distancia crítica frente a los mandatos de mercado. El ecofeminismo en tanto filosofía de confluencia de varios pensamientos críticos tiene una gran potencia transformadora.

Apuntas que el sexismo y el especismo presentan un “gran parecido de familia”…

El término especismo surge en los años 70. Lo forja Richard Ryder, psicólogo y pensador británico, activista por los derechos de los animales a partir del racismo y sexismo. Con él se refiere al prejuicio de la absoluta diferencia y superioridad de nuestra especie con respecto a las demás. Como en el caso de la raza o el sexo, se trata de un concepto que denuncia la legitimación de la dominación y la explotación. Las actitudes a la que aluden estos conceptos tienen un gran parecido por varias razones.
Son prejuicios, es decir, pensamientos recibidos e infundados. Hoy, con los datos proporcionados por la neurociencia y por la etología, las barreras tan profundas entre la especie humana y las demás especies ya no se sostienen racionalmente. Eso no significa que tengamos las mismas habilidades y capacidades. Frans de Waal, renombrado etólogo holandés especializado en primatología, muestra en sus obras que la conciencia y las habilidades de cognición son graduales y diversas. Cada especie tiene sus capacidades diferentes. Nosotros hemos tendido a cuantificarlo todo con nuestra vara de medir humana.
Las mujeres, los esclavos y los animales han sido definidos como seres para otros, como instrumentos para el hombre. Aristóteles, en La Política, afirma que “son para el hombre libre”, para satisfacer sus necesidades. Mujeres, pueblos no hegemónicos y animales han sido sometidos a otros reduciéndolos a meros cuerpos. Las mujeres dan placer, cuidados e hijos; los animales, alimento y vestido. Son la base material. Sexismo y especismo muestran grandes semejanzas en la historia de la dominación y la cosificación, que es la antesala de la violencia.
Las sufragistas del siglo XIX ya vieron la relación entre la dominación sufrida por las mujeres y por los animales. Denunciaron que la violencia contra las mujeres y los animales domésticos quedaba impune, tenía lugar en el hogar y la ley no intervenía en ese ámbito. Hoy hemos superado parte de esa reducción a cuerpos para otros. Al menos, ya no justificamos la esclavitud y las mujeres hemos conseguido muchos derechos. Pero se advierte el peso de la historia en numerosas formas de subordinación de las mujeres. Y con respecto a los animales no humanos, estamos todavía en la reducción a la utilidad para el ser humano.
“Somos más fuertes cuando somos conscientes de que hemos llegado a obtener derechos y libertades gracias a la lucha de las que nos precedieron”
Racismo, sexismo y especismo son conceptos que sirven para denunciar situaciones de opresión. Son nociones que podemos considerar hijas de las ideas de igualdad y crítica al prejuicio enarboladas por la Ilustración para luchar contra el poder de los nobles y del clero. Las ideas de igualdad y de crítica al prejuicio son básicas para todos los movimientos emancipatorios, aunque a veces éstos no reconozcan su origen ilustrado.

Frente al ideario de la ultraderecha, ¿cómo podemos organizarnos mejor las mujeres?

Nuevamente, las principales armas son el pensamiento crítico y la razón frente a la intolerancia; también la unión, en la medida de lo posible, de diversas sensibilidades y tendencias feministas. Hay un concepto feminista que me parece importante en este sentido. Es el de sororidad, la hermandad de las mujeres se hace más fuerte cuando somos conscientes de que hemos llegado a obtener derechos y libertades gracias a la lucha de las que nos precedieron. Hoy debemos apoyarnos mutuamente para seguir adelante.
En tu último libro, Claves Ecofeministas. Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales, hablas de la metáfora del jardín-huerto, de los pactos de ayuda contra el cambio climático. ¿Qué desconfianzas y recelos debemos superar ?
Estos pactos son de una importancia fundamental y aún estamos lejos de lograrlos. Todavía nos encontramos en un paso previo. Insisto en que no hablo de fusión, sino de pactos de no agresión y, de forma eventual, de apoyo.
Los movimientos sociales emancipatorios son una respuesta a diversas formas de injusticia en el mundo. Muchas veces es difícil que las personas seamos conscientes de las distintas formas del mal de la misma manera e intensidad. Dependiendo de nuestra propia historia vital, familiar y también de la situación personal en la que nos encontremos, podemos percibir y sentir unas injusticias más que otras. Nuestro compromiso, si existe, estará determinado por esa capacidad.
Así, no podemos exigir a otros movimientos que se asimilen punto por punto al nuestro. Cada movimiento tiene su perfil. Por ejemplo, hace poco se ha afirmado que el feminismo ha de ser animalista, o no es feminista. Creo que es un error. Cuanta mayor conciencia mejor, pero no se puede exigir, sobre todo a las mujeres, que siempre hemos soportado todo tipo de exigencias. Lo que debemos tener es una actitud abierta de escucha e invitar a ensanchar horizontes emancipatorios.

¿Qué bases requieren esos pactos y a qué movimientos englobaría?

La no agresión y la no instrumentalización serían la base común. Mantener un lenguaje de diálogo y conservar la autonomía de los movimientos, no fusionarse. El feminismo es ahora muy potente y recibe muchas llamadas de otras causas. A lo largo de la experiencia histórica del feminismo —con una trayectoria de más de dos siglos— las mujeres hemos sido generosas con el tiempo y el esfuerzo que hemos dedicado a otras causas. Pero, por lo general, se ha tendido a instrumentalizarnos y a aparcar y minimizar las reivindicaciones de las mujeres. Por ese motivo, hay recelos en el movimiento feminista.
Los movimientos sociales que podrían abarcar esos pactos de ayuda mutua, serían los de ya larga trayectoria, ecologismo, antirracismo, animalismo, pacifismo, LGTBI, el movimiento sindical, el municipalismo… y otros más recientes, como el decrecimiento, Extinction Rebellion, Fridays for Future… movimientos que objetan el crecimiento sin límites que nos está llevando al colapso.

¿Qué puntos debe recoger esa agenda común para que esté alineada con el ecofeminismo?

La ecojusticia, entendida en un sentido amplio, es decir, la justicia con el sur global, con las poblaciones afectadas por el desarrollo destructivo y víctimas de los conflictos ecológicos distributivos, con las mujeres más pobres de ese sur global, que está siendo devastado por el extractivismo; y también con los animales silvestres, a los que se les están quitando sus territorios, envenenando su hábitat, privándolos de alimento y llevándolos a la extinción.
Una cultura de paz implica, por un lado, la prevención de las guerras y por otro, una educación desde la infancia que enseñe a resolver conflictos de manera pacífica y a respetar a los más vulnerables. Debe ser una educación para la empatía que incluya también el trato a los animales no humanos.

