Una agenda política para la ciudadanía y los movimientos sociales.
Los grandes partidos políticos, los medios de comunicación, la publicidad y la inercia del «cómo funcionan las cosas» nos seducen continuamente con imágenes y eslóganes que prometen una felicidad basada en el crecimiento. Nos intentan convencer de que nos rodea la escasez y de que tenemos que esforzarnos más y más —a cambio de salarios de esclavitud— para seguir consumiendo lo que producen las grandes corporaciones, sumergiéndonos en una espiral que profundiza en un modelo cultural que esconde su patología sistémica tras el término «crisis».
Tanto los partidos tradicionales como las emergentes formaciones políticas de corte institucional obvian la crítica a dos de los mitos más de la cultura occidental: el que afirma que la riqueza puede crearse y el que delega en el Mercado — cual mano invisible— la regulación de las relaciones humanas. En la misma línea, tampoco cuestionan el mantra moderno del crecimiento económico, que nos devuelve a las políticas extractivistas de los años setenta e invisibiliza la economía reproductiva sobre la que se sustenta. A modo de ejemplo, puede citarse el caso de Podemos, cuyo programa económico ignora las reflexiones y propuestas del Manifiesto Última Llamada1 —que nos alerta de que el crecimiento es ya un «genocidio a cámara lenta»— a pesar de haber sido firmado por sus dirigentes.
Claves para una transformación imprescindible
Las respuestas a los retos que afronta nuestra cultura no vienen de la mano del crecimiento económico ni del clásico debate entre planificación y liberalización, sino que han de buscarse más allá del paradigma de la modernidad.
Necesitamos transformar las bases ideológicas de nuestra cultura desde la simbiodiversidad2, reconociendo nuestra ecodependencia e interdependencia: asumiendo que nuestra vida es una danza en relación permanente con nuestro entorno y las distintas comunidades vivas, incluida toda la diversidad cultural humana; asimismo, debemos buscar la resiliencia3, entendida como la capacidad de las comunidades humanas para adaptarse de manera autogestionaria a los cambios e incertidumbres del entorno; y, además, tenemos que recrear la felicidad4, entendida como la plena participación individual y colectiva en el proceso que permita a una comunidad vivir y realizar sus «necesidades humanas fundamentales». Y aunque estas ideas están ya presentes en algunos movimientos socioecológicos y culturales, no encuentran reflejo ni en entornos progresistas ni a nivel macropolítico.
Un programa político para la transformación
Este nuevo modelo cultural al que necesitamos transitar debe contar con el respaldo de una política comprometida con la vida, que la ponga en el centro, respete su diversidad biológica y cultural y sea coherente con los límites y ritmos del planeta. Las propuestas ecofeministas, las iniciativas de transición, las prácticas de permacultura… son elementos necesarios para esta nueva política, que vendrá de la mano de la capacidad de los grupos humanos para la autogestión.
En esta línea, serían deseables programas que abordasen esta transformación imprescindible. Por ejemplo, mediante la promoción de los procesos de producción y distribución locales se mejoraría el conocimiento y el respeto de nuestro entorno y de las relaciones de interdependencia, y con ello la capacidad de resiliencia y las posibilidades de ser felices, además de disminuir la dependencia energética de los combustibles fósiles. Asimismo, el fortalecimiento de las relaciones comunitarias y la puesta en valor de los cuidados como eje central de los procesos económicosmejoraría el conjunto de la sociedad, restableciendo la posición de las mujeres en ella y aumentando la salud física, psíquica y social de las personas. Y por fin, una dotación incondicional de autonomía5 aseguraría cierta calidad de vida que facilitaría la independencia frente a los intereses del entramado corporativo capitalista e incrementaría las posibilidades de dedicación a actividades de carácter creativo y comunitario.
