APE, Pelota de Trapo
Y llegan las antiprincesas para poner un espejo delante que encienda en las chicas y en los chicos de este tiempo tan arduo otro camino para andar. Otro territorio para transformar. Por ahí va andando Nadia Fink, autora de las historias de Frida y Violeta para la editorial Chirimbote. Donde las princesas caen de un síncope ante la renguera de Frida y la guitarra de Violeta. Y hay otro camino que no lleva al principado ni al beso salvador de una individualidad a otra. Mientras el mundo sigue incendiándose de injusticia.Y ahí van las pibas, en esta locura de vida y sangre, acechadas por los monstruos, acorraladas por el espejo donde deben mirarse, puestas a amar y a construir con esperanzas baldías. Donde apenas cabe la maternidad temprana, el amor indolente, el deseo destemplado, el proyecto de vida que no logran armarse porque el horizonte se achica hasta la bocacalle.
Cuánto guardan de princesas las chicas de las barriadas de este sur, las pibas de los contornos de Salta, las que crecen en los campos fumigados de Santa Fe, las que espían el tren repleto de gente y de cargas en Rosario, las que fatigan las escuelas de todos los márgenes, las que esquivan a tratantes y prostibularios en Comodoro o en Misiones, las que son atropelladas en su sexo, en su soberanía, en su decisión de decir no, las que crecen a los golpes. Las que son reducidas a la vulgaridad. Las que son formateadas como objeto. Las que no logran desactivarse el chip que el mercado asesta a las desprevenidas. Cuántas de ellas esperan al príncipe azulino que llega a reclamar y a disponer y no a cambiar la vida en tandem.
A este territorio de antiprincesas que crecen como hierba silvestre le faltaban sus personajes. Los espejos de veras donde mirarse. Donde no hubiera que esperar el rescate de un bello personaje que con un beso convirtiera a quien limpia los inodoros de la reina en una princesa que la misma reina aborrecerá por más bella y joven y blanca y brillante de purpurina.
Es decir: a nuestras pibas, a nuestras hadas morenas de las barriadas, las cenicientas a las que jamás les entrará la zapatilla con la que llegue un desorientado rubicundo en una minicooper, les hacía falta el otro espejo. Aquel donde pueden mirarse en mujeres ilimitadas, de fronteras estiradísimas, donde la rebeldía y la audacia se confrontaron con sociedades anquilosadas y arteras
Entonces apareció la editorial Chirimbote (asociada con Sudestada) y Nadia Fink llegó a tejer historias apalabradas, Pitu a coser las muñecas con que vuelven a tener cuerpo las antiheroínas de estos pies del mundo, y Martín Azcurra a dibujar las páginas de una colección de libros que ya tiene dos y amenaza con unos cuantos. Porque antiprincesas, mujeres de fuego y sangre, de revoluciones y primaveras hay muchas en estas tierras. Tan lejanas de las monarquías de la vieja Europa y del principerío impuesto por la cultura disney y su sueño americano donde el muchachito que nació obrero se convierte en presidente y la nena con madrastra termina con las lentejuelas asentadas en un trono solitario y final.
Por eso Nadia y Pitu le ponen vida niña a Frida Kahlo y a Violeta Parra, dos antiprincesas, dos antiheroínas, que decidieron –cuando el siglo todavía las empujaba al sometimiento- burlarse de su propia estética. Frida llevó por delante al mundo con su renguera, su vello facial –que enamoró al muralista Diego Rivera- y su caminar libertario aunque estuviera postrada en una cama. Ella pintó ese mundo hostil y azaroso y se pintó en él. Fue parte de la revolución mexicana, una flor entre esas flores, y amó como se le antojó y a quien quisiera. Nadia Fink, con un lenguaje sencillo pero sin resignar belleza, les cuenta Frida a los chicos. Y a las chicas.
Les habla de la revolución y el diseñador tira una flecha discontinua hasta un cuadrito celeste que aclara: “Revolución: cuando se cambian las cosas que están mal, entre muchas personas”. Nadia les dice todo de ella. Le pregunta a través del perro preguntón. Hasta la muerte, cuando el propio perrito gris, Xolotl, la lleva “por el espiral de las nueve corrientes subterráneas, hacia el mundo donde los muertos podrán resucitar”.
Después aparece la Violeta, cantándole a lo profundo, a los hombres de debajo de la tierra, de las cosechas a mano, del hacha en el monte. Fresca y altiva, cantora y poeta, artesana de cada uno de los días que vivió, tejidos en arpillera y pintados bajo todas las lunas de Chile. Nadia Fink les cuenta de esa Violeta. De la que se enamora sin fronteras ni edades. Y que sufre como sufren las antiprincesas que no llegarán, por suerte, jamás a un reinado. Porque ellas –como Frida, como Violeta, como la Juana Azurduy y las que vendrán- tejieron la trama de acá, del sur del mundo, donde el sueño pasa por todos tejiendo esa trama. Todos tramando otro mundo, con la cabeza en los pies y los pies en la cabeza. Sin tronos y con truenos. Sin coronas y con corajes.
