RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

jueves, 30 de octubre de 2008

EL FEMINISMO NEGRO


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INTRODUCCIÓN:
Durante ladécada de los sesenta del siglo XX, empezó a perfilarse la idea de construir un movimiento feminista internacional, debido, por una parte, a que muchas mujeres del tercer mundo acababan de salir del colonialismo y, por otra, a que las integrantes de los movimientos de mujeres en esa época procedían de otros movimientos de lucha. Además, en la década de los sesenta, las reivindicaciones y demandas feministas no estaban encaminadas exclusivamente al derecho al sufragio o a formar parte de las instituciones masculinizadas, sino que otras propuestas políticas enriquecían al feminismo: las afrodescendientes, las lesbianas feministas, las postcolonialistas y las multiculturalitas, entre otras, abrieron el abanico de análisis con nuevas perspectivas en lo que se refería a la subordinación de las mujeres. A través de la postura del feminismo negro, se comenzó a cuestionar la categoría de género de forma universal, sobre todo cuando se utilizaba el concepto de género occidental para caracterizar a las mujeres de color o del tercer mundo, dando lugar a una teoría crítica donde la raza, la clase, la nacionalidad y el sexo estaban entrelazados.
Aunque las mujeres negras formaron parte desde comienzos de los años sesenta de los movimientos feministas en EE.UU., muchas de estas mujeres se separaron de ellos y se unieron a los movimientos negros de liberación, fundando posteriormente un movimiento anti-racista y antisexista, basado en que los sistemas de opresión estaban interrelacionados de tal forma que era difícil distinguirlos en las condiciones en que sus vidas se desarrollaban. Así se comenzó a propugnar un feminismo negro que combatiera la variada y simultánea opresión que sufren las mujeres de color.
Fueron las afroamericanas y las británicas las pioneras en el desarrollo del feminismo negro, y posteriormente América Latina se alimentó política y teóricamente de estas aportaciones, con sus características específicas. A través de estas líneas analizaremos brevemente estos tres ejemplos: el feminismo negro de los Estados Unidos, las mujeres negras en Gran Bretaña y el feminismo indígena en América Latina.
Mujeres negras en Estados Unidos:
El feminismo negro o “mujeres de color”, como así se hacían llamar, nació en Estados Unidos a finales de los años 60 del siglo XX, con dos principales objetivos:
1.- La reconstrucción del feminismo, dominado hasta entonces por una visión etnocentrista y racista que invisibilizaba en su análisis las experiencias de las mujeres no blancas.
2.- La denuncia del sexismo en el movimiento de los derechos civiles de los hombres negros que se desarrolló desde los años 60.
El feminismo negro en los Estados Unidos fue concebido como un movimiento político que denunciaba el predominio de una supremacía blanca y las prácticas patriarcales que se daban tanto en la sociedad norteamericana como en estos movimientos sociales.
Las dos organizaciones más relevantes de las “mujeres de color” en los Estados Unidos, fueron la Organización Nacional de Feministas Negras en Nueva York, integrada por feministas afrodescendientes; y el Colectivo “Combahee River”, constituido por mujeres lesbianas y mujeres feministas, que abogaban por una política radical.
El feminismo negro en Estados Unidos consideró en su discurso las múltiples opresiones de las mujeres, en la que la raza, la clase, el género y la sexualidad eran variables interdependientes, destacando que las mujeres afrodescendientes eran las grandes ausentes de la historia de las mujeres, junto con las indígenas, lesbianas, migrantes etc. En este pensamiento político el concepto de diferencia fue visto como fruto de experiencias históricas enmarcadas en relaciones sociales de poder y dominación consecuencia del colonialismo y la esclavitud.
“La supresión histórica de las ideas de las mujeres negras ha tenido una marcada influencia en la teoría feminista. Vistas más de cerca, las teorías presentadas como universalmente aplicables a las mujeres como grupo resultan, en buena medida, limitadas por los orígenes blancos y de clase media de quienes las propusieron” (Hill Collins. 1998:259).
Por otra parte, el concepto de patriarcado, fundamental para la teoría feminista, fue puesto en tela de juicio por haber sido considerado como una dominación masculina indiferenciada, sin examinar cómo éste se concretaba en las experiencias particulares donde la raza, la clase y la sexualidad, jugaban papeles fundamentales en la reproducción social.
“Reconocen que en los movimientos negros, existe la idea de que la mujer es diferente al hombre por naturaleza y no puede hacer las mismas cosas que él: así, el hombre negro se ve a sí mismo siempre como el cabeza de familia, concepción contra la que hay que luchar”. (Asunción Oliva Portolés, 2004:145)
Además se criticó una de las principales reivindicaciones del feminismo contemporáneo basado en el análisis de la división sexual del trabajo y en la diferenciación entre roles femeninos y masculinos, como era el derecho al trabajo asalariado fuera del hogar, que permitiese a las mujeres una autonomía financiera a la vez que lograr reconocimiento social. Las feministas negras criticaron la visión racista y clasista de esta reivindicación argumentando que lo que se proponía con respecto a que las mujeres se liberaran del trabajo doméstico para profesionalizarse igual que lo hacían los hombres blancos, no consideraba a las mujeres afrodescendientes, que siempre trabajaron fuera del hogar como fuerza de trabajo en las calles y en las casas de los y las blancas, fruto de la herencia de la esclavitud.
Las mujeres Negras en Gran Bretaña:
En Gran Bretaña se inició el movimiento de mujeres negras en los años 70, a través de una lucha anticolonialista y contra el racismo, la desigualdad de clase y las prácticas patriarcales. Entre las organizaciones que surgieron destacó la “Organization of women of Asian and African Descent”, primera organización nacional, y el grupo de Mujeres Negras de Brixton (AWAZ).
El concepto de “mujer negra” se convirtió en una identidad política estratégica para hacer frente a un racismo institucionalizado expresado en la violencia policial, en los servicios públicos y en los efectos de la migración que las colocaba en condiciones de desigualdades materiales, sociales y culturales.
El término negro“es un acto de oposición que declara la supremacía de historias de resistencia y opresión sobre las tácticas divisivas de la clasificación científica” (Sudbury, 2003:288).
Al igual que pasó en Estados Unidos, las mujeres negras de Gran Bretaña cuestionaron la supuesta unión homogénea que planteaba el feminismo blanco y que no reconocía la diversidad de las mujeres, por ello muchas de las mujeres negras británicas se distanciaron del feminismo blanco para luchar contra el racismo, siendo el movimiento de mujeres negras en Gran Bretaña un referente importante de lucha política antirracista y antisexista que articulaba diferentes niveles y formas de opresión.
Mujeres negras de América Latina:
El pensamiento político latinoamericano ha estado enmarcado en un contexto determinado por la colonización y la conquista que supuso la esclavitud indígena y africana, una esclavitud que se extendió y tuvo consecuencias en la vida de la gran mayoría de la población, de la cual, las mujeres fueron históricamente, las grandes afectadas.
La acción política de las mujeres se llevó a cabo para hacer frente a las dictaduras, el machismo y el racismo de América Latina, pero en el feminismo latinoamericano hubo un sesgo clasista y racista debido a las diferentes posiciones sociales, económicas y culturales de las mujeres de América Latina.
Aunque la afrodescendencia o la indígeno-descendencia estuvo presente en toda la población latinoamericana, fue más significativa en aquellos núcleos de población más racializados a lo largo de la historia, y ello se reflejó en el feminismo, siendo las afrodescendientes y las indígenas las que se encargaron de evidenciar estas diferencias entre mujeres, y de denunciar el racismo existente en el feminismo que se divulgaba sobre las bases elitistas y clasistas y que no tomaban en cuenta en sus postulados teóricos ni en sus acciones políticas, los múltiples niveles de opresión en los que vivían la mayoría de las mujeres.
La visibilización del racismo en las sociedades latinoamericanas ha sido la ardua tarea que han tenido que asumir las organizaciones de mujeres afrodescendientes, pues, debido a la ideología del mestizaje, el racismo se asocia casi siempre a experiencias ligadas al aparthaid o a un segregacionismo como lo fue el caso de Estados Unidos y África del Sur, asumiendo que la situación de marginación y exclusión socio-económica que viven las poblaciones afrodescendientes e indígenas se debe más por su situación de clase que por el racismo mismo.
Las afrodescendientes latinoamericanas cuestionaron la visión de la separación de esfera pública y privada y de la concepción del trabajo de la teoría feminista, comprobándose la visión racista en el siguiente párrafo:
“Cuando hablamos del mito de la fragilidad femenina que justificación históricamente la protección paternalista de los hombres sobre las mujeres, ¿de qué mujeres se está hablando? Nosotras -las mujeres-negras- formamos parte de un contingente de mujeres, probablemente mayoritario, que nunca reconocieron en sí mismas este mito, porque nunca fueron tratadas como frágiles. Somos parte de un contingente de mujeres que trabajaron durante siglos como esclavas labrando la tierra o en las calles como vendedoras o prostitutas. Mujeres que no entendían nada cuando las feministas decían que las mujeres debían ganar las calles y trabajar. Somos parte de un contingente de mujeres con identidad de objeto. Ayer, al servicio de frágiles señoritas y de nobles señores tarados. Hoy, empleadas domésticas de las mujeres liberadas” (Carneiro, 2005: 22).
