Desde que comenzó la crisis sanitaria en España y en el mundo, ha quedado en evidencia una realidad que el movimiento feminista ha venido denunciando desde hace un siglo: la doble opresión de las mujeres.
Hasta la fecha, diversos organismos nacionales e internacionales, universidades y ONGs, han desarrollado investigaciones que demuestran estos hechos y que nos permiten identificar las dos variables del problema. La primera se relaciona con el tipo de trabajo y la precariedad laboral de las mujeres en el espacio público. Y la segunda variable, con el trabajo doméstico y de cuidados como extensión social y cultural de la identidad femenina.
Sin duda alguna, y más que ser la causa del problema, la propagación mundial del virus Covid-19, ha dejado en evidencia que el rol social y sexual asignado histórica y culturalmente a las mujeres dentro de la producción económica capitalista, tiene – y ha tenido- un impacto internacional tan grande y tan profundo como la pandemia. Con esto, queremos decir que la doble opresión de las mujeres que hemos visto en este contexto, es el resultado histórico del patriarcado que atraviesa las relaciones sociales de producción y somete la capacidad reproductiva de las mujeres, para el control de la vida y de la muerte de los individuos.
A razón de ello, podemos ver que la de las exigencias sociales y culturales en materia de cuidados que recaen sobre el cuerpo de las mujeres, han incidido directamente en realidad laboral actual. Hoy representamos el 46,52% de la fuerza de trabajo del país[1], pero continuamos ocupando puestos de trabajo feminizados en los que predominan aquellos relacionados con los cuidados[2]. Además, en nuestra realidad laboral predominan las jornadas parciales y mayor precariedad[3]. Junto con ello, cabe señalar que somos las primeras en dejar nuestro trabajo en caso de necesidad familiar, mientras que un 46,5% de las mujeres en edad laboral no tiene empleo ni lo busca, fundamentalmente por su mayor concentración en el empleo doméstico no remunerado[4]. Lo interesante es que pese a los avances culturales del feminismo a nivel global, el 90% de las personas que no trabajan para dedicarse a las labores domésticas, son mujeres[5].
De esta manera, y pese a la flexibilización de los discursos sobre el género y la sexualidad femenina, los Estados continúan perpetuando el modelo ideológico y sexual que acompaña el modelo de producción económica capitalista. Así, cuando la reproducción y el cuidado de la vida aparecen como un aspecto fundante de la identidad femenina, se pierden los derechos que protegen nuestra condición de ciudadanas y trabajadoras.
Además de ello, mientras los Estados defienden la vida con políticas de confinamiento masivo; las mujeres se han vuelto aún más vulnerables[6]. Las cifras indican que nuestra realidad laboral nos ha vuelto más propensas a contraer la enfermedad[7], pero también a perder el empleo[8]. Por otra parte, la vuelta masiva de hombres y mujeres al espacio privado/doméstico ha contribuido en que nosotras asumamos el trabajo y el cuidado de les hijes y personas dependientes en desmedro de nuestras propias responsabilidades profesionales[9]. Todo esto, nos ha llevado soportar la mayor parte del estrés del confinamiento y a ser las principales víctimas de la violencia de género[10].
Lo cierto es que la contradicción queda a la vista. Mientras que la protección y cuidado de la vida es relevante para el Estado y la economía en tiempos de pandemia, la cultura patriarcal perpetúa nuestro rol social y sexual en la esfera doméstica como si fuese parte de nuestra identidad femenina y nos vuelve funcionales al proyecto político, sin garantizar nuestros derechos como ciudadanas y trabajadoras.
Todo esto nos lleva a concluir que la lucha feminista debe, necesariamente, apuntar hacia la transformación de los fundamentos ideológicos del patriarcado neoliberal para garantizar los derechos laborales, sexuales y reproductivos de las mujeres. Consideramos que en la medida que nuestra condición de ciudadanas y trabajadoras, siga estando atravesada por los discursos hegemónicos sobre la naturaleza reproductiva de la hembra que sustentan nuestro rol social y sexual al interior de las relaciones sociales –y sexuales- de producción, seguirá prevaleciendo la doble opresión de las mujeres. En este sentido, consideramos que las transformaciones deben ser guiadas por políticas públicas que garanticen nuestros derechos, pero también debemos apuntar a construir un nuevo significado cultural sobre la maternidad, la reproducción y los cuidados que provengan desde nuestras experiencias y no desde el patriarcado y la economía capitalista.
Así pues, pese a que el Covid-19 nos ha vuelto más vulnerables, también nos demuestra que nuestra lucha está más viva que nunca y que no va a parar hasta que CAIGA EL PATRIARCADO.
[6] https://www.pactomundial.org/2020/04/covid-19-e-igualdad-de-genero-una-llamada-a-la-accion-para-el-sector-empresarial/
[9] https://www.lavanguardia.com/vida/20200504/48962995216/mujeres-teletrabajo-estres-confinamiento-estudio-coronavirus.html
[10] https://www.publico.es/sociedad/violencia-genero-coronavirus-instituto-mujer-alerta-elevado-impacto-crisis-covid-19-mujeres.html
Javiera Poblete Vargas es profesora, historiadora y feminista.
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