Hace casi seis años, en marzo de 2010, caminaba por el campus de la UAM cuando encontré que el Instituto de la Mujer de mi universidad había montado, en ocasión del Día Internacional de la Mujer, una serie de carteles colgados en varios árboles y unidos por un hilo, donde se representaban los símbolos "universales" de la dominación femenina, los principales símbolos del patriarcado. Me pareció muy interesante, así que fui haciendo el recorrido de árbol en árbol.... pero, de repente, ¡me encontré con ésta imagen!
Lo cierto es que es difícil describir la sensación que se me quedó en el cuerpo (que me dura hasta hoy)... ahí estábamos frente a frente. Yo, una mujer musulmana, árabe, de nacionalidad española, de origen, alma, sentimiento, sufrimiento y resistencia sirios, de cultura hispano-árabe-siria, marroquí por adopción, descendiente de una larga saga de mujeres y hombres musulmanes libres, fuertes, inteligentes y luchadores, que he decidido llevar hiyab, como parte de mi libertad y mi fe, tal y como yo quiero y tengo el derecho y la legitimidad para entenderlas. Y el cartel, una representación opresora, racista, islamófoba y colonial que de mí se ha hecho.
La imagen, la de una "mujer musulmana con hiyab" atravesada por una espiral de letras árabes, representada como símbolo universal de la dominación femenina, reducía mi fe, mi espiritualidad, mis culturas, mi lengua y mis dialectos, mi vestimenta y la de más de 1600 millones de musulmanes y musulmanas en el mundo, de infinidad de países, culturas, razas, idiomas y formas complejas de entender y vivir el Islam.... tanta diversidad, tanta complejidad, tanta riqueza, reducidas a un "símbolo de opresión universal". La imagen me estaba robando la voz, la libertad y el privilegio de la auto-representación, de darme a mí misma, a mis creencias, a mi fe, a mi filosofía, a mi sistema de valores, a mi cosmovisión, los significados que yo quisiera darles.
Sí, efectivamente existe una estructura de dominación patriarcal en las sociedades árabes, que es necesario desarticular, resistir y analizar, al igual que existe en el resto de sociedades humanas a día de hoy, y relacionar, por lo tanto, de forma intrínseca el patriarcado a una cultura, a una raza, a una etnia, a una fe o a una lengua en concreto, es una forma de claro reduccionismo violento, racista, patriarcal y sexista en sí mismo y colonial.
Existen estructuras de dominación patriarcal en todo el mundo, pero las mismas, ni se plantean del mismo modo en los diferentes contextos, ni se explican del mismo modo y por consiguiente, mucho menos, se les pueden dar las mismas respuestas.
Las feministas negras, las chicanas y las postcoloniales nos han enseñado que el patriarcado interseccionado por la clase, no es lo mismo que el patriarcado a secas. Y si es interseccionado por la clase y la raza, tampoco. Y si lo es por la clase, la raza, la etnia o infinidad de otros ejes posibles, entonces aparece y se plantea de diversos modos complejos y muy diferentes. Sea como sea, el patriarcado es una estructura de poder sumamente compleja y atravesada por múltiples ejes, al igual que el resto de estructuras de poder que informan las realidades de cada individuo o grupo en el mundo y no es, necesariamente el eje articulador o determinante del resto, sino que ello depende del contexto en el que nos hallemos, del caso concreto que observemos y del punto de vista de quien es atravesada o atravesado por las distintas estructuras de poder.
Lo cierto, es que a día de hoy, el principal eje macropolítico global y generalmente explicativo y definitorio de las variadas y variables características locales y contextuales que toman las enredadas y múltiples estructuras de poder (raza, etnia, clase, género…etc.), es el del sistema/mundo moderno/colonial capitalista/patriarcal blanco/militar occidentalocéntrico y cristianocéntrico. Y éste, se trata de un eje macropolítico, que sin embargo se va a manifestar, producir y re-producir simultáneamente en todos los niveles, en el mesopolítico o estatal y en el micropolítico de las subjetividades e intersubjetividades de los individuos.
