El ecofeminismo nace de la síntesis entre las propuestas feministas y ecologistas. Reúne reflexiones filosóficas y luchas políticas de mujeres que tienen en común la defensa de la vida humana y del medio natural que la mantiene, desde posiciones de insubordinación al orden patriarcal. Los ecofeminismos denuncian un orden cultural —el patriarcado— y un orden económico —el capitalismo— que invisibiliza, desprecia, violenta y se apropia del trabajo de cuidado de la vida humana, realizado en su mayoría por mujeres, y de los trabajos de la naturaleza que nos permiten la supervivencia.
Nuestro sistema económico se adueña hasta el agotamiento de recursos que toma de forma gratuita: bosques, agua limpia, trabajo reproductivo… La naturaleza y la vida humana —la tierra y el trabajo— se convierten en simples herramientas para alimentar el crecimiento del capital. Los beneficios de las corporaciones trasnacionales se asientan sobre esta doble apropiación. Este reduccionismo económico, además de alimentar las cuentas de las grandes empresas, ha escondido el factor esencial en el que se ha de asentar una economía que priorice la supervivencia: el cuidado de la vida.
La lógica del capitalismo es contraria a la lógica de la vida. La primera tiene como objetivo la acumulación de capital al margen de cualquier consideración ética; la segunda, la vida, pretende su reproducción y mantenimiento en condiciones de equilibrio y salud. Cuando ambas lógicas entran en contradicción gana la primera. El precio inasumible de la vivienda, los horarios laborales que impiden la atención a menores o a personas enfermas, las patentes de las farmacéuticas que dificultan el acceso a medicamentos vitales, son muestras de esta incapacidad —y desinterés— de nuestro sistema económico por generar vidas vivibles.
La vida humana y los límites ecológicos en el centro
La tierra y el trabajo de las mujeres tienen un límite: la dignidad y la vida. La crisis ambiental y la crisis de los cuidados son manifestaciones paralelas de este límite. La crisis ambiental se manifiesta en la escasez de tierra fértil, de acceso a agua potable o de aire limpio. La crisis de los cuidados estalla cuando, a pesar de la división sexual del trabajo impuesta por el sistema patriarcal —un sistema que impone a las mujeres la realización de los trabajos reproductivos y de cuidados de forma gratuita—, no alcanza a cubrir las necesidades crecientes de cuidados de la población. La crisis de los cuidados es una manifestación de ese reparto injusto de responsabilidades que permite reproducir y recomponer física y anímicamente la fuerza laboral que mantiene la productividad de las empresas.
El ecofeminismo plantea la inversión de los factores: la vida humana deberá colocarse en el centro y la producción habrá de ponerse a su servicio. Son las necesidades humanas y los límites ecológicos quienes habrán de marcar cuáles sean las producciones deseables y sostenibles y los trabajos que habrá que hacer y repartir. Si el ecologismo aporta la consideración de los límites ambientales, el feminismo plantea la equidad —una reivindicación de las mujeres tan vieja como incumplida— como condición irrenunciable de cualquier propuesta social o económica.
Los movimientos de defensa de la tierra han tenido y tienen entre sus activistas a muchas mujeres. Es conocido el protagonismo de mujeres en el movimiento Chipko en defensa de los bosques del Himalaya, que ha dado a conocer Vandana Shiva; en el movimiento contra las presas del río Narmada en India; en el “cinturón verde” de Kenia, que promovió Wangari Mathai; en la lucha contra los residuos tóxicos del Love Canal en EE.UU., origen del movimiento por la justicia ambiental en EE.UU. Como también lo es su presencia en movimientos locales de defensa de terrenos comunales, en las luchas por el espacio público urbano o por la salubridad de los alimentos. Grandes empresas mineras, forestales, de infraestructuras, se han encontrado de frente a comunidades indígenas y a grupos de mujeres. En el caso de muchas mujeres pobres, su ecologismo es la práctica necesaria de quienes dependen directamente de una tierra fértil y limpia para poder vivir.
