Rebelión
El informe “Igualdad de Género: Patrimonio y Creatividad”, de Unesco en 2015, desvela tras una larga consulta por todo el mundo que las mujeres representan menos del 10 % de los directores de cine y menos del 15% de los guionistas del mundo. En la industria cinematográfica: por cada mujer que trabaja, hay cinco hombres empleados. Solo cuatro mujeres han sido nominadas a mejor director/a en la historia de los Oscar y sólo una obtuvo la estatuilla. A nivel mundial, el 82% de los puestos directivos en administración cultural está ocupado por hombres.Lo que ocurre a nivel mundial se acentúa según qué países pero se repite también en países tenidos por cultos. Un país con un alto índice de desarrollo humano como es Finlandia mantiene brechas de género. Por ejemplo, solo el 3% de directores/as de orquesta o el 27% de directores/as de teatro, son mujeres. En Francia, las mujeres representan menos de una cuarta parte de los directores/as de cine o de teatro. En EEUU dos tercios de los músicos, productores y fotógrafos en los EE.UU son varones.
El informe Unesco (pg 134) a escala mundo denunciaba, antes de proponer medidas para la igualación, “la participación limitada de la mujer en funciones de dirección (el “techo de cristal”); segregación en ciertas actividades (“paredes de cristal”); oportunidades restringidas en la formación continua, el desarrollo de capacidades y en la creación de una red de contactos; la desigualdad existente en relación al trabajo no remunerado; las pésimas condiciones de trabajo (como el trabajo a tiempo parcial, contractual, el carácter informal etc.) así como el mantenimiento de los estereotipos de género sobre los papeles culturalmente apropiados para la mujer y el hombre, sin que medie necesariamente un previo consentimiento de las partes”.
A ello hay que añadir la invisibilidad desde lo más elemental y básico, ya que se minimiza, ignorándola, la contribución de centenares de millones de mujeres al patrimonio cultural inmaterial, al sostener el conocimiento artesanal y doméstico y su rol central en la transmisión del saber.
En el caso del Estado Español los datos de la “Asociación para la igualdad de género en la cultura” revelan que entre quienes crean (guiones, interpretación y dirección de cine y series, novela, artes visuales, poesía, composición, dramaturgas/os, grupos de música popular) o son agentes culturales (productoras/es de cine y de artes escénicas, editoras/es, dirección de orquestas, dirección de museos, dirección de cine y series, crítica musical, crítica literaria...), las mujeres son franca minoría, cuando no marginal. Y ya no digamos en cargos directivos en los medios de comunicación o en miembros de las reales academias.
En lo que respecta al caso vasco (“Estadística de hábitos, prácticas y consumo en cultura de Euskal Herria 2007-2008”) que las mujeres son mayoría entre la población consumidora de ciertas formas de cultura –libros, revistas, teatro, danza– pero no en otras (por ejemplo, la lectura de prensa, Internet) que son aún actividades mayoritariamente masculinas. Esa foto es similar a la del estado español.
Sin embargo las mujeres son minoría en casi todos los campos de la creación y gestión de la cultura. Las profesiones con mayoría femenina en el campo cultural son muy pocas: agentes literarias, galeristas y las relacionadas con la danza (bailarinas, coreógrafas, profesoras) aunque también hay una significativa representación en teatro, interpretación de música clásica, periodismo, artes visuales, gestión del patrimonio y servicios culturales, creatividad amateur y underground…
Chocan esos amplios hábitos culturales femeninos como usuarias o amateurs y su menor salto a la profesionalización. No parece que resida en obstáculos normativos ya despejados, sino en la presencia de obstáculos informales que forman parte de la red invisible del patriarcalismo (expectativas familiares, influencias, horizonte de maternidad y de cuidados…) que es más que una ideología al conformar una estructura.
En la CAE, el “VI Plan para la igualdad entre mujeres y hombres en la CAE” (Emakunde 2014: 91) señalaba que se advierte una “menor presencia de las mujeres en los espacios de producción cultural y artística, y de investigación y ciencia, espacios estratégicos que requieren de un impulso para favorecer una participación equilibrada de las mujeres en la sociedad”.