Reflexiones finales:
A través del feminismo negro se explica que existe una gran hetereogeneidad entre las mujeres del mundo, por lo que no se puede hablar de la discriminación de las mujeres sólo desde la categoría de género, es decir, por el sólo hecho de ser mujeres; esta visión puede valer para la mujer blanca occidental de clase media, pero no para una gran parte de mujeres del mundo que por haber nacido en un lugar determinado, pertenecer a una raza, a una clase social o a una étnia, se encuentran discriminadas y subordinadas, además de por ser mujeres.
Los argumentos del feminismo negro se basan en que la categoría género está entrelazada con las categorías raza, clase o nacionalidad, no siendo la misma discriminación, la que puede sufrir una mujer blanca de clase media en un pais desarrollado, que la discriminación sufrida por una mujer negra, de una clase social muy baja, y de un país del tercer mundo, la cual, además de ser discriminada por ser pobre, negra y vivir en un pais subdesarrollado, es discriminada por ser mujer. Por ello, la lucha por la igualdad de las mujeres adquiere diferentes matices y significados dependiendo del lugar, de la clase social, de la raza, de la educación, de la nacionalidad, etc., y no sólo es una lucha de género.
Bibliografía
Avtar Brath. 2004. Diferencia y diversificación. En: Eskalera La Karakola Otras Inapropiables. Feminismos desde la Frontera. Traficantes de Sueños. Madrid.
Bhavnani, Kum-Kum y Margaret Coulson. 2004. Transformar el Feminismo Socialista. En: Eskalera La Karakola Otras Inapropiables. Feminismos desde la Frontera. Traficantes de Sueños. Madrid.
Hill Collins, Patricia. 1998. “La política del pensamiento feminista negro”. En: Marysa Navarro(compiladora)¿Qué son los estudios de mujeres?. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires.
Hooks, bell. 2004. Mujeres Negras. Dar forma a la teoría feminista. En: Eskalera La Karakola Otras Inapropiables. Feminismos desde la Frontera. Traficantes de Sueños. Madrid.
Lorde, Audre. 2003. La hermana, la extranjera. Editorial Horas y Horas. Madrid.
Lovell, Peggy. 1991. Desigualdade Racial no Brasil Contemporáneo.
Wernerk, Jurema. 2005. De Ialodés y Feministas. Reflexiones sobre el accionar de las mujeres negras en América Latina y El Caribe. En: Feminismos Disidentes en América Latina y El Caribe. Nouvelles Questions Feministas. Vol. 24. No. 2. Paris-México.

sábado, 18 de octubre de 2008

La segunda brecha digital y las mujeres

Nuevas tecnologías y género


El aumento sostenido del número de usuarios de ordenadores y de las conexiones a Internet parece indicar que la primera brecha digital puede resolverse en el futuro. La segunda brecha digital, relacionada con las habilidades necesarias para obtener todos los beneficios del acceso (digital literacy), afecta más a las mujeres que a los hombres. Ésta constituye un reto complejo de resolver.

«The so-called digital divide is actually several gaps in one. There is a technological divide - great gaps in infrastructure. There is a content divide. There is a gender divide, with women and girls enjoying less access to information technology than do men and boys. This can be true of rich and poor countries alike».
Kofi Annan, ex Secretario General de Naciones Unidas, Statement to the World Summit on the Information Society, Ginebra, 10 de diciembre de 2003
A veces pensamos que aunque las innovaciones tecnológicas se difundan primero entre las naciones y los ciudadanos más ricos, con el tiempo, la mayoría las adoptará y este proceso de difusión eliminará las diferencias económicas y sociales. Esto parece ocurrir en el caso de la televisión, los teléfonos móviles y otros artefactos fáciles de utilizar. Pero no siempre es así. Al igual que ocurrió respecto a la industrialización y el desarrollo económico, no todos los países ni todos los ciudadanos se incorporan a las novedades con el mismo ritmo e intensidad. Algunos, incluso, nunca llegan a incorporarse.
La realidad es que las innovaciones tecnológicas no se difunden de forma regular por el sistema. No todas las empresas, ni todos los individuos, se convierten en usuarios y, menos aún, en usuarios avanzados. Las empresas que no adoptan innovaciones relevantes en su campo acabarán perdiendo cuota de mercado y serán sustituidas por otras más eficientes. Esto beneficiará a los consumidores, pero provocará, sin embargo, un proceso de sustitución de empleos: en una parte del sistema se destruyen puestos de trabajo y en otra se crean. El nivel de empleo global puede no verse afectado negativamente, pero las personas que han perdido sus empleos tal vez tengan problemas para encontrar ocupación remunerada, a menos que sus niveles de cualificación y especialidad sean muy demandados.
Desde la perspectiva social, si una parte importante de la ciudadanía no adopta las innovaciones consideradas cruciales, ello puede generar desigualdades económicas y sociales y reforzar otras previamente existentes. Everett Rogers, en su libro Difusión of Innovations (2003), define la pauta de distribución de las innovaciones como una curva de Bell, en cuyo seno es posible diferenciar hasta cinco grupos de individuos, a partir de sus características socioeconómicas y demográficas, así como de sus actitudes:
. Un primer grupo, minoritario, al que se conoce como el de los “innovadores”, engloba al conjunto de personas capaces de tomar iniciativas y correr riesgos.
. En un segundo grupo se encuentran aquellos individuos conocidos como early adopters, normalmente líderes sociales con un alto nivel educativo.
. El tercer grupo (early majority), más numeroso y caracterizado por la prudencia de sus integrantes, así como por su amplia red de contactos sociales.
. Un cuarto grupo igualmente numeroso (late majority) está formado por personas escépticas, tradicionales, con bajo estatus socioeconómico.
. Finalmente, en el grupo de los “retardados” se sitúan aquellas personas que o bien se mantienen en un nivel muy tradicional, o bien están aisladas en su sistema social. Las primeras tienden a no confiar en las innovaciones. Las segundas, por el contrario, carecen de interacciones sociales que potencien la percepción de beneficios y estimule en el uso de la innovación y, por lo tanto, se ven permanentemente privadas de sus ventajas.
De la clasificación de Rogers se deduce que para que el acceso sea efectivo (y continuado), a la posibilidad de acceso debe sumarse el conocimiento, el interés, así como la aplicabilidad y la utilidad de esta herramienta para el cumplimiento de objetivos personales. De este modo, el estudio de la brecha digital no puede limitarse al análisis del acceso a Internet (primera brecha digital), sino que debe dar un paso más e involucrase en el análisis y determinación de los usos e intensidad del uso de Internet (segunda brecha digital).
La literatura y la investigación empírica subrayan los efectos positivos de saber manejar los ordenadores e Internet (Korup y Szydlik, 2005; Rogers, 2001). Algunos autores consideran la tecnología como una ruta potencial de exclusión social –por ejemplo, de acceso al trabajo– y afirman que la ausencia de tecnología incrementará las desventajas de ciertos grupos sociales (Liff y Shepperd, 2004). Otros insisten en que la existencia de divisiones digitales constituye una barrera para el desarrollo de una Sociedad de la Información equitativa (Brynin, 2004). Esto significa que si existen factores que retrasen la adopción de estas innovaciones por parte de los ciudadanos, la eficiencia económica y el bienestar social se verán afectados por esta falta de adecuación del capital humano.
La primera y la segunda brechas digitales
Para comprender el problema de la división digital la clave está en asumir que la barrera más difícil de superar no es la del acceso (infraestructuras; difusión de los artefactos), sino la del uso. En otras palabras, las oportunidades que crean estas innovaciones tecnológicas dependen de la utilización que se haga de ellas y de la forma en que afecten al desarrollo profesional y a la vida de las personas. Desde esta perspectiva, el hecho crucial es la capacidad de cada individuo para utilizar las innovaciones en función de sus necesidades e intereses específicos.
La división digital (digital divide) constituye, por tanto, un problema social importante que acompaña al proceso de difusión de Internet. Rogers (2001) define la división digital como «La brecha que existe entre individuos que sacan provecho de Internet y aquellos otros que están en desventaja relativa respecto a Internet» y lo relaciona con la hipótesis de la brecha del conocimiento (knowledge divide), es decir: «A medida que aumenta la difusión de los medios de comunicación de masas en el sistema social, ciertos segmentos de la población, con un nivel socioeconómico más elevado tienden a apropiarse de la información a una velocidad más rápida que los del nivel más bajo, y de esta manera la brecha entre estos segmentos tiende a aumentar en lugar de a reducirse» (Tichenor, Donohue y Olien, 1970, citado en Rogers).
