RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Quemar la caza. Hacia un incendio feminista


Javiera Manzi A.
Revista Rufián


Avanzaba en la bici escuchando el “Burning down the house” de los Talking Heads. El disco recién comenzaba y mi recorrido también. Mientras esquivaba micros por la calle Compañía casi pasando la plaza Brasil, un tipo en una moto comenzó a gritarme desde la pista de al lado.

Como tantas otra veces en mi vida, ignoré sus buenos deseos y subí el volumen del mp3. Se supo ignorado y comenzó a hacerme un gesto con su lengua a la distancia. Dio verde y avancé no sin antes estirar mi brazo e indicarle con el dedo bien erguido mi falta de aprecio por su triste espectáculo. Seguí pedaleando mientras Byrne me entusiasmaba con sus alaridos, sin detenerme a pensar en lo que había pasado y en todas las veces que me ha sucedido desde los 12 años en las calles de Santiago.

Unas cuadras más adelante, llegando a Almirante Barroso se acerca a mi pista y comienza a hacer sonar su motor de ese modo que es tan propio de quienes requieren confirmar su hombría al volante. Tampoco se bien qué es lo que me dijo en ese momento, ni siquiera me di vuelta a mirarlo mientras intentaba avanzar entre sus ruedas y la cuneta. Fue casi una cuadra que siguió maniobrando su motor mientras invadía mi metro cuadrado, cuando nuevamente dio verde y logré esquivarlo entre los autos. Una vez más no quise contener la rabia ante su despliegue y mientras dejaba atrás unos autos volví a estirar el brazo y regalarle un puño apretado con mi dedo de aprecio. No pensé entonces en el riesgo, ni en la calma, ni en la seguridad, ni en eso de quedarnos quietas, o tranquilas, o impávidas, o simplemente en hacer como si nada, en cómo siempre nos dicen cuando nos pasan estas cosas, que hemos de hacer como si nada.

Y fue entonces que justo antes de atravesar la Norte-Sur, o más bien en medio de ello, que vuelve el príncipe de la moto más intrépido que nunca. Se acerca desde atrás, avanza unos segundos para estar a mi altura, apenas alcanza a detenerse un momento y me escupe con toda su fuerza y desprecio. Sí, me escupe directo a la cara, justo abajo de mi ojo derecho. No alcanzo a reaccionar a lo que acaba de suceder cuando él ya ha salido rajado para doblar al norte y perderse entre el tráfico.

Como no podía parar porque en el fondo nunca podemos parar del todo, seguí pedaleando. Pasé el semáforo, avancé un par de cuadras y por un momento pensé en no concederle ni los pocos minutos que me quedaban antes del encuentro con unas amigas al almuerzo. Estaba en eso cuando dio roja y me tocó parar frente al paso de cebra de Plaza de Armas. Fue ahí que un hombre de unos cincuenta me queda mirando y pregunta, “¿se le cayó algo?” Yo miro al suelo a modo de reflejo, y al ver que no había nada, recordé inmediatamente como termina ese verso infesto. Ese que nos recuerda que en el espacio público, no somos más que mera mercancía, un chocolate o caluga de color. Levanté la vista y lo miré fijo por el segundo antes de que diera verde mientras él se decidía a seguir o no con su halago. No alcanzó a hacerlo, no fue necesario. La estrofa que quedaba, esa que me se de memoria, como tantas otros versos y canciones que nos dedican a diario, la continué repitiendo rabiosa en las cuadras siguientes como el perfecto mantra del matrimonio entre capitalismo y patriarcado.

Ya no recuerdo qué sonaba en ese momento por mis audífonos, en qué canción iba del “Speaking in Tongues” o si acaso se había quedado en pausa, ido a mute o soltado el audífono. Lo que sí recuerdo es que detrás de aquel mantra, seguía ahí la melodía del comienzo y ese llamado a la quema o más bien esa constatación de que ya se está quemando la casa, o mejor aun, de que aunque se les agüe todo, y pataleen en la calles, y nos amenacen en las redes o nos amedrenten en medio de sumarios universitarios y juicios públicos, lo cierto es
que ya les estamos quemando la caza.


https://rufianrevista.org/quemar-la-caza-hacia-un-incendio-feminista/



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martes, 25 de septiembre de 2018

"El poliamor no es la panacea porque el patriarcado se adapta a todo"

Entrevista a Coral Herrera: Amor & Patriarcado

Marta Borraz
https://www.eldiario.es/

La investigadora feminista Coral Herrera ha publicado "Mujeres que ya no sufren por amor", un libro con el que pretende construir nuevas formas de relacionarnos para liberar "al amor del machismo"