¿Hasta qué punto una ciencia empática y una educación ambiental pueden contribuir a un cambio ante la emergencia ambiental que vivimos?

Estamos ante un futuro incierto, con grandes probabilidades de sufrir un colapso civilizatorio. Mucha gente pone grandes expectativas en la ciencia y la tecnología, creyendo que serán capaces de solucionar todo. Esta esperanza es excesiva dada la crisis energética que se avecina. Sin embargo, aun después de esta crisis, seguirá haciéndose ciencia en la medida que se pueda y será necesario que sea ética y democrática, abierta a los intereses sociales y no a los de las grandes corporaciones. Una ciencia y una tecnología que busquen solucionar problemas y no el mero beneficio de unos pocos; una ciencia empática y ética es fundamental. Mi planteamiento ecofeminista no es tecnofóbico, ni místico, ni anticientífico, sino materialista y racional. Pero hoy sabemos que la razón y los afectos no son antitéticos y que la empatía es uno de los motores de la acción solidaria y justa.

Propones en tu último libro la metáfora del jardín-huerto ¿Cómo podemos superar la división sexual del trabajo en este jardín común?

Empezaré hablando de la cuestión de la división sexual del trabajo. El ecofeminismo, en tanto unión y diálogo de diferentes pensamientos críticos, corre el peligro, a veces, de olvidarse del feminismo. No podemos obviar sus reivindicaciones de igualdad. ¿Cómo la obtendremos? Una respuesta está en la educación, pero no es la única porque tiene que estar acompañada de medidas concretas que faciliten la igualdad en el presente cotidiano. Mujeres y hombres han de tener la posibilidad de desarrollar las diferentes potencialidades humanas. Las mujeres hemos probado que éramos capaces de adquirir las habilidades históricamente masculinas, formándonos y saliendo al espacio público. Ahora falta que los hombres se incorporen al ámbito doméstico, que adquieran las habilidades para las labores del cuidado en igualdad.

Esto último es más difícil de conseguir porque los cuidados no están tan valorizados como las tareas del ámbito de lo público, pero habrá que conseguirlo a través de la práctica cotidiana, la educación y las leyes. Sin igualdad podemos ir a una situación muy problemática cuando haya que recortar recursos en una sociedad del futuro, no muy lejana, que ya no pueda consumir de manera despreocupada los recursos naturales.
“El ecofeminismo en confluencia con varios pensamientos críticos tiene una gran potencia transformadora”
Sin productos de usar y tirar, la vida va a ser más complicada. Si no hemos conseguido la igualdad, mal lo veo para las mujeres. Ya algunos ecologistas han aconsejado que las mujeres vuelvan al hogar como una forma de vida sostenible. Hay que tener muy clara la cuestión de la igualdad porque, de otra manera, vamos a volver a una situación de subordinación que habíamos superado.

En cuanto a la metáfora del jardín huerto que utilizo en mi último libro, he querido evocar la escuela de filosofía fundada por Epicuro que se llamaba El Jardín. Era una escuela que admitía también a las mujeres y a los esclavos, algo muy raro en su época. Consistía en un jardín muy modesto, que no era meramente decorativo, sino un huerto en donde se filosofaba y se cultivaban hortalizas para las comidas comunitarias. Su filosofar inclusivo y enamorado de la naturaleza me ha parecido bastante inspirador. Además, contiene un principio muy necesario para nuestra época: los epicúreos insistían en la moderación, lo cual no quiere decir negarse a los placeres, sino saber discernir entre los placeres que son buenos, satisfactorios, y los que nos van a dejar una sensación de vacío o nos van a hacer sufrir después.

Observaron que los mayores placeres provenían de la amistad y de la belleza de la naturaleza, placeres que estaban al alcance de cualquiera sin necesidad de ser rico. Con perspicacia, observaron que para obtener riqueza y poder hay que estar pendiente del juicio de los poderosos, someterse a ellos. Ser independiente implica restringir nuestros deseos, saber elegirlos sabiamente, pues de otro modo nos atan a infinitas servidumbres. Es más libre y feliz quien está bien con poco. Libres e iguales en el jardín-huerto ecofeminista es mi propuesta para un futuro digno de ser vivido.


Fuente: https://www.ecologistasenaccion.org/124090/alicia-puleo-la-sororidad-entre-mujeres-nos-hace-mas-fuertes/

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jueves, 1 de agosto de 2019

Green New Deal: ¿keynesianismo “verde” o ruptura con el capitalismo?


