Por Agnese Marra, Ctxt
Después del asesinato de la concejal y activista, el movimiento feminista negro brasileño ha sido el más tocado, pero también el que está demostrando mayor coraje. “Hemos perdido mucho, incluso, el miedo”, dicen.
Silencio. Sollozos. Y un inmenso vacío ha dejado entre ellas la muerte de Marielle Franco. El movimiento negro feminista brasileño perdió el pasado 14 de marzo un brazo o una pierna. Uno de esos miembros que, cuando falta, parece que el pilar se desmonta. Pero no, ellas mismas reconocen estar en “rehabilitación”.
Eso dicen las que se atreven a hablar. Un mes después de la muerte de su compañera, bien sea por miedo o como consecuencia de una “tristeza inabarcable” –nos dice Juliana Borges, una de las principales voces de Sao Paulo– quienes compartieron su lucha prefieren no hacer declaraciones. “Su muerte ha sido uno de los golpes más duros que hemos recibido. Somos muy pocas en la política institucional y ella representaba todo y a todos”, nos dice la periodista de Brasil de Fato y activista negra, Juliana Gonçalves.
Son muy pocas en todos los espacios. Si atendemos a las estadísticas, vemos que el 55% de las mujeres brasileñas son negras. Si echamos un vistazo a las instituciones, cargos públicos o de dirección, el porcentaje no supera la unidad. Marielle, abrazada a sus banderas era única en la Asamblea Legislativa del Estado de Rio de Janeiro (ALERJ). Thula Pires también es la única profesora negra de Derecho Constitucional de la Universidad Católica de Rio de Janeiro. Como la socióloga y profesora Alessandra Almeida lleva siendo la única negra del instituto privado en el que estudió becada, o la única examinadora en la banca de tesis doctoral de la Universidad de Sao Paulo, o la única en el restaurante caro, en el teatro, en la exposición…
El movimiento negro feminista de Brasil es un ejército de únicas.
Esta legión de guerreras está acostumbrada a saltar obstáculos como si fueran Usain Bolt en la carrera de vallas. Hasta el pasado 14 de marzo Marielle Franco había negado todas las estadísticas que sellan el destino de estas mujeres. Fue madre adolescente, sí. Pero también universitaria. Nació en la favela, sí. Pero pudo hacerse un máster en Administración Pública. Era negra, sí. Pero consiguió un puesto en la Asamblea Legislativa de Rio de Janeiro: mujer, madre, negra, lesbiana, favelada y la quinta concejala más votada de la Ciudad Maravillosa. Más de una medalla colgaba de su cuello.
Pero a las 21.07 de la noche de aquel 14 de marzo el cuerpo de Marielle Franco pasó del calor del podio al frío de los números. A esas cifras heladas que recuerdan que la mayoría no llega. Esos porcentajes que dicen que una mujer negra tiene el doble de posibilidades de ser asesinada que una blanca. Que mientras en el último año asesinaron a un 7,4% menos de blancas, ejecutaron a un 22% más de negras. Que la ocupación que les espera es el trabajo informal, relacionado con servicio doméstico, lejos de sus casas.
Los trece disparos que atravesaron el coche en el que iba la concejala y activista, penetraron en el cuerpo de sus compañeras. Todas están convalecientes: “Ella era fundamental en nuestra lucha porque además de representar a todas las minorías, había conseguido ir más allá del activismo y darles voz en un plano institucional. Por eso la mataron”, nos dice Gonçalves.
“Yo puedo ser la próxima”
La muerte de Marielle Franco también ha dejado un escalofrío en la espalda. Un rumor que dice “la próxima puedo ser yo”, sigue la periodista de Brasil de Fato. El miedo ha entrado de lleno en el movimiento negro de mujeres, y entre los activistas de derechos humanos de Rio de Janeiro. Defensores que antes estaban dispuestos a hablar, hoy piden anonimato. Algunos han cambiado de casa, sus rutinas, sus horarios. Si mataron a una concejala qué les puede pasar a ellos, se preguntan líderes comunitarios de favelas que han pasado su vida denunciando la violencia que sufre su gente. Activistas que suelen estar desamparados salvo por el brazo de alguna ONG que les sustenta, y que hoy menos que nunca les garantiza seguir con vida.
El miedo también ha calado entre la propia Policía Militar. Esta fue la primera institución a la que se miró cuando se supo del atentado porque Franco había sido muy crítica con la violencia del Estado. Pero las pistas de las investigaciones lo han descartado, y las pocas pruebas que hay apuntan a las milicias, grupos paramiilatres que han vuelto a hacerse con parte del control de las favelas, formados por ex agentes del Estado, con fuertes vínculos con los diputados de la Asamblea Legislativa de Rio de Janeiro.
Pero lo que más repiten tanto el movimiento negro como los activistas cariocas en este momento es la palabra “precaución”. Son conscientes de que la llama puede volver a encenderse en cualquier momento dentro de una ciudad sitiada por una crisis económica y de violencia que no se veía desde los años noventa: “No podemos hacer acusaciones apresuradas porque se trata de un crimen muy serio que afecta a la esfera institucional y social de Rio de Janeiro. El asesinato de Marielle también es contra nuestra democracia”, nos dice Alice De Marchi, investigadora de la ONG Justicia Global.
