Isabel de Portugal subía a los altares en 1625 de la mano del papa Urbano VIII, tres siglos después de su fallecimiento. Mujer devota y solidaria con los demás, Isabel fue una princesa aragonesa entroncada con las más importantes casas reales de la Edad Media europea, que fue destinada al reino portugués para cumplir las estrategias diplomáticas de Aragón. Su matrimonio con el rey Dionís no fue un camino de rosas. Además de soportar la agresividad de su marido, se hizo cargo de muchos de sus hijos bastardos. Isabel tuvo que mediar en varias ocasiones entre Dionís y el heredero al trono de Portugal convirtiéndose en pieza clave de la política de su reino adoptivo. Al quedarse viuda, peregrinó a Santiago, se retiró a un convento de clarisas y tras su muerte se le adjudicaron varios milagros además de permanecer su cuerpo incorrupto.
La princesa Isabel de Aragón nació en el año 1271 en Zaragoza. Isabel era hija del rey Pedro III de Aragón y de Constanza II de Sicilia. Entre sus ancestros se encontraba Santa Isabel de Hungría además de ser nieta de Jaime I el Conquistador y biznieta del emperador Federico II.
Desde bien pequeña recibió una esmerada educación orientada a convertirse en una reina. Ya entonces, Isabel empezó a mostrar una fe inquebrantable y un deseo de vivir una vida de piedad. Pero el convento no sería su destino, al menos en un inicio.
Poco tiempo duró su infancia. Su padre, el rey Pedro III de Aragón, ya había pactado con Portugal el enlace de Dionís con su hija cuando apenas tenía diez años. En el mes de febrero de 1288 una embajada portuguesa llegaba a Barcelona con el fin de celebrar el matrimonio por poderes y llevarse a la joven infanta hasta Trancoso, donde el 24 de junio de aquel mismo año, Isabel se casaba con el rey Dionís de Portugal.
Empezaba entonces un periodo difícil para la nueva reina portuguesa, quien se ganó el cariño de un pueblo que admiraba a Isabel por su devoción y generosidad. Las idas y venidas de su marido, un hombre violento y poco afectuoso, afectaban al ánimo de Isabel quien a pesar de no aceptar las relaciones extramatrimoniales de Dionís, se haría cargo de algunos de sus hijos ilegítimos.
Los verdaderos problemas surgieron cuando la relación paterno filial entre Dionís y el heredero legítimo, Alfonso, empezaron a ser conflictivas llegando a su punto álgido cuando llegaron a oídos de la reina rumores de que su marido había solicitado a la Santa Sede legitimar a uno de sus bastardos, llamado también Alfonso.
El conflicto llegaría al campo de batalla en varias ocasiones y fue gracias a la intercesión de la reina Isabel que el enfrentamiento entre Dionís y Alfonso no llegó nunca a un derramamiento de sangre.
En 1325 terminaría la tensión dinástica con la muerte de Dionís y el ascenso de manera pacífica de su hijo legítimo al trono de Portugal como Alfonso IV.
Años después, la reina viuda decidió trasladarse a vivir al monasterio de Santa Clara-a-Velha en Coimbra donde no tomó los hábitos pero se entregó a una vida de piedad y ayuda a los más necesitados. En ese tiempo fundó varios monasterios y realizó dos peregrinaciones a Santiago de Compostela como una mujer más, sin ningún signo externo de su realeza.
La vida de Isabel de Portugal llegaría a su fin en Castilla donde, una vez más, tuvo que ejercer de mediadora en un conflicto. Esta vez los contendientes eran su hijo Alfonso IV y su nieto, Alfonso XI de Castilla, hijo de su amada Constanza. En el castillo de Estremoz, donde se encontraba Alfonso de Portugal, la reina se retiró a descansar tras el largo viaje. El 4 de julio de 1336 fallecía en el lecho después de hacer prometer a su hijo que pondría fin a las hostilidades contra su nieto, el rey castellano.
Enterrada primero en el monasterio de Coimbra en el que había residido los últimos años de su vida, su cuerpo sería trasladado a Santa Clara-a-nova donde sus restos permanecieron hasta nuestros días.
Fue Manuel el Afortunado, cuando inició el proceso de beatificación que culminaría el 15 de abril de 1516 con la firma de una bula del papa León X. Un siglo después era canonizada y su fiesta se asignaba para el aniversario de su muerte.
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X Sandra Ferrer
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