Por José Luis Carretero

La crisis ecológica presente no es un fenómeno coyuntural a la economía capitalista, es un resultado necesario del sistema de competencia, propiedad privada de los medios de producción e irracionalidad en la economía en que el capitalismo consiste.
Por José Luis Carretero
a nadie niega la existencia de una fuerte contradicción entre el despliegue histórico real de la economía capitalista y el equilibrio del medio natural que sirve de soporte para la vida en nuestro planeta. Resulta imposible negar que el desarrollo del proceso de industrialización y mercantilización de las relaciones sociales, en el marco capitalista, llevado a cabo en los últimos siglos está empujando a una crisis ecológica que, en conjunción con otra serie de procesos paralelos e interdependientes —la creciente inestabilidad financiera y económica, la devastación cultural y social generada por el neoliberalismo, la tendencial ruptura del escenario geoestratégico que constituía el armazón de las relaciones entre el centro y la periferia del sistema, etc.— ha hecho emerger una serie de derivas caóticas que marcan el inicio de una crisis civilizacional, que pone en cuestión nuestra forma de vivir, producir y relacionarnos, entre nosotros y con el ecosistema del que formamos parte.
No podía ser de otra manera. El sistema capitalista es un sistema de clases, basado en el funcionamiento del supuesto “libre juego” de la competencia económica entre actores que tienen la posibilidad de explotar la fuerza de trabajo ajena, partiendo de la garantía de la propiedad privada de los medios de producción.
La competencia implica algo innegable: hay ganadores y perdedores. Y ser un perdedor en la sociedad del capital es algo realmente serio. La pobreza, la explotación, el sufrimiento, esperan al perdedor, despojado de los medios de producción y, muchas veces, incluso de los recursos imprescindibles para solventar sus necesidades básicas. Así que hay que procurar ganar.
Para ganar hay que acumular recursos. La competencia no es igualitaria. Quien más tiene de partida, más posibilidades tiene de salir victorioso en cada confrontación. Es por eso que las grandes superficies enormes sociedades de capital participadas por fondos globales de inversión y otros inversores multimillonarios) derrotan siempre al tendero de barrio. Es por eso que, pese a lo que se dice, el capitalismo no es realmente un sistema de “libre” comercio: los grandes se hacen más grandes y los pequeños perecen. La tendencia a la acumulación de cada vez más capital en cada vez menos manos es tan consustancial al capitalismo como la explotación del trabajo asalariado. No es algo coyuntural, episódico, un “error” o el epifenómeno colateral de una determinada “fase”.
Por ello el capitalismo ha sido, históricamente, el modo de producción que, hasta el momento, más ha desarrollado la capacidad de producir objetos de la humanidad. Y no deja de hacerlo. La competencia espolea la introducción de nuevas tecnologías y de todas las técnicas que ayuden a aumentar la productividad, provoca la acumulación del capital, el crecimiento de las empresas ganadoras, la aparición de grandes multinacionales y la quiebra de los productores locales y, por tanto, el crecimiento continuo de la producción mercantil.
Quien acumula más recursos, gana. Y ganar le sirve para acumular aún más recursos. Este crecimiento continuo, por supuesto, entra en conflicto con la realidad natural de un planeta finito, con recursos limitados. Y, sobre todo, entra en conflicto porque, para el capital, los daños medioambientales no son más que “externalidades”.
Las externalidades, para los economistas burgueses, son una serie de costes necesarios del proceso de producción, pero que no figuran en la contabilidad de la empresa, y que por tanto no tienen que ser pagados por la misma. Por ejemplo, la contaminación atmosférica producida por una fábrica, genera una serie de costes económicos para el conjunto de la sociedad (enfermedades y por tanto gastos en salud y caídas en la productividad de la mano de obra de la zona; pérdida de la diversidad del ecosistema local, etc.), pero la fábrica no tiene que pagarlos, no figuran en su contabilidad. Así, devienen “rentables” actividades económicas que, si la empresa tuviera que hacer frente a la totalidad de los costes que implican para toda la sociedad, no lo serían.
Hay productos que se producen —y que se comercializan masivamente— que solo se pueden comercializar porque las empresas no tienen que pagar realmente la totalidad de sus costes. Y no los tienen que pagar porque el Estado, en el capitalismo, no es una entidad neutral, ni una especie de representación colectiva que trata de introducir la racionalidad en el caos provocado por la competencia acrecentada entre las empresas, sino un espacio de combate en el que distintas facciones empresariales se disputan quién pagará o quién se aprovechará de determinados negocios, o que crea las condiciones materiales para que todas ellas se enriquezcan, formando a la población, conquistando nuevos mercados para los capitalistas locales, subvencionando determinadas actividades económicas, o financiando con los impuestos cobrados a los contribuyentes (en gran medida extraídos de las rentas de los trabajadores y no de los beneficios de los capitalistas, como se nos quiere hacer creer) las inversiones en investigación y desarrollo necesarias para poner en marcha nuevas líneas de producción que puedan generar nuevos mercados. Ya lo hemos dicho: el capitalismo no es, en modo alguno, un sistema de “libre mercado” en el que el Estado, simplemente, “deja hacer”.
Así que la crisis ecológica presente, no es un fenómeno coyuntural, “paralelo a”, secundario o accidental, en la economía capitalista. Es un resultado necesario del sistema de competencia, propiedad privada de los medios de producción e irracionalidad en la economía en que el capitalismo consiste. Es el producto inevitable de la sociedad de clases.

LLEGÓ EL MOMENTO
Vivimos en plena crisis ecológica. Una crisis tan grave que ya ni los propios capitalistas la pueden negar. Ha llegado el momento en que hay que pagar muchos de sus efectos. Hay cosas que ya no pueden seguir siendo “externalidades” porque ya nos afectan a todos. El coste de la destrucción (de los ecosistemas, de la salud de las poblaciones, de los mecanismos de funcionamiento del clima, etc) y de la necesaria transición del sistema productivo tras el agotamiento de muchas fuentes de recursos naturales, es tan grande, que ya no se sabe como encararlo y ya no se puede ignorar. Ha llegado la hora de pagar, ya sea financiando los costes de la limpieza necesaria, o ya sea financiando las inversiones en investigación y desarrollo que ayuden (quizás) a encontrar nuevos avances tecnológicos que permitan ahuyentar la crisis ecológica mediante cambios fundamentales en las formas de producir. Ha llegado la hora de pagar. Pero, como siempre, los capitalistas no piensan hacerlo. Para ellos, ha llegado la hora de un nuevo gran mercado. Una nueva oportunidad de negocio.
Es por eso que se suceden los intentos de implementar un “capitalismo verde”, de convertir en fuente plusvalor el nuevo arco de necesidades de la población. El capitalismo intenta adaptarse y salir vivo de esta crisis.
Intentos de fusión de las grandes automovilísticas, como la tentativa implementada de fusionar FIAT-Chrysler Automobiles con Renault en los últimos meses, que habría construido un gigante global con una capitalización de cerca de 35.000 millones de euros y una capacidad productiva de 8,7 millones de vehículos. Una fusión que, tal y como los propios directivos de FIAT afirmaban, buscaba acumular capital y recursos para tratar de poner en marcha las líneas de innovación tecnológica necesarias para (quizás) hacer viable a gran escala el coche eléctrico. Una forma de movilidad que aún está lejos, a nivel técnico, de poder sustituir al coche por combustión, en un escenario de creciente contaminación y amenaza de llegada del pico del petróleo y de escasez de recursos imprescindibles para las baterías eléctricas, en su actual estadio tecnológico.
Transformación de las grandes petroleras y energéticas, buscando convertirse en gigantes multienergía globales, invirtiendo en renovables y en todo tipo de nuevos negocios. Cuando todo estalle, el que esté mejor colocado puede que tenga una ventaja decisiva. Para cuando se llegue al pico del petróleo, las petroleras quieren haberse posicionado adecuadamente en las nuevas fuentes de energía y en las nuevas tecnologías que, no lo olvidemos, solo han podido llegar a ser rentables (y hasta donde han llegado a serlo) gracias a un fuerte impulso público.
Endesa e Iberdrola se disputan, así, el liderazgo en renovables en España. Endesa, de hecho, ve como una oportunidad el hecho de que el nuevo gobierno socialista español reactive sus planes de impulso de las renovables y está dispuesta a invertir cerca de 10.000 millones de euros para transformar su mix energético, ahora con mucho peso del carbón, al tiempo que invierte fuertemente en Portugal con la misma intención. Un nuevo mercado, el de las renovables, que se está construyendo sobre el modelo previo del oligopolio de las grandes transnacionales de la energía, soslayando la posibilidad técnica real de la emergencia de una dinámica distribuida, descentralizada y autogestionaria.
Y esas mismas grandes energéticas, estableciendo alianzas con grandes superficies, concesionarias de autovías, y todo tipo de espacios comerciales, para la extensión de una amplia red de electrolineras, que hagan viable la movilidad eléctrica. Y avisando, al tiempo, de que eso sólo se podrá hacer con ayudas públicas. Con una enorme acumulación de capital salido del plusvalor producido por los trabajadores y trabajadoras, y redistribuido por el Estado a las grandes transnacionales “verdes”.