Una de las características de las innovaciones que nos traen los ordenadores e Internet es que requieren habilidades específicas. El acceso no es suficiente. Esto no es muy diferente a lo que ocurrió en el siglo XV. La imprenta hizo posible la difusión del saber, permitió almacenar los conocimientos de manera eficiente y facilitó la comunicación entre científicos. Pero el acceso al material impreso no era suficiente. Para beneficiarse de todo lo anterior, era necesario poseer determinadas habilidades (leer, escribir).
Korupp y Szydlik (2005, p. 410) recalcan, respecto a la diferencia entre los teléfonos móviles y los ordenadores, que «más que como una herramienta doméstica ordinaria, un ordenador se debe considerar como un complejo artefacto multitarea. Comparado con los teléfonos móviles, por ejemplo, manejar un ordenador e Internet requiere habilidades específicas que van más allá de las aplicaciones en las que basta con apretar el botón».
La clave es que los ordenadores e Internet requieren habilidades específicas si se quieren utilizar como herramienta que crea una ventaja relativa para las personas y las organizaciones que las utilizan. También pueden ser medios de entretenimiento y de consumo. Lo que las hace radicalmente diferentes, sin embargo, es que son herramientas muy poderosas para trabajar y aprender, y que requieren una cierta capacidad de memoria y de pensamiento abstracto, que constituyen la base de las habilidades de aprendizaje.
Rogers (2001, p. 97) subraya que Internet es «una innovación caracterizada por un elevado grado de ventaja relativa (definida como el grado en que una innovación proporciona beneficios mayores que aquella a la que sustituye). Comparado con el correo postal, el correo electrónico es más rápido, barato e instantáneo. Comparado con los libros u otras fuentes de información, la Web es un medio más a mano para buscar información».
Por todo lo anterior, aunque a veces pensemos que Internet está al alcance de cualquiera, la realidad es que, además de habilidades para leer y escribir (en muchos casos en inglés), requiere cierta capacidad para buscar información, procesarla y utilizarla para alcanzar determinados objetivos. En caso contrario, se convierte en ocio o consumo pasivo de música, películas o series de televisión de forma gratuita (lo que enfada a los que producen y venden estos productos de ocio). Todos estos usos son importantes, pero no es evidente que contribuyan sustancialmente a la generación de capital humano y social o a la competitividad.
La segunda brecha digital está relacionada, por tanto, con la brecha del conocimiento y, más específicamente, con las “habilidades digitales” (digital skills o e-skills) necesarias para vivir y trabajar en sociedades caracterizadas por la importancia creciente de la información y el conocimiento, lo que se denomina como digital literacy.
El término digital literacy –en términos literales: alfabetización digital– fue acuñado por Gilster (1997) para definir la capacidad de las personas para adaptarse a las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), y, especialmente, a Internet. Desde entonces se ha utilizado para definir todo el conjunto de habilidades técnicas cognitivas y sociales necesarias para desempeñar tareas en entornos digitales.
Otras definiciones más amplias (AAUW, 2000) hablan de soltura (fluency) y se refieren a las capacidades para la adquisición de las destrezas prácticas en TIC necesarias para el trabajo y la vida cotidiana. Implica un cierto conocimiento del hardware y software para manejar los equipos y programas correctamente. Nos sorprenderemos más adelante de la poca gente que en realidad tiene estos conocimientos básicos, incluidos jóvenes y licenciados universitarios. La alfabetización digital implica también adquirir conocimientos de búsqueda, clasificación, evaluación y presentación de la información. Nadie debería abandonar su centro educativo sin saber cómo buscar, clasificar, evaluar y presentar la información relativa a su especialidad.
En todo caso, como señalan Korupp y Szydlik (2005, p. 409) en su análisis empírico de las causas y tendencias de la división digital, los beneficios de la digital literacy son evidentes, ya que está correlacionada positivamente con la capacidad para relacionarse socialmente, mejora los resultados escolares, las habilidades matemática y de lenguaje y favorece el éxito en la búsqueda de empleo, así como la obtención de salarios más altos.
Las diferencias de género en relación con la división digital y la digital literacy
El género es una de las variables más relevantes a la hora de explicar los retrasos en la incorporación al mundo de las nuevas tecnologías, e indudablemente, al uso de Internet. Las diferencias de acceso entre hombres y mujeres se dan en todas las sociedades actuales, tanto en contextos de economías avanzadas como de economías en desarrollo. La preocupación por las diferencias de género en el uso de ordenadores e Internet es creciente. En el año 2007 tanto la OCDE como la Unión Europea (UE) han publicado estudios que demuestran con datos que hay motivos para la alarma.
Un reciente documento de Eurostat (Seybert, 2007) alerta sobre las diferencias de género en el uso de los ordenadores e Internet. Aunque el uso de las TIC se ha convertido en un rasgo esencial de la actividad social en toda Europa, los hombres son usuarios más regulares de Internet que las mujeres en todos los países y grupos de edad. Asimismo, muchos más hombres que mujeres ocupan empleos de informática en la UE. Los resultados de la Encuesta Comunitaria sobre uso de las TIC en los hogares y por los individuos de 2006 son claros:
1. Entre los jóvenes (16-24 años de edad) es mayor el porcentaje de hombres (67 por ciento) que de mujeres (62 por ciento) que usan un ordenador diariamente. La diferencia es también significativa entre los chicos (53 por ciento) y las chicas (48 por ciento) que usan Internet cada día (ver figuras 1 ( 1) y 2 ( 2)).
En España esas mismas proporciones son de 58 por ciento para hombres y 56 por ciento para mujeres respectivamente en cuanto al acceso al ordenador, y de 44 y 41 por ciento respecto al uso de Internet diariamente.
2. Si consideramos las habilidades informáticas ( 1), como aproximación a la digital literacy o digital fluency la situación es aún más grave. En todos los grupos de edad la proporción de mujeres con niveles altos de habilidades informáticas y navegadoras es más pequeña que la de hombres. Destaca de nuevo que entre los más jóvenes (16-24 años) las diferencias de género se mantienen: sólo un 30 por ciento de las mujeres usuarias tiene un nivel de habilidades alto, frente a un 48 por ciento de los hombres, lo que marca una brecha de 18 puntos porcentuales (ver figura 3 ( 3)).
En el caso de España, la situación es relativamente mejor desde el punto de vista del género, aunque la diferencia es todavía de 13 puntos entre uno y otro sexo: un 48 por ciento de los hombres y frente a sólo un 35 por ciento de las mujeres, han marcado este nivel alto de habilidades informáticas.
3. Finalmente, la proporción de mujeres que trabajan como profesionales de la informática ( 2) es muy pequeña (0,7 por ciento) y no ha mejorado entre 2001 y 2006, mientras que la proporción de hombres aumentó ligeramente desde el 2,3 por ciento al 2,6 por ciento.
En el caso de España, esas proporciones son del 0,6 por ciento para las mujeres y el 2,0 para los hombres. Desde 2001 la situación de las mujeres no ha mejorado, mientras que la de los hombres ha pasado del 1,4 por ciento al 2 por ciento.
Lo más grave es que estas diferencias de género en las profesiones informáticas no parece que tiendan a reducirse en el futuro, ya que son más agudas entre los más jóvenes (menos de 40 años de edad) que entre los más maduros. Para el conjunto de la UE, las diferencias en el porcentaje de profesionales de la informática de uno y otro sexo de más de 40 años se establece entre el 1,8 por ciento del empleo masculino total y el 0,5 por ciento del femenino total (1,3 puntos porcentuales de diferencia). Para los de menos de 40 años de edad, las diferencias son mucho más amplias: los informáticos representan el 3,5 por ciento del empleo masculino frente a sólo el 0,8 por ciento el femenino, es decir, 2,7 puntos de diferencia (ver figura 4 ( 4)). En el caso de España las diferencias son también preocupantes entre los más jóvenes, pero más pequeñas. Ello se debe a que el empleo informático representa porcentajes similares a los europeos tanto entre las mujeres jóvenes como entre las maduras, mientras que es bastante más bajo entre los hombres para ambos grupos de edad (2,8 por ciento entre los más jóvenes y uno por ciento entre los más maduros).
La segunda división digital para la igualdad de género
La relevancia de la primera división o brecha digital está relacionada sobre todo con la calidad del acceso a Internet. Pero la disponibilidad técnica y la calidad del acceso son condición necesaria, aunque no suficiente, para el acceso. El acceso a Internet es un fenómeno social y las condiciones sociales del acceso son importantes. Entre ellas, la más relevante es la habilidad para utilizar las tecnologías, lo que hemos denominado digital literacy o digital fluency, que constituyen las líneas de corte de la segunda división digital.
Korup y Szydlik (2005) establecen que hay tres tipos de factores que afectan al uso del ordenador e Internet en el hogar por parte de los individuos:
1. El capital humano, que incluye no sólo la educación formal, sino también el uso de ordenador e Internet en el puesto de trabajo.
