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A raíz del caso de Juana Rivas y como la sociedad patriarcal establece sus pre-juicios desde la lógica de la violencia machista que la fundamenta para establecer una sentencia judicial. |
Los hombres presumen de masculinidad y asumen que con ella hay una serie de elementos asociados que no están en cuestión: no lo está su palabra, su valor, su razón, su condescendencia, su magnanimidad…
En definitiva, un amplio grupo de características que, o bien forman parte de esa condición superior que se han otorgado a sí mismos, o bien son consecuencia del desarrollo de sus funciones y roles en la sociedad patriarcal que han creado. Sin ese status de poder no se puede tener una palabra incuestionable, un valor indudable, una razón superior, ni actuar con magnanimidad y condescendencia frente a quienes ocupan la posición inferior y en contraste a la suya: las mujeres.
Lo hemos visto de forma clara en al caso de Juana Rivas, tanto a nivel social como institucional. Y mientras que a Juana se la ha cuestionado por intentar proteger a sus hijos pidiendo que se investigue una situación de violencia de género, la respuesta ha sido considerarla autora de un delito de denuncia falsa, de otro de sustracción de menores, de otro más de obstrucción a la Justicia… sin presunción de inocencia alguna ni más pruebas que el relato de los hechos aparecido en los medios, y sin ningún juicio que demuestre esos hechos en el contexto de las circunstancias que los han caracterizado.
Juana es culpable porque lo dice el machismo, y de ese modo, además, se confirma la asunción de que las mujeres son malas y perversas, especialmente en su relación con los hombres. Para ellas no hay presunción de inocencia, sino “presunción de culpabilidad”, puesto que el punto de partida es “su maldad”. Con su exmarido, Francesco Arcuri, ocurre lo contrario, la asunción de que los hombres son buenos, que su palabra es sincera y su comportamiento noble, lleva a la presunción de inocencia, no sólo como principio jurídico abstracto, sino como verdad superior y anterior al propio Derecho.
La consecuencia es directa, Francesco Arcuri es inocente a pesar de contar con una sentencia condenatoria por violencia de género, y de que las lesiones de su agresión han sido documentadas con informes médicos. Es más, no sólo es inocente, sino que los hechos que terminan en la denuncia ante el Juzgado se debieron a la conducta de la “mala Juana”, que se fue de juerga y llegó bebida de madrugada. Basta su palabra para negar los “hechos probados” y transformarlo todo en una nueva realidad nacida de su relato, algo que han defendido hasta juristas y magistrados estos días.
En definitiva, la “teórica violencia” de Arcuri es producto de su bondad, que deja salir a Juana mientras él se queda en casa cuidando de los niños, lo cual demuestra que Juana era mala al principio y lo es al final. Y esta situación no ha cambiado ahora, aunque sí lo hayan hecho las circunstancias, y mientras que el machismo espera ansioso la condena formal a Juana y su ingreso en prisión por los delitos que ha decidido, los medios muestran al bueno de Francesco en su isla con sus niños sin haber sido investigado por un posible delito de violencia de género, demostrando su magnanimidad y condescendencia al ofrecer a su exmujer la custodia compartida, eso sí ,“siempre que se haga lo que él dice que se haga”.
Todo ello es producto del machismo, de esa construcción cultural que determina la realidad y da significado a lo que sucede para encaje en su modelo de convivencia. El caso de Juana Rivas, por tanto, es un caso más dentro de la violencia de género con la única diferencia respecto a otras mujeres, de que ella residía en un país diferente al suyo, pues más del 70% de las mujeres maltratadas salen de la violencia a través de la separación (Macroencuestas de 2011 y 2015) .
Una realidad tan frecuente y peligrosa, que entre los recursos contra la violencia de género que tienen las administraciones para afrontar algunos problemas y las situaciones de riesgo, se cuenta con centros de acogida para las mujeres y sus hijos e hijas. Si no tuvieran que huir no serían necesarios estos centros. Lo hemos visto estos días en Archidona con Carmen Palomina, que se encontraba desaparecida con sus hijas en circunstancias similares a las de Juana Rivas, al no querer entregar las hijas a un padre denunciado por violencia de género.
Pero de nuevo aparece la “presunción de mujer”, y se aplican todos los mitos y estereotipos para que el Juzgado, según aparece en los medios, haya determinado medidas de protección ante los indicios de violencia, y al mismo tiempo la realización de un estudio en el Instituto de Medicina Legal sobre la “veracidad del testimonio” de Carmen.
La violencia de género prácticamente es el único delito donde la víctima tiene que ser examinada para ver si miente en la denuncia, y eso es debido al machismo, a esa construcción social que dice que las mujeres denuncian falsamente para “quedarse con la casa, los niños y la paga”, y que el posmachismo repite sin cesar como parte de su estrategia de confusión. A ninguna persona que le han robado el reloj, el móvil o en la casa, a pesar de estar documentados los altos porcentajes de denuncias falsas, le hacen una prueba para ver si mienten en la denuncia, pues además de ser una prueba poco eficaz en personas adultas, sería considerada intimidatoria y un factor de victimización secundaria.
En cambio, a las mujeres sí se les hace, a pesar de que los datos de la FGE indican que las denuncias falsas están por debajo del 0’1%, y que lo que en verdad ocurre es que el 80% de las mujeres que sufren la violencia no la denuncian. Es inadmisible que en pleno siglo XXI se esté interpretando la realidad bajo los parámetros machistas de hace siglos, y que eso ocurra tanto en la sociedad como en las instituciones. Y es que cuando quien juzga la realidad es el machismo, la “presunción de mujer” está por encima del propio conocimiento y de los hechos objetivos.