Historia del ecofeminismo
El término fue creado por Françoise D’Eaubonne a principio de los años setenta. Con su eslogan «feminismo o muerte», resumía el imprescindible papel del feminismo en la defensa de la vida. En las últimas décadas del siglo pasado el primer ecofeminismo discutió las jerarquías que establece el pensamiento occidental (cultura-naturaleza, mente-cuerpo, hombre-mujer…), revalorizando los términos de la dicotomía antes despreciados: mujer y naturaleza. La cultura protagonizada por los hombres ha desencadenado guerras genocidas, devastamiento y envenenamiento de territorios, y gobiernos despóticos. Las primeras ecofeministas denunciaron los efectos de la tecnociencia en la salud de las mujeres y se enfrentaron al militarismo y a la degradación ambiental, comprendiendo éstos como manifestaciones de una cultura sexista. Petra Kelly es una de sus representantes.
A este primer ecofeminismo, crítico de la masculinidad, siguieron otros propuestos principalmente desde el Sur. Estos consideran a las mujeres portadoras del respeto a la vida. Acusan al “mal desarrollo” occidental de provocar la pobreza de las mujeres y de las poblaciones indígenas, víctimas primeras de la destrucción de la naturaleza. Este es quizá el ecofeminismo más conocido. En esta amplia corriente encontramos a Vandana Shiva o a Ivone Guevara.
Superando el esencialismo de estas posiciones, otros ecofeminismos constructivistas (Bina Agarwal, Val Plumwood) ven en la interacción con el medio ambiente el origen de esa especial conciencia ecológica de las mujeres. Es la división sexual del trabajo y la distribución del poder y la propiedad la que ha sometido a las mujeres y al medio natural del que todas y todos formamos parte. Las dicotomías reduccionistas de nuestra cultura occidental han de romperse para construir una convivencia más respetuosa y libre.
Si el feminismo se dio cuenta bien pronto de cómo la naturalización de la mujer era una herramienta para legitimar al patriarcado, el ecofeminismo comprende que la alternativa no consiste en desnaturalizar a la mujer, sino en “renaturalizar” al hombre, ajustando la organización política, relacional, doméstica y económica a las condiciones de la vida, que naturaleza y mujeres conocen bien. Una “renaturalización” que es al tiempo “reculturización” que convierte en visible la ecodependencia para mujeres y hombres. No se trataría de exaltar lo interiorizado como femenino, de encerrar de nuevo a las mujeres en un espacio reproductivo, negándoles el acceso a la cultura, ni de responsabilizarles, por si les faltaban ocupaciones, de la ingente tarea de luchar contra el capital y rescatar la vida en el planeta. Se trata de hacer visible el sometimiento, denunciar la lógica amoral del sistema, señalar las responsabilidades, invertir el orden de prioridades de nuestro sistema económico y corresponsabilizar a hombres y mujeres en todos los trabajos necesarios para la supervivencia.
BIBLIOGRAFÍA:
- CARRASCO, C.; BORDERÍAS, C. Y TORNS, T. (2011): El trabajo de cuidados. Historia, teoría y políticas, Libros de la Catarata, Madrid.
- ECOLOGISTAS EN ACCIÓN (2008): Tejer la vida en verde y violeta. Vínculos entre ecologismo y feminismo, Cuadernos de Ecologistas en Acción, nº 13.
- MIES, M. Y SHIVA, V. (1993): Ecofeminismo, Icaria, Barcelona.
- PULEO, A. (2011): Ecofeminismo para otro mundo posible, Cátedra, Madrid.
- VÁZQUEZ GARCÍA, V. Y VELÁZQUEZ GUTIÉRREZ, M. (2004): Miradas al futuro. Hacia la construcción de sociedades sustentables con equidad de género, Universidad Nacional Autónoma de México.
- WARREN, K. (2004): Filosofías ecofeministas, Icaria, Barcelona.
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