2. El contexto familiar, que abarca no sólo la renta del hogar, sino su composición y particularmente la presencia de menores.
3. El contexto social, que incorpora distintos factores (generacionales, étnicos, regionales) entre los cuales el más importante es el género.
Las estadísticas muestran que existe una relación positiva entre el capital humano de una persona y su uso privado del ordenador e Internet. La brecha de género persiste, sin embargo, más allá de los niveles educativos. Hemos visto anteriormente cómo entre los jóvenes la brecha de género sólo se atenúa parcialmente. Ahora comprobaremos que el efecto del nivel de estudios tampoco reduce la brecha de género. En España, por ejemplo, entre la población usuaria con estudios superiores (universitarios y de formación profesional de segundo grado) la brecha de género entre las personas que utilizan Internet diariamente es de 20 puntos (ver tabla 1 ( 5)).
El capital humano, como se decía más arriba, incorpora también la experiencia en el uso de ordenadores e Internet en el puesto de trabajo, que es un elemento clave como vía de acceso inicial y determina igualmente en gran medida las pautas de uso y las habilidades en relación con estas tecnologías. Las desigualdades de género en el mercado de trabajo son relevantes desde este punto de vista y se manifiestan de varias formas (Van Welsum y Montaigner, 2007):
- Por una parte, la tasa de empleo femenina es considerablemente más baja que la masculina. Para el conjunto de la OCDE, por ejemplo, la tasa de empleo masculina está por encima del 70 por ciento y la femenina por debajo del 60 por ciento (en España, la tasa de empleo femenina se sitúa en torno al 50 por ciento y la masculina supera el 70 por ciento).
- Por otra, el empleo femenino se concentra en actividades menos relevantes desde el punto de vista de la informatización o el acceso a Internet. En las ocupaciones más relacionadas con la informática, las mujeres representan porcentajes elevados (por encima del 50 por ciento) en las menos cualificadas (operadores, administradores de bases de datos) y por debajo del 10 por ciento en las más cualificadas (ingenieros informáticos y de telecomunicaciones).
- En conclusión, la mujer “flexible” se adapta muy bien a una economía de servicios a través de Internet, pero encuentra empleos subordinados. Las mujeres se concentran en empleos de educación y otros intensivos en conocimiento, pero su presencia es mayoritaria en los puestos de oficina y muy escasa en las profesiones de alta tecnología y de Internet.
En cuanto al contexto familiar, no sólo es importante la renta familiar –que sin duda afecta a las posibilidades de poseer un ordenador y una conexión a Internet desde el hogar–, sino que también es decisiva la presencia de menores de edad en el hogar, que actúa como un incentivo para disponer de ordenador y acceso a Internet (Brynin, Raban y Soffer, 2004). Los padres desean que sus hijos aprendan y quieren, además, compartir con ellos y saber qué hacen en Internet. Parece, sin embargo, que desde el punto de vista de las mujeres, la disposición de ordenador y conexión en el hogar se ve compensada negativamente por la falta de tiempo para utilizarlos, debido, precisamente, a la presencia de menores, especialmente cuando son muy pequeños (Liff y Sheperd, 2004).
El contexto social es determinante desde varios puntos de vista: el uso (experiencia, frecuencia, intensidad, gama de usos que se llevan a cabo), las habilidades percibidas o reales y, es muy importante, si las mujeres y los hombres encuentran un entorno igualmente favorable al uso de ordenadores e Internet o unos se sienten más cómodos que otras. En definitiva, se trata de apreciar si los cambios en las pautas individuales de actividad ponen en cuestión o, por el contrario, refuerzan, los estereotipos respecto a uno y otro sexo.
Parece que hay razones para ser optimistas porque en todos los países aumenta el número de usuarias. Las nuevas tecnologías pueden contribuir a mejorar la posición de las mujeres en el mercado de trabajo. Sus habilidades para la comunicación, así como sus niveles de educación formal más elevados, se demandan y esto puede aumentar la contratación de mujeres. El teletrabajo, la teleoperación, parecen alternativas apropiadas para mujeres que necesitan combinar el empleo con las responsabilidades familiares. A pesar de lo anterior, las mujeres siguen relegadas a determinadas ramas de actividad y ocupaciones, mientras que los hombres dominan las áreas estratégicas de la educación, la investigación y el empleo más relacionados con las TIC.
Respecto a los usos de Internet, tanto en España como en la UE o en los restantes países de la OCDE, mujeres y hombres utilizan de forma similar los usos relacionados con la comunicación (correo electrónico, chats, etc.). Los hombres, sin embargo, se decantan por los “más tecnológicos” (descargar software, música y películas) y las mujeres por los “más funcionales” (educación, salud, servicios públicos).
Sería, sin embargo, un error confundir el aumento del número de usuarias con la desaparición de la división digital. El número de mujeres que utiliza ordenadores e Internet de manera elemental está aumentando, pero la brecha digital de género es evidente respecto a las habilidades (digital literacy). Más arriba se comentaban los datos de la UE de 25 Estados miembros a este respecto, y se mostraba la importancia de las diferencias de género incluso entre las personas más jóvenes (16-24 años de edad). El nivel de estudios tampoco reduce el tamaño y la intensidad de esa brecha de género, sino que, incluso, la acentúa. Si en relación con las habilidades más sencillas y frecuentes (copiar ficheros, cortar y pegar) las diferencias entre uno y otro sexo son pequeñas, en las más avanzadas (instalar dispositivos o escribir programas) las mujeres con estudios superiores (universitarios o de formación profesional) se sitúan entre 20 y 30 puntos por detrás de los hombres con esos mismos niveles de estudios (ver tabla 2 ( 6)).
Esta problemática preocupa a la literatura y la investigación desde hace largo tiempo y se relaciona con otros hechos importantes como el estancamiento, incluso la reducción, del porcentaje de mujeres que estudian carreras tecnológicas (informática e ingenierías). Parece que la tecnología fuera un mundo de hombres, mientras que las mujeres estarían prisioneras de una cierta tecnofobia. Lo que nos muestra la investigación (Spertus, 1991; AAUW Educational Foundation, 2000; Artal y otros, 2000; Margolis y Fisher, 2002; Millar y Jagger, 2001) es que los hábitos patriarcales persisten en la familia, la escuela y los medios de comunicación. A los niños se les educa para explorar y conquistar el mundo; a las niñas, a pesar de los avances que han experimentado las sociedades democráticas, se las sigue educando para cuidar de los demás:
- Se tiende a identificar feminidad y masculinidad con determinados atributos. Si los niños adoran los ordenadores y los videojuegos (y es evidente que los prefieren a la televisión) esto no está inscrito en su naturaleza, sino que se les ha ido inculcando desde pequeños. En cambio a las niñas se les inculca la responsabilidad, el cuidado de los demás, una visión más sufrida que utiliza las herramientas (en este caso el ordenador o Internet) para resolver problemas más que para jugar. Todo esto ocurre en la familia y la escuela a edades tempranas.
- A pesar de las diferencias en la socialización, la escuela o el hogar, las chicas no necesariamente son poco habilidosas con los ordenadores. La diferencia más importante es que los chicos se sienten más cómodos con la tecnología en general, porque tienen más experiencia, mientras que ellas sienten más ansiedad y miedo al fracaso. También hay casos de chicos que realizan un uso excesivo, muchas veces por timidez, falta de capacidad o deseo de comunicación, lo que les lleva a refugiarse en el ordenador o Internet y puede derivar en aislamiento.
- Otro problema importante es que las familias tienen expectativas distintas en relación con los hijos y las hijas, y no empujan a las niñas a las carreras de ciencias e ingeniería. Las propias chicas perciben, por otra parte, las trampas laborales que las mujeres encuentran en esos empleos y tampoco les gusta el estereotipo de empollona, rara y poco femenina.
- En el aula, las expectativas de los profesores también son distintas. La educación científica se considera más necesaria para los niños y ello crea barreras para las niñas: en clase se les pregunta menos, se espera menos tiempo a que respondan y se las interrumpe más. Desde el jardín de infancia el éxito se considera masculino y, en el caso de que triunfe una niña, no se la considera campeona, sino que su triunfo se debe a que ha desempeñado un trabajo muy duro. Esto es resultado, en gran medida, de la escasez de modelos de mujeres triunfadoras en las TIC.
Conclusión
Vivimos en sociedades caracterizadas por la difusión masiva de las TIC. En este contexto, el acceso y uso de ordenadores e Internet, y especialmente las e-habilidades (e-skill, digital literacys), se convierten en estratégicas para los ciudadanos y para el conjunto del sistema.
El debate sobre las barreras de acceso a la Sociedad de la Información y a la existencia de brechas digitales ocupa un lugar relevante en la literatura académica. Muchas de las cuestiones planteadas están pendientes de resolver, tanto a nivel práctico (los niveles efectivos de brecha digital continúan siendo preocupantes) como a nivel teórico (los motivos por lo cuales las mujeres se sitúan en posiciones de clara de desventaja tecnológica) y requieren de análisis más profundos.