Fuente: http://www.pelotadetrapo.org.ar/otros-espejos.html
Cuánto guardan de princesas las chicas de las barriadas de este sur, las pibas de los contornos de Salta, las que crecen en los campos fumigados de Santa Fe, las que espían el tren repleto de gente y de cargas en Rosario, las que fatigan las escuelas de todos los márgenes, las que esquivan a tratantes y prostibularios en Comodoro o en Misiones, las que son atropelladas en su sexo, en su soberanía, en su decisión de decir no, las que crecen a los golpes. Las que son reducidas a la vulgaridad. Las que son formateadas como objeto. Las que no logran desactivarse el chip que el mercado asesta a las desprevenidas. Cuántas de ellas esperan al príncipe azulino que llega a reclamar y a disponer y no a cambiar la vida en tandem.
A este territorio de antiprincesas que crecen como hierba silvestre le faltaban sus personajes. Los espejos de veras donde mirarse. Donde no hubiera que esperar el rescate de un bello personaje que con un beso convirtiera a quien limpia los inodoros de la reina en una princesa que la misma reina aborrecerá por más bella y joven y blanca y brillante de purpurina.
Es decir: a nuestras pibas, a nuestras hadas morenas de las barriadas, las cenicientas a las que jamás les entrará la zapatilla con la que llegue un desorientado rubicundo en una minicooper, les hacía falta el otro espejo. Aquel donde pueden mirarse en mujeres ilimitadas, de fronteras estiradísimas, donde la rebeldía y la audacia se confrontaron con sociedades anquilosadas y arteras
Entonces apareció la editorial Chirimbote (asociada con Sudestada) y Nadia Fink llegó a tejer historias apalabradas, Pitu a coser las muñecas con que vuelven a tener cuerpo las antiheroínas de estos pies del mundo, y Martín Azcurra a dibujar las páginas de una colección de libros que ya tiene dos y amenaza con unos cuantos. Porque antiprincesas, mujeres de fuego y sangre, de revoluciones y primaveras hay muchas en estas tierras. Tan lejanas de las monarquías de la vieja Europa y del principerío impuesto por la cultura disney y su sueño americano donde el muchachito que nació obrero se convierte en presidente y la nena con madrastra termina con las lentejuelas asentadas en un trono solitario y final.
Por eso Nadia y Pitu le ponen vida niña a Frida Kahlo y a Violeta Parra, dos antiprincesas, dos antiheroínas, que decidieron –cuando el siglo todavía las empujaba al sometimiento- burlarse de su propia estética. Frida llevó por delante al mundo con su renguera, su vello facial –que enamoró al muralista Diego Rivera- y su caminar libertario aunque estuviera postrada en una cama. Ella pintó ese mundo hostil y azaroso y se pintó en él. Fue parte de la revolución mexicana, una flor entre esas flores, y amó como se le antojó y a quien quisiera. Nadia Fink, con un lenguaje sencillo pero sin resignar belleza, les cuenta Frida a los chicos. Y a las chicas.
Les habla de la revolución y el diseñador tira una flecha discontinua hasta un cuadrito celeste que aclara: “Revolución: cuando se cambian las cosas que están mal, entre muchas personas”. Nadia les dice todo de ella. Le pregunta a través del perro preguntón. Hasta la muerte, cuando el propio perrito gris, Xolotl, la lleva “por el espiral de las nueve corrientes subterráneas, hacia el mundo donde los muertos podrán resucitar”.
Después aparece la Violeta, cantándole a lo profundo, a los hombres de debajo de la tierra, de las cosechas a mano, del hacha en el monte. Fresca y altiva, cantora y poeta, artesana de cada uno de los días que vivió, tejidos en arpillera y pintados bajo todas las lunas de Chile. Nadia Fink les cuenta de esa Violeta. De la que se enamora sin fronteras ni edades. Y que sufre como sufren las antiprincesas que no llegarán, por suerte, jamás a un reinado. Porque ellas –como Frida, como Violeta, como la Juana Azurduy y las que vendrán- tejieron la trama de acá, del sur del mundo, donde el sueño pasa por todos tejiendo esa trama. Todos tramando otro mundo, con la cabeza en los pies y los pies en la cabeza. Sin tronos y con truenos. Sin coronas y con corajes.
Fuente: http://www.pelotadetrapo.org.ar/otros-espejos.html
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