  • "A los hombres les cuesta mucho el amor compañero en las parejas heterosexuales porque están acostumbrados a ganar todas las batallas y se les hace difícil relacionarse en horizontal con nosotras"
  • Apuesta por construir redes de afecto más allá de la pareja: "Es terrible la mitificación que hacemos del amor como la quintaesencia de la felicidad"
Entre el convencimiento que le provoca el poder transformador del feminismo y la crítica frontal a un sistema "patriarcal y capitalista" que jerarquiza el amor de pareja, lanza sus reflexiones la escritora feminista Coral Herrera. Esta investigadora del amor radicada en Costa Rica intenta desentrañar lo que se esconde detrás de un fenómeno al que, asegura, las mujeres "nos hemos vuelto adictas". Creadora de la Escuela del Amor, en la que imparte talleres y coordina una red social, Herrera asegura que "cada vez somos más". Se refiere a las Mujeres que ya no sufren por amor. Transformando el mito romántico (Catarata), su nuevo libro.
¿En qué nota que cada vez hay más mujeres que rompen con la alianza entre el amor y el sufrimiento?
Cuando me decidí a hacer una tesis sobre el amor romántico mi director se sorprendió tanto que tuve que replantearme si este tema era de verdad una construcción socio-cultural susceptible de ser analizada. El caso es que cuando la terminé, lo primero que pensé es que no quería que se quedara ahí, así que abrí un blog y empecé a ser activa en redes sociales. Era el año 2007 y con el paso del tiempo fui notando que cada vez más gente se interesaba por el tema, surgieron foros, se escribía más. Ahora cuando doy una conferencia, las salas se llenan. Cada vez somos más las que disociamos el amor y el sufrimiento y es un acto profundamente político y feminista.
¿En qué consiste esa ruptura?
La clave es romper con la idea de que estamos condenadas a sufrir por amor, de que inevitablemente tenemos que pasarlo mal. Es esa noción del aguante, de la entrega eterna, del sacrificio, de la renuncia... Debemos dejarlo atrás, rescatar el amor de pareja y reinventarlo. El patriarcado también está en las tripas y en el corazón, por eso tenemos que ir ahí, a las emociones y sentimientos, para cambiarlo.
¿Cómo se logra?
Para empezar hay que partir de la idea de que amar es un aprendizaje. Aprendemos a amar en el entorno, la escuela, los medios de comunicación... Y lo hacemos según las normas, los tabúes, las creencias y los prejuicios de cada cultura amorosa. Hay que tener muy presente que nuestros sentimientos y emociones no son algo individual que nos pasa a cada una. Por eso debemos trabajar el amor de forma colectiva, porque es un asunto social y no es un tema de que cada cual se apañe como quiera, sino que entre todas debemos construir las herramientas para empezar a querer mejor.
Se trata de liberar al amor del machismo y comunicarnos con amor y respeto,  aprender a resolver los conflictos sin violencia y poner en el centro los cuidados. Hay que replantearse esa entrega que se les exige a las mujeres, el sufrimiento como prueba de amor eterno... Al fin y al cabo, cuestionar esa estructura de dominación y sumisión en la que nos movemos para relacionarnos. Hay que desaprender la forma en que amamos.
¿Los mismos elementos se dan también en las parejas no heterosexuales?
Las parejas no heterosexuales también están bajo estas estructuras porque la mayoría de nuestras emociones están construidas desde ahí. Ocurre en todas nuestras parejas, incluso las relaciones más libres y transgresoras reproducen el romanticismo patriarcal. 
Cada vez se habla más de formas de amar no monógamas o alternativas, que en muchos casos se venden como fórmulas mágicas...
No hay fórmula mágica. No la hemos encontrado y no la vamos a encontrar. El modelo de relación depende mucho de cada persona, cada una tenemos que encontrar nuestro camino a la hora de construir nuestras relaciones. En este sentido, yo creo que cada cual debe encontrar la fórmula que mejor le encaje, sin poner tantas etiquetas. El poliamor no es la panacea porque el patriarcado se adapta a todo, a cualquier formato. Ningún modelo resuelve por sí mismo los problemas principales. Por eso, el trabajo es desalojar el patriarcado que nos habita a todas.
¿Qué consecuencias tiene esta forma de amar?
La consecuencia es que sufrimos mucho, nos cuesta disfrutar del amor, nos cuesta querer bien. Mitificamos el amor e idealizamos a los demás y luego es difícil que eso encaje con la persona real que tenemos delante. Esta idea nos mete a las mujeres en un círculo de ilusión-decepción constante y mucha gente piensa que es mala suerte y que no ha encontrado su media naranja, pero no es un tema personal si no que la estructura no está bien construida. Nos merecemos relaciones basadas en el disfrute, la ternura, la solidaridad, en el amor compañero. En las parejas heterosexuales a los hombres les cuesta mucho relacionarse como un amor compañero porque están acostumbrados a ganar todas sus batallas, así que se les hace difícil relacionarse en horizontal y tratarnos de igual a igual a las mujeres. Nosotras ya llevamos mucho trabajo hecho, a ellos les queda mucho.
Precisamente el feminismo pretende construir nuevos marcos afectivos a la hora de relacionarnos, pero ¿qué ocurre cuando la teoría no se corresponde con la práctica? ¿Qué hacer con las contradicciones que surgen?
Es difícil llevar la teoría a la práctica y trasladar el feminismo al terreno de lo personal, de lo íntimo y lo emocional. Pero yo creo que un paso muy importante es tomar conciencia. De alguna manera, el ver que tenemos problemas comunes y que a todas nos pasan cosas, nos debe llevar a construir herramientas colectivas que nos permitan construir otro tipo de relaciones. Tenemos muy naturalizada la violencia y el maltrato... No nos damos cuenta cómo tratamos a los niños, a las personas mayores, a nuestras propias familias. Precisamente llevar la teoría feminista a la práctica sería eso, practicar el autocuidado y el cuidado de los demás. 
Socialmente suele concebirse el amor de pareja de una forma jerárquica como si fuera el tipo de amor esencial, con el que nos aseguramos el cuidado. ¿Qué consecuencias tiene esto?
Tiene mucho que ver con el patriarcado y el capitalismo. La estructura basada en el clan, en el grupo o en la familia extensa ha ido desapareciendo y la consecuencia de esto es que fundamentalmente nos organizamos en parejas heterosexuales para formar una familia feliz y generar ingresos. Todo a la vez. Lo que promueve es que los hombres carguen con el peso económico y nosotras, además de eso, con el resto. En esencia, es una estructura de explotación que se aprovecha, sobre todo, de las mujeres. Yo creo que tenemos que pensar cómo romper con la sacralidad del dúo porque, de alguna manera, el mito de la monogamia y la exclusividad está construido sobre todo para nosotras.
Es terrible la mitificación que hacemos del amor de pareja como la quintaesencia de la felicidad porque el mundo está lleno de afectos. Seríamos mucho más felices si pudiéramos tener tiempo de construir esas redes horizontales basadas en la solidaridad. El mundo sería otro, desde luego.
¿Por qué nos cuesta tanto construir este tipo de redes?
Además de esta estructura del dúo que le conviene tanto al capitalismo, está la concepción del amor de pareja como si fuera el más puro, eterno y maravilloso. Toda esta jerarquía de afectos va encaminada a que demos menos valor a la amistad y a las redes que nos unen con la comunidad más próxima. Algo que se consigue también promoviendo el clasismo y el racismo que nos hace buscar un enemigo y, de alguna manera, nos hacer querer la media naranja para aislarnos del resto. 
Sin duda esto es una estructura capitalista y patriarcal que nos quiere a las mujeres emparejadas y aisladas y nunca unidas porque podría resquebrajarse el sistema.

Coral Herrera / Foto cedida





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Ella se llamaba Juana Ramírez

Las niñas y mujeres indígenas y campesinas de Guatemala son el último eslabón
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Carolina Vásquez Araya
Rebelión