La primera brecha digital, que se refiere a las diferencias de acceso de hombres y mujeres a Internet, tiene un claro componente generacional y educativo. Cabría, por tanto, esperar que la diferencia entre hombres y mujeres en los niveles de acceso a Internet desaparezca con el tiempo. El panorama no es tan optimista, sin embargo, cuando hombres y mujeres se convierten en usuarios de la Red, porque las diferencias vuelven a aparece en términos del uso que se hace de esta herramienta. Las mujeres, de nuevo, se encuentran situadas en una posición de clara desventaja frente a los hombres y realizan un uso restringido de actividades que requieren, además, poca destreza tecnológica. Los hombres, por el contrario, realizan una gama de actividades variada, que requiere un nivel medio de habilidades tanto para el ocio como para los usos más tecnológicos.
Por el momento no disponemos de suficientes datos del contexto español para profundizar más en el análisis de las causas que provocan la segunda brecha digital de género. Esto limita la capacidad de diseñar políticas eficaces destinadas a superar la desigualdad entre hombres y mujeres en el acceso y uso de Internet. Por esta razón, es esencial la producción y compilación urgente de datos e información cualificada que permita, en futuras investigaciones, abordar sólidamente el tema de la desigualdad digital.
Hafkin y Huyer, en su magnífico trabajo Cinderella or Cyberella: Empowering Women in the Knowledge Society (2006), subrayan que no se realiza el suficiente esfuerzo de elaboración de datos y análisis. En definitiva, sin datos no hay visibilidad y sin visibilidad es imposible elaborar políticas para superar la brecha digital de género.
Con frecuencia se recurre a estimular a las mujeres a mejorar sus credenciales educativas, como si la acumulación de títulos fuera la llave para la igualdad. Pero la estrategia de adquirir más educación formal tiene resultados decepcionantes. Los ingenieros y consultores de alto nivel en el campo de la informática, los creadores de software, son mayoritariamente hombres. Los trabajadores manuales y los que prestan los servicios masivos son mujeres. En la UE las mujeres representan dos tercios del empleo intensivo en educación, pero sólo un cuarto de los empleos de alta tecnología. A pesar de los avances reales en el uso de las TIC, los prejuicios patriarcales se transfieren a los nuevos entornos de educación y trabajo.
El reto al que nos enfrentamos no consiste en que las mujeres empiecen a comportarse como los hombres. El objetivo es hacer posible que utilicen las tecnologías al mismo nivel y con la misma destreza que los hombres y que ocupen puestos similares a ellos, como diseñadores de sistemas, gestores de redes o consultores informáticos.
Bibliografía
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Fuente: Revista Telos

P.-S.

La investigación en la que se sustenta este artículo la he desarrollado en la Universidad de Harvard durante la primavera-verano de 2007, gracias a una beca concedida por el Real Colegio Complutense de dicha universidad. Agradezco a esta institución el apoyo financiero y humano que me ha proporcionado.


miércoles, 10 de septiembre de 2008

Feminismo y globalización: una mirada desde América Latina


Francesca Gargallo
UACM, 10 de septiembre de 2008
Las primeras y más contundentes evidencias de que la globalización del sistema capitalista financiero tiene muy poco que ver con un mundo de cambios científico-tecnológicos unificado bajo la égida de la justicia planetaria son el crecimiento vertiginoso de las diferencias entre ricos y pobres, así como la doble medida con que los sistemas de comunicación y los sistemas políticos y económicos del mundo tratan a los liberales pertenecientes a ese 21 por ciento de la población mundial que controla el 78 por ciento de la producción de bienes y servicios y consume el 75 por ciento de los recursos económicos, alimentarios y energéticos de la Tierra, y las mujeres y los hombres que pertenecen al 79 por ciento de la humanidad restante, en los países de industrialización  dependiente, cuando son críticos del supuesto desarrollo científico y de la economía de mercado.
Esta doble medida las feministas la conocemos bien, puesto que la evidenciamos hace años para denunciar cómo el sistema de dominación responde de manera diferenciada a las mismas acciones si son llevadas a cabo por los miembros de un grupo considerado hegemónico (los hombres) y los de un grupo dominado (las mujeres). Nosotras empezamos a hablar de doble moral sexual, doble rasero jurídico, y doble valoración económica cuando quisimos visibilizar que una acción efectuada por los hombres era bien vista, o aceptada, o tolerada, mientras era duramente reprimida y condenada –social, económica o jurídicamente- si efectuada por las mujeres. Esta doble moral es efecto de una relación social –material, concreta e histórica- que refuerza con su ejercicio: la relación entre las mujeres y los hombres, ligada al sistema de producción y trabajo, que consagra la explotación de las primeras por los segundos, oponiendo sus intereses.[1]
Hoy las feministas debemos empezar a reflexionar si el 79 por ciento de la humanidad ha sido “feminizada” (literalmente reducida a la clase social de las mujeres) por el sistema financiero transnacional, en modo de poderse permitir la represión de todos los actos que lleve a cabo para detener su explotación, o si las mujeres siempre fuimos el más evidente y totalizado de los grupos dominados por las sociedades desiguales, por lo que hoy otras mayorías son relegadas a una posición secundaria por el sistema, como nosotras lo fuimos en el pasado reciente y lo seguimos siendo en el presente a pesar de la visibilidad y poder que algunas, muy pocas, están alcanzando al interior del sistema mismo.
La feminización de lo que se quiere conquistar es una constante en la historia de la Modernidad,[2] habiendo iniciado con la conversión del territorio llamado América por sus invasores en una “tierra para otros”,[3] eso es en una tierra y poblaciones al servicio de la riqueza y bienestar de otros, donde los habitantes originarios fueron desplazados en su propio territorio, al mismo tiempo que se explotaba su fuerza de trabajo y se naturalizaba su inferioridad social.
Parecería que hoy el mundo entero y todos los pueblos y personas que no pertenecen a un puñado de clases dirigentes de la Europa centro-occidental, el Asia nororiental y el norte de Norteamérica son excluidos de la autorrepresentación de la modernidad -su civilización y su desarrollo- exactamente porque su trabajo le es indispensable a ese puñado de clases dirigentes para definirse como portadoras de una cultura política y económica modelo.[4] La globalización consiste básicamente en una reorganización profunda del sistema de producción, distribución y consumo a escala mundial. En nombre de una modernidad que sólo beneficia a quien la impone, se violenta el trabajo de las mayorías, las tierras ancestrales de pueblos que se han resistido a renunciar a su cultura tradicional, las riquezas ambientales de la humanidad, las formas agrícolas ancestrales de producción. La feminización del mundo no dominante correspondería por lo tanto a la apropiación por el occidente masculinizado del trabajo de hombres y mujeres, su cosificación como herramienta de producción y reproducción. Ahora bien, para perpetuarse, esta feminización necesita naturalizarse, volverse explicable mediante un esquema que jerarquiza la desigualdad en nombre de superioridades e inferioridades “naturales”, cuando no “raciales”[5] -o sea inmutables, ajenas a toda emancipación y marginadas de la historia- entre los seres humanos.
Para analizar la globalización como un proceso de feminización de todas las mayorías del mundo debemos recordar que éste es el resultado último de un complejo sistema de represión de la materialidad e identidad de quienes el mismo occidente masculinizado define de antemano como impropios de emancipación política, libertad de juicio, derechos económicos y autodeterminación ambiental, por “atrasados” frente al modelo que impone y prohíbe alcanzar al mismo tiempo.
Por nuestra experiencia histórica, rescatada por los estudios feministas, las mujeres sabemos que las sociedades dominantes que se identifican con la masculinidad linear y sus imposiciones culturales provocan que las y los dominados no accedan al conocimiento de su propia realidad. Terminan por vivirla como algo determinado desde fuera de su voluntad, sin relación con su ser, como algo impuesto por quien los odia. Según Carla Rice, “el odio hacia las mujeres –expresado tanto en las imágenes como en los actos de violencia cotidianos- nos empuja hacia fuera de nuestros cuerpos. Nos hace igualmente perder la razón”;[6] de idéntica manera, las mujeres y los hombres de los pueblos campesinos de México, India, Centroamérica, la región andina, la Amazonía, el África subsahariana, China, y otras regiones, sufren la expulsión de sus tierras y la violencia contra sus formas de vida, con la subsecuente conversión en indigentes urbanos dispuestos a cualquier trabajo legal o ilegal, como una condena de un poder que los rebasa y contra el que cuesta la razón organizarse.