Afinando aún más, podríamos señalar algunas propuestas inmediatas como la democratización de todas las esferas de la vida, la creación de órganos de poder popular, la promoción de la cultura del compartir y la autogestión, el fomento de redes solidarias y el apoyo comunal, la protección y recuperación de los bienes comunes, la relocalización y reorganización de los medios de producción, la apuesta por las energías renovables, la creación de monedas complementarias y comunitarias, la gestación de cooperativas de crédito y comunidades autofinanciadas, el impulso de iniciativas no lucrativas y mercados sociales, el fomento de otra movilidad más respetuosa mediante el uso de la bicicleta y del transporte público, la ampliación y redefinición de espacios verdes en núcleos urbanos, la apuesta por la soberanía y autosuficiencia alimentarias o el ocio creativo…
Protagonistas de un nuevo paradigma
Pese a que muchas de estas prácticas son una realidad en las vidas de parte de la humanidad, también son ninguneadas constantemente por las instituciones de carácter sociopolítico, ya sea por la lógica que impone el ciclo electoral, por miedo, o por intereses corporativos.
La implementación de las medidas propuestas, que visibilizan las fallas del sistema actual y sus consecuencias —algunas tan inminentes como el fin de la era de los combustibles fósiles—, está muy alejada de las viejas pero recurrentes políticas neoliberales del actual orden internacional y puede ser impopular en sociedades poco acostumbradas a estos discursos. Pero, sobre todo, supone una pérdida de poder para los grandes conglomerados empresariales y de la legitimidad de los Estados-nación como «garantes» de los derechos de la ciudadanía. Y es que la apuesta por la felicidad de las comunidades, la resiliencia local y el reconocimiento de la simbiodiversidad es tan necesaria para sanarnos del patológico sistema estado-capital como fulminante para dichas élites.
Frente a los intereses de estas minorías privilegiadas, el camino a transitar pasa por generar mareas de gentes capaces de dejar atrás los egos e identidades excluyentes, que trabajen en común de manera permanente, superando la lógica de las citas electorales. Debemos tomar un papel activo y, desde la diversidad y la corresponsabilidad, impulsar procesos valientes y creativos que partan de la confianza y el deseo de una vida futura en común. Este punto de partida es imprescindible para impulsar estrategias de transición que dirijan nuestra sociedad hacia las direcciones que necesitamos y deseamos.
Ante este panorama, ¿puede esperarse de la lógica representativa una agenda política coherente con los retos que afrontamos como especie? ¿Cómo podríamos seducir a personas y colectivos para que apuesten por esta transición?
por [Blanca Crespo Arnold, Noemí González Palanco, Isabel Porras Novalbos, Marcos Rivero Cuadrado y Moisés Rubio Rosendo]
2 La simbiodiversidad abarca toda la diversidad de la vida en el tiempo y en el espacio, desde la primera bacteria hasta Gaia, en todas sus relaciones y manifestaciones, sin distinción, sean naturales, sociales o culturales (fuente: es.wikipedia.org/wiki/Simbiodiversidad).
3 El concepto de resiliencia, desarrollado significante en psicología, hace referencia aquí al aspecto comunitario y es ampliamente utilizado por el Movimiento de Transición: es.wikipedia.org/wiki/Comunidad_de_transición
4 Hemos desarrollado el concepto de felicidad a partir de las aportaciones del libro Desarrollo a Escala Humana. Conceptos, aplicaciones y algunas reflexiones; Max-Neef, Manfred; 1998, Icaria Editorial. Para un primer acercamiento, consultar: es.wikipedia.org/wiki/Necesidades_humanas_fundamentales
5 La Dotación Incondicional de Autonomía (DIA) tiene como objetivo fomentar diálogos y debates sobre lo que significa «vivir conjuntamente» y sobre la forma de crear «más vínculos» sin que por ello haya que crear «más bienes». Ver Proyecto Decrecimiento. Manifiesto por una Dotación Incondicional de Autonomía (DIA); VV. AA.; 2014, Icaria Editorial.
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