Feminicidio & Genocidio
Ana Cristina Ramos
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Hace 25 años Ruanda vivió un genocidio que acabó con la vida de un millón de personas; cuando se fue el asedio, permaneció la violencia y las mujeres que fueron botín de guerra siguieron siendo víctimas. Con su nueva obra de teatro, Koulsy Lamko, un artista ruandés y exiliado político en México lanza la pregunta: ¿Es el feminicidio otra forma de genocidio? |
Lo que se escuchan son cantos tribales africanos que se mezclan con los ritmos del rap; historias de diversos feminicidios se introducen en la canción. Al público le llegan voces melancólicas; asustadas y fuertes de cinco mujeres que recrean en el escenario, con palabras, casos emblemáticos de mujeres asesinadas en distintas partes del mundo.
El performance se llama Oratorio de los Tepozanes. Su creador es Koulsy Lamko, refugiado político que vivió el genocidio de por lo menos 1 millón de personas de la etnia Tutsi en Ruanda. Llegó a México hace 16 años y encontró un hogar en Iztapalapa. Asegura que si no tiene nada que hacer fuera de casa, no sale por temas de seguridad en el barrio. “Cuando se encuentra lo político con lo social, son problemas de predilección y en este momento, el feminicidio es un problema que hay que tocar”, explicó Koulsy como su motivación detrás de esta obra teatral.
Alba Rosas, pianista y cantante del esamble, cuenta que durante el proceso de montaje de la obra, Koulsy compartió con las actrices un pensamiento que le parecía políticamente incorrecto: “A mí me parece que lo que está pasando con las mujeres es un genocidio en todas partes; aquí en México son nueve al día; y dice que cuando él era chico en su tribu, cuando iban guerrilleros, su papá se iba a esconder a las cuevas y a él le ponían ropa de su hermana porque en ese entonces no tocaban a las niñas”.
Explica que lastimar a las mujeres y lastimar a las niñas es una práctica que se utiliza como arma en las guerras, y que se ha propagado en todas partes. El título de la obra nació por dos razones: la primera porque no se podía hacer una ópera en el tiempo estipulado, pues Koulsy quería hacer un espectáculo mucho más grande del que presentó y en segunda porque los tepozanes son plantas prehispánicas que curan, “es decir cómo podemos con la palabra llevar a un tipo de resilencia y que el grito se transforma en un espacio de buscar resolución y no un espacio de desesperación”.
Las cinco jóvenes que aprendieron a cantar canciones relacionadas con la muerte en lenguas originarias de Senegal, Mali, Burkina, Ruanda, una de ella es un canto funerario Mandinga; ellas se sienten afortunadas de poder ser las representantes de esta obra: “Significa que todavía estamos vivas, cuando estamos en la edad en la que ya algo nos debió de haber pasado”.
La violencia que se representa en la obra no es ajena a Violeta. Para la obra investigó el caso de una vecina. Narra la cruenta historia de una mujer que descubrió a su esposo molestando sexualmente a sus hijas y cómo al confrontarlo la mando al hospital y se llevó a sus hijas a Veracruz donde las asesinó y después, se suicidó. Para Koulsy, la violencia se ha fomentado porque “hay leyes que se han generado para mantenernos en este tríptico: individualismo, cinismo, nihilismo” el cual es más perceptible en las ciudades.
Cuenta que hace años se entrometió en la vida privada de su vecino para evitar que siguiera golpeando a su esposa, posiblemente matara, acto que ambos vecinos en algún momento agradecieron.
Aunque le provoca sentimientos encontrados, para Violeta las reflexiones más valiosas de la obra está en los últimos versos: “Creer en el ser humano; porque a pesar de toda la violencia siempre te quedas con la espinita de creer en las personas, creer que la gente va a cambiar, creer que la violencia a final de cuentas es ignorancia”.
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