A la vez, así como muchas mujeres “migraron” hacia las formas de vida que consideran prerrogativas de la clase social de los hombres e intentan “masculinizarse”  para sobrevivir a la violencia de la misoginia, millones de seres humanos migran hoy hacia Europa y América del Norte con la ilusión de alcanzar el modelo de vida de quien los explota. Lo que pierden al hacerlo no pueden analizarlo mientras enfrentan el hecho duro que desde 1980 no ha habido una disminución de la pobreza, sino que ésta se ha incrementado, provocando la dispersión y la agudización regional de un hambre que mata o crea daños irreversibles en las capacidades neuronales de la mayoría de niñas y niños del mundo.[7] Al no poderlo analizar, las mayorías pauperizadas de la globalización no pueden entenderlo: aun la vida en su condición de oprimidas y oprimidos sólo les representa un valor por ser el único capital que pueden invertir para la adquisición del status de trabajador-a-es de un país que dirige el proceso de globalización.[8]
De tal modo, la experiencia de las mujeres echa luz sobre los procesos por los que atraviesan grupos de personas siempre mayores, por no decir la mayoría absoluta de la humanidad, y nos recuerda que cuando “una cultura siembra la desconfianza sobre sí misma, así como sobre el ser humano, logra constituir una sociedad agresiva y en constante defensa”.[9]  Así cuando leemos al Secretario General de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Juan Somavia, afirmar que “La globalización destruye las industrias tradicionales y crea en consecuencia un aumento del número de desempleados superior al que los sectores industriales de tecnologías avanzadas son capaces de absorber. El resultado es la marginación de los trabajadores del mundo industrializado y también del menos desarrollado, que no disponen de posibilidades de adaptarse a la nueva situación”;[10] pues, cuando leemos estas palabras, deberíamos ser capaces de entender que esa mayoría que somos las y los trabajadores no sólo no dispone de las posibilidades de adaptarse sino que sufre la violencia de un cambio estructural impuesto.
Según Óscar Olivera y Raquel Gutiérrez, “el viejo asalariado, con contrato fijo, concentrado en grandes empresas, sindicalizado con derechos laborales asegurados y reconocimiento corporativo ante el estado, rápidamente está dejando de existir, pero simultáneamente estamos ante un crecimiento de un nuevo tipo de trabajador asalariado y de obrero social mucho más numeroso y más importante económicamente que antes, aunque carente de organización, materialmente fragmentado, temeroso, sin presencia legítima ante el estado que no sea el simple voto ciudadano y desconocido en el valor económico de su agregación”.[11]
La transformación laboral de la globalización no toma en cuenta ninguna organización gremial, precisamente para que las mayorías feminizadas no tengan el tiempo y las condiciones para adaptarse, se desbanden y no puedan defenderse colectivamente. De ahí a separar las y los obreros en unidades productivas menores, insertas en los ámbitos de la dominación patronal, muy semejantes a las familias donde la dominación masculina recluye a las mujeres, no hay sino un paso.
La lectura de la feminización de las mayorías en la globalización es muy fácil para quien tiene claro que las mujeres no son inferiores a los hombres, sino que fueron arrojadas a conformar una clase social basada en el sexo, una “megaclase” interna a las demás clases  que atraviesa las etnias y las religiones, para que su explotación sea considerada natural y su rebelión un hecho contra-natura. Como todas las desviaciones, la rebelión de las personas feminizadas debe reprimirse necesariamente en cuanto aparezca, pero es mejor que no se manifieste. Para ello, el sistema de explotación capitalista global aplica la constante represión de las opiniones divergentes a su discurso ordenador –ver los encarcelamientos de periodistas en la Convencional Nacional Republicana en Estados Unidos, por ejemplo- y desarrolla mecanismos (des)educativos de internalización de la inmutabilidad de la situación de las mayorías.
No obstante, no podemos decir que, dada la feminización de todas las mayorías en la globalización, la miseria y la supervivencia no se están convirtiendo en condiciones muy específicas y generalizadas de las mujeres, así como que las mujeres sufren los embates de la transformación de la economía mundial de la misma manera que los hombres. Por un lado tienen una más antigua tradición de resistencia a la opresión generalizada, lo que les permite mantenerse en lucha aun cuando parece no haber esperanzas, y por el otro parten de una situación de desventaja inicial que hace más difícil sobrellevar la carga de la desigualdad que la globalización agudiza.
Hablar de la feminización de la pobreza, por ejemplo, dadas las prácticas de despojo agrario, tecnologización del trabajo otrora campesino, pérdida de los apoyos sociales para las tareas de reposición de la mano de obra, “es hablar de una realidad que viene de lejos: el feminismo lleva tiempo utilizando esta expresión para connotar el creciente empobrecimiento material de las mujeres, el empeoramiento de sus condiciones de vida y la vulneración de sus derechos fundamentales. Cuando la impresión generalizada es la de que las vidas de las mujeres están mejorando en todo el mundo, las cifras desmienten este tópico. Es un hecho verificable, por ejemplo, que en las familias del Primer y del Tercer Mundo, el reparto de la renta no sigue pautas de igualdad, sino que sus miembros acceden a un orden jerárquico de reparto presidido por criterios de género”.[12]
Uno de los efectos más rotundos de los programas de ajuste estructural inherentes a las políticas neoliberales es el crecimiento del trabajo gratuito de las mujeres en el ámbito doméstico, resultado de los recortes de los programas sociales por parte de los gobiernos en Europa y Estados Unidos, y, en América Latina, de la pérdida de credibilidad de los discursos sindicales, gremiales, colectivistas donde las mujeres pujaban para que las transformaciones políticas se dieran en los ámbitos público, privado e íntimo. Las funciones de cuidado (a la salud, a las niñas y niños, ancianos y en general a las personas dependientes, a la higiene, la nutrición y la educación) recaen nuevamente con todo su peso en las mujeres de familias que apenas principiaban a liberarse de ellas.
Paralelamente, y no sin contradicciones, sobre todo en las periferias urbanas del continente latinoamericano, los crecientes índices de inseguridad social y violencia callejera conllevan nuevas obligaciones para las mujeres, desde las de evitar la visibilidad -tanto frente a la delincuencia como frente a la policía para no convertirse en víctimas sin esperanza de obtención de justicia- hasta las de asumir los cargos del cuidado colectivo, adquiriendo un rol de madres simbólicas de algunos sectores populares urbanos. En este caso, su trabajo obtiene un peso social, público aunque todavía no político, que redunda en la mayor seguridad de todas las mujeres, en la lucha por la vivienda, en la valoración de su experiencia, y en la configuración de relaciones sociales “diferentes de las hegemónicas”.[13] El cuidado colectivo, se explicita en comedores comunales, en organización popular femenina, en comités del vaso de leche, clubes de madres, juntas vecinales, escuelas y guarderías comunitarias, en Bogotá, Lima y demás ciudades, y siempre tiene que ver con la situación de pobreza de las mujeres-madres implicadas en él.[14] Estas mujeres-madres simbólicas y reales se anclan al barrio para proteger la movilidad de las otras mujeres y de  los hombres de un núcleo familiar tan ampliado que abarca a la totalidad de su territorio. Los beneficios que reciben no son materiales, se ubican más bien en el nivel de la autoestima y la identificación social, pues sus trabajos “ofrecen a las participantes la oportunidad de salir del hogar y superar la situación de aislamiento que caracteriza su vida”.[15]
No obstante, esta actividad agotadora y socialmente indispensable, no desmiente que el empleo asalariado de la mano de obra femenina se ha convertido para las mujeres de todos los sectores sociales en la casi única forma de trabajo reconocida por los censos, por muy disgregados por género que estén. Tampoco impide que las mujeres accedan al mercado de trabajo global en condiciones laborales inimaginables tan sólo en la década de 1980. Se les exige flexibilidad en los horarios y adaptación a actividades diversas, se les despide sin compensación, se controla su fecundidad, se calcula su disposición a trabajar en horarios irregulares, parciales o totales, sin ofrecerles ninguna condición de seguridad para acceder a las maquilas (no es casual que feminicidios y maquilas convivan en todo el territorio mexicano y centroamericano),[16] o se les obliga a prestar sus servicios a domicilio. “Saskia Sassen no sólo sostiene que se está feminizando la pobreza, sino que se está feminizando la supervivencia. En efecto, la producción alimenticia de subsistencia, el trabajo informal, la emigración o la prostitución son actividades económicas que han adquirido una importancia mucho mayor como opciones de supervivencia para las mujeres”[17] en la última década y media.
Más allá de que las mujeres hayamos sido empujadas al trabajo asalariado cuando éste perdió todas sus garantías sociales, es necesario también notar que las estrategias de desarrollo que acompañan y sostienen la globalización neoliberal, al fomentar la idea que el trabajo es básicamente servicio, nos empuja al trabajo doméstico asalariado, a la industria del sexo –como tal o como derivada del turismo y el mundo del espectáculo- y de las remesas de dinero que las migrantes envían a sus países de origen. Éstas, como lo hace notar muy bien Jules Falquet al decir que las mujeres hemos sido obligadas –de manera forzada o por convencimiento mediático- a entrar a la globalización, son las herramientas de los gobiernos y de los organismos internacionales para amortiguar el desempleo provocado por la terminación del antiguo pacto social-demócrata del estado social y la modificación del mercado de trabajo,[18] en particular el abandono de la preferencia por la producción localizada por la de la comercialización global financiera.