Doña Juana Ramírez Santiago era una autoridad en su pueblo. Desde joven había comprendido su misión y había dedicado su vida a ayudar a otras mujeres como ella: marginadas, campesinas e indígenas privadas de servicios adecuados de salud y carentes de oportunidades para adquirir los conocimientos necesarios que les permitieran alcanzar una adecuada calidad de vida. Doña Juana era una de las más de 20 mil comadronas guatemaltecas cuya labor es proporcionar un entorno saludable a las mujeres en el proceso de embarazo, parto y lactancia.Consciente de los obstáculos enfrentados por su comunidad para tener acceso a los servicios de salud en el área rural, doña Juana dedicó sus esfuerzos a compartir y aplicar sus conocimientos, salvando la vida de muchas madres gestantes. A sabiendas de que el entorno cultural y social de las comunidades más alejadas de los centros urbanos es profundamente hostil para las niñas, adolescentes y adultas, usualmente privadas de acceso a la educación y sujetas a la autoridad patriarcal, ella se convirtió en una activa defensora de las mujeres de su etnia, ya que los escasos recursos disponibles para gozar de servicios de salud adecuados en la mayoría de aldeas y caseríos indígenas representa una seria amenaza y es causa de muertes maternas evitables, una de las más elevadas en América Latina y el Caribe.
Es allí en donde el papel de las comadronas resulta esencial. Sin embargo y pese a la trascendencia de su papel en atención sanitaria para comunidades alejadas de los centros urbanos, han debido soportar innumerables obstáculos cuando entran en contacto con algunos de los centros de salud del sistema estatal al acompañar a sus pacientes, debido a la barrera cultural entre el personal ladino no suficientemente entrenado para comprender ciertos usos y costumbres -como la necesidad de las mujeres indígenas de mantener su traje típico durante el proceso del parto, hablarles en su idioma y respetar su intimidad- lo cual consideran opuesto a las normas establecidas.
En este ámbito trabajaba doña Juana y, por su liderazgo en el seno de su comunidad, se había convertido en una voz importante y una protagonista activa en los programas de desarrollo y en la defensa de los derechos de las mujeres ixiles. Quizá no habrá mayor repercusión pública de su importante labor humanitaria, quizá nunca se conozca en detalle la trayectoria de esta lideresa indígena por pertenecer a uno de los sectores más abandonados de la sociedad guatemalteca. Pero la recordarán con respeto y admiración quienes conocieron el alcance de su misión.
Cuatro balazos fueron suficientes para derribar a doña Juana Ramírez Santiago, fundadora de la Red de Mujeres Ixiles. Quizá los asesinos no sabían a quien eliminaban. Quizá solo recibían órdenes de otros, dedicados con furia a exterminar a toda voz disidente, a todo opositor de un régimen de represión política y social. Lo que sin duda ignoraban es que a doña Juana no lograron callarla porque su pensamiento y sus ideas desde hace tiempo echaron raíces en su comunidad, una de las más golpeadas por el exterminio y la represión durante el prolongado conflicto armado interno.
En Guatemala, ser activista en pro de los derechos humanos y por la protección del ambiente equivale a colocarse directo en el centro de la diana. Más de 20 líderes comunitarios han sido asesinados en lo que va del año y el escenario actual permite suponer que la represión contra este importante sector continuará mientras las instituciones garantes de la justicia no actúen de manera firme, tal y como lo manda la Constitución.
Blog de la autora: www.carolinavasquezaraya.com


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lunes, 24 de septiembre de 2018

"Chicas VIP 24 horas": más de 5.000 denuncias por trata en Argentina en los últimos tres años

23S & Día contra la explotación sexual y la trata de mujeres

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Sandra Rodríguez
www.publico.es

Desde julio de 2015, la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (PROTEX) ha recibido un total de 5.138 denuncias. Según esta institución, actualmente se encuentran desaparecidas más de 3.000 mujeres en toda Argentina.

Estaba atardeciendo cuando Margarita Meira se dio cuenta de que su hija Susana no estaba en casa. No había avisado de que se iba y no respondía al teléfono. El hombre con el que solía salir, Luis Rafael Olivera, la amenazaba con que no se entrometiera, mientras la Policía lo atribuía a “cosas de chicas de 17 años”. Fue entonces cuando Margarita se dio cuenta de que tenía que ocuparse sola de la desaparición de su hija y de encontrarla para llevarla de vuelta a casa. Desde julio de 2015, la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (PROTEX) ha recibido un total de 5.138 denuncias

Según esta institución, actualmente se encuentran desaparecidas más de 3.000 mujeres en toda Argentina. Un año de intensa búsqueda, amenazas y ausencia de ayuda institucional. Desesperada, Meira decidió hacer de su búsqueda personal una lucha colectiva: fundó Madres Víctimas de Trata. “Ya no podían decirme que eran cosas mías y que estaba loca, entonces éramos 14 madres buscando a nuestras hijas”, explica a Público. Finalmente, la hija de Margarita apareció. Un amigo taxista de su marido escuchó la conversación en la que hablaban del asesinato de Susana, así que Margarita recorrió los cementerios buscando las “NN” (mujeres que entierran sin nombre) y encontró a su hija.

Una consumición y un “pase”

El precio de la entrada a los clubs nocturnos incluye una consumición y un “pase”, es decir, una mujer. “La entrada a ‘Cocodrilo’ –uno de los clubs que señala Meira- ronda los 300-400 pesos (9 euros) e incluye un show de streappers. Si querés hablar con las chicas que bailan, tenés que pagar e invitarle a una copa. Después, si querés seguir en un hotel, ya son más de 3.000 pesos (67 euros)”, revela a este medio un cliente habitual del bar. Aunque ha sido investigado por trata de personas, el club, por su parte, ha asegurado no ofrecer “servicios privados”.
El 40% de las 4.296 denuncias que recibió la PROTEX entre 2016 y 2017 fueron por explotación sexual. El 55,2% estaban dirigidas a la existencia de prostíbulos, locales nocturnos, bares o pubs; el 25% a domicilios particulares y un 13,5%, a la prostitución callejera. El 61,1% del total fueron anónimas. En el año 2017 se produjeron un total de 2.215 denuncias por explotación sexual, llegando en el mes de octubre a 248 llamadas por este motivo.
Madres Víctimas de Trata ha conseguido rescatar a varias chicas jóvenes de los prostíbulos. Aterradas, intentaban explicarle su situación a los ‘clientes’, pero éstos lo achacaban a meras estrategias para pedir más dinero. “Actúas según lo que los puteros exigen y los proxenetas te dicen que eres”, aseguran. La asociación señala que existen alrededor de 10.000 prostíbulos clandestinos en Argentina. La UNDOC cifra en 32.000.000.000 dólares anuales las ganancias que genera el negocio ilícito de la trata. 

Mujeres sin cabeza

Las calles de Buenos Aires están llenas de folletos de cuerpos de mujeres con un número de teléfono en la parte inferior. “Masajes y mucho más”, “Chicas VIP 24 horas” o “Paraguayita de 24 años, solita en mi apartamento” son algunos de los mensajes que protagonizan estos ‘anuncios’.
Varias organizaciones de la provincia denuncian que detrás de estas ofertas de “mujeres sin cabeza” hay explotación sexual y trata de mujeres. Se han llegado a recoger más de 500 folletos distintos. “Las víctimas de trata vienen de los sectores más pobres, de los que nadie te busca. Se aprovechan de esa vulnerabilidad”, señala Graciela Collantes, presidenta de la Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos (AMADH). Collantes fue secuestrada y prostituida por las redes de trata hace 23 años.
“Éramos más de 400 mujeres, reuniéndonos para darnos cuenta de que ninguna habíamos tenido la capacidad de elegir. La trata empieza a visibilizarse en Argentina con el caso de Marita Verón, que era de clase media y su madre tiene las herramientas económicas para buscarla”, apunta. Susana Trimarco, madre de Marita Verón, consiguió durante la búsqueda de su hija rescatar a 17 mujeres argentinas que estaban siendo obligadas a prostituirse en España.

