Reproducimos a continuación un artículo de nuestra compañera de la Liga Internacional de Trabajadores-cuarta internacional (LIT-ci) Soraya Misleh, periodista palestino-brasileña, sobre la lucha de las mujeres afganas y su situación bajo el régimen del Talibán.
Desde la salida del imperialismo estadounidense de Afganistán frente a su derrota después de dos décadas de ocupación, quien acompaña las noticias, en general tiene la impresión que sería mejor que los Estados Unidos no se hubieran retirado, ya que “salvaron” a las mujeres de las manos de los bárbaros opresores. Lo que no solo nunca ocurrió sino que el imperialismo es directamente responsable por la dramática situación de las mujeres en el país asiático, que constituyen la mitad de la población de casi 39 millones. Los Estados Unidos armaron su cautiverio mucho antes de que invadieran sus tierras en 2001.
El fundamentalista Talibán es su cría, como se verá más adelante. En la disputa geopolítica por un país que es puente para la circulación de productos entre Asia Central y Medio Oriente y fundamental para la estabilidad del imperialismo en el control de localización estratégica, el vale todo es la regla.
En general, con todo, los medios de masas, en las manos de los grandes capitalistas, no trae ninguna contextualización histórica que permita entendimiento sobre la situación en Afganistán y la consecuente opresión de las mujeres. Se limita a la misma retórica de “civilización contra la barbarie” usada por todos los ocupantes que pasaron por allá desde finales del siglo XIX –de Gran Bretaña y la ex Unión Soviética a los Estados Unidos y sus aliados–.
Broma de mal gusto
En esa línea, el imperialismo estadounidense declara al mundo que en su “guerra contra el terror” su misión era llevar democracia, proteger los derechos humanos, y salvar a las mujeres y jóvenes. Así, hace parecer que la vida de ésta mejoró después que ocupó el país.
Como resume la Asociación Revolucionaria de Mujeres Afganas (Rawa, en la sigla en inglés), una broma. “En los últimos 20 años, una de nuestras reivindicaciones fue el fin de la ocupación de los Estados Unidos/OTAN y aún mejor si ellos llevasen a sus fundamentalistas islámicos y tecnócratas con ellos y dejasen a nuestro pueblo decidir su propio destino. Esa ocupación resultó solo en derramamiento de sangre, destrucción y caos. Ellos transformaron nuestro país en el lugar más corrupto, inseguro, de mafia de drogas y peligroso, especialmente para las mujeres”, vaticina Rawa en entrevista disponible en su site, conducida el 20 de agosto último por Sinali Kolhatkar, codirectora de la Misión de Mujeres Afganas (AWN).
Los intereses por detrás de la retórica de “salvador de mujeres” eran otros: incluían la construcción de un oleoducto que atravesaría Afganistán para transporte de petróleo y gas natural del Asia Central y Medio Oriente a los mercados mundiales.
Los avances para las mujeres no pasaron de fachada para que Estados Unidos y compañía encubriesen sus intereses imperialistas –al que crímenes contra la humanidad abundan, como el bombardeo de aldeas enteras, dejando millares de muertos–.
Para la construcción de imagen de “salvador”, como describe la Rawa, los Estados Unidos trataron de incluir a algunas mujeres de las oligarquías afganas formadas por los que denomina “señores de la guerra” –que controlan, con apoyo del imperialismo, las nacionalidades oprimidas– y otras pocas que no vieron alternativa a no ser someterse a eso frente a la miseria y el hambre, en los órganos gubernamentales y en el Parlamento. También destinaron dinero a ONGs que estuvieron de acuerdo con hacer su juego sucio. Estaba, así, montada la tarjeta postal perfecta para el imperialismo de que su misión civilizadora venía dando resultado.
La feminista afgana Malalai Joya también denunció en vídeo que la realidad es muy distinta. En los últimos años, ella sobrevivió a cuatro intentos de asesinato y fue expulsada del Parlamento por levantarse contra los “señores de la guerra” y los fundamentalistas.