De forma añadida la notoriedad pública de la producción femenina no guarda proporción con su presencia numérica. Igualmente su visibilidad es aun inferior a su porcentaje profesional en obra en galerías, museos o en todo tipo de premios (de ensayo, de literatura, de teatro, de música, interpretación, premios Max,..).
Asimismo es constatable su menor presencia en comités de valoración de proyectos y de otorgamiento de premios, lo que introduce claves de cooptación masculina tanto en la composición de dichos comités como en sus decisiones sobre premios y proyectos subvencionados. Si el mismo mecanismo funciona en las redes de distribución se podrá concluir que el cognitariado (proletarización del conocimiento) tiene más rostros femeninos que masculinos y que la igualdad de oportunidades es una frase retórica. Lo peor es que la conjunción de todos estos mecanismos se retroalimenta en negativo y no permite pensar que el paso del tiempo lo mejore sin políticas activas.
No es una cuestión particular del País Vasco. Las políticas de discriminación positiva de género en cultura brillan por su ausencia en tanto se carece de planes de igualdad en gestión y producción cultural, que implanten, por ejemplo, un plus en la puntuación en las convocatorias de ayudas a la creación en algunas disciplinas en las que la discriminación sea evidente.
Sin embargo el tema es más de fondo y reclama medidas de visibilización (en estadísticas, formación, estereotipos discriminatorios en la comunicación y lenguajes, tratamiento transversal en todas las escalas sociales y administrativas...), de sensibilización en la educación, de cambio de roles (cuidados..), de mercado de trabajo discriminatorio, de promoción (jurados, subvenciones.....) y todos ellas orientadas al cambio de valores, la autoestima, la autonomía y el empoderamiento personal y colectivo de las mujeres, en general, y de las que tienen aptitudes para la generación y la gestión cultural, en particular.
Cabe aplicar algunas medidas inmediatas con algún efecto corrector:
a) promoción específica de las mujeres en la cultura, con especial atención al régimen de las ayudas a la creación y producción artística e intelectual de autoría femenina, lo que implica también su presencia significativa en los comités de valoración, órganos consultivos y estructuras de decisión y de gestión del organigrama artístico y cultural;
b) Promover la presencia equilibrada de mujeres y hombres en la oferta artística y cultural pública.
c) Creación de un Observatorio o de una sección en los existentes que retrate regularmente la situación de las mujeres en la creación y la cultura y la gestión del sistema cultural y comunicativo vasco.
El informe Unesco (pg 134) a escala mundo denunciaba, antes de proponer medidas para la igualación, “la participación limitada de la mujer en funciones de dirección (el “techo de cristal”); segregación en ciertas actividades (“paredes de cristal”); oportunidades restringidas en la formación continua, el desarrollo de capacidades y en la creación de una red de contactos; la desigualdad existente en relación al trabajo no remunerado; las pésimas condiciones de trabajo (como el trabajo a tiempo parcial, contractual, el carácter informal etc.) así como el mantenimiento de los estereotipos de género sobre los papeles culturalmente apropiados para la mujer y el hombre, sin que medie necesariamente un previo consentimiento de las partes”.
A ello hay que añadir la invisibilidad desde lo más elemental y básico, ya que se minimiza, ignorándola, la contribución de centenares de millones de mujeres al patrimonio cultural inmaterial, al sostener el conocimiento artesanal y doméstico y su rol central en la transmisión del saber.
En el caso del Estado Español los datos de la “Asociación para la igualdad de género en la cultura” revelan que entre quienes crean (guiones, interpretación y dirección de cine y series, novela, artes visuales, poesía, composición, dramaturgas/os, grupos de música popular) o son agentes culturales (productoras/es de cine y de artes escénicas, editoras/es, dirección de orquestas, dirección de museos, dirección de cine y series, crítica musical, crítica literaria...), las mujeres son franca minoría, cuando no marginal. Y ya no digamos en cargos directivos en los medios de comunicación o en miembros de las reales academias.