“Vivas se las llevaron, vivas las queremos”

Desde que su hija apareció muerta hace 25 años, Margarita no ha dejado de luchar por salvar a mujeres prostituidas. “No están perdidas, son desaparecidas para ser prostituidas, pero el Gobierno no quiere hablar de trata porque es un negocio muy lucrativo para el Estado. Vivas se las llevaron, vivas las queremos”, reclama.
Carlota continúa su búsqueda. Hace 17 años que su hija Gimena Dueñas desapareció. “El Estado se burla de nosotras. Dice que no encuentra a nuestras hijas, las mismas que aparecen como ofertas en fotos de los prostíbulos en Internet”, denuncia a este medio. Silvia, en cambio, tardó 15 años de constante agonía hasta que pudo enterrar a su hija.
La vuelta a casa tampoco es fácil. La organización asegura que las jóvenes rescatadas tienen problemas de alcoholemia, drogas, enfermedades y trastornos psiquiátricos. “¿Cómo no van a desarrollar estrés postraumático si les provocan abortos y a las pocas horas las obligan a mantener sexo de nuevo?”, reclama Meira.
Hoy ya hace 26 años desde que empezó la lucha de Margarita. Ha recorrido todos los Juzgados de Buenos Aires, los servicios de inteligencia y los prostíbulos de la ciudad. El presunto asesino nunca llegó a ser detenido. “A mi hija la mató un sicario del poder”, asegura. “Empecé esta lucha con el objetivo de hacer justicia, pero me di cuenta de que los poderes e instituciones son cómplices del negocio millonario de la trata”, recalca.
Meira denuncia las amenazas por parte del sistema prostituyente, pero asegura que no se dejará vencer por el miedo: “Cuando te matan a una hija, desaparece el miedo a todo. Tengo balazos en la puerta de mi casa, han venido a amenazarme proxenetas, me han colgado carteles con insultos en la fachada; pero yo no me canso de denunciar. Si nos asustamos, perdemos la batalla”.
Ya son 18 madres luchando por encontrar a sus hijas y por hacer justicia por el resto de mujeres desaparecidas. “Esta lucha sólo acaba de empezar, el siguiente paso es hacernos escuchar ante la Corte Interamericana”, concluyen.
[Si eres víctima o conoces algún caso de víctimas de trata o explotación sexual, contacta al 145 (Argentina) o al 900105090 (España)]




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sábado, 22 de septiembre de 2018

Alquilar vientres y regular la prostitución: neoliberalismo 100%


Neoliberalismo & Violencias machistas

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"Los paralelismos que existen entre la prostitución y la subrogación se me hicieron evidentes de inmediato. Dos industrias se benefician de los cuerpos femeninos: una de su sexo y otra de su útero. Dos industrias comercializan funciones humanas básicas: la sexualidad y la reproducción. Y estas constituyen la base de la opresión histórica de la mujer y de su división permanente en ‘putas y santas.’” (Kajsa Ekis Ekman)

Cada vez que me preguntan por qué no apoyo ni los vientres de alquiler ni la prostitución siempre respondo que todas las violencias machistas tienen un punto en común: la deshumanización.

La violación existe porque nos deshumanizan.
Los asesinatos machistas existen porque nos deshumanizan.
Los malos tratos (físicos y psicológicos) existen porque nos deshumanizan.
Y sí, los vientres de alquiler y la prostitución existen porque nos deshumanizan.

Eliminan cualquier connotación como persona para ser consideradas como un objeto más, una propiedad sobre la que decidir, que machacar o que violentar. Obviamente, este proceso no se lograría sin una desigualdad previa que nos considera inferiores
¿Cómo se convierte una mujer en objeto? Con dinero. Si algunos hombres han justificado, solo por hecho del casamiento o formalización de la pareja, que ella es parte de su “propiedad”, imaginen hasta qué grado se fortalece esa idea cuando hay dinero. Para convertir a una mujer en cosa, de la manera más rápida, extrema y eficaz posible, nada como el intercambio de dinero, como quien compra una muñeca hinchable.
¿Cómo normalizar y convertir la explotación en un acto comercial más? Con la perversión del lenguaje.
¿Cómo aplastar derechos de la mujer y convertirlos en mercancía? Con tres puntos en común que se pueden trasladar tanto a la prostitución como los vientres de alquiler.
  1. “Es su libre consentimiento”. Nos dicen que la madre gestante es porque quiere, y que la prostituta es porque quiere. No nos dicen que la madre gestante vive en un país pobre y que no tiene alternativa. No nos dicen (o lo pasan por alto) que la prostituta puede ser una mujer sometida, pobre, o víctima de trata.
    Para callar bocas ponen a la prostituta en un programa de televisión declarando que lo hace por libre elección, cuando algunos proxenetas (ver el libro de Mabel Lozano) admiten que llevan a esas mujeres por platós bajo amenazas de matar a sus familias en sus países de origen.
    Luego añaden que “quién eres tú para decirle a ella qué hacer con su cuerpo”, cuando son los primeros en decir a esa mujer que someta su cuerpo a explotación y lo normalice. Mensajes como “déjala ser prostituta, que ella lo hace porque le gusta” o “déjala, que se queda embarazada para otros porque le gusta” validaría otras situaciones violentas como “déjala y no te metas en la relación, que hay mujeres a las que les gusta ser maltratadas” o “déjala y no le digas que es víctima, que ser violada puede ser su fantasía”. Eso, que hoy a una buena parte nos parece auténticas burradas, quedaría legitimado bajo ese libre consentimiento que anula cualquier ley o delito, y deja todo en manos de una ley del salvaje oeste.
  2. “Es su trabajo”. Tanto en la prostitución como en los vientres de alquiler desaparece el concepto de explotación, y ponen de frente el derecho al trabajo o a la sindicación mientras ocultan los derechos humanos que van por encima. Porque no todo es trabajo y mucho menos es trabajo cuando se manipulan conceptos como producto, fuerza de trabajo o medio de producción.
    Lo sorprendente es que gente de izquierdas se trague el cuento del “trabajo” teniendo una formación marxista en muchos casos. Lo sorprendente es que no se vea que en ninguna profesión su “oficina” o “lugar de trabajo” sea su propio cuerpo. Lo sorprendente es que considere trabajo una “profesión” con altísimos riesgos laborales, que lo anularía como tal. Lo sorprendente es que siempre que se habla de este tema surge la frase de “pues peor es trabajar en un McDonalds”. Y como siempre nos dicen que escuchemos a las prostitutas, pues eso, leed a Evelina Giobbe cuando responde: “‘Bueno, al menos cuando trabajas en McDonald’s no eres la carne’”.
  3. “Hay trabajadoras, empresarios y clientes”. Como buen neoliberalismo, no hay producto sin empresarios y sin clientes. Empresarios en lugar de proxenetas o traficantes de bebés a la carta. Clientes en lugar de puteros o compradores de mujeres como vasijas para bebés. Cada vez que se dice “trabajadora sexual” se deja de nombrar a las víctimas de trata. Cada vez que se dice “empresario sexual” se deja de nombrar los delitos que representan. Cada vez que se dice cliente, se deja de nombrar a quien crea una relación económica de explotación o tráfico de personas.
Es la perversión de llamar servicio a una explotación, de llamar trabajo sexual a una esclavitud sexual, de llamar empresarios a proxenetas y a traficantes de bebés, de llamar cliente a proxenetas, puteros, y compradores de bebés…
No es casualidad que esta estrategia que anula los derechos de la mujer, que anula toda la tradición del feminismo contra la explotación de nuestra libertad sexual y reproductiva, surja en el nacimiento del capitalismo y se fortalezca en pleno neoliberalismo. No es casualidad que, por eso, nos vendan como un objeto del que hacer negocio, porque nos siguen viendo inferiores y porque la misoginia tiene muchas caras.