Hacia finales de 2003, la Rawa emitió una declaración en la que revelaba la continua violencia contra las mujeres, el aumento sin precedentes en el número de suicidios y de inmolación entre ellas. Muchas preferían prenderse fuego a seguir en medio de la desesperante condición enfrentada. El mismo informe expone amenazas a familias que enviaban a jóvenes a escuelas, prohibición de que se presentaran en radios y TVs, y el creciente número de mujeres, entre ellas viudas, obligadas a mendigar o prostituirse frente a la miseria que asolaba a Afganistán.
En documento titulado “Mujeres afganas: una historia de lucha”, del año 2007, los datos son aterradores: 90% de las mujeres estaban impedidas de leer o escribir, la mortalidad materna era de alarmantes 1.600 por cada 100.000 –dándole al país la posición de subcampeón en ese índice–, 70% de los afganos vivían con solo U$S 2 por día, la expectativa de vida era de solo 45 años de edad y uno de cada cinco niños moría antes de cumplir los cinco años. Mientras tanto, Afganistán, eminentemente agrario, era convertido en principal exportador de opio para el mundo, responsable por nada menos que 87% del volumen total, desde la invasión de Estados Unidos. Y en el año 2010, la Rawa apuntaba que 700 niños y de 50 a 70 mujeres morían todos los días debido a la falta de servicios de salud.
Los documentos más recientes de la organización feminista revelan que la trágica situación no cambió sustancialmente en los últimos 20 años: el país, en 2020, aún estaba en la décima posición mundial entre las naciones con mayor índice de mortalidad materna. Sobran la pobreza y la violación de derechos humanos fundamentales. La inmensa mayoría de la población sigue sometida a severa explotación y opresión. Para las mujeres, el cuadro es trágico. Al mismo tiempo, el imperialismo estadounidense venía relocalizando al Talibán en las corruptas estructuras de poder desde por lo menos 2010.
El grupo es fruto del financiamiento por los Estados Unidos, Arabia Saudita y Pakistán tanto de escuelas religiosas fundamentalistas en este último país –en que se “educaron” los talibanes [cuyo significado es estudiantes] en la doctrina– como de los denominados “señores de la guerra” para que lucharan contra la Unión Soviética (URSS).
Propaganda estalinista
Este había invadido el país en 1979, año en que el vecino Irán viviera su revolución. Impedir el posible efecto dominó en la región del Asia Central estaba por detrás de la ocupación –Afganistán tiene frontera con tres ex repúblicas soviéticas (Uzbekistán, Turkmenistán y Tayikistán, todas ricas en petróleo), además de Pakistán y China. Así, serviría como un bolsón de contención del eventual arrastre de la revolución. La URSS impuso un gobierno despótico que resultó en 1,5 millones de muertos y cinco millones de refugiados.
Durante el período que antecedió a los diez años de ocupación, bajo fuerte influencia soviética, se intentó adoptar compulsivamente un proyecto de “modernización”, ignorando el modo de vida y cultura locales. Eso fue rechazado por parte de la población, que no fue consultada sobre lo que deseaba.
Algunas imágenes de los años 1970 muestran mujeres usando minifaldas, en la propaganda estalinista, que produce una falsificación histórica más. Carga el tono de una vestimenta semejante al que usan “occidentales” para afirmar que hubo avances en las mujeres. Recupera, así, la llamada obsesión por el velo, como si representase por sí opresión –lo que feministas anticoloniales, para las cuales la lucha contra la colonización es inseparable de la emancipación de la mujer, rechazan categóricamente, diciendo que el problema es la imposición–.
Creada en 1977, la Rawa denunciaba en informes la falta de libertad y que la vida de las mujeres no había mejorado; la estructura de opresión se mantenía. Expresaba su resistencia contra la ocupación soviética, el gobierno fantoche instituido por la URSS y el fundamentalismo. Ilustra bien el despotismo predominante el hecho de que la feminista afgana Meena Keshwar Kamal, fundadora de la Rawa, haya sido asesinada en ese período, en 1987, en Pakistán, con la complicidad del brazo local del servicio secreto soviético, la KGB.
