Por Julio Ortega Fraile
No debe haber armas en manos de cazadores, como no debe haber toros al alcance de toreros ni jueces que suelten a La Manada.
Por Julio Ortega Fraile
Hay miembros de las fuerzas de seguridad del Estado que pasan toda su vida profesional con un arma reglamentaria y se jubilan sin haber disparado jamás a nadie, la mayoría, porque no la quieren para matar. Todo lo contrario que un cazador.
Quien solicita una licencia de armas tipo D o E para la caza la desea para usarla con seres vivos, y tal inclinación debería ser un motivo legal y médico para negársela, no sólo porque matar animales por placer constituye un crimen ético y debería serlo asímismo desde la consideración legal, sino también porque la memoria y los informes elaborados por psiquiatras y policía corroboran lo habitual de episodios de violencia con animales (y dispararles o rematarlos a cuchillo lo es) en los antecedentes de sujetos que después han matado a personas.
Desde casos sonados como el de Puerto Hurraco, la matanza en Olot o el asesinato de los agentes rurales en Lleida que tienen detrás a cazadores a los que se les renovaron las licencias de armas, hasta otros todavía abiertos, como la pareja asesinada en el Pantano de Susqueda, donde los Mossos d’Esquadra ya tienen claro que el autor fue el mismo cazador que años atrás mató a su mujer con una escopeta para jabalíes, y pasando por episodios sangrientos de violencia de género, disputas familiares, por lindes de terreno y otras razones válidas para asesinar según el criterio de hombres con licencia de armas para la caza en vigor, que se resolvieron con un tiro de su rifle a bocajarro.
Quien posee estabilidad emocional y su concepto de empatía va más allá de la puerta de su vivienda, no quiere armarse para matar porque la vida le parece algo digno de respeto y que encontrar diversión en arrebatarlas una aberración. Esto no se cumple en el caso de la caza, y por eso a los treinta millones de cadáveres de piezas cinegéticas abatidas de forma «legal» cada año en España, hay que sumarle las cazadas con métodos o en lugares o momentos prohibidos, los de especies no permitidas, las de muchos de sus perros, las de gatos sin dueño, las de compañeros de afición o paseantes que disfrutaban de un día de monte en «accidentes», las de los humanos asesinados que decía antes… En fin, que treinta millones y bastante más de muertos.
Y sí, el ser humano también es un animal. Tal vez por eso algunos no distingan cuando disparan.
Para tener más información sobre la página y nosotrxs, nos puedes escribir al mail: ecofeminismo.bolivia@gmail.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario