Los pros y contras de la película más interseccional del cine argentino.
Sin lugar a dudas la industria cinematográfica argentina es una de las más prolíficas de América Latina. Sin embargo, el recurso del grupete varonil no parece desgastarse. Del talante son las emblemáticas Okupas, Nueve Reinas, Plata Quemada, Pizza, birra y faso y Los simuladores. En éstas el pacto patriarcal no se rompe: los guiones femeninos son mínimos y subsecuentes a los guiones de los varones. Es decir, siempre son una respuesta a una sentencia afirmativa en la trama del grupo varonil que a su vez se desvive por demostrar su virilidad; no hay diálogos entre mujeres; las mujeres jóvenes de la trama tienen obligatoriamente un vínculo sexual con los protagonistas; las mujeres mayores son madres, etc.
El ocaso del pacto patriarcal del cine argentino parece llegar (¡Por fin!) con la producción protagonizada por la misionera Janina Ávila y la porteña Cecilia Roth. El diálogo entre ambas mujeres entraña conflictos de raza, clase y territorio: Yanina representa a una provinciana que trabaja cama adentro en la casa de una porteña de estrato medio/alto, un perfil reiterativo de Cecilia Roth.
Evitando spoilers, aunque la película enuncia la trama principal en los primeros momentos, su riqueza se basa en los recursos sociales: la sororidad como un valor comunitario aporta veracidad a la resolución de las violencias patriarcales. Además, la gestión social de la maternidad, como problemática y como decisión, se escenifica concomitante a la condición de clase, como también lo es la diferencia cuantitativa y cualitativa entre el trabajo doméstico pago y el no pago. La producción performatiza la jerarquía al interior de las mal llamadas “economías familiares”, como una relación verticalizada de mujer a mujer: una relación entre la jefa de hogar y la empleada, entre comillas, doméstica (!). Sobre la domesticidad, la reificación y los roles del hogar, la película extiende enormes recursos que darán a ustedes mucho de qué hablar.
Por lo demás, deja sabor a poco el desarrollo salvífico que atenúa la responsabilidad política, económica y social del personaje protagonizado por Roth. O sea, romper el pacto patriarcal no es romper con el legado iluminista de la moralina sarmientina. Para soslayar un tanto el desenlace aristocrático y democrático -que deja un tufillo a feminismo blanco- hay que anotar que la película está basada en el poema La infanticida Marie Farrat de Bertolt Brecht. No dejen de apreciarlo después de ver la peli.
Finalmente, la ley 24377 de 1994 que regula el cine nacional argentino y por ende los contenidos patriarcales, ha habilitado durante años a los abogados de la industria un sin fin de abusos laborales e ideológicos por motivos de géneros. Crímenes de familia propone un punto y aparte en la historia patriarcal y blanqueadora del cine argentino.
Posdata: si ya vieron la nota de editorial Sudestada sobre la remuneración de Yanina, no se pierdan la entrevista realizada en Página12 “Yanina Ávila, de empleada de limpieza en 25 de mayo a estrella de Netflix”. Resta a la victimización y suma al autocuidado.
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