Fuente: https://blogs.publico.es/otrasmiradas/15271/alquilar-vientres-y-regular-la-prostitucion-neoliberalismo-100/


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Cinco miradas del activismo de los cuidados


Patricia Reguero y Susana Albarrán
El Salto

Algunas llegaron hace más de una década, otras aterrizaron este año. Ellas son cinco de las mujeres que, con su esfuerzo, están consiguiendo cambiar las condiciones laborales del sector de los cuidados.

María Elena Cruz, Rafaela Pimentel, Yamileth Rozas, Afroza Raham y Jamileth Chavarría son algunos de los nombres propios que hay detrás de la profunda transformación que ha sufrido el sector del trabajo doméstico en los últimos años en España. Trabajan en el cuidado de mayores y pequeños, limpian hogares, acompañan enfermos, cocinan, hacen la compra, juegan, educan y acompañan pero sus derechos valen menos que los de cualquier otro trabajador o trabajadora. En los últimos diez años su activismo no solo ha dignificado y hecho visible el empleo doméstico, sino que ha transformado también el aspecto laboral.
MARÍA ELENA CRUZLimpiaba un chalet de cuatro plantas y, cuando acababa, agotada, pasaba a cuidar de los niños. Algunos días su jornada, que empezaba temprano por la mañana, no había acabado a medianoche.
Una vez, tras estar dos meses sin trabajo, le ofrecieron un empleo fuera de España, que aceptó. Allí trabajó dos meses hasta que le dijeron que “no daba la talla” y se negaron a pagarle 18 días de trabajo por “estar en el periodo de prueba”. En su trabajo como interna, salía un sábado a las cinco de la tarde y tenía que regresar a las 21h del domingo. Ese era su descanso semanal.
María Elena Cruz llegó de San Pedro Sula, Honduras, hace casi diez años. Allí su experiencia laboral pasaba por trabajar como empleada del Centro de Derechos de las Mujeres, que investiga sobre enfermedades de las maquiladoras, imparte talleres de violencia de género y trabaja en empoderar a otras mujeres. En el trayecto que separa San Pedro Sula de Madrid, María Elena se quedó sin derechos. Hasta 2015.
“En 2015 conozco la asociación Senda de Cuidados y desde entonces mis condiciones han sido otras”, explica. Este proyecto, que lucha por la dignificación de los cuidados y del empleo del hogar, informa a las empleadas y media con los empleadores para garantizar unas condiciones dignas de trabajo. Trabajar con enfermos de esclerosis múltiple o alzheimer o acompañar a enfermos de cáncer en hospitales son desde entonces sus tareas. Para María Elena, el empleo doméstico suple muchas veces carencias personales. “Damos cariño, damos amor, damos educación… a veces estamos con niños que no ven a sus padres en todo el día, y yo he jugado con los hijos de mis empleadores casi más que con mis dos hijas”, dice. “Por las de ayer, por las de hoy y por las del mañana, tengo la esperanza de que el próximo curso se ratifique el Convenio 189 de la OIT y, a la vez, que en los Presupuestos Generales del Estado de septiembre se derogue la enmienda 6777, y por lo menos sepamos que tenemos un lugar en el territorio español”.
El curso que empieza se presenta decisivo para las activistas del empleo doméstico y de los cuidados. La ratificación del Convenio 189 y la enmienda que menciona María Elena son dos de los puntos en la agenda de los colectivos de empleadas domésticas. Uno, el Convenio sobre el trabajo digno para las trabajadoras y los trabajadores domésticos, aprobado por la Organización Internacional del Trabajo en 2011, reconoce los derechos de las empleadas domésticas como trabajadoras de primer orden. Ha sido ratificado ya por 25 países, solo cinco europeos, y España no es uno de ellos. La otra es una enmienda a los Presupuestos Generales del Estado (PGE) introducida por el PP que posterga hasta 2024 la prometida equiparación de derechos de empleadas de hogar con el régimen general de la Seguridad Social.

