Por Josefina Luzuriaga Martínez, Diario 16
Este 15 de enero se cumplieron 100 años del asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, en manos de tropas alemanas, bajo un gobierno socialdemócrata. La flor más brillante del movimiento socialista internacional. La vida intensa y plena de Rosa Luxemburgo podría llenar varios capítulos de la historia de una heroína de ficción; no alcanzan las páginas para […]
Este 15 de enero se cumplieron 100 años del asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, en manos de tropas alemanas, bajo un gobierno socialdemócrata. La flor más brillante del movimiento socialista internacional.
La vida intensa y plena de Rosa Luxemburgo podría llenar varios capítulos de la historia de una heroína de ficción; no alcanzan las páginas para relatar la cantidad de acontecimientos históricos, experiencias revolucionarias y momentos dramáticos que llenan su biografía.
Nacida en 1871 en la pequeña localidad de Zamosc, en Polonia, murió asesinada a los 47 años durante la insurrección alemana en 1919. Tenía una personalidad revolucionaria deslumbrante: teórica marxista, agitadora de masas y aguda polemista. Poseía al mismo tiempo una gran sensibilidad por los animales y la naturaleza, por toda la vida que la rodeaba, algo que se puede descubrir en la nutrida correspondencia que dirigió durante años a amigos desde diferentes prisiones y lugares donde residió.
Su figura siempre fue polémica, en vida concentró el odio de los poderosos y de los reformistas en las filas del SPD. Tras su muerte, su legado fue atacado por socialdemócratas y estalinistas, porque representaba un espíritu indomable.
Como mujer, rompió todos los esquemas de la época: se recibió de Doctora en Ciencias Políticas, nunca se casó -en realidad se casó formalmente una vez solo para poder obtener la ciudadanía alemana-, tuvo numerosos amantes, se convirtió en dirigente del movimiento socialista internacional y no se doblegó ante nada.
Con tan solo 15 años inicia su militancia revolucionaria en Polonia, durante su etapa escolar. Después de dos años de agitar ente los estudiantes consignas revolucionarias, el nombre de la pequeña Rozalia ya es frecuente entre los informantes policiales, por lo que escapa de forma clandestina a Zúrich, donde se concentra gran parte del exilio ruso y polaco. Allí conocerá a los popes del socialismo internacional, como Plejanov, y comienza su intensa relación personal y política con Leo Jogiches, joven socialista lituano con grandes capacidades de organizador entre los obreros.
En 1905 el aire fresco de la revolución rusa conmueve profundamente a Rosa. “Todo cuanto había hecho hasta ese momento: sus investigaciones científicas, sus luchas intelectuales, la formación y la organización de los cuadros revolucionarios, su lucha contra los poderes estatales para llevar un poco de claridad a los trabajadores, había estado imbuido del pensamiento constante en la revolución. Ahora era una realidad”. (Paul Frölich) Logra ingresar con nombre falso a Varsovia, donde es detenida, y poco después escribe un folleto sobre la huelga política de masas, para “traducir al alemán” las lecciones de la revolución rusa.
Otro momento destacado de su biografía son los años que siguen al estallido de la guerra, dedicados a agitar entre los trabajadores la necesidad de movilizarse contra la barbarie imperialista de la Primera Guerra Mundial. Rosa emprende, junto a un puñado de sus camaradas como Mehring, Clara Zetkin y Liebknecht, un combate internacionalista contra la traición de la socialdemocracia alemana que aprueba los créditos para la guerra el 4 de agosto de 1914.
“La revolución es magnífica… Todo lo demás es un disparate”
La frase pertenece a una carta de Rosa dirigida a Emmanuel y Matilde Wurm, en 1906. En 1917, la revolución rusa encontró nuevamente en ella una firme defensora que intentó transmitir a la clase trabajadora alemana toda esa experiencia. Para Rosa, a pesar de las diferencias expresadas en algunos trabajos, los bolcheviques tenían el mérito histórico de haberse atrevido a mostrar un camino para el socialismo internacional.
Su profunda amistad con Clara Zetkin, organizadora del movimiento de mujeres socialistas, la acompañó toda su vida. Aunque nunca aceptó la propuesta de la dirección del SPD de dedicarse exclusivamente a la cuestión femenina, escribió sobre las mujeres trabajadoras y apoyó firmemente el trabajo feminista socialista de Clara. Su rebelión contra los mandatos patriarcales se mostró tanto en su vida personal como en su actividad política, en un mundo donde los hombres reinaban también dentro de los partidos socialistas.
A mediados de 1918, en medio de la revolución de los consejos obreros en Alemania, Rosa es liberada de prisión después de una larga temporada. Se lanza a una actividad política febril. Según su biógrafo P. Nettl, en esos meses Rosa y Karl viven “varias vidas” en un mismo día, escribiendo, reuniéndose, agitando, organizando, como líderes de la Liga Espartaco, núcleo del naciente Partido Comunista alemán.
La caída del Kaiser y la proclamación de la República deja el gobierno en manos de los socialistas más moderados, el SPD, del que se habían escindido los socialistas independientes, el USPD. Ebert y Noske, líderes socialdemócratas, llegan a un acuerdo con el Estado mayor alemán y los Freikorps (bandas paramilitares de soldados que habían sido desmovilizados del ejército del Kaiser), para aplastar la insurrección de los consejos obreros.
El 15 de enero, por la noche, Rosa y Karl son arrestados y trasladados a una de las sedes de los Freikorps. Según una testigo presencial, Rosa es golpeada brutalmente. Cuando la obligan a salir por la puerta, un soldado le parte el cráneo con el culatazo de su rifle. Un tiro remata el crimen, como ya habían hecho con Leibknecht. El cadáver de Rosa es lanzado al río, donde permanece durante meses, en la más profunda oscuridad. Poco después es asesinado Jogiches.
En una carta a Sophie Liebknecht, un año antes, Rosa describía desde la cárcel su profunda pasión por la vida: “Y le sonrío a la vida, como si supiera algún secreto mágico que pudiera desmentir todo lo malo y lo triste, y lo convirtiera en mucha luz y felicidad. Y busco la razón para tener tanta alegría. No encuentro nada y tengo que reírme otra vez de mí misma. Yo creo que el secreto no es otra cosa más que la vida misma, la profunda penumbra de la noche que es tan bella y suave como el terciopelo, si una sabe mirarla.”
La responsabilidad política de la socialdemocracia reformista en el crimen de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht está fuera de toda duda. Los líderes de la revolución alemana cayeron asesinados, pero su nombre vive por siempre en la historia del movimiento obrero internacional. Lenin escribió sobre ella que era una verdadera “águila” de la revolución.
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