Bolivia es un Estado postcolonial: en su significado más simple, los pueblos que conformaban el territorio de lo que hoy conocemos como Bolivia han sido víctimas del genocidio y la esclavitud provocada por el proceso de colonización europea. Sumando complejidad a la definición, el Estado Plurinacional boliviano ha asimilado ese proceso de colonización no tan solo como un suceso que le pertenece a un mero pasado histórico, sino también como algo que marca nuestro presente.
Aníbal Quijano plantea el término de la “colonialidad del poder”, aludiendo a un mecanismo de dominación del imaginario colectivo, producto de las estructuras coloniales del poder eurocéntrico. Hoy, estas estructuras afectan nuestras maneras de entender los constructos de etnia, ‘raza’, y moldean nuestros estándares del “desarrollo” desde la perspectiva eurocéntrica.
En esta conceptualización el académico peruano teoriza la latente realidad de los territorios que fueron colonizados (hoy mayoritariamente Estados-Naciones), partiendo desde el hecho de que la división de las sociedades postcoloniales se ha llevado a cabo bajo preceptos “raciales”. Así mismo, el indígena u originario constituye la otredad del europeo o del criollo, creando así estructuras legítimas de diferencias en acceso a recursos y divisiones sociales a partir de la dominación de las clases élites criollas que, por medio de las luchas libertarias y la constitución de repúblicas, han permanecido intactas por mucho tiempo.
El llamado “proceso de cambio” que se instauró como el proyecto del MAS (Movimiento al Socialismo, liderado por el ya expresidente Evo Morales) en Bolivia, fue el resultado de la articulación entre movimientos sociales e intelectuales de izquierda, además de muchas décadas de hartazgo social ante las políticas neoliberales. Dichos movimientos sociales fueron conformados por personas que se encontraban en lo más bajo de la pirámide social: campesinas, indígenas, mineras, de bajos recursos o personas habitando los espacios de la periferia. El MAS unió a aquellas personas que se encontraban lo más lejos del digno acceso a recursos, derechos humanos básicos y acceso al ejercicio de la política partidista tradicional. Igualmente, este movimiento se articuló a partir de la posibilidad instaurada en la reforma constitucional del 94’ con la descentralización de la participación ciudadana. Por lo tanto, el MAS aparentaba ser el partido que unía a todos y todas las de abajo.
A mi parecer, siempre hubo distintos bandos que tenían ideales opuestos dentro del MAS; me atrevo a ser generalista y distinguir a los dos grupos más grandes: por un lado, las personas que creyeron en el potencial decolonial, inclusivo y progresista del partido; por el otro, los que cooptaron los mecanismos de poder de un sistema trotskista fusionado con lógicas del crecimiento desmesurado del capital. En ese sentido nos encontramos con dos visiones muy distintas dentro de la izquierda. Ejemplos para ese doble discurso que se comenzó a instaurar han sido, por nombrar algunos; el proyecto de la construcción de la carretera atravesando el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Securé (TIPNIS), con la respectiva represión violenta de los y las indígenas manifestantes el 25 de septiembre de 2011, el escándalo de corrupción con el Fondo Indígena, la represión a manifestantes discapacitadas en 2016, el proyecto de la construcción de la hidroeléctrica en Rositas, entre otros.
Así, a pesar de que se constituyó un discurso en el que se hacían presentes aspectos decoloniales, despatriarcalizadores, indigenistas e inclusivos; las acciones, la administración y las inversiones fueron mayoritariamente opuestas al mismo. Al respecto de esto, María Galindo comienza su libro A despatriarcar con la siguiente introducción:
“Escribo este libro por el desperdicio, la confusión y la desfiguración que se está haciendo desde los y las burócratas del gobierno de Evo Morales, desde los organismos internacionales y desde las oenegés, del término de la despatriarcalización”.
Sin embargo, es un error condenar al MAS y no aceptar que tuvo un gigante potencial inclusivo, revolucionario y progresista; gracias a medidas como las OTBs (Organización Territorial de Barrio), la participación política alcanzó dimensiones que antes no se había logrado: los curules de la asamblea constituyente recibieron por primera vez a casi un cincuenta porciento de mujeres, las polleras y los sombreros se paseaban por las instalaciones del viceministerio, las lenguas indígenas se hicieron presentes como un símbolo de recuperación histórica y nació un optimismo fundamentado en la idea que Bolivia sería representada políticamente por su diversidad. Respectivamente, nace el Estado Plurinacional de Bolivia, con una constitución política de Estado progresista. Podemos tomar solo como pequeños ejemplos las nuevas leyes de participación popular y de justicia comunitaria, o la que le concede derechos a la Madre Tierra.
¿Pero, dónde se quedó el potencial inclusivo y progresista? El discurso del MAS se quedó chiquito ante la necesidad de construir un debate plural, y dejar atrás las lógicas caudillistas de la centralización del poder. Hoy más que nada, se necesita tejer un debate donde se discuta la necesidad histórica de reconstruir y reconstituir las interrelaciones entre las clases empobrecidas y las élites, de entender el proceso de mestizaje en toda su complejidad, de pensar en femenino (como casi nunca se hizo en la historia de la política partidaria boliviana), de incluir visiones diversas, feministas, maricas, transgénero y también de considerar a la Madre Tierra. Porque ¿cómo pretendemos hablar de desigualdades sociales si no entendemos que la desigualdad no es una cuestión únicamente étnica y económica?