Como hace dos siglos la revolución industrial, la actual globalización “libera” una gran cantidad de mano de obra del campo, a través de privatizaciones forzadas de la tierra cultivable por las políticas de desarrollo y los planes regionales. Se trata literalmente de explotar las “últimas reservas de mano de obra disponibles, muy en particular la femenina y rural, que habían quedado en parte fuera de las relaciones de producción asalariadas”.[19] En Chile como en México, entre las silvicultoras y las pescadoras, en Colombia como en Paraguay, en toda Centroamérica, contra la propiedad colectiva y las organizaciones de pueblos originarios, se reforman las leyes, se lanzan planes regionales, se disminuye la producción de alimentos remplazándolos por productos agrícolas industrializables (la soya transgénica tanto como el maíz para los hidrocarburos), demostrando que los estados otrora impulsores de la emancipación y el desarrollo económico, se han tornado en instrumentos de la (des)regularización del mercado, enteramente subordinados al mundo de los negocios. De tal manera que lejos de desaparecer o “aligerarse” como pretenden los teóricos liberales, hoy son los organizadores de que al lado de la economía formal se desarrolle una vasta esfera de economía informal-mafiosa ligada a las finanzas especulativas, a los paraísos fiscales, a las ventas de armas, drogas y órganos, al tráfico de seres humanos, una “criminalidad financiera” que reinvierte sin fin sus considerables ganancias sin propiciar el bienestar de ninguna población.[20] Se sirve de ese mismo estado, pretendidamente débil o “adelgazado”, para que utilice todo el peso de su fuerza como capacidad represora, porque la criminalidad financiera necesita del orden de la propiedad privada, de la seguridad para sus inversiones y sobre todo del control de las mayorías para actuar cobijado por una impunidad que ya es legal.[21] En este clima político donde el límite entre delincuencia y legalidad se ha perdido, la Organización de las Naciones Unidas, la mayoría de las grandes empresas técnicas de asistencia (ONGs, misiones de apoyo, fondos), el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, aunque sean de hecho pesadas instituciones burocráticas, impulsan el fortalecimiento de la globalización al mediar con los elementos duros de las políticas financieras estatales, ejerciendo como instrumentos de persuasión/coerción de las bondades de la democracia occidental, del sistema de mercado, del turismo diferenciado,[22] de la no participación política, del consenso social. En pocas palabras, hacen el papel del policía “bueno” que en las sesiones de tortura intenta convencer a la víctima de colaborar con el policía “malo” para su bien.
La resistencia al sistema me parece hoy la única forma de ganar tiempo, de detenernos en la corrida alocada hacia el fin del mundo al que nos condenan el ecocidio y el magnicidio que acompañan la globalización neoliberal. Un tiempo indispensable para crear una-s alternativa-s sociales a la globalización que no impliquen necesariamente el regreso al feudalismo. El feminismo nos puede explicar cómo las mujeres hemos desarrollados estrategias de sobrevivencia a la misoginia, para poderlas socializar y convertir en prácticas de enfrentamiento a la globalización neoliberal en cuanto formas de lucha contra el sistema de clase-género (se trata de estrategias políticas no hegemónicas ligadas a la historia particular de las mujeres como grupo dominado económica, cultural y socialmente, una historia que define su diferencia al interior del sistema de dominación masculina y que por ello mismo permite a las mujeres que tienen conciencia de ella construir alternativas a la idea eje del patriarcado, que es la idea de poder).
Para ello es muy importante visibilizar (para controlar el hecho en sí como diría Foucault), denunciando y organizando a su alrededor la resistencia, que el sistema financiero global, al ser legalizador del crimen como método de gobierno, por un lado feminiza a todas las mayorías del mundo al convertirlas en una megaclase oprimida sin derecho a la emancipación, y por el otro ahonda las diferencia entre las mujeres y los hombres con el fin de reorganizar, como propone inteligentemente Falquet, el mercado de trabajo con base en la existencia de dos megagrupos humanos, el de los hombres en armas –que no importa cuantas mujeres, entendidas como seres sexuados, incluya- y el de las mujeres de servicio –que no importa a cuantos hombres incorpore. Estos dos grupos siguen siendo jerárquicos, pues las “mujeres de servicios”, lejos de alcanzar la igualdad sexual mediante su incorporación al trabajo, sufren un endurecimiento de las relaciones sociales por sexo al deberles servicios sexuales, laborales, de descanso, domésticos, de entretenimiento, de seguridad a los “hombres en armas” a cambio de su supervivencia económica. Eso es las mujeres se reconfiguran como clase laboral dependiente que sostiene el mercado de armas y de personas encarnado por los hombres definidos por su labor en los ejércitos nacionales y supranacionales, las policías privadas y públicas, las bandas delincuenciales, los traficantes de niñas, niños, armas, drogas, órganos, y mujeres para el solaz de un divertimiento “masculino” que incluye el espectáculo de la tortura y la muerte a nivel global.
Para las feministas la lucha contra el sistema patriarcal capitalista, el sistema de dominación masculina en su etapa neoliberal de rápida movilización de bienes e informaciones,  resulta urgente, pues en él todos los sistemas de explotación/opresión/dominación se refuerzan, el sistema de clases y el sistema racista, pero sobre todo el sistema jerárquico de opresión sexual.

[1] “Esta relación social es una relación de clase, ligada al sistema de producción, al trabajo y a la explotación de una clase por otra. Es una relación social que las constituye en clase social de las mujeres frente a la clase de los varones, en una relación antagónica (ni guerra de sexos, ni complementariedad, sino que llanamente una oposición de intereses cuya resolución supone el fin de la explotación y la desaparición de las mujeres y de los varones como clase)”: Ochi Curiel y Jules Falquet (compiladoras), El patriarcado al desnudo. Tres feministas materialistas: Colette Guillaumin, Paola Tabet, Nicole Claude Mathieu, Brecha Lésbica, Buenos Aires, 2005, p. 8.
[2] Doy a la categoría de “modernidad” el significado de Sistema-Mundo propuesto por el historiador y sociólogo Immanuel Wallerstein para definir el sistema capitalista de matriz occidental y expansiva, cuyo desarrollo sistémico inició con la invasión de América en 1492, y que él hoy define en crisis terminal. “El moderno sistema mundial, como sistema histórico, ha entrado en una crisis terminal y dentro de cincuenta año es poco probable que exista”, Immanuel Wallestein, Conocer el mundo, saber el mundo. El fin de lo aprendido. Una ciencia social para el siglo XXI, Siglo XXI editores-UNAM, México, 2001, p.5
[3] La idea que las mujeres en su conjunto, como “segundo sexo”, son construidas como “seres para otro”, se encuentra formulada en Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, (1947) Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1981, dos vols.
[4] La idea que los modelos son propuestos exactamente porque son inalcanzables, convirtiéndolos en imposiciones culturales –o “coerciones seductoras”- con consecuencias materiales, la he trabajado en muchas ocasiones en talleres y artículos para denunciar la “masculinización” como modelo propuesto por el sistema a las mujeres, con el fin de que se desgasten en conseguir ser como hombres y no puedan proponer una-s alternativa-s al sistema dominante (alternativas civilizatorias, como las definiría Margarita Pisano). Esta idea se encuentra también en Francesca Gargallo,Ideas feministas latinoamericanas, UACM, México, 2006.
[5] Por supuesto, no hay razas biológicas entre los seres humanos, pero la idea de raza ha ejercido su peso discriminatorio en la historia de la humanidad, y fundamentalmente a partir del proceso de Modernidad que racializó la esclavitud, ligándola al proceso de guerra y comercialización de las personas raptadas en África por el aparato comercial-colonial europeo para ser vendidas en América, racializando de paso también la sumisión, como actitud propia de los pueblos indios.
[6] Carla Rice, Mi cuerpo es un campo de batalla. Análisis y testimonios, ediciones La Burbuja, Valencia, 2006, citado por María Elena Méndez, Adelay Carías y Melissa Cardoza, La vida vive en mi cuerpo, Centro de Estudios de la Mujer de Honduras, Tegucigalpa, 2008, p. 67.