RAFAELA PIMENTELRafaela Pimentel pone en valor el camino que han recorrido las empleadas domésticas en la búsqueda por el reconocimiento de derechos. Un camino largo que empezó en 1985, cuando un Real Decreto introduce una regulación del trabajo doméstico que el Estatuto de los Trabajadores, aprobado en 1980, había dejado en la sombra. Se trata, sin embargo, de una regulación bastante particular y que, de alguna manera, preserva todos los prejuicios anteriores sobre la informalidad de estos trabajos, al no exigir contrato por escrito y considerar a las empleadas en un Régimen Especial de la Seguridad Social.
En los años 90, algo empieza a moverse. “En el 96 algunas mujeres de movimientos feministas y trabajadoras domésticas empezamos a juntarnos en Vallecas”, explica Rafaela. Sus preocupaciones eran aún más urgentes entonces y tenían que ver con su situación administrativa en España, pero Rafaela señala estos encuentros como la semilla de la que germinó, diez años más tarde, Territorio Doméstico, un colectivo que agrupa a mujeres, muchas migrantes, algunas empleadas domésticas, que pone en valor el trabajo de cuidados.
En los 90, “las mujeres que llegábamos lo único que encontrábamos era empleo de hogar”, dice. “Para mí fueron momentos duros porque yo estaba en lucha por otros derechos en República Dominicana y, cuando vengo aquí, me da un poco de bajón”.
“Entonces muchas españolas que venían de los pueblos a trabajar acá pudieron presionar para hacer el Real Decreto”, reconoce Rafaela. A partir de ahí, la cada vez mayor presencia de las trabajadoras migrantes, al tiempo que las autóctonas entran en el mercado laboral reglado, genera una nueva situación que cristaliza en 2011.
Ese año se aprueba el Real Decreto 1620/2011, que regula la relación laboral del servicio del hogar familiar. Obligatoriedad de recoger las condiciones acordadas en un contrato escrito. Descansos reglados de 12 horas entre jornadas o el respeto a la intimidad son algunos de los aspectos que incluye este decreto, que a la vez deja fuera otros aspectos cruciales como el derecho a una prestación por desempleo.
Al mismo tiempo, en julio de 2011 la Organización Internacional del Trabajo crea el Convenio 189, que entra en vigor un año después. Sin embargo, queda a la voluntad de los países miembro el adoptarlo, en primer lugar y, en segundo lugar, el hacerlo efectivo. “Hay buenas perspectivas para lo del 189, pero estamos alerta porque no queremos que se hagan la foto y ya está: queremos que se firme y que se actúe, y eso va a ser una gran pelea y va a necesitar que estemos en la calle”, explica Rafaela.
Esta dominicana de origen fue una de las que en 2012 asistió a una reunión de empleadas de hogar en Turín, Italia. Allí se enteraron de que el Gobierno del Partido Popular no iba a ratificar el C189 y comenzó la idea de formar una plataforma que tuviera como objetivo, ya en España, el conseguir por todos los medios posibles la ratificación por parte del Gobierno español. Así nació el Grupo Turín, formado por entidades, colectivos y personas que desde diferentes ámbitos y perspectivas habían venido trabajando por la dignificación del sector denominado “Empleo del hogar y los cuidados”.
El grupo ha tenido una vida bastante activa en estos años con movilizaciones, alianzas con otros colectivos, pequeños sindicatos y asociaciones, así como diversas iniciativas parlamentarias, mociones a favor en múltiples ayuntamientos y la organización del primer encuentro de empleadas de hogar en el Estado español.
¿Qué supone este convenio? El texto viene a ser un marco normativo que reconoce el derecho de las empleadas domésticas a horas de descanso diarias y semanales, derecho a un salario mínimo y a elegir el lugar donde viven y pasan sus vacaciones. En resumen, se trata de propiciar unas condiciones —con respaldo internacional— equiparables a las de cualquier otra persona asalariada. El C189 tiene un importante carácter simbólico, aunque el gran peso estará en las garantías que el Gobierno español procure para incluir plenamente el trabajo de cuidado en el Régimen General sin remilgos.
Pero la lucha de las empleadas domésticas no gira solamente en torno a la regularización y equiparación de su trabajo. “La principal aportación de nuestra lucha ha sido el que nosotras reconozcamos que este trabajo es importante y que lo que estamos haciendo tiene valor; nos costó mucho porque de toda la vida te meten en la cabeza que no vale nada, entonces, si no tienes derechos, tampoco pasa nada”, dice Rafaela.

YAMILETH ROJASAterrizó en Madrid en abril de este año. Médica de formación y con familiares en España, fue casi directa del avión que la trajo de Venezuela a Territorio Doméstico. Un amigo de un familiar que trabaja en una oficina de empleo le habló de ellas.
Yamileth buscaba información sobre la mejor forma de introducirse en el trabajo doméstico. “Como médico estás muy ligado al paciente, a sus necesidades… me interesaba el trabajo doméstico porque tiene que ver con lo que yo hago, que es impartir cuidados”, explica.
En una situación de vulnerabilidad como la suya —sin papeles y con una solicitud de asilo pendiente de respuesta—, decidió pensar en cuáles son sus fortalezas y llegó a una conclusión: “Mi fortaleza es esta, el cuidado, la prevención… la cura; yo lo enfoco así”.
En Venezuela, Yamileth trabajaba desde su ámbito, el sanitario, en la defensa de un sistema que pueda ofrecer a todas las personas la atención que merecen. En eso confluye su trabajo con el de Territorio Doméstico: “Ha sido enriquecedor encontrarme con este colectivo y me interesan mucho sus causas, creo que a todos nos interesa lo que es lo justo y, si en este lado del continente tenemos un poco más de tiempo la humanidad en la organización como sociedad y lo político-social, pienso que junto con ellas tenemos que aprovecharlo”.
Un total de 637.700 personas trabajan en el empleo doméstico en España, y casi la totalidad son mujeres —concretamente el 96% del colectivo—. Lo hacen por una media de 350 euros al mes en empleos a tiempo parcial, pero solamente 420.288 están dadas de alta, según datos de la Encuesta de Población Activa. Además, se trata de un gremio con una fuerte presencia migrante, ya que el 42% de estas trabajadoras tiene nacionalidad extranjera. Con la crisis, muchas mujeres españolas volvieron a los trabajos domésticos para completar jornadas parciales o compensar con el paro, y sin embargo no son tan visibles.
“Antes esto era un empleo obligado y se ha peleado que no es un trabajo esclavizante sino que permite que otras personas desarrollen otros trabajos, es como ayudarse”, dice Yamileth, que asegura que seguirá en Territorio Doméstico si sus planes salen como ella quiere y consigue trabajar como médica en España.

AFROZA RAHAM“Sin una asociación no puedes cambiar las cosas, ¿cómo luchar? ¿cómo cambiar?”, dice Afroza Raham. Esta mujer de Bangladesh —que no deja de sonreír cuando cuenta que ha vivido situaciones muy duras en los últimos años— trabaja como empleada doméstica, es traductora en la Junta Municipal de su distrito (habla bangla, hindú, urdu, inglés y español), trabaja como mediadora intercultural en los servicios sociales comunitarios del mismo distrito, a la vez que pertenece a la Red intercomunitaria de Lavapiés. Los fines de semana, trabaja como interna en una casa.
Llegó a España en 2006 buscando solucionar una difícil situación económica y familiar después de que su marido enfermara gravemente y le fuera imposible sostener un negocio con el que, dice Afroza, llevaban una buena vida.
“Yo viajaba mucho y estaba contenta, pero enferma mi marido y a partir de ahí tuvimos muchos problemas, muchos gastos, perdemos el negocio”, explica. Llegó sola a España. Dice que fue la primera mujer de su comunidad que lo hizo —explica que lo habitual es que migre el cabeza de familia y luego venga el resto por reagrupación—. En 2014 logra traer a su marido, que sigue enfermo, y a una de sus hijas.
En 2008 conoce a Pepa, una monja que ha dado la cara por ella en varias ocasiones —“es como una hermana, ha cambiado mi vida”— y a Territorio Doméstico. Estudió Ciencias Políticas en su país, un título que aquí no le reconocen.
Afroza se desahoga contando algunas de las situaciones de abuso de poder que ha sufrido en su trabajo en el empleo doméstico. Como la vez que una empleadora la despidió de su trabajo en la casa en la que trabajaba como interna un lunes, cuando ella salía solo los fines de semana y pedía favores a conocidos para pasar una noche fuera de su lugar de residencia habitual.
Tras firmar el despido, llamó a Pepa. El caso acabó yendo a juicio y la empleadora le pagó una indemnización. “Ahora sé que tengo que poner no conforme si me despiden”, apunta.
O aquella vez que una mujer se negó a pagarle después de un mes trabajando para ella y tras haberle rebajado de 10 a 9 euros el salario por hora. “Soy una mujer luchadora, mi familia depende de mí económicamente y es muy duro, mi marido sigue teniendo muchos problemas de salud”, explica. Por eso es parte activa de Territorio Doméstico: “Quiero cambiar muchas leyes”.
Los espacios de organización que las trabajadoras de los cuidados han formado en estos años han servido no solo para ganar en derechos sino para empoderarse anímica y emocionalmente. Son lugares de apoyo mutuo, de autocuidado, acompañamiento, pero también de creatividad y celebración. Los saberes de todas, tan diversos y de tantos lugares, se comparten e intercambian desinteresadamente en cada uno de sus encuentros.
En sus actos reivindicativos los elementos performático y festivo son muy habituales. Con ellos han ganado visibilidad mediática e incidencia política en los últimos años, algo casi imposible para un sector atomizado y menospreciado, ya que se desarrolla en el espacio de ‘lo privado’, y por lo tanto organizarse lleva el doble y triple de esfuerzo.
En años recientes, la camareras de piso y las empleadas de hogar son los colectivos que más han puesto en cuestión al sistema de cuidados. Son dos de los sectores vitales de la economía —aunque esta nos las incluya en su justa dimensión— de este país: el turismo y los cuidados. Y, a pesar de que estos trabajos sostienen en gran medida la vida de los demás, están entre los peor remunerados y valorados.

