Lluiso Farnsworth
Lxs que me conocen saben lo triste que me pone el machismo instaurado en el tuétano más profundo de nuestra sociedad. Triste, enfadado, asqueado, etc. Los comportamientos machistas reproducidos por los hombres de a pie, por tu padre, tu hermano, tu profesor, tu médico, por ti mismo son una sabida lacra de nuestro sexo masculino y nos hunden en la miseria moral desde la que opera el patriarcado. El machismo en gente corriente da pena. Pero hay una cosa que da más pena, me pone más triste, más furioso y me da más ganas de borrarme del colectivo masculino: un feminista que reproduce esos comportamientos asquerosos y sistémicos de los que hablo. Es decir, un feminista machista.
Lxs que me conocen saben lo triste que me pone el machismo instaurado en el tuétano más profundo de nuestra sociedad. Triste, enfadado, asqueado, etc. Los comportamientos machistas reproducidos por los hombres de a pie, por tu padre, tu hermano, tu profesor, tu médico, por ti mismo son una sabida lacra de nuestro sexo masculino y nos hunden en la miseria moral desde la que opera el patriarcado. El machismo en gente corriente da pena. Pero hay una cosa que da más pena, me pone más triste, más furioso y me da más ganas de borrarme del colectivo masculino: un feminista que reproduce esos comportamientos asquerosos y sistémicos de los que hablo. Es decir, un feminista machista.
El hablar en femenino genérico y soltar consignas antipatriarcales no sirve de una puta mierda si no se cambian de manera drástica todos esos comportamientos. De arriba a abajo. Además, lo que provoca la mayor bajeza moral de un feminista machista a la de un machista a secas es que el primero sabe cuáles son las conductas a evitar, pero no lo hace, al contrario que el segundo, que vive con una venda en los ojos que ya se ha ocupado la sociedad en atar bien. Porque, en efecto volverse feminista es un trabajo durísimo. Es muy difícil cambiar la manera en que vives y te relacionas con todo tu entorno, no solo con las mujeres, con los hombres también, y con tu madre, tu padre, tus amigos, tus abuelos, con el ambiente, contigo mismo. Es duro, difícil y cansado. Pero se puede (y se debe) hacer. No solo porque es lo correcto, sino porque al final acaba siendo muy reconfortante el ver que esas relaciones que has conseguido cambiar mejoran, y mucho, cuando las enfocas desde el punto de vista de género correcto, equitativo, horizontal, justo.
Por lo que, cuando veo a un autodenominado feminista, que utiliza el femenino genérico y se jacta de ser más de izquierdas que Anguita actuar como un acosador en una pista de baile me entran ganas de borrarme, y de borrar. Cuando La Sexta exhibe un programa llamado Machismo Mata pero luego en los programas de política (Más Vale Tarde) solo hay cuatro invitados hombres opinando me hierve la sangre. Cuando en una asociación, un local autogestionado, una okupa o sitios similares, abiertamente anticapitalistas y enarboladores de la lucha feminista se (re)producen comportamientos machistas sin que haya una reacción por parte de los y las integrantes de dicha organización, ni haya mecanismos internos que permitan cortarlos de raíz me pregunto, si aquí no podemos, ¿cómo lo vamos a conseguir en una discoteca o en un instituto?. Cuando alguien que sabe de la existencia del patriarcado y dice combatirlo sigue perpetuando los modelos de relación nocivos con las mujeres, cuando se paternaliza, se cosifica, se desplaza a un segundo plano, se explica con condescendencia y vehemencia, se desacredita, etc. Mi esperanza en la \”Hombrenidad\” mengua y se agrieta, se seca, se pudre. Me asquea.
Hay muchos niveles de machismo en el espectro. Se puede ser un machista confeso y orgulloso, muy machista, un poco machista, o micromachista. Pero no se puede ser un poco, bastante o muy feminista. Se es feminista con todo lo que ello conlleva, o no se es.
Subido por Cecy Méndez Bejarano
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