El fundamentalismo del Talibán
Luego de la caída de la URSS en 1989, que deja el país devastado, Afganistán vive un período brutal de guerras civiles, en que, como siempre ocurre, históricamente, las mujeres están entre las principales víctimas.
Al fin, el Talibán asume el poder en el año 1996 y gobierna el país hasta la ocupación en 2001. En ese período, revela su cara cruel. Comete una serie de atrocidades, como masacres a minorías étnicas como los hazaras (xiitas, que representan 8% de la población afgana) y asesinatos de opositores. Además, somete a las mujeres y niñas a violenta opresión, excluyéndolas del espacio público y obligándolas a usar la burka, que el Talibán no creó –entre su etnia pashtun, mayoritaria en el país, ya era utilizada, pero por una minoría de solo 2% de las mujeres–. La mayoría prefería otro traje típico, más parecido con el que usan las indianas.
Ahora, el Talibán ha afirmado públicamente que aprendió con sus errores. Con vistas a su reconocimiento en el mundo, sus líderes habían retirado la garantía a los derechos de las mujeres, como el trabajo y la educación, desde que respetaba la ley islámica. El problema es que su interpretación de la ley islámica es equivocada, fundamentalista. Se instrumenta la religión para el control de la población, de modo de seguir con la explotación y la opresión, lo que no es novedad en el mundo. Vale recordar que el grupo también declaró que no interferirá con la propiedad privada.
La Rawa no tiene dudas de que no están frente a un nuevo Talibán y está entre las organizaciones que luchan por su caída y por un Afganistán laico.
La lucha de las mujeres afganas
“¡Abajo el Talibán!”. Fue, por lo tanto, lo que graficaron las mujeres en los muros de las ciudades en Afganistán luego de que el grupo fundamentalista tomara el poder. Y salieron en protesta a las calles también días después. Su resistencia es heroica e histórica. Cuando el Talibán asumió el gobierno en 1996 e impuso la burka, ellas pasaron a usar la vestimenta. No tenían otra opción. Pero adoptaron, como pasaron a afirmar, la “burka contra la burka”. Las utilizaban para contrabandear informaciones y documentos que revelasen quién era el Talibán y ampliasen la conciencia de otras mujeres afganas.
El movimiento feminista en Afganistán tiene una tradición de lucha y garantiza que está preservando su seguridad –actúa, obviamente, bajo la clandestinidad–, pero no va a silenciarse. La Rawa, la más antigua organización en el país, dice que esta vez el conjunto de las mujeres puede ampliar su resistencia. Avanzó en su conciencia en medio de la barbarie imperialista y fundamentalista. Y se prepara para movilizar al pueblo afgano, que mayoritariamente no se ve representado por el Talibán, en esta nueva etapa de lucha, ahora sin los ocupantes.
A diferencia, por lo tanto, de lo que creían incluso feministas liberales –cuya centralidad es la opresión machista, ignorando que ésta es instrumento del capitalismo e imperialismo–, las mujeres afganas no precisan ser salvadas o civilizadas para su propio bien. Cualquier organización que esté dispuesta a movilizarse en solidaridad tiene que oír primero lo que están diciendo, levantar la denuncia contra la estructura social de clases y el imperialismo. El discurso contrario sirve a las ocupaciones, a la colonización, que dejan un rastro de devastación, miseria, mucho dolor y sufrimiento.
Las bravas mujeres afganas precisan de apoyo incondicional en sus luchas. Frente a la propaganda imperialista, el mundo hizo oídos sordos para lo que las feministas locales gritaban, y banalizó la ocupación. Que sea diferente ahora. Ellas precisan que se recupere la igualdad como se proclama en la Constitución afgana de 1964 a 1973, lo que implica la liberación de todos sus opresores y explotadores. Y, así, tener sus derechos respetados, escoger cómo quieren portarse o vestirse. Si con velo o sin él, y lo mismo con la burka.
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