Mientras, me pregunto también si es que antes de únicamente cuestionar al MAS no tendríamos que cuestionar nuestras lógicas de entender el desarrollo, en su sentido del crecimiento económico. Bolivia se encuentra en un sistema global de desigualdades ya instauradas, con el destino de la constante e infinita búsqueda de “desarrollo”, entendido en su sentido eurocéntrico de acumulación de capital y de un supuesto “progreso”. Sin embargo, ¿qué pasaría si nos replanteamos las reglas del juego de poder global, y construimos nuevas alternativas al desarrollo?
A mi parecer, el ecofeminismo es una buena respuesta ante los paradigmas del “progreso” y del “desarrollo”, ¿no tenemos acaso el potencial de abastecer para todos los seres de una manera sustentable y sin recurrir a las violencias sistemáticas? El ecofeminismo es una rama de la teoría y práctica feminista con una visión holística de lo femenino en el mundo material que conocemos y en el que habitamos, su punto de partida es la teorización del patriarcado como sistema de explotación a lo femenino o lo feminizado. El patriarcado opera con el fin de conseguir y mantener el control y el poder, además de acumular bienes y capital para las personas en lo más alto de la pirámide social —que son hombres cisgénero poderosos, occidentales, heterosexuales, con cuerpos hábiles. En esta rama de epistemología feminista se conecta a la naturaleza con la mujer, ya que existen paralelos entre la explotación o violencia contra los cuerpos feminizados y la explotación a la naturaleza, la cual se origina en la industria capitalista moderna con dinámicas extractivistas, ecocidas y genocidas.
Tomando el ecofeminismo como punto de partida, se puede entender que la explotación del trabajo no remunerado de las mujeres alrededor del mundo se conecta con la explotación de recursos naturales — y así se puede encontrar otros ejemplos. Ambas explotaciones sostienen un sistema de producción dependiente en que las mujeres (como seres dóciles que son socializados únicamente para la reproducción, la domesticidad y los cuidados), así como la naturaleza (con la facultad de proveer para la subsistencia de todas las especies), sigan en el rol en el que se encuentran actualmente. El ecofeminismo lucha por la justica climática y social, lucha por destituir al patriarcado como sistema de destrucción, de explotación y de muerte de los, pero, sobre todo de las más vulnerables. El ecofeminismo es radical porque entiende que el origen de todas las explotaciones es el patriarcado, es antiespecista porque no considera que el ser humano sea una especie superior o una especie que pueda disponer de la muerte y la explotación de otras especies, es ambientalista porque vela por el sustento del ecosistema entero (incluyendo humanos) de una manera armónica y sostenible. El ecofeminismo también es decolonial puesto que entiende las dinámicas globales de explotación como originadas en desigualdades históricas y sistémicas que aún hoy día sufren los territorios que fueron colonizados, aniquilados, explotados, esclavizados y despojados.
Si consideramos las luchas ambientalistas actuales, y los números que nos dan los y las científicas, podemos sacar la conclusión básica de que si no comenzamos a reestructurar nuestras sociedades y naciones tomando en cuenta la crisis ambiental que se nos aproxima, solamente estamos provocando que todo avance más rápido. Pertinentemente, con lo que se viene pasando en Bolívia en los últimos meses, me atrevo a decir que estamos ante el potencial de repensar todo el sistema político-democrático en Bolivia ya que estamos en un momento de rompimiento histórico. Es el momento ideal para que las personas con concepciones alternativas de la izquierda (la Nueva Izquierda), las feministas, las disidentes sexuales, las activistas ambientalistas y las personas cansadas de las mismas dinámicas de poder nos conectemos y luchemos por reestructurarlo TODO.
¡Atrevámonos a construir una nueva nación a partir de las lógicas ecofeministas! ¡Replanteemos la lucha democrática, y condenemos a los y las que perpetúen las mismas lógicas patriarcales y extractivistas! En Bolivia no queremos que el machismo indígena de Evo Morales vuelva, con el discurso de una Pachamama que proveerá eternamente, aunque arrasemos con ella como en los incendios que calcinaron al bosque de la Chiquitania debido a la expansión de la frontera agrícola y el pacto del MAS con los agro-empresarios y el proyecto del “Biodiésel”, no queremos que se siga cooptando los discursos feministas cuando en realidad somos el país latinoamericano con más feminicidios, no queremos que se sigan otorgando recursos naturales a naciones y proyectos extractivistas. Así como tampoco queremos que vuelva la derecha fundamentalista, oligárquica, colonial y capitalista; caracterizada por ser anti-derechos y anti-feminista. En ese sentido es muy necesario admitir que esa derecha fundamentalista se ha abierto paso en la oposición, especialmente luego de que líderes como Luis Fernando Camacho hayan ganado tantos y tantas adeptas, haciendo creer que sus discursos religiosos nos representan a todas las bolivianas.
Hago un llamado a todas aquellas compañeras bolivianas y de todas las nacionalidades que quieran reinventar la democracia, y escribir utopías que nos puedan servir de modelos de cambio a contribuir en este espacio. Convoco al debate, y le abro paso al cuestionamiento, dando la incómoda y antipopular opinión de que la vieja izquierda que representa Evo Morales no abastece para contener todos los sueños feministas decoloniales.
.FUENTE: https://www.revistaamazonas.com/2020/02/19/bolivia-construir-utopias-eco-feministas-en-medio-del-caos/?fbclid=IwAR14gcX7kmYunujt958C1-SvY8reJDBh8tyrOEHsd2rTUJNfhPtnPXEIG0I
Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com
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