Cuando Dora Carrington acabó con su vida, sus amigos lloraron su muerte pero no se sorprendieron del último acto desesperado de una mujer atrapada en un amor imposible. Enamorada del escritor Lytton Strachey, Carrington fue una artista en absoluto convencional. Pintó por puro placer, sin ningún interés más allá de su necesidad de expresarse a través de un pincel. A pesar de que en vida solamente expuso una obra, sus pinturas tuvieron su merecido reconocimiento varias décadas después de su muerte.
Dora Carrington nació el 29 de marzo de 1893 en Hereford. Fue la cuarta hija de los cinco vástagos de Samuel Carrington, un comerciante, y Charlotte Hougthon, una antigua institutriz. Dora descubrió pronto su don y obsesión por el dibujo y la pintura, afición que sus padres ayudaron a desarrollar al pagar sus estudios en la Bedford High School, un centro educativo femenino que potenciaba los estudios artísticos. Además, le costearon clases particulares de pintura. Formación que continuaría años después en la Slade School of Art de Londres, donde ingresó gracias a una beca. Fue entonces cuando definió su propia personalidad, cortándose el pelo con un estilo masculino y haciéndose llamar simplemente Carrington.
Lytton Strachey y Dora Carrington |
Su talento con el pincel no sólo le granjeó algún que otro premio artístico sino que fue la llave para introducirse en los círculos artísticos del momento. Alrededor de 1914 entró en contacto con el Círculo de Bloomsbury, donde conocería al escritor Lytton Strachey. A pesar de que Strachey era homosexual, la amistad entre ambos se convirtió en una unión tan fuerte que se fueron a vivir juntos. En 1921, Carrington accedió a casarse con un amigo de su hermano Noel, Ralph Partridge, quien aceptó que Strachey iba a formar parte de su relación matrimonial. De hecho, los tres se trasladaron a vivir juntos.
En aquellos años, Carrington se dedicó a pintar lo que veía a su alrededor, paisajes y personas con las que compartía su vida. A pesar de que algunos críticos de arte ven en sus pinturas la influencia de muchos artistas, Carrington no siguió nunca ninguna corriente pictórica específica. También dedicó parte de su tiempo a las artes decorativas.
Años después, su matrimonio hacía aguas e iniciaba una nueva relación amorosa con Gerald Brenan y posteriormente con Bernard Penrose, de quien se quedó embarazada pero acabó perdiendo al bebé en un aborto natural. La pintora nunca se olvidó de su amado Lytton. La repentina muerte del escritor en el invierno de 1932 sumió a Carrington en la más absoluta desesperación. Meses antes de la desaparición de Lytton Strachey, y ante la noticia de su enfermedad, un cáncer de estómago, intentó acabar con su vida, algo que consiguió tras la muerte del escritor.
El 11 de marzo de 1932, Dora Carrington se suicidaba con una escopeta de caza. Mucho tiempo después de su desaparición, la galería Barbican de Londres organizó en la década de los ochenta una retrospectiva sobre su obra recuperando a una artista difícil de encajar en un modelo concreto de pintura pero cuyo talento nadie pone en duda.
Película que habla de ella
Retrato de Julia Strachey - Dora Carrington |
Años después, su matrimonio hacía aguas e iniciaba una nueva relación amorosa con Gerald Brenan y posteriormente con Bernard Penrose, de quien se quedó embarazada pero acabó perdiendo al bebé en un aborto natural. La pintora nunca se olvidó de su amado Lytton. La repentina muerte del escritor en el invierno de 1932 sumió a Carrington en la más absoluta desesperación. Meses antes de la desaparición de Lytton Strachey, y ante la noticia de su enfermedad, un cáncer de estómago, intentó acabar con su vida, algo que consiguió tras la muerte del escritor.
El 11 de marzo de 1932, Dora Carrington se suicidaba con una escopeta de caza. Mucho tiempo después de su desaparición, la galería Barbican de Londres organizó en la década de los ochenta una retrospectiva sobre su obra recuperando a una artista difícil de encajar en un modelo concreto de pintura pero cuyo talento nadie pone en duda.
Película que habla de ella
Por Sandra Ferrer
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