Mujer y negra en Brasil
El movimiento feminista negro brasileño ha sido el más tocado, pero también el que más se manifiesta. Cuando se cumplieron dos semanas del asesinato, activistas de Sao Paulo cortaron diversas autopistas de la ciudad con neumáticos y colgaron sobre los puentes una misma pancarta con un claro mensaje: “Hemos perdido mucho. Incluso el miedo”.
Juliana Gonçalves, que pertenece a la Marcha de las Mujeres Negras de Sao Paulo, dice que el temor de poder ser la próxima no las invalida: “No podemos permitirnos dar ni un paso atrás, el mejor homenaje a Marielle es mantener nuestra lucha y seguir con la fuerza con la que venimos trabajando”, nos dice mientras distrae a su hijo de tres años que se empeña en saltar en el sofá.
Ser mujer y negra en Brasil significa estar en las peores estadísticas: “Estamos tocadas por la raza y el género, es decir, pertenecemos al último escalón de la sociedad”, nos explica Alessandra Almeida, también de la Marcha de Mujeres Negras de Sao Paulo y profesora de Ciencias Políticas. Son las que sufren mayor desempleo, o las que acceden a los puestos de trabajo con menor remuneración –el servicio doméstico está formado por un 80% de mujeres negras. También son las que tienen menos acceso a la salud, dependen de la sanidad pública que en la mayoría de los casos es sinónimo de escasez de recursos.
Pero para Alessandra Almeida lo más evidente de ser negra y mujer en Brasil es el abanico de violencias cotidianas que sufren a diario: “Ayer mismo esperaba un taxi en la Alameda Santos –calle de uno de los barrios nobles de Sao Paulo– y me paró un coche para preguntar cuánto costaba una hora conmigo”, nos dice la profesora Almeida, y a continuación nos da la explicación: “Una negra si está en un barrio rico tiene que ser porque es puta, así aparecemos en el imaginario del país”. Esta politóloga no recuerda el número de veces que le han dicho que recogiera alguna basura del suelo confundiéndola con alguien de servicio que debía mantener limpia la zona. O las veces que iba a trabajar en otras universidades y, si no la conocían previamente, la catalogaban como “la ayudante” o “la secretaria”. Y una cosa más que le irrita profundamente: “Cada vez que me llaman menina –niña. Tengo 43 años y me siguen llamando así porque es la manera de infantilizarnos y quitarnos el lugar de mujeres”.
Ser madre negra en Brasil es “vivir con miedo constante”, nos dice Juliana Gonçalves. Un joven negro de entre 15 y 29 años tiene un 80% de posibilidades más que un blanco de ser abordado por la policía. El 75% de los jóvenes asesinados por fuerzas del Estado son negros, tal y como recoge el informe del Atlas de la Violencia de 2017.
Para evitar que entren en las estadísticas, las madres no paran de darles consejos: “Les decimos que siempre salgan bien vestidos y con identificación por si les paran. Les pedimos que no corran por la calle para que no les confundan con criminales. Les decimos que no se pongan la capucha de la sudadera para que les puedan ver bien la cara. No hay consejos suficientes para tranquilizar nuestro miedo, pero tenemos que darlos y confiar en que tengan suerte”, nos dice la periodista y activista Gonçalves, que por ahora se centra en reforzar la belleza de su hijo: “Le digo constantemente que ser negro es bonito, que él es muy guapo y que su color de piel es precioso. Tengo que darle autoestima y fuerza para lo que se le viene encima”.
Autoestima y fuerza son los sustantivos que usa Almeida para recordar a Marielle: “Siempre llevaba su pelo afro, sus turbantes. Iba guapísima, maquillada, arreglada. Y eso también era político porque mostraba a una mujer negra que se aceptaba, que se reconocía en su cuerpo femenino y reivindicativo. Todo un ejemplo para las chicas más jóvenes que hoy se enorgullecen de la imagen black”, nos dice esta politóloga que asegura que fue a partir de los 35 años cuando empezó a sentirse segura con su cuerpo negro: “Entonces entendí que mi cuerpo también era político”.
Tanto Alessandra Almeida como Juliana Gonçalves dicen que entraron en el movimiento negro para recuperar su autoestima, reconocerse en las otras. Para dejar de sentirse únicas. “Hay diversos grupos por todo el país y funcionamos en redes. Nos damos apoyo las unas a las otras y eso nos ha fortalecido”, nos explica la primera. El año pasado la mismísima Angela Davis reconoció su trabajo: “En estos momentos el movimiento negro feminista en Brasil es mucho más fuerte que en Estados Unidos”, dijo tras una conferencia que dio en la Universidad Federal de Salvador de Bahía.
Alessandra y Juliana recuerdan esa frase con orgullo y aseguran que la muerte de Marielle, después de ser un luto, será un motivo nuevo para batallar y conquistar nuevos espacios: “Su asesinato nos ha hecho pensar que debemos reformular estrategias y aprender a protegernos mejor para no ser tan vulnerables”, dice Gonçalves, quien advierte: “Superaremos este golpe, por ella y por las miles de Marielles que están por venir”.
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