En lo que respecta al caso vasco (“Estadística de hábitos, prácticas y consumo en cultura de Euskal Herria 2007-2008”) que las mujeres son mayoría entre la población consumidora de ciertas formas de cultura –libros, revistas, teatro, danza– pero no en otras (por ejemplo, la lectura de prensa, Internet) que son aún actividades mayoritariamente masculinas. Esa foto es similar a la del estado español.
Sin embargo las mujeres son minoría en casi todos los campos de la creación y gestión de la cultura. Las profesiones con mayoría femenina en el campo cultural son muy pocas: agentes literarias, galeristas y las relacionadas con la danza (bailarinas, coreógrafas, profesoras) aunque también hay una significativa representación en teatro, interpretación de música clásica, periodismo, artes visuales, gestión del patrimonio y servicios culturales, creatividad amateur y underground…
Chocan esos amplios hábitos culturales femeninos como usuarias o amateurs y su menor salto a la profesionalización. No parece que resida en obstáculos normativos ya despejados, sino en la presencia de obstáculos informales que forman parte de la red invisible del patriarcalismo (expectativas familiares, influencias, horizonte de maternidad y de cuidados…) que es más que una ideología al conformar una estructura.
En la CAE, el “VI Plan para la igualdad entre mujeres y hombres en la CAE” (Emakunde 2014: 91) señalaba que se advierte una “menor presencia de las mujeres en los espacios de producción cultural y artística, y de investigación y ciencia, espacios estratégicos que requieren de un impulso para favorecer una participación equilibrada de las mujeres en la sociedad”.
De forma añadida la notoriedad pública de la producción femenina no guarda proporción con su presencia numérica. Igualmente su visibilidad es aun inferior a su porcentaje profesional en obra en galerías, museos o en todo tipo de premios (de ensayo, de literatura, de teatro, de música, interpretación, premios Max,..).
Asimismo es constatable su menor presencia en comités de valoración de proyectos y de otorgamiento de premios, lo que introduce claves de cooptación masculina tanto en la composición de dichos comités como en sus decisiones sobre premios y proyectos subvencionados. Si el mismo mecanismo funciona en las redes de distribución se podrá concluir que el cognitariado (proletarización del conocimiento) tiene más rostros femeninos que masculinos y que la igualdad de oportunidades es una frase retórica. Lo peor es que la conjunción de todos estos mecanismos se retroalimenta en negativo y no permite pensar que el paso del tiempo lo mejore sin políticas activas.
No es una cuestión particular del País Vasco. Las políticas de discriminación positiva de género en cultura brillan por su ausencia en tanto se carece de planes de igualdad en gestión y producción cultural, que implanten, por ejemplo, un plus en la puntuación en las convocatorias de ayudas a la creación en algunas disciplinas en las que la discriminación sea evidente.
Sin embargo el tema es más de fondo y reclama medidas de visibilización (en estadísticas, formación, estereotipos discriminatorios en la comunicación y lenguajes, tratamiento transversal en todas las escalas sociales y administrativas...), de sensibilización en la educación, de cambio de roles (cuidados..), de mercado de trabajo discriminatorio, de promoción (jurados, subvenciones.....) y todos ellas orientadas al cambio de valores, la autoestima, la autonomía y el empoderamiento personal y colectivo de las mujeres, en general, y de las que tienen aptitudes para la generación y la gestión cultural, en particular.
Cabe aplicar algunas medidas inmediatas con algún efecto corrector:
a) promoción específica de las mujeres en la cultura, con especial atención al régimen de las ayudas a la creación y producción artística e intelectual de autoría femenina, lo que implica también su presencia significativa en los comités de valoración, órganos consultivos y estructuras de decisión y de gestión del organigrama artístico y cultural;
b) Promover la presencia equilibrada de mujeres y hombres en la oferta artística y cultural pública.
c) Creación de un Observatorio o de una sección en los existentes que retrate regularmente la situación de las mujeres en la creación y la cultura y la gestión del sistema cultural y comunicativo vasco.
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