[7] Bernardo Kliksberg, “La discriminación de la mujer en el mundo globalizado y en América Latina: un tema crucial para las políticas públicas”, VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del estado y de la Administración Pública, Lisboa, 8-11 de octubre de 2002, en www.clad.org.ve/fulltext.0044502.pdf. Desde hace veinte años, la FAO intenta una desesperada defensa de sus actividades subrayando que pobreza y hambre no son sinónimos, y que la “revolución verde” que propició en la India a principios de la década de 1970 ha sido exitosa ya que ha reducido las hambrunas del subcontinente paquistano-indio-bengalí (Ver al propósito: “0cho falsos tópicos sobre el hambre en el mundo”, publicado en ABC, Madrid, 10 de noviembre de 1996, p.90-91, se encuentra también enhttp://es.geocities.com/gazteluko/bioetica101.html). A pesar del embate defensivo, numerosos estudios críticos posteriores demuestran que la relación pobreza-hambre es un hecho que desemboca en la desnutrición crónica y la muerte por inanición de enteras poblaciones (Laila Jauri Simarro utilizó datos de la misma Fao y de Unicef y el World Food Programme de 2005 para afirmar que “el hambre y la desnutrición son factores importantes del ciclo de la pobreza”, ver: “Desnutrición y pobreza. La plaga del siglo XXI”,  enhttp://www.fao.org/worldfoodsummit/spanish/fsheets/food.pdf)  y que la “revolución verde” ha contribuido con creces en la desertificación del mundo, las hambrunas y la reducción de las tierras cultivables por desgaste ecológico (Ver: Mariela Zunino: “Argentina: lo que la soya se llevó… Desnutrición y hambre en el país de los alimentos”, Boletín CIEPAC, n.544, San Cristóbal de las Casas, 21 de septiembre de 2007, también enhttp://www.ecoportal.net/content/view/full/72703 )  
[8] A pesar de que la globalización es presentada por sus sostenedores como un proceso de construcción de la “aldea global”, en realidad es un proyecto imperialista de dimensiones extremas, donde los capitales se mueven rápidamente de un país a otro, aunque no dejan de pertenecer a un-os grupo-s  de capitalistas o a conglomerados empresariales de un estado-nación capaz de imponer el libre mercado a los países que domina manteniendo para sí el privilegio del “proteger”  su producción y su mercado. Este tipo de estado-nación dominante pone al servicio de su clase dirigente todo su poder de represión económica y militar.
[9] Margarita Pisano, El triunfo de la masculinidad, Surada ediciones,  Santiago de Chile, 2001, p. 15.
[10] Juan Somavia, Intervención en la X Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo, UNCTAD, 16 de febrero de 2000.
[11] Oscar Olivera, Raquel Gutiérrez y muchos otros, Nosotros somos la coordinadora, Fundación Abril-Textos rebeldes, La Paz Bolivia, 2008, p. 84.
[12] Rosa  Cobo y Luisa Posada, “La feminización de la pobreza”, El País, Madrid, 15 de junio de 2006. También enwww.mujeresenred.net/spip.php?article620
[13] Raúl Zibechi, América Latina: periferias urbanas, territorios en resistencia, Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2008
[14] “Los comedores alimentan alrededor del 7% de la población de Lima, estimada en unos 7,5 millones. Pero ese medio millón de platos que reparten diariamente supone casi el 20% de la población en situación de pobreza extrema”, Raúl Zibechi, Ob. cit., p. 142.
[15] Cecilia Blondet y Carmen Moreno, “Cucharas en alto”, IEP, Lima, 2004,  p. 20.
[16] A este propósito ver el estudio de Mariana Berlanga Gayón, El feminicidio: un problema social de América latina. Los casos de México y Guatemala, tesis para obtener el grado de Maestra en Estudios Latinoamericanos, UNAM, FFyL, agosto de 2008.
[17] Rosa Cobo y Luisa Posada, Ob. Cit.
[18] Jules Falquet, De gré ou de force. Les femmes dans la mondialisation, La Dispute, París, 2008
[19] Jules Falquet, Ob. Cit., p. 36-37
[20] Jean Maillard, Un monde sans loi. La criminalité financière en images, Stock, París, 1998, citado por Jules Falquet,Ob. Cit, p. 43.
[21] Un caso paradigmático del uso de los estados por parte del capital financiero es el de las compañías hoteleras transnacionales. En Honduras, por ejemplo, éstas utilizan a los órganos represivos del estado hondureño para obligar, mediante medidas coercitivas que llegan al asesinato, a las mujeres garífunas a renunciar a sus tierras de labranza frente al mar (necesarias para que su cultura se sostenga, ya que implica el doble trabajo tradicional de la comunidad, el pesquero masculino y el agrícola femenino: ver Francesca Gargallo, Garífuna, Garínagu, Caribe, Siglo XXI Editores, México, 2001) en nombre del “desarrollo” de complejos turísticos en la costa Caribe del golfo de Honduras. En la actualidad, las y los garífunas de las comunidades de San Juan Tela, Tornabé, Miami, Triunfo de la Cruz están enfrentando un proyecto financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) a través de un crédito de 14,9 millones de dólares, que prevé la construcción de un mega complejo que ocupará más de 500 hectáreas de tierra y una franja de playa de tres kilómetros, “Los Micos Beach & Resort Centre”, en cuyo interior se prevé edificar cuatro hoteles de alta gama, 256 casas de lujo, centros comerciales, parques temáticos, recorridos para paseos a caballo y el infaltable campo de golf. Para su realización, deben rellenarse 80 hectáreas dentro de la Laguna de Micos, lo que equivale a incrementar los peligros en caso de huracanes y a exacerbar la grave crisis hídrica que viven las comunidades de la zona, comprometiendo su equilibrio ecológico, provocando la alteración de los cursos de agua y, por tanto, del funcionamiento de los mismos humedales. La Laguna de Micos está registrada bajo el número 722 dentro de los humedales protegidos por la Convención Internacional de Protección a los Humedales, conocida como RAMSAR, y es parte del Parque Nacional Jeannette Kawas (PNJK). Según la Organización Fraternal Negra de Honduras (OFRANEH), “El proyecto turístico Los Micos Beach & Resort Centre, que prevé una inversión de entre 140 y 200 millones de dólares, es parte del proyecto del BID conocido como el Programa Nacional de Turismo Sostenible (HO-0195), el cual también pretendió la construcción de un aeropuerto vecino a las Ruinas de Copán, lugar conocido con el nombre de Piedras Amarillas. La intervención de la UNESCO logró frenar las pretensiones del BID y de los empresarios turísticos, los que llegaron al extremo de utilizar al actual Ministro de Cultura para insinuar al organismo internacional que le retirará la distinción de Patrimonio de la Humanidad a las ruinas mayas, y así poder proceder a la construcción del aeropuerto”. El proyecto turístico de Los Micos viola numerosos acuerdos internacionales (Acuerdo sobre la Diversidad Biológica-CBD; el Convenio para la Conservación de la Biodiversidad y Protección de las Áreas Naturales en América Central -decreto 183/94), leyes forestales nacionales, directrices ambientales del propio BID , así como el reglamento interno del Parque.
La historia de explotación del Caribe hondureño está manchada de sangre y ha sido ejemplo de represión en contra de las comunidades garífunas organizadas de la zona, que se oponen a la ocupación y explotación de sus tierras ancestrales en las cuales viven desde 1797. El 30 de junio de 2006, el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras, COPINH, tuvo que emitir un comunicado de solidaridad  con la comunidad Garífuna de San Juan Tela, y en particular con “Jessica García, presidenta del Patronato de San Juan Tela. El día 22 del presente mes, un desconocido llegó a su casa para ofrecerle dinero a cambio de su firma de un documento reconociendo los derechos de la empresa privada PROMOTUR a las tierras comunitarias. Cuando rehusó aceptar la propuesta, le obligó firmar el documento a la fuerza, encañonándola con una pistola y amenazándola”. Asimismo, COPINH denunciaba: “la larga serie de amenazas y ataques contra la comunidad de San Juan Tela y la persecución de sus líderes comunitarios, hechos que han quedado en la impunidad. En noviembre del 2005, le quemaron la casa y archivos de Wilfredo Guerrero, presidente del Comité de Defensa de Tierras, quien ha sido encarcelado en varias ocasiones por su lucha en defensa de la tierra de la comunidad. En enero del año en curso, sicarios armados y encapuchados acompañaron a representantes de la PROMOTUR en San Juan e intimidaron a la comunidad. En marzo y abril del 2006, otras casas de miembros de la comunidad fueron destruidas. Es más, aún no se ha esclarecido el macabro asesinato del 26 de febrero de este año, cuando los cadáveres de Epson Andrés Castillo y Yino Eligio López se encontraron en una laguna. Los jóvenes Garífunas de la comunidad de San Juan Tela fueron detenidos la noche anterior por agentes de las fuerzas armadas de Honduras, quienes se informa estaban asignados a proteger el área destinada a la construcción del megaproyecto turístico Los Micos en la bahía de Tela”.
[22] El turismo global es en realidad un sistema de servicios y prostitución de las poblaciones del sur del mundo, como lugar de destino turístico, para masas indocumentadas de habitantes del norte del mundo. El turismo no tiene reciprocidad para el derecho a la libertad de movimiento de las poblaciones del sur, pues tienen los caminos hacia el norte cerrados por falta de acceso a las visas y los requisitos económicos para su estadía. El turismo tiene por fin explícito propiciar los ingresos de las compañías hoteleras globales, todas de matriz europea, norteamericana o japonesa, que han suplantado las posadas familiares y la hotelería y los servicios de alimentación locales, y no el conocimiento de otras realidades, lugares y culturas.