SOBREVIVIR
Así pues, los grandes señores globales de los negocios tratan de sobrevivir a la crisis. Intentando centralizar mas capital en menos manos, acumulando recursos para financiar la “transición ecológica”, entendida como una mera transformación técnica-tecnológica del aparato productivo que permita superar las contradicciones insolubles de la economía capitalista o, más realmente, tirar el balón un poco más allá, aguantar un poco más, convertir en negocio para algunos lo que va a ser, sin duda, un desastre para los más.
Este es el contexto material en el que se plantea la idea de un “Green New Deal”, un nuevo acuerdo verde. Keynesianismo ecológico y redistribución… ¿hacia dónde?
¿Qué fue el New Deal? El gran programa de estímulo público al que se achaca la salida del capitalismo de la gran crisis sistémica de 1929. La inversión pública en actividades productivas provocó un aumento de la demanda agregada (la gente tenía con que comprar) que reinició la máquina de acumulación del capital, provocando el período de mayor crecimiento económico de la historia del mundo.
El New Deal (entendido, no tanto como el programa específico implementado en los Estados Unidos, sino como la comprensión general keynesiana de la necesidad del estímulo público de la economía, que se expandió como idea común por todo el globo) tuvo sus efectos más o menos virtuosos: aparición del Estado de Bienestar en algunos lugares, desarrollo acelerado de las fuerzas productivas a nivel global, aparición de la sociedad de consumo.
También tuvo (y esto nos lo suelen ocultar sus adoradores acríticos), sus consecuencias más ambiguas: concentración aún mayor de los capitales, presión acrecentada sobre el ecosistema, integración del movimiento obrero en el “normalidad” institucional, aumento de la inflación como respuesta de los capitalistas a los avances en los salarios. Las grandes multinacionales son tan hijas del New Deal, como los sistemas públicos de seguridad social. La “Revolución verde” y la hegemonía del “agrobusiness” son también resultados del New Deal, con sus contradictorios efectos actuales.
Así que, cuando nos enfrentamos a la propuesta de un Green New Deal, deberíamos plantearnos claramente de qué estamos hablando: puede que hablemos de un fuerte estímulo público para que las grandes petroleras (por ejemplo) puedan convertirse al fin en las señoras de todas las fuentes de energía de nuestro tiempo. O de que las grandes automovilísticas tengan suficiente dinero para intentar encontrar (quizás) la solución técnica a sus problemas de adaptación al pico del petróleo. Puede, pues, que de esa gran inversión pública salgan mercados más concentrados, multinacionales más grandes y fuertes, un capitalismo aún más salvaje que sea capaz de imponer medidas autoritarias en nombre del “interés general en lo verde”. Y todo ello, no lo olvidemos, sin resolver el problema de fondo: la crisis ecológica y social.
O puede que hablemos de un “Gran Acuerdo” (más bien de una gran alianza de las clases populares) para la ruptura, para la transformación del capitalismo en otra cosa. Para la racionalización de la actividad productiva, sometida al dictado de las necesidades de la mayoría de la población y a la necesidad del equilibrio con el ecosistema, en una sociedad sin clases, donde la cooperación igualitaria se transforme en el centro. Una sociedad con energías renovables descentralizadas, medios de producción autogestionados y sometidos al control colectivo y una economía de lo comarcal y lo cercano, capaz de reconvertir los devastados espacios rurales y urbanos actuales en una nueva trama autoorganizada donde todas las poblaciones tengan acceso a servicios comunitarios y espacios naturales, superando las diferencias entre campo y ciudad desde una perspectiva sostenible.
Ese segundo acuerdo, el que nos lleva fuera del capitalismo, es el único capaz de resolver la crisis ecológica. El keynesianismo “verde” no es una opción: sino un oxímoron. Reiniciar un nuevo ciclo de acumulación capitalista no puede llevar más que un nuevo topetazo contra los límites naturales en breve plazo, aunque se haga con la excusa “verde”. De ahí sólo puede salir una sociedad más autoritaria, con un poder más concentrado que, pese a la vulgata socialdemócrata al uso, no conseguirá disciplinar a los capitales. El famoso “ecofascismo”, que nunca, pese a todo, conseguirá ser “eco”. Tras el New Deal, vino el neoliberalismo, y tampoco fue un “accidente” o un “error”, sino el producto necesario de una dinámica económica que se basa en la existencia de las clases, en la propiedad privada de los medios de producción y en el caos de la competencia.
Lo único que puede disciplinar a los capitales es su socialización. Su sometimiento a las formas del control colectivo y democrático desde la base. La economía desde abajo, pero fuertemente sometida a la decisión comunitaria. Desde la igualdad social (desde la abolición de las clases sociales) podemos ponernos de acuerdo en racionalizar la producción, en adaptarla a los límites naturales, en compartir lo que realmente (sin “externalidades”) es rentable y vemos adecuado producir. Desde la sociedad de clases, desde el capitalismo, no hay solución. Donde hay clases todo es guerra e irracionalidad.
Ahora nos toca decidir.





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miércoles, 31 de julio de 2019

Entrevista Nancy Cardoso, teóloga feminista brasileña: “La América Latina feminista que queremos no va a ser posible sin las mujeres pobres que hoy encuentran refugio en la religión”



Stephanie Demirdjian
La Diaria

En Montevideo la teóloga brasileña abogó por un feminismo que incluya a las mujeres pobres “capturadas” por los fundamentalismos.

