lunes, 3 de abril de 2017

De piloto militar a entrenadora en Uganda: una vida contra el maltrato y el machismo



Todas las imágenes cedidas por la protagonista

Patricia Campos ha sido pionera como mujer y lesbiana en el Ejército y en los banquillos de futbol, pero en Uganda ha vuelto a ponerse la máscara para poder ayudar a quienes más lo necesitan.

A Patricia Campos le costó toda una infancia y gran parte de la adolescencia descubrir su verdadera orientación sexual. Hasta que llegó a la universidad vivió en Onda, un pequeño pueblo de Valencia, y siguió los estrictos cánones de una época en la que el machismo y la homofobia, sencillamente, no estaban considerados ni contemplados como ahora.
"Al ser de pueblo pequeñito ni sabes que estas cosas existen, y te dejas llevar por lo que te rodea, por la sociedad, el ambiente, las amigas y la familia. Cuando llegué a la universidad me di cuenta que había otras alternativas sexuales. Lo probé, me encantó y es lo que me hace feliz". Una vez que se encontró a sí misma y se sacudió los prejuicios heredados en una casa en la que vivió la violencia machista de primera mano, Patricia eligió esconderse tras un velo de heterosexualidad para no perjudicar su carrera profesional en el Ejército.
"Ser mujer y ser lesbiana es estar doblemente discriminada, y me puse la máscara de heterosexual para sobrevivir, para no tener más problemas de los que ya tenía". Aunque no repetiría el camino —"quizás fue cobardía, desconocimiento, miedo... falta de madurez"—, lo cierto es que gracias a su esfuerzo y desempeño consiguió convertirse en la primera mujer piloto de la Armada.

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Patricia fue la primera piloto de avión reactor de las Fuerzas Armadas.
Consiguió uno de sus sueños y decidió dejarlo, saturada ante tanto machismo. "Sentía que no estaba feliz ni cómoda. Tenía que ocultar mi situación como mujer homosexual y además no me sentía valorada a nivel profesional", explica un año después de publicar Tierra, Mar y Aire, el libro que relata su verdadera historia. Sin disfraces ni máscaras, cuando dijo que era lesbiana, se sintió más feliz que nunca, liberada. 
"En el plano emocional e interior me ayudó a sentirme bien, pero en la sociedad todavía hay gente que te mira mal, falta abrir mucho la mente. Yo no me atrevo a ir de la mano por Madrid con mi pareja, creo que hubo más de 70 agresiones el año pasado", se lamenta Patricia. De hecho, el número de agresiones homófobas fue mucho mayor, 180 solo en la capital según los datos de Arcópoli.
"Yo no me atrevo a ir de la mano por Madrid con mi pareja"
Patricia no solo dejó el Ejército, sino que también dejó España. Quería ser entrenadora de futbol profesional, pero ninguna mujer ha sido entrenadora en la primera división femenina, así que decidió irse a Estados Unidos. "En Estados Unidos valoran tu currículum, y no por el simple hecho de ser mujer ya no tienes ni idea de jugar futbol. Estoy cumpliendo un sueño, que es vivir del futbol, y en España no puedes conseguirlo a nivel profesional. Aquí hay muchas mujeres capacitadas para ello, ¿pero por qué no se nos da la misma oportunidad?". Campos se ha convertido en la primera entrenadora española de un equipo estadounidense, principal potencia del futbol femenino mundial.


Campos vive actualmente en Hawái, y sus amigas piensan que los malos tratos recibidos en el Ejército español serían intolerables en su país, que cualquiera que soltara un chiste machista, por ejemplo, se iría más pronto que tarde a la calle. A pesar de sentirse más cómoda y liberada que nunca, hasta en Estados Unidos hay motivos para preocuparse en este sentido. "Pensé que era una broma, Trump es tan retrógrado y antiguo. No me esperaba esto de la sociedad estadounidense", comenta sobre la elección del nuevo presidente.
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Patricia junto a niños y niñas de sus equipos de futbol en Uganda.
Para Patricia todo cambió en 2015, cuando viajó por primera vez a Uganda. "Había hecho voluntariado en España, pero quería ir a un país donde la mujer estuviera en serios apuros, y en Uganda son ciudadanas de segunda categoría. En Estados Unidos había un proyecto a través del futbol, y no tenían a nadie en Uganda, así que tomé los tenis y el balón y me fui allá sola", comenta.