JAMILETH CHAVARRÍAJamileth Chavarría es empleada doméstica pero, sobre todo, es bruja migrante. Cuando se convierte en ese personaje, invoca a las santas y las ancestras para reivindicar sus derechos, como hacía en el programa de radio Palabra de Mujer, en Paiwas. De Nicaragua, su país de origen, al que mira hoy con preocupación, se trajo una mochila de militancias: “Vengo de historias de militancia desde muy joven”, explica. “Crecí con mi madre mientras trabajaba y militaba en las organizaciones de mujeres feministas o de AMLAE, que era la asociación de mujeres en la Revolución Sandinista”. Pero en los 90 se hizo disidente del frente para irse con el movimiento autónomo de mujeres. Ahí vio “que las revoluciones no son para nosotras, sino para unos señores que, cuando se terminó la guerra, se quedaron con el poder y mandaron a las mujeres de vuelta a la cocina”.
En Paiwas, su lugar de origen, trabajó en la Casa de la Mujer, primero como voluntaria tres años y luego en el área de Educación de Género y lucha contra la violencia intrafamiliar, “como llaman allá a la violencia machista”, aclara. Es allí donde empezó a ser ‘bruja’. En el programa de radio Palabra de Mujer “hacíamos La Bruja Mensajera, primero como sátira, para cuestionar todo, la casa, la cama, la calle, el partido; luego nos la llevamos de teatrillo al pueblo para desaprender aprendiendo otras cosas”, explica. “Tener un medio de comunicación en manos de mujeres feministas sería darnos la oportunidad de desarrollo porque, si no, todo es un cuento, dibujado bonito, pero no para nosotras”, concluye.
Jamileth decide migrar en 2011 y enseguida se encuentra a otras ‘brujas’: “No he aprendido a vivir lejos de las mujeres, tengo esa cosa que me nace de ir a andar en masa, y, si voy a una manifestación, voy como un acto terapéutico, para quitarme ese peso que nos achacan todos los días”.
Al llegar buscó grupos de mujeres y ahí entra en contacto con Territorio Doméstico. Su primer trabajo fue de interna. Cuidaba a un hombre de 93 años. Pese a que es muy crítica con el trabajo de interna, cuenta que “me dolía dejarlo, yo no sé si producto de esas soledades paralelas, tanto la mía como migrante como la del abuelo”.
Ahí tuvo mucho tiempo para estar consigo misma, leyó mucho: Stieg Larsson —“me sentía como una Salander interna”—, El poder de la palabra, material de teatro del oprimido. Pese a ese tiempo que conseguía dedicarse a sí misma, afirma que “te das cuenta de que ningún tiempo del que se está ahí adentro es de nosotras”.
Como ejemplo de este no poseer el tiempo, cuenta entre risas que una vez se estaba masturbando con un vibrador y la llamó el abuelo: “Cuando volví ya no tenía pilas ni podía ir a comprarlas, siempre lo hago chiste para que no me vengan diciendo de las bellezas del trabajo de interna, porque rompe derechos”, dice tajante.
Como frutos del activismo de las empleadas domésticas destaca que “estamos, creo, muy cerca de que se ratifique el C189, aunque luego los gobiernos pueden ratificarlo y no aplicarlo; y el Congreso Internacional fue un gran paso”. Jamileth se refiere al primer Congreso de Empleadas de Hogar, realizado en octubre de 2016, en Madrid, gracias a la iniciativa del Grupo Turín con el apoyo del Ayuntamiento, haciendo un gran esfuerzo para que fueran las empleadas de hogar y los cuidados las más representadas. Allí se dieron cita cerca de 270 personas durante tres días, más de la mitad eran trabajadoras domésticas. El encuentro ha dado impulso a una organización más amplia a nivel estatal y se espera un segundo congreso, de hecho ya trabajan en ello, para el 2019. Desde el Grupo Turín se tiene previsto una serie de talleres por varios territorios que desembocará en una reunión de colectivos y asociaciones para octubre de este año.
Para Jamileth la dignificación del empleo doméstico no es su única lucha: la Ley de Extranjería y el movimiento LGTB están también en sus militancias. “Soy feminista, y una feminista es antirracista, anticapitalista, antipatriarcal y lucha por los derechos LGTB. Dentro de la diversidad sumamos. Soy bisexual, estoy en este planeta, todas las luchas por el bienestar social me interesan”.
Además, ha participado en la creación de una cooperativa, La Comala, que desde hace unos meses funciona ya prestando servicios de cuidados del hogar, así como facilitando talleres sobre derechos sexuales y reproductivos, “porque creemos que necesitamos recuperar el cuerpo”.
Las creación de cooperativas de trabajo entre estas mujeres también ha surgido como alternativa a la precarización de los trabajos domésticos. Algunas se han constituido para garantizar una mejor relación con empleadores y superar así las negociaciones individuales en la que, normalmente, la empleada lleva las de perder por no tener garantías ni testigos.
Según Jamileth, “las que no están aliadas están peor que nosotras”. Y después nos canta una letanía que se queda flotando en la sala, como un murmullo para recordar a la redacción de El Salto cuáles deben ser las prioridades de su agenda informativa de este curso que empieza.
Fuente: http://www.elsaltodiario.com/cuidados/cinco-miradas-del-activismo-de-los-cuidados



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Al rescate de las mujeres olvidadas





Alba Mareca
La Marea

Al calor de un movimiento feminista que ha marcado la agenda de 2018, la reivindicación de mujeres importantes en la historia está más viva que nunca.