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Los desafíos que plantea el avance de la derecha conservadora y del fundamentalismo religioso para los feminismos de América Latina centraron la última conferencia de las Jornadas de Debate Feminista, organizadas la semana pasada por los colectivos Cotidiano Mujer y Encuentro de Feministas Diversas. La encargada de dar el debate fue la teóloga feminista brasileña Nancy Cardoso, quien ahondó en los espacios de militancia feminista que están en disputa frente a la arremetida que lideran las iglesias neopentecostales y abogó por un feminismo no elitista, que deje de “buscar espejos” y, en cambio, “abra ventanas” para ir al encuentro de las mujeres más marginadas.

“¿Por qué la religión funciona con la mayoría de mujeres pobres? ¿Qué quieren? ¿Qué están buscando?”, son algunas de las preguntas que según Cardoso tienen que responder las teólogas feministas. Sin esas mujeres pobres que hoy encuentran refugio en la religión, asegura la pastora metodista, no puede haber América Latina feminista. La clave está en convivir con ellas, entender qué es lo que encuentran en esas iglesias y apostar por la educación popular y el trabajo de base para crear otros espacios en los que puedan ser libres. “Sólo estando ahí con ellas”, afirmó, “se puede ir construyendo alternativas”.

Cambiar la trayectoria

Cardoso dijo que hoy en día el fundamentalismo religioso juega un papel “muy pesado y muy fuerte” en toda la región, pero advirtió que en Brasil lo hace “de manera muy fea y escandalosa”. La teóloga aseguró que el grupo con más fuerza es el de los evangélicos pentecostales, que son los que “todavía siguen apoyando al fascista que es presidente del país” –Jair Bolsonaro– y los que “se sienten representados en las políticas y en la ruptura con los derechos”.

En este contexto, planteó que las iglesias neopentecostales también siguen siendo las elegidas por muchas mujeres trabajadoras y pobres para pasar su tiempo libre, pese a que allí “las aplastan, controlan y disciplinan”. “A esta hora está por empezar el culto. Las señoras trabajaron todo el día como empleadas, explotadas, alienadas, invisibles y en situaciones indignas, tomaron un bus desde lejísimos pero antes de irse a casa van a la iglesia. Van a entrar y van a decir la paz del señor, encontrarse con las hermanas y escuchar las palabras de un varón que está en el frente. Las señoras van a cantar y cerrar los ojos. Ese es el fenómeno religioso”, relató la teóloga. “Estaba pensando en qué es lo que sostiene a estas mujeres, por qué la fe es importante para ellas, por qué en este momento están en una iglesia cantando ‘sólo el poder de Dios puede cambiarme así’ y se sienten de alguna manera felices”, reflexionó. Y se preguntó: ¿por qué?

“Hay un fenómeno que yo como estudiosa de la religión y teóloga tengo que plantearme: ¿por qué la religión funciona con la mayoría de mujeres pobres? ¿Cuál es la eficiencia?”, preguntó. La brasileña aclaró que con su trabajo no busca “destruir a estas mujeres ni aislarlas o dejarlas lejos del feminismo, de la lucha, del proceso de derechos”. Por el contrario, considera que dar respuesta a estos interrogantes es una tarea que tienen las teólogas feministas que se proponen ocupar y disputar estos espacios. A su entender, la mejor manera de empezar a hacerlo es involucrándose con ellas desde la sororidad, escuchar sus voces, y a partir de ahí entablar un proceso de educación popular y trabajo de base.

Para ella, este es “el primer movimiento importante en la teología feminista”: asumir el proceso de estas mujeres que encuentran las respuestas a sus problemas en las iglesias fundamentalistas y “cambiar su trayectoria”. Y esto es urgente, aseguró, “porque la América Latina feminista que queremos no va a ser posible sin las mujeres pobres que hoy encuentran refugio en la religión, no puede ser una vanguardia de feministas”.

Más adelante, a raíz de una de las preguntas del público, Cardoso retomó la cuestión de clase y dijo que hay que “sacar el elitismo” del feminismo, que parece ser exclusivamente “de mujeres universitarias y profesionales”. En ese sentido, dijo que conocemos la “percepción de la violencia” de las mujeres pobres pero, por ejemplo, no tenemos idea de cómo viven la sexualidad. “¿Cómo goza la vendedora de limones, gritando el precio de su producto sin ropa interior? ¿Cómo se liberan las mujeres de pueblo en medio de tantas violencias, de tantas limitaciones?”, disparó la teóloga. “Creo que no hay que buscar espejos”, agregó, “sino abrir ventanas para encontrarnos con estas mujeres”.

Lo que ellas quieren

Entonces, ¿por qué funcionan los fundamentalismos religiosos? ¿Cuál es la carnada? Una vez planteadas las preguntas, la teóloga se dedicó a proponer algunas respuestas. En primer lugar, planteó el argumento del “pánico moral”.

Según Cardoso, el pánico moral sólo funciona si va de la mano del pánico económico y el pánico político. “La gente siente miedo, está insegura, no le alcanza para comer, no sabe cómo va a pagar el alquiler, y en la calle hay violencia, marginalidad y droga. Hay un pánico generalizado”, explicó la teóloga. “Estos pastores actúan en esos grupos, que son frágiles y enfrentan precarias condiciones de vida. No van a hablar de desempleo, ni de la desigualdad salarial entre varones y mujeres, ni del escándalo de lo que cobran las empleadas domésticas y las mujeres que trabajan en servicios y que son explotadas a diario. Pero lo que van a tomar es el pánico moral”, agregó Cardoso, y aseguró que esto es lo que funcionó en las últimas elecciones en Brasil. “Decían que las feministas, los gays y el gobierno de centroizquierda estábamos para destruir la familia, y usaron los ejemplos más groseros con ninguna proximidad científica, pero no interesó”, dijo la experta.

La teóloga consideró que la estrategia de pánico moral “es muy eficiente” y dijo que, en Uruguay, es por ejemplo la que utilizan quienes promueven la campaña Vivir sin Miedo. Al respecto, advirtió: “Ojo, así empieza, toman la vida de la gente que ya es fragilizada y les genera pánico para luego ofrecerse como los que pueden garantizar seguridad a la gente”.