Fuente:https://miguelorenteautopsia.wordpress.com/2017/09/04/presuncion-de-mujer/amp/
En definitiva, un amplio grupo de características que, o bien forman parte de esa condición superior que se han otorgado a sí mismos, o bien son consecuencia del desarrollo de sus funciones y roles en la sociedad patriarcal que han creado. Sin ese status de poder no se puede tener una palabra incuestionable, un valor indudable, una razón superior, ni actuar con magnanimidad y condescendencia frente a quienes ocupan la posición inferior y en contraste a la suya: las mujeres.
Lo hemos visto de forma clara en al caso de Juana Rivas, tanto a nivel social como institucional. Y mientras que a Juana se la ha cuestionado por intentar proteger a sus hijos pidiendo que se investigue una situación de violencia de género, la respuesta ha sido considerarla autora de un delito de denuncia falsa, de otro de sustracción de menores, de otro más de obstrucción a la Justicia… sin presunción de inocencia alguna ni más pruebas que el relato de los hechos aparecido en los medios, y sin ningún juicio que demuestre esos hechos en el contexto de las circunstancias que los han caracterizado.
Juana es culpable porque lo dice el machismo, y de ese modo, además, se confirma la asunción de que las mujeres son malas y perversas, especialmente en su relación con los hombres. Para ellas no hay presunción de inocencia, sino “presunción de culpabilidad”, puesto que el punto de partida es “su maldad”. Con su exmarido, Francesco Arcuri, ocurre lo contrario, la asunción de que los hombres son buenos, que su palabra es sincera y su comportamiento noble, lleva a la presunción de inocencia, no sólo como principio jurídico abstracto, sino como verdad superior y anterior al propio Derecho.
La consecuencia es directa, Francesco Arcuri es inocente a pesar de contar con una sentencia condenatoria por violencia de género, y de que las lesiones de su agresión han sido documentadas con informes médicos. Es más, no sólo es inocente, sino que los hechos que terminan en la denuncia ante el Juzgado se debieron a la conducta de la “mala Juana”, que se fue de juerga y llegó bebida de madrugada. Basta su palabra para negar los “hechos probados” y transformarlo todo en una nueva realidad nacida de su relato, algo que han defendido hasta juristas y magistrados estos días.
En definitiva, la “teórica violencia” de Arcuri es producto de su bondad, que deja salir a Juana mientras él se queda en casa cuidando de los niños, lo cual demuestra que Juana era mala al principio y lo es al final. Y esta situación no ha cambiado ahora, aunque sí lo hayan hecho las circunstancias, y mientras que el machismo espera ansioso la condena formal a Juana y su ingreso en prisión por los delitos que ha decidido, los medios muestran al bueno de Francesco en su isla con sus niños sin haber sido investigado por un posible delito de violencia de género, demostrando su magnanimidad y condescendencia al ofrecer a su exmujer la custodia compartida, eso sí ,“siempre que se haga lo que él dice que se haga”.
Todo ello es producto del machismo, de esa construcción cultural que determina la realidad y da significado a lo que sucede para encaje en su modelo de convivencia. El caso de Juana Rivas, por tanto, es un caso más dentro de la violencia de género con la única diferencia respecto a otras mujeres, de que ella residía en un país diferente al suyo, pues más del 70% de las mujeres maltratadas salen de la violencia a través de la separación (Macroencuestas de 2011 y 2015) .
Una realidad tan frecuente y peligrosa, que entre los recursos contra la violencia de género que tienen las administraciones para afrontar algunos problemas y las situaciones de riesgo, se cuenta con centros de acogida para las mujeres y sus hijos e hijas. Si no tuvieran que huir no serían necesarios estos centros. Lo hemos visto estos días en Archidona con Carmen Palomina, que se encontraba desaparecida con sus hijas en circunstancias similares a las de Juana Rivas, al no querer entregar las hijas a un padre denunciado por violencia de género.
Pero de nuevo aparece la “presunción de mujer”, y se aplican todos los mitos y estereotipos para que el Juzgado, según aparece en los medios, haya determinado medidas de protección ante los indicios de violencia, y al mismo tiempo la realización de un estudio en el Instituto de Medicina Legal sobre la “veracidad del testimonio” de Carmen.
La violencia de género prácticamente es el único delito donde la víctima tiene que ser examinada para ver si miente en la denuncia, y eso es debido al machismo, a esa construcción social que dice que las mujeres denuncian falsamente para “quedarse con la casa, los niños y la paga”, y que el posmachismo repite sin cesar como parte de su estrategia de confusión. A ninguna persona que le han robado el reloj, el móvil o en la casa, a pesar de estar documentados los altos porcentajes de denuncias falsas, le hacen una prueba para ver si mienten en la denuncia, pues además de ser una prueba poco eficaz en personas adultas, sería considerada intimidatoria y un factor de victimización secundaria.
En cambio, a las mujeres sí se les hace, a pesar de que los datos de la FGE indican que las denuncias falsas están por debajo del 0’1%, y que lo que en verdad ocurre es que el 80% de las mujeres que sufren la violencia no la denuncian. Es inadmisible que en pleno siglo XXI se esté interpretando la realidad bajo los parámetros machistas de hace siglos, y que eso ocurra tanto en la sociedad como en las instituciones. Y es que cuando quien juzga la realidad es el machismo, la “presunción de mujer” está por encima del propio conocimiento y de los hechos objetivos.
Fuente:https://miguelorenteautopsia.wordpress.com/2017/09/04/presuncion-de-mujer/amp/
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