A través de este eje no sólo vamos a poder comprender y analizar cómo se conforman los patriarcados locales y qué formas adoptan, sino que también y sobre todo, vamos a observar que esos “patriarcados locales” han sido en su mayoría fundados en ocasiones, o reforzados en otras, por el patriarcado occidental sobre el resto del mundo. Y cuando afirmo esto, no estoy sosteniendo de ningún modo la inexistencia de las estructuras patriarcales internas e inherentes a diferentes formas y contextos culturales, ni tampoco les resto importancia. Sin embargo, lo que pretendo es llamar la atención sobre la necesidad de una perspectiva global y un análisis complejo, porque los procesos “internos” se enredan con los “externos” y globales, especialmente desde la fundación del sistema-mundo moderno/colonial que constituye una forma concreta de dominación global y sistémica muy compleja.
Hoy por hoy, lo que yo he caracterizado en mis trabajos como “la mujer musulmana con hiyab” aparece más que nunca como “la otra por antonomasia” de esa “otra por antonomasia” mujer del Tercer Mundo, denunciada con brillantez por Chandra Talpade Mohanty, en sus dos textos fundamentales y clásicos ya, fundacionales del llamado “femisnismo post-colonial” o “feminismo tercermundista”: “Under Western Eyes…” y “Re-visiting Under Western Eyes”.
La teoría feminista hegemónica occidentalocéntrica, debería pararse a resolver el desencuentro colonial y las problemáticas categorías coloniales que sistemáticamente generan un patriarcado occidental sobre el resto de las culturas y epistemologías del mundo.
Y nosostras, las mujeres musulmanas, en particular, deberíamos replantearnos nuestra solidaridad o cualquier tipo de relación, identificación o colaboración, con un movimiento y sus conceptos, que históricamente nos ha oprimido, excluido, infantilizado, invisibilizado y silenciado. Fabricando las herramientas discursivas y cognitivas básicas que han justificado y sostenido (y siguen haciéndolo) en nombre de nuestra "liberación", nuestra colonización, invasión, saqueo, violación y manipulación.
Ese replanteamiento debería comenzar por una primera consciencia del patriarcado que este feminismo particular ejerce sobre nosotras y nos de-construye y construye una y otra vez en el No Ser, en ese espacio donde toda violencia, no ley y apropiación son permitidos, situado bajo la línea abismal invisible que es intrínseca y subyace a la modernidad occidental y occidentalocéntrica, como muy bien nos lo ha explicado Boaventura de Sousa Santos.
Debemos construir el camino de reinventar y recuperar nuestros propios lenguajes, nuestros conceptos y nuestras maneras particulares de resistencia y liberación, que parte desde nuestra cosmovisión, desde nuestra espiritualidad y desde la recuperación de nuestro propio lugar de enunciación, de ser, de saber y de estar en el mundo. Planteado como un lugar de todos los lugares, que alejándose de los binarismos epistemicidas y genocidas herederos del pensamiento griego y del pensamiento occidentalocéntrico, no parte de la anulación y aniquilación de la otredad, sino de su concepción y de la nuestra propia como parte de la Unidad del Ser.
Y si decidimos que dicho lugar tenga por nombre, fondo y forma el Islam, pues así será y tendremos todo el derecho y la legitimidad de hacerlo. Y nadie, ni nada, por mucha manipulación, bombas, sangre y opresión enmascaradas en discursos desarrollistas, feministas, democratizadores, derechohumanistas o anti-terroristas, que practiquen y violenten contra nosotras, podrá parar entonces, inshaLlah, un movimiento propio de verdadera liberación, anticapitalista, anti-sexista, anti-patriarcal, antirracista, anti-clasista y anticolonial, que generará, exigirá e impondrá nuestra re-existencia y re-inserción de los expulsados presentes y futuros.
Fuente: Rebelión
Doctora en Estudios Internacionales Mediterráneos, miembro del equipo de investigadores del TEIM de la Universidad Autónoma de Madrid. Activista hispano-siria opositora al régimen de los Assad y blogger.
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