Otra de las razones por las que Cardoso cree que los fundamentalismos han calado hondo en algunos sectores sociales es lo que llamó el “familismo”, esa idea de que hay que proteger el modelo tradicional y heteronormativo de familia frente a los ataques de las feministas que con su “ideología de género” lo quieren destruir. “Esto en las iglesias cae como lluvia en el desierto, porque la tradición cristiana ya es muy familista, muy centrada en estos valores de familia que –en realidad– quiere decir de protección de los varones dentro de los espacios de poder”, explicó.

El otro argumento que propuso es el del extractivismo erótico, que la teóloga feminista explicó así: “Estas iglesias son iglesias de éxtasis, son iglesias carismáticas que promueven un ritual que alimenta a las personas para que se liberen, entonces cantan, bailan, y las personas van entrando en otra esfera, van saliendo de sí mismas, que es lo que tenemos en otras religiones, como las africanas. Esto pasa en el fundamentalismo y en las iglesias neopentecostales”. Esto constituye un “despertar erótico”, un “goce que está ahí tan aplastado por la vida tan dura pero en estos cultos tiene técnicas de despertar”, se explayó Cardoso. Pero no es todo trance y goce, resaltó: “Es un proceso colectivo de éxtasis que libera en las personas su fuerza más vital, sacude sus cuerpos y los libera para después disciplinar con familia, con moralismo y con obediencia”. Esto es llamativo y seduce porque, muchas veces, la mayoría de las mujeres que van a esas iglesias “viven en la miseria sexual, no son dueñas de sus cuerpos, no se orgasmizan para nada, y en estos cultos van a ser sacudidas por un placer”.

En medio de este éxtasis funciona con el pánico moral y el familismo lo que Cardoso va a calificar de “guerra espiritual”, que no es más que la advertencia o el llamado de la iglesia a los fieles a vencer los “demonios” y las “fuerzas del mal”. Estas fuerzas pueden tener forma de feministas, comunistas o integrantes de la comunidad LGBT, por poner algunos ejemplos.

Hacerle frente

“La cara más fascista del patriarcado es la que sale de las iglesias”, apuntó contundente Cardoso, y llamó al movimiento feminista a oponer resistencia por medio de tres mecanismos: la crítica, la autocrítica y la creatividad. La crítica se basa en “usar todos los instrumentos teóricos” para entender, en primer lugar, lo que está pasando.

Segundo: mantener la autocrítica. ¿De qué manera? Evitando caer “en el cuento de la modernidad secular, que nos dijo que Dios está muerto y que la religión ya no tiene espacio en el público. Esto es mentira. La modernidad nunca fue para todos, nunca cumplió sus promesas, y la igualdad y la democracia nunca fueron plenas en las poblaciones, en especial en América Latina”. En definitiva, mirar los fenómenos que tienen lugar en la región sin el velo neocolonial.

Por último, la creatividad, que tiene que ver con las formas en las que el acervo feminista es transmitido a las mayorías de mujeres y, en especial, a las mayorías pobres. Cardoso propone opciones como la educación popular t el teatro del oprimido. “Si podemos”, dijo, “vamos caminando juntas”.

Más allá de la religión

La experta hizo un pequeño paréntesis en su presentación para advertir que no se puede comprender la totalidad del fenómeno tomando la religión como único modelo explicativo. Hay que entender que no sólo los grupos religiosos son fundamentalistas, dijo Cardoso: también estamos marcados “por una economía fundamentalista, un capitalismo fundamentalista que se expresa en las claves más cotidianas de nuestra vida”.

Puso como ejemplo el sistema de producción de alimento, que definió como “un proceso totalitario a partir del hambre”, que controla “desde la tenencia de la tierra y los modos de producción hasta la circulación de los productos en los mercados o la concentración en algunas marcas”. En este esquema, “lo único que podemos hacer nosotras es ir al supermercado y consumir; esa es nuestra libertad”, criticó Cardoso. “Entro en el supermercado con mi carrito y voy a elegir lo que el mercado ya organizó para mí. Vamos eligiendo, pero es un proceso de elección totalmente controlado y disciplinado, y no nos damos cuenta”, agregó.

Para la teóloga, “estamos viviendo un proceso de un capitalismo avanzado que controla la producción, la reproducción, la distribución y el consumo”, y la religión tiene su papel en este proceso. ¿Cómo? Siendo apropiada por el capitalismo como mecanismo de resolución de conflicto de las promesas que el mercado no puede cumplir. Explicó Cardoso: “Hay un llamado al consumo general que no puede ser cumplido por la población. Entonces el capitalismo se apropia del lenguaje religioso para hacer las compensaciones, justificar y legitimar esa promesa incumplida. Hay una clase que circula por el mercado y que cumple las promesas, pero las mayorías pobres en el continente latinoamericano no participan. Entonces hay que buscar algunos mecanismos de justificar que el sistema funcione pero de legitimar la ausencia de las promesas del capitalismo y del mercado”. Para la pastora, esta es la expresión de un capitalismo patriarcal y “extremadamente fundamentalista”, porque retira de la sociedad la posibilidad de evaluación, de elegir, y de crear otras relaciones y otros valores. De esta explicación surge su primera respuesta a qué es el fundamentalismo: “la suspensión del derecho de decidir en todas las áreas”.

Antes de terminar, Cardoso insistió en que la “generación fundamentalista” es internacional y cuenta con el financiamiento de distintos grupos fascistas del estilo de Con mis Hijos no te Metas. Alertó que los tentáculos de estos grupos incluso llegaron a tocar los organismos internacionales. “Forman gente, producen materiales, tienen una red de información bastante moderna, y ahora empezaron a presentarse en los espacios de la Organización de las Naciones Unidas, de la Organización de Estados Americanos, de las comisiones de derechos humanos, a incidir en la política. Aprendieron con nosotras y ahora están disputando esos espacios”, denunció la teóloga. Y volvió a decir esa expresión que aprendió durante su visita a Uruguay y que tan bien le vino para hablar de este tema: “Ojo”.
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lunes, 29 de julio de 2019

Argentina. «Si el feminismo no es descolonial, va a seguir siendo patriarcal»


