jueves, 17 de marzo de 2016

La reina amada, María Amalia de Sajonia (1724-1760)


Carlos III se casó solamente una vez. Fue un matrimonio concertado, decidido por sus padres, pero él, un hijo abnegado, aceptó la elección de buen grado. El que entonces era rey de Nápoles se enamoró de la elegida, María Amalia de Sajonia, desde el primer momento en que se vieron. A ella le sucedió lo mismo. El suyo fue un matrimonio prolijo, trece hijos habidos en menos de dos décadas. Pero además de las continuas muertes prematuras, la tardía llegada de un príncipe varón que estuviera capacitado para ejercer sus futuras tareas de gobierno agriaron irremisiblemente el carácter de la otrora alegre María Amalia. Convertida en reina de España en 1759, nunca se adaptó a su nueva patria, en la que, sin embargo, no tuvo tiempo de permanecer. Su muerte, pocos meses después dejaría al monarca sumido en una profunda tristeza. 

María Amalia de Sajonia entró en el tablero de juego de la monarquía española en 1738, cuando su futuro esposo tenía 22 años y ostentaba la corona del reino de Nápoles. Sus padres, Felipe V e Isabel de Farnesio consideraron que era el momento de elegir una esposa para su hijo. Felipe V quería para Carlos una princesa austriaca, por lo que decidió solicitar la mano de una de las hijas del emperador Carlos VI, su antiguo rival en la Guerra de Sucesión al trono español. Pero la negativa muy poco diplomática por parte de la corte de Viena obligó a buscar en una rama secundaria de la Casa de Austria. La escogida era sobrina nieta del emperador. 

Hija de Federico Augusto II, príncipe-elector de Sajonia y futuro rey de Polonia y de la archiduquesa María Josefa de Austria, hija de José I, anterior emperador del Sacro Imperio, María Amalia de Sajonia era aún una niña de trece años. A pesar de que era una muchacha inteligente y culta, elegante y amable, su físico no era muy agraciado. De hecho, hubo voces que se elevaron afirmando sin ningún tipo de reparo que “esa reina, con su marido, forman la pareja más fea del mundo”. 



Dos años después de celebrarse el enlace entre Carlos y María Amalia se anunció con gran alegría el primer embarazo de la reina. Pero aquel fue el inicio de una larga y dolorosa peregrinación de partos y muertes prematuras que provocaron en María Amalia una mutación de su carácter con constantes excesos de ira y ataques de nervios. La primera niña, María Isabel fallecía a los dos años de edad, el mismo año del nacimiento de su hermana María Josefa que no sobrevivió más que escasos meses. Otras María Isabel y María Josefa nacieron en 1743 y 1744, llevando los nombres de sus hermanas difuntas. Solamente ésta última llegaría a la edad adulta. Embarazada por quinta vez, María Amalia tuvo que soportar de nuevo la desilusión por no haber engendrado a un heredero varón. Nacía María Luisa, que con el tiempo sería emperatriz. 

Y cuando al fin llegaba al mundo en 1747 el primer hijo varón, Felipe Antonio, tuvieron que asumir pasados pocos años, que aquel era un niño demente incapaz de gobernar. Con gran dolor por su parte, Carlos tuvo que excluirlo de la línea sucesoria por su retraso mental. 



Aquellos años María Amalia se convirtió en una reina amargada, enferma y debilitada por los constantes partos y por la presión psicológica a la que se vio sometida. Quienes sufrieron más aquella situación fueron sin duda los miembros del servicio quienes recibían gritos y golpes por cualquier mínimo error en el protocolo. 

En 1748 los reyes de Nápoles recibieron con gran alegría al que, esta vez sí, sería rey de España como Carlos IV. Tras él vendrían otros seis vástagos que heredarían el trono napolitano y enlazarían  con distintas casas reales europeas. 

El 10 de agosto de 1759 fallecía Fernando VI de España. Para mayor gloria de Isabel de Farnesio, quien llevaba años anhelando la subida al trono español de uno de sus hijos, Carlos de Nápoles era proclamado Carlos III de España. Tras organizar un consejo de regencia para el que sería su sucesor en el reino napolitano, su hijo Fernando, Carlos y María Amalia emprendieron el viaje hasta Madrid. 

El nuevo hogar de María Amalia no fue en absoluto de su agrado. Feliz en su corte de Nápoles, la nueva reina de España no se adaptó nunca al clima, las costumbres, los palacios ni, sobre todo, a su suegra. A pesar de que en el pasado habían mantenido una cariñosa correspondencia, la presencia de ambas en la corte supuso un choque de poderes irreconciliable. 




La tristeza que embargó a María Amalia, quien nunca llegó a hablar bien el español, afectando con ello su vida social, hicieron mella en su maltrecha salud. Además de fumar de manera considerable tabaco cubano que hacía traer a palacio en grandes cantidades, los continuos embarazos y enfermedades, así como un accidente montando a caballo sufrido poco antes de llegar a España, terminaron por minar el cuerpo de María Amalia. Unas violentas fiebres la debilitaron pocos meses después de su llegada a Madrid y falleció a finales de septiembre de 1760. Después de veinte años de matrimonio en los que, a pesar de las vicisitudes, Carlos fue un esposo feliz, quedó totalmente desolado. “Este es el primer disgusto que me ha dado en veintidós años de matrimonio”, exclamó el monarca viudo quien no volvió a casarse y nunca se le conocieron amoríos. 

Por Sandra Ferrer
Subido por Cecy Méndez Bejarano

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