Volver a ponerse la máscara

La primera vez que viajó estuvo un año entero en el país africano, un año en el que tuvo que volver a disfrazar su homosexualidad —aunque parezca un contrasentido— para luchar contra la homofobia y el sexismo. "Allí me volví a poner el disfraz de heterosexual", reconoce. "Si eres gay te queman, y si eres lesbiana te violan entre tres o cuatro". En Uganda ser homosexual está considerado como un delito, y si alguien te acusa de serlo la policía hace acto de presencia y nunca sabes hasta dónde pueden llegar. El gobierno llegó a plantearse la pena de muerte.

Allí ha conocido a otros homosexuales, pero asegura que sólo de vista, porque nadie comenta nada sobre el tema, ya que podría poner su vida y la de otros en riesgo. "Es un tema tabú, esa persona te lo negaría si le preguntas, y no podrías ayudarla si no la sacas del país". El panorama es desolador, y el miedo que pasó estuvo a punto de obligarla a dar marcha atrás.
"En Uganda volví a ponerme el disfraz, si eres gay te queman, y si eres lesbiana te violan entre tres o cuatro"
Aguantó gracias a los niños y niñas de sus equipos de futbol. "Yo no acabaré con el hambre ni el subdesarrollo, pero quiero dar a los niños un poco de alegría, transformar su realidad cotidiana", dice Patricia. "Ver todo lo que ocurre allí, a niñas que se prostituyen por un trozo de pescado, niñas que son violadas, enfermas de sida, que padecen malaria, que comen de la basura y beben agua de charcos es triste y duro. Me gustaría acabar con todo eso, pero lo que yo puedo hacer con mis medios son cosas pequeñas".
Las cosas pequeñas, sin embargo, son las que hacen de pilar en proyectos más grandes. Patricia ya tiene tres equipos en Uganda: uno de niños, uno de niñas y otro de mujeres con sida. "Me dicen que lo equipos siguen jugando cuando me marcho, pero no lo sé seguro. Les digo a mis conocidos que se ocupen de ellos, y de que las mujeres jueguen. Creo que a ellas les prestan menos atención, pero a los niños sí", confiesa.
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En Uganda, las mujeres con sida son apartadas de la sociedad.
El principal objetivo del proyecto es evadir de la cruda realidad a niños y mujeres y, mientras tanto, construir puentes a través de los valores y dinámicas colectivas del deporte. "Consigo que vayan a clase, porque si no van no les dejo entrenar; que niños y niñas de las diferentes tribus [hay 54 en total] jueguen juntos y se respeten los unos a los otros; que las niñas sean capitanas, una manera de darles una capacidad de liderazgo que no encuentran en otras facetas de la vida", ejemplifica la voluntaria valenciana.
A pesar de sus esfuerzos, primero tuvo que convencer a familias y tutores de que debían permitir jugar a las chicas y las mujeres, que el deporte no representaba una barrera para otras tareas o los estudios. Después tuvo que convencer a los niños que jugar con chicas no era ningún problema. "Al principio te miran como una extraterrestre, con cara de '¿esta mujer blanca de dónde ha salido?' Pienso que poco a poco el mensaje del respeto y el no a la violencia les va calando".


El hecho de estar, de hacerse visible, es clave para Patricia. "Ver es ser, y si ellas ven a una mujer que estudia, que juega futbol, es piloto o da clases de español saben que ellas también pueden", asegura. De la misma manera, cuando ella era miembro de las Fuerzas Armadas pero no denunciaba el trato recibido, su experiencia era invisible para el resto de nosotros.
Patricia, que trabaja sus objetivos a través de técnicas de visualización —se imaginaba volando y voló; quería dedicarse al futbol profesional y encontró la vía para hacerlo—, se muestra optimista y esperanzada de cara al futuro. "Quiero que mi experiencia sea un estímulo para que la gente reflexione y piense que en 2017 todavía están pasando estas cosas". Ella ha volado muy alto y ha viajado a otros continentes en su lucha por la igualdad, el respeto y los derechos humanos, pero cierra la entrevista con un consejo más mundano:
"Que cada uno tome acción en su pequeño ámbito de influencia, ya sean nuestros hijos, vecinos, comunidad… No hace falta viajar a África para ayudar, seguro que al lado de casa hay alguien que necesita que le echen una mano".
Sigue al autor en Twitter: @GuilleAlvarez41

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