Por Agustina Paz Frontera y Laura Vitnivoff


La nueva generación de jóvenes indígenas militantes nos cuentan sobre sus identidades, sus opiniones sobre el aborto, las disidencias y las limitaciones que ven en el movimiento feminista actual. Cobertura colaborativa de Revista Cítrica y LatFem.
Hay una nueva generación de mujeres indígenas que está trayendo aire fresco a las luchas de las naciones ancestrales ¿Cuáles son las disputas que ellas empujan dentro de las comunidades y organizaciones indígenas? ¿Qué puntos de contacto y qué diferencias tienen con el movimiento feminista? Para contestar estos y otros interrogantes, conversamos con tres mujeres jóvenes pertenecientes al Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir.
Antes de presentarlas con nuestras palabras, nos gustaría que se presentaran ustedes mismas, ¿podrían contarnos quiénes son?
Raintuy: Mi nombre es Raintuy Maestri Millán, tengo 18 años, soy de una comunidad que se llama Pillan Mahuiza, que está a 100 km. de Esquel, Chubut; mi procedencia es mapuche de parte de mi mamá, mi papá es italiano. Hay ahí una mezcla. Yo siempre participé en los Parlamentos, Foros, diferentes actividades como la Marcha (NdeR: de las Mujeres Originarias, iniciada en 2012) y demás, pero mi participación más activa en el Movimiento fue este año, cuando llegué a Buenos Aires.
Foto: Mariana Varela
Foto: Mariana Varela
Celeste: Yo me llamo Celeste Vientos, tengo 25 años y nací en Jujuy. Mi mamá biológica me tuvo a los 16 años y me dio en adopción a mi tía abuela. Ella fue quien me transmitió todos sus saberes ancestrales, me enseñó toda la lucha de los pueblos indígenas que existen. Y fue por ella que me acerqué al Movimiento, pero siempre desde un lado de colaboradora, a través de la fotografía, de lo que iba aprendiendo de diseño. Con el tiempo me fui involucrando un poco más. Cada año y cada paso que va sucediendo en el Movimiento de Mujeres Indígena me voy involucrando desde un lugar mucho más profundo y comprometido que antes.
Noelia: Mi nombre es Noelia Naporicci, tengo 25 años, pertenezco a la nación Qom, y estoy viviendo en la ciudad de Rosario hace 6 años. He crecido y he vivido toda mi vida en el campo con mis abuelos, pero en un momento empecé a ir a la ciudad y a conocer a mi familia biológica y a mis hermanos, y me quedé con ellos. Fue difícil pero después de todo eso empecé a sanar y a revivir una nueva vida. Y ahí fue que  me encontré a Moira Millán —activista mapuche— y ese fue mi inicio dentro de lo que fue la Marcha de Mujeres Originarias, que luego pasó a ser el Movimiento. En ese momento yo tenía 14 años.
¿Las mujeres jóvenes tienen un rol ancestral particular dentro de sus pueblos? 
R: En el pueblo mapuche todas las edades tienen su rol y su importancia porque se rigen por el newen (la fuerza) que cada une tenga. Entonces vos podés tener 13 años y ser machi y vas a hacer una autoridad, no necesitás llegar a ser anciana. Yo nací en un lof (comunidad), pero mi mamá (Moira Millán) perdió la tenencia de sus hijas por no llevarnos a la escuela, y eso nos llevó a vivir a la ciudad. Pero si nosotras hubiéramos seguido viviendo en el campo, nuestro newen se habría desarrollado y hubiéramos cumplido ese rol con el que cada una nació. Entonces no hay una diferencia etaria sino que la diferencia está en el newen que cada une tenga.
N: En mi nación pasa lo mismo, dependiendo de la zona donde vivís. Podés ser piogonak, que significa sanador o curador en nuestro idioma, o podés ser una mala persona que hace daño siendo joven o adulto. Es lo mismo. Pero no tenés permitido ser un piogonak si tu abuela o tu abuelo no lo anuncia delante de toda la comunidad.
Ustedes son una nueva generación de luchadoras indígenas, ¿sienten que tienen una visión distinta a la de sus mayores sobre temas que involucran a las mujeres?
R: Yo creo que lógicamente hay diferencias, porque une es cómo se cría también. Por ejemplo con mi mamá tenemos una forma de accionar muy distinta, por más de que sintamos lo mismo hacia las causas, cada una lo va a caminar de forma distinta. El Movimiento es diverso, y aunque sí hay temas en común, el camino hasta llegar a eso es distinto para cada une. Eso es inamovible y la diversidad está ahí. El tema de dejar de ser solo “Mujeres” y empezar a ser “Mujeres y Disidencias”, por ejemplo, es una diferencia que tenemos con las más grandes.
Foto: Mariana Varela
Foto: Mariana Varela
¿Y se encuentran de repente teniendo charlas con sus mayores en las que tienen que explicarles algo sobre estos temas?
C: Sí (risas).
R: Todo el tiempo.
N: Yo como laburo con jóvenes lo que trato siempre es de ir con una energía más pacífica y no al choque o a decir “che, mirá, ya no es más un chico, es una chica”.  Es el espíritu el que se va transformando, y eso sí se entiende, obviamente. Quizás vos seas el nieto de alguien respetado y mayor, un sanador, una machi, y lo que pasa es que se sabe pero no se dice, se trata… pero silenciosamente. Con la nueva generación dentro de las comunidades Qom, lo que aparece es otra energía, y por ahí te encontrás que te dicen “no sé si lo voy a entender de golpe, pero yo lo quiero entender”. También por el tema del aborto, me pasó con mi madre biológica que ella estaba muy en contra, pero a la vez ya sabía que en la comunidad pasaba, que había abuelas que lo hacían con la medicina ancestral, espiritualmente, que tenían una visión de cómo realizar todas esas cosas y de no lastimar al cuerpo, ni al espíritu, ni a la conciencia de la persona. Entonces en un momento, mi madre dijo: “bueno, lo voy a aceptar quiera o no quiera porque yo sé que ha pasado y sigue pasando”. En el campo los tenemos contados, todos los días se hacen abortos. Muchas veces me pasa que le estoy enseñando a mi madre, que me parió a mí, y a la vez pienso que quizás ella no estaba preparada en ese momento para ser madre, no sé si en un momento le preguntaron si quería ser madre o no. Como mujeres nos vamos entendiendo dentro de la comunidad, vamos dialogando, y ahí es el momento en que capaz vos como joven te das cuenta de que le estás enseñando algo a una persona mayor.
C: Yo creo que nuestros vínculos los seguimos construyendo y deconstruyendo siempre desde la reciprocidad. Así como ellas nos han enseñado un montón y nos han transmitido un montón de sus conocimientos de ellas, de sus abuelas, de sus bisabuelas, nosotras ahora nos sentamos con ellas y les transmitimos en nuestras palabras, y desde nuestras propias experiencias también, cómo es que estamos viviendo toda esta transformación, por ejemplo como esto de incorporar a las disidencias en nuestros encuentros.
