viernes, 1 de septiembre de 2017

[Una mirada respetuosa sobre la prostitución] Carta abierta a Rosa Cecilia Lemus




Por Carlo Frabetti
Querida camarada:
Me permito llamarte así porque yo también me considero marxista (dentro de lo que cabe) y porque estoy de acuerdo con muchas de las cosas que dices en tu artículo Una mirada marxista sobre la prostitución. Estoy de acuerdo en muchas cosas, pero no en algunas de las fundamentales, que para nosotras (las marxistas como tú y yo) son las que invitan a llevar a cabo acciones concretas. Pero antes de entrar en materia, tal vez convenga que te aclare por qué me interesa especialmente este delicado asunto y, sobre todo, por qué me atrevo a hablar de él.
Por razones que no vienen a cuento (sí que vienen a cuento, pero exponerlas me obligaría a extenderme demasiado), a mediados de los setenta mi casa de Barcelona, próxima al “barrio chino”, se convirtió en la sede del primer sindicato (clandestino, obviamente) de trabajadoras del sexo. Por la misma época, también solían reunirse en mi casa las integrantes de un colectivo de feministas radicales, y ambos grupos entraron en contacto, iniciando un diálogo y unas líneas de colaboración que todavía perduran, y uno de cuyos exponentes más destacados -y meritorios- es el colectivo Hetaira, con el que estuve en contacto mientras residía en Madrid, donde está su sede. A lo largo de cuatro décadas, he pasado muchas horas conversando con trabajadoras del sexo de varios países (aunque nunca como cliente) y he tenido el privilegio de haber sido invitado a algunas de sus reuniones y congresos, lo que me permite hablar con cierto conocimiento de causa. Y por “conocimiento de causa” entiendo haber escuchado en vivo y en directo los argumentos, las reivindicaciones y las discusiones internas de las interesadas, que de ninguna manera podemos ignorar. Y en función de esta larga y poco común experiencia, que ante todo me ha obligado a modificar mi propia visión -a la vez ingenua y paternalista- de la prostitución, me permito sugerirte algunos temas de reflexión. Tu artículo rezuma honestidad y buenas intenciones, así que confío en que, aunque no estemos plenamente de acuerdo, este intercambio de ideas resulte positivo.
Consignas y decisiones
Las/os abolicionistas suelen decir que ninguna mujer nace para ejercer la prostitución, a lo que las trabajadoras del sexo (en adelante TS) contestan: “Ninguna mujer nace para decirle a otra qué hacer con su cuerpo” (las comillas indican que cito textualmente un lema o consigna, en este caso de Hetaira).
Otros lemas de las TS en la misma línea:
Ni víctimas ni esclavas, nosotras decidimos”.
Mi cuerpo, mis decisiones”.
No me liberes, yo me encargo”.
Nadie vive mejor sin derechos, las trabajadoras del sexo tampoco”.
Supongo que con la última frase estarás de acuerdo; pero de tu artículo se desprende que no crees que las TS decidan realmente, y ese es un punto clave (por no decir el punto clave), sobre el que te planteo un par de preguntas:
¿No es una forma solapada de paternalismo decir que una persona adulta y en pleno uso de sus facultades mentales no está en condiciones de decidir?
Por otra parte, ¿quién decide de forma realmente libre? ¿Son plenamente vocacionales todos los barrenderos, albañiles, camareras/os, limpiadoras/es…? Hay TS abocadas a la prostitución contra su voluntad y explotadas vilmente, y a esas hay que “liberarlas”, sí, como a los subsaharianos que trabajan en los campos en régimen de semiesclavitud; pero esas situaciones extremas no son argumentos válidos ni contra el trabajo sexual ni contra la agricultura. He conocido a muchas TS que prefieren su trabajo a otros a los que tendrían acceso fácilmente, y he oído a menudo frases como esta: “Prefiero aguantas a un cliente diez minutos que a un jefe ocho horas”. Tú y yo, querida Rosa, seguramente preferiríamos aguantar a un jefe; pero no podemos imponer nuestras preferencias a las demás.
¿Qué es la prostitución?
¿Por qué nos perturban tanto los servicios sexuales tangibles y aceptamos los intangibles con naturalidad? ¿Acaso las presentadoras sexys que proliferan en todas las televisiones, y que tanto éxito tienen, no son trabajadoras sexuales? ¿Acaso no se ganan la vida exhibiendo sus atributos femeninos y excitando la libido de los espectadores? ¿Habría que multar, siguiendo el modelo sueco, a quienes se masturben mirándolas? ¿Y acaso no vendemos o alquilamos todas/os por dinero cosas que habría que intercambiar amistosamente, como decía Marx? Para no extenderme más sobre este punto, me permito remitirte a mi artículo Todos somos putas (Rebelión, 2004).
Y aunque adoptemos una definición concreta y restringida de prostitución, ¿cómo tipificarla sin invadir la intimidad? Paradójicamente, solo las formas de prostitución más toleradas (como las que se anuncian sin ambages en los medios) son inequívocas. Si una mujer se me acerca por la calle, me susurra algo al oído y nos vamos juntos, ¿quién puede demostrar que se trata de prostitución y no de amor a primera vista? Aunque la ropa y la actitud de la mujer dejen poco espacio a la duda, no hace falta que te diga lo que implica reprimir a la gente por su aspecto.
Por otra parte, los típicos ligues de discoteca que se consuman en los lavabos o en el asiento trasero de un coche (o ciertos “contactos” por internet), ¿no podrían considerarse en muchos casos prostitución de trueque? No se cambia sexo por dinero, pero sí sexo por sexo, sin participación (e incluso con exclusión deliberada) de la afectividad.
El mito del amor
El mito del amor es el mito nuclear de nuestra cultura, y como tal es especialmente resistente a la crítica, incluso al mero análisis objetivo. Y la demonización de la prostitución se debe tanto al puritanismo de la hipócrita moral cristiano-burguesa como al banal “romanticismo” de nuestra sociedad enajenada: la prostitución nos parece execrable porque profana el sagrado templo del amor. Podría escribir un libro sobre este tema, y tal vez lo haga; pero de momento me limitaré a remitirte a otro artículo que encontrarás fácilmente en la red: Contra el amor.
Todas estas sugerencias, que espero aceptes con la misma cordialidad con que las hago, se pueden sustituir con ventaja por una sola: habla directamente con las TS, escucha sus argumentos y reivindicaciones, no caigas en el paternalismo (la lógica patriarcal nos contamina a todas) de pretender saber lo que les conviene a otras mejor que ellas mismas. Seguro que las compañeras de Hetaira estarían encantadas de conversar contigo.
Y ojalá que lleguemos a ver un mundo sin prostitución; pero no a base de medidas represivas. Multar a los clientes equivale a dejar sin trabajo a las TS, y el mero hecho de que el PSOE defendiera el modelo sueco debería hacernos desconfiar de él.

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