Al rescate de las mujeres olvidadas

María Lejárraga.  
Hay una pancarta que se repite en las últimas manifestaciones feministas que dice que sin Hermione, Harry Potter hubiera muerto en el primer libro. La referencia sirve para reivindicar a todas esas mujeres que han quedado en un segundo plano, a la sombra de un hombre exitoso.
Como a Hermione Granger, pero de otra realidad (la no ficticia), otro siglo y un contexto que nada tiene que ver, a María Lejárraga tampoco se la suele recordar. Sin embargo, fue ensayista y una de las primeras diputadas durante la República. Y gracias a la investigación de la escritora e historiadora Antonina Rodrigo hoy sabemos que también fue la autora, entre otras obras, de Canción de cuna, que Garci llevó al cine firmada por el marido de Lejárraga, Gregorio Martínez Sierra. A él se atribuye, porque así lo decidió su esposa, toda la producción literaria de Lejárraga .
El porqué de su silencio es algo que difícilmente podemos dilucidar ahora, cuando han pasado más de 40 años de su muerte. No obstante, recordar y visibilizar a todas las Hermiones de la historia —las escritoras, científicas, políticas o deportistas olvidadas— es un ejercicio de justicia.
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Al calor de un movimiento feminista que ha marcado la agenda de 2018, la reivindicación de rescatar del ostracismo las biografías de mujeres importantes en la historia está más viva que nunca. Para la escritora y periodista Rosa Montero, “esta labor de recuperación casi arqueológica de las olvidadas es importantísima porque necesitamos modelos reales, necesitamos saber que la vida no fue ni es como nos la han contado”. Así lo explica en el prólogo de su libro Nosotras: historias de mujeres y algo más (Alfaguara) publicado en mayo e ilustrado por María Herreros, y que sirve de ampliación a su libro Historias de mujeres, editado en 1995. Por aquel entonces, “las biografías femeninas no llamaban la atención del público y a casi nadie se le ocurría escribir sobre las muchas mujeres que, pese a haber tenido unas vidas extraordinarias, habían sido borradas de los anales por el machismo de los cronistas”, relata en la nueva edición. 
Antologías similares a la de Montero han ido apareciendo en los últimos años como el hallazgo de un tesoro oculto. En Las Humoristas (Icaria Editorial) , Isabel Franc se pregunta por qué se ha privado a las mujeres de ser referentes dentro del humor. Como dato, el “tartazo”, una de las bromas más famosas de la historia, fue obra de una mujer. De la misma autora, y escrito junto a Thais Morales, el libro Desconocidas & Fascinantes (Editorial Egales) cuenta con 63 minibiografías de mujeres que en algún momento de su vida han mantenido relaciones afectivas con otras mujeres pero cuyos logros han quedado ocultos por su condición de mujeres, lesbianas y bisexuales.
A estas publicaciones se han sumado este año títulos como Mujeres radicales del mundo (Capitán Swing) , de Kate Schatz y Miriam Klein, o Reporteras españolas: testigos de guerra (Penguin Random House) , de la periodista Ana del Paso.
Mientras tanto, iniciativas como las Editatonas , maratones de edición en Wikipedia con perspectiva de género —que en España son organizadas periódicamente por Wiki Mujeres—, llevan años trabajando por incrementar el porcentaje de entradas sobre mujeres que aparecen en la plataforma. Y se suman numerosos proyectos como el juego Feminismos reunidos , de Sangre Fucsia.
Al terminar 2017, el New York Times destacaba once biografías de mujeres que marcaron el año y, en estas mismas páginas, La Marea ha rescatado un mes tras otro la historia de pioneras en diversos campos, como lo hizo Rosa Montero a principios de los 90 en El País Semanal*.
#periodistasolvidadas es el hashtag bajo el que las mujeres de RTVE (en su cuenta de Twitter @MujeresRTVE) hablan de mujeres que ejercieron el periodismo pero con un matiz: “De las que nadie me habló cuando estudié la carrera en los 90 y que tampoco aparecen en libros más modernos de historia del periodismo”, según cuenta la impulsora de la serie, Carolina Pecharroman.
El problema de los libros de texto
Las pistas que nos llevan hacia todas esas mujeres omitidas hasta ahora son cada vez más fáciles de encontrar para quien tenga la voluntad de hacerlo. Sin embargo, la tarea por reconstruir su genealogía todavía encuentra escollos en el ámbito escolar, que parece quedarse atrás en este aspecto. “Los libros de texto son un ejemplo más del sexismo y el sesgo de la historia”, denuncian desde el proyecto cultural y educativo Herstóricas , formado por Marta Casquero, Sara López y Mariela Maitane, que tiene por objetivo visibilizar y valorar la aportación histórica de las mujeres mediante talleres y visitas guiadas.
Las editoriales se rigen por lo que marca el currículum oficial de estudios que fija el Ministerio. Desde Herstóricas señalan que “es la administración la responsable de marcar las líneas e incluir a las mujeres en el discurso histórico y educativo, así como de no permitir que la historia de las mujeres se convierta en mera anécdota en esos contenidos”.
Hasta ahora, esta tarea a menudo recae en manos de docentes que intentan llevar a cabo iniciativas inclusivas. Es el caso de Ana López-Navajas, investigadora de la Universitat de València y asesora de Coeducación e Igualdad en la Formación del Profesorado en la Conselleria d’Educació, Investigació, Cultura i Esport de la Generalitat Valenciana. En 2014 publicó el informe Análisis de la ausencia de las mujeres en los manuales de la ESO: una genealogía de conocimiento ocultada. Tras analizar 115 manuales de tres editoriales en todas las asignaturas de los cursos de la ESO, el estudio muestra que la presencia de mujeres es de un 7,5%. Desde entonces, trabaja en una base de datos que contempla las aportaciones de las mujeres a los ámbitos estudiados durante la Educación Secundaria con el fin de que puedan ser incluidas en el currículum educativo.
Según López-Navajas, el de los libros de texto “es un relato androcéntrico donde el protagonismo es de ellos, y ellas están de rebufo”. La metodología para incluirlas es también una cuestión importante. “No se trata de incluir unos cuantos nombres y dejarlo así; hay que cambiar planteamientos como por ejemplo incluir las tecnologías del hogar o la querella de las mujeres como movimiento que vertebra la edad moderna y es precursor del feminismo, la variedad de espacios y dedicaciones que han tenido a lo largo de la historia o las facetas de la ciencia”, resalta la investigadora sobre otras prácticas como “plantear epígrafes en los temas como, por ejemplo, ‘las mujeres en el romanticismo’, algo que al final resulta excluyente”.
¿Cuáles son las consecuencias de dicho vacío? En el citado informe explican que “esta ausencia impone unos fallidos referentes históricos a todo el mundo pero a las mujeres, además, les quita autoridad social y les impide reconocerse en una tradición que las acoja”. Desde Herstóricas añaden que “se manda un mensaje claro para los niños: la historia refuerza la idea de que los hombres están por encima de las mujeres y les va a costar más asumir que van a tener que compartir puestos y vida pública con el género femenino”.
albamzq@gmail.com
Fuente: https://www.lamarea.com/2018/09/19/al-rescate-de-las-mujeres-olvidadas/ 




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