Las disidencias y el aborto son identidades y preocupaciones que el Movimiento de Mujeres Indígenas tiene en común con el movimiento feminista ¿Qué tipo de vínculo tienen ustedes con el feminismo? 
C: Al principio creo que se romantizó un poco todo, pero después dentro del feminismo nos encontramos de pronto con esos choques donde a nosotras nos excluyen, donde sufrimos igual racismo. Por ejemplo, no nos dejan hablar o quieren darnos los últimos momentos de los encuentros para poder decir lo que pensamos. Y esas cosas son las que nos duelen, las que no queremos que sigan pasando. Por eso también justamente es que decidimos parlamentar entre nosotras, y eso también es algo que les cuesta entender a ellas, que necesitamos nuestros propios espacios. A veces siento también que nos ven como objeto de estudio, o nos piden asistir como oyentes, y esto no es una cátedra, no tiene nada que ver con la academia; les cuesta mucho entendernos desde ese punto de vista.
R: Claro, yo igual creo que lógicamente estamos todas en una misma lucha, eso no se discute, porque a todas nos trasciende el patriarcado. Por eso es que el Movimiento de Mujeres Indígenas es antipatriarcal. El patriarcado también nos trasciende a la hora de comunicarnos, a la hora de estar coloniales, a la hora de ver y quedarte en tu estructura de racista, porque es así, también es como han sido construidas, en un privilegio, por eso también decimos: “bueno, hay que deconstruirnos”. Es muy necesario que el feminismo sea descolonial, porque sino va a seguir siendo patriarcal siempre.
N: Es tan grande la palabra “feminismo” que al final se va achicando. Desde mi punto de vista, realmente no nos representa a las mujeres aborígenes. El feminismo viene de occidente. Como mujer indígena, he sufrido discriminación en Rosario tanto por agrupaciones feministas como por chicas que no tienen nada que ver con el feminismo. Al final estamos peleando por algo que a todas nos pasa, pero terminamos siendo las mismas personas del movimiento feminista las que hieren a las personas más vulneradas. Lo que pasa en Rosario es que para todo nos hacen esperar a las mujeres indígenas. Si querés ir a una marcha tenés que esperar un sorteo y si no vas al sorteo tenés que ir a la otra punta; y si querés agregar algo tenes que ir todos los días a la asamblea que hacen las chicas, tomarte un bondi que sale como cincuenta pesos. Después, ponele que vas todas las veces y te dicen “bueno, sí, tomamos tu pedido, pero va a estar allá abajo, chiquitito”, y yo digo: “no puede ser loco, nos están matando a todas nosotras, a las mujeres indígenas”. Entonces, las pibas están ahí luchando por los derechos pero al final no sé qué están haciendo, porque no nos están representando, obviamente son racistas, y hay que decirlo: son así.
Tomando esto que dice Noelia, ¿no sienten que el movimiento feminista es tan grande que a lo mejor también esto que cuentan sucede en un sector del feminismo y no en todos?
N: Y mirá, capaz que de cien mujeres tres nada más no sean así. Y te lo digo porque yo lo pasé y lo viví en Rosario, ahí es el gran debate con estas agrupaciones.
R: Yo creo que por ahí hablar del feminismo es como hablar del capitalismo también, porque es como hablar de algo que trasciende mucho. Y lógicamente creo que hay espacios y grupas feministas, que generalmente son disidentes, que su forma de relacionarse es diferente. Lo que pasa es que yo creo que a veces el feminismo que hay acá, como viene de Europa, tiene una estructura muy europea, y esas no son nuestras formas de relacionarnos. Por eso nosotras decimos que somos antipatriarcales. Yo no me defino feminista por este tipo de cosas, pero sí siento que coincido cien por ciento en otras cosas. La crítica que hacemos como Movimiento de Mujeres Indígenas es a ese feminismo que sigue copiando y trayendo de Europa algo a América, algo que allá sí funciona, pero acá es distinto. Y también veo que hay necesidades o luchas que nosotras no compartimos, por ejemplo el derecho al salario, o el derecho al voto, que fueron unas de las primeras luchas ganadas del feminismo, y es genial, pero nosotros no somos piramidales, no queremos un presidente ni una presidenta, ni el derecho a votar a alguien que nos represente simplemente porque tenemos otra forma, porque nuestra forma es circular. Entonces hay muchas cosas en las que somos muy distintas.
¿Por qué les parece importante que el Encuentro de Mujeres pase a ser plurinacional?
R: Porque nosotras creemos que en este territorio hay 36 naciones, no una sola, y queremos visibilizarlas…
C: Y todas esas naciones, además, están antes de la conformación del Estado argentino, y sentimos que eso no se tiene en cuenta. Por ejemplo, hay mujeres indígenas en las comunidades que están luchando contra mega empresas, contra proyectos que están destruyendo y devastando la tierra, y les cuesta un montón llegar también a esos encuentros donde quieren llevar su palabra. Entonces también volver al Encuentro de Mujeres plurinacional sería una forma de reconocer que todavía existimos, y que realmente hay mujeres que se están muriendo por todo esto.
¿Qué ideas o estrategias tienen para poder ir sumando más gente joven al movimiento? 
N: Mi propuesta del movimiento en una de las aulas era que haya una creación de un espacio de juventud del Movimiento de Mujeres Indígenas como una red, como enlazar redes, y no solamente de jóvenes indígenas, sino también de jóvenes afro- indígenas…
C: Para mí ese tema es difícil, personalmente me pasa que me encuentro con indígenas niñas que quizás no se autoperciben o no se reconocen como indígenas aún, pero igual yo trato de no imponérselos, no les digo “vos sos indígena”, sino que trato también, volviendo al tema de la reciprocidad que hablábamos antes, de conocernos, de escucharnos. Y también con mis compañeras que están en el feminismo trato de instalar estos temas que estamos hablando ahora, y de que ellas puedan entenderme, así como yo también las entiendo, y las amo.
R: Sí, además yo creo que el camino a la identidad es un proceso individual y colectivo a la vez. Es muy loco eso, porque por más que se colectivice, siempre una llega a su identidad de una forma individual, siempre puede haber un colectivo que te acompaña, pero el proceso en sí de llegar a la identidad es meramente individual.

FUENTE ORIGINL: revistacitrica.com/si-el-feminismo-no-es-descolonial-va-a-seguir-siendo-patriarcal.html

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