El reinado de la reina Isabel I de Inglaterra fue uno de los más largos y determinantes de la historia de su país. Llegó al poder después de ver cómo su madre era decapitada por orden de su propio padre y vivir unos años recluida y alejada del orden sucesorio. Pero el destino quiso que Isabel subiera al trono en 1558 y reinara sobre Inglaterra e Irlanda hasta su muerte, en 1603. La reina estrechó lazos con Francia, se enfrentó a su rival María de Escocia y plantó cara al imperio de Felipe II. Su reinado sentó las bases de un largo tiempo de hegemonía inglesa sobre los mares y amplios territorios de ultramar. También fueron años de gran esplendor en el mundo del arte y de la literatura, con Marlowe y Shakespeare como adalides de las letras inglesas. Solamente su extraña aversión al matrimonio y su empeño por ser recordada como la reina virgen exaltando su relación con su pueblo por encima de un solo hombre, hicieron de ella un personaje un tanto excéntrico y misterioso.
Un nacimiento, una frustración
Isabel Tudor nacía el 7 de septiembre de 1533 en el palacio de Placentia, en Greenwich. Su llegada al mundo venía precedida de una auténtica revolución en la corte y el gobierno de su padre, Enrique VIII, quien se separó de su primera mujer, Catalina de Aragón, quien sólo le había dado una hija, la futura María I. Para conseguir el divorcio y poderse casar con su amante, Ana Bolena, Enrique rompió con el papado y se autoproclamó cabeza de la iglesia de Inglaterra.
Pero cuando el bebé de Ana resultó ser otra niña, la decepción del regio padre fue importante. Poco tiempo después, la desdichada esposa daba a luz un bebé muerto, terminando con la paciencia de su esposo quien empezó a acusarla de adulterio y no dudó en condenarla a muerte. Ana Bolena moría decapitada el 19 de mayo de 1536.
Isabel no encajaba entonces, como su media hermana María, en la nueva vida de su padre. Casado por tercera vez con Jane Seymour, con la que, al fin tuvo el ansiado heredero, deslegitimó a sus dos hijas mayores. Isabel vivió mucho tiempo alejada de la corte.
El ascenso al poder
Isabel recobró su estatus de princesa gracias a Catalina Parr, última esposa del entonces ya decrépito Enrique VIII. Catalina consiguió que el rey firmara en 1544 el Acta de Sucesión según la cual tanto Isabel como María recobraban sus derechos al trono por detrás de su hermano Eduardo. Durante aquellos años Isabel vivió bajo la protección de Catalina, quien le ofreció además una amplia educación humanista y la acercó a la fe protestante.
El 28 de enero de 1547 fallecía el viejo rey Enrique VIII y subía al trono su único hijo varón como Eduardo VI. Durante los años de reinado de su hermano, Isabel continuó bajo la protección de Catalina aunque su situación estuvo en varias ocasiones comprometida al verse envuelta en alguna supuesta conjura para ascender al poder.
Eduardo, un niño enfermizo desde su nacimiento, moría con tan sólo quince años, en 1553. A pesar de tener dos hermanas que debían sucederle en el trono, tal y como había dejado estipulado su padre, Eduardo, influido por el duque de Northumberland, nombró a su prima segunda lady Jane Grey su legítima heredera. Aquel episodio turbulento de la historia de Inglaterra terminó en pocos días con la condena a muerte de la desdichada reina.
María Tudor se convertía en María I el 1 de octubre de 1553. Durante su reinado, Inglaterra volvió al catolicismo y se vivieron tiempos convulsos en los que la nueva reina se ganó el triste apodo de María la Sanguinaria. Su matrimonio con su primo, Felipe II, tampoco fue del agrado de los ingleses quienes intentaron colocar a Isabel en el trono. La princesa terminó recluida en la Torre de Londres pero su hermana no consiguió que fuera alejada de la sucesión ni tampoco su conversión al catolicismo.
Cuando María fallecía el 17 de noviembre de 1558 sin haber dejado descendencia, Isabel conseguía, al fin, subir al trono de Irlanda e Inglaterra. Isabel I era coronada el 15 de enero de 1559.
Luces y sombras en su reinado
Con la coronación de Isabel, Inglaterra iniciaba un periodo de profundas y complicadas relaciones con el resto de potencias europeas. Con la vecina Escocia, donde reinaba su pariente María Estuardo, nieta de la hermana de Enrique VIII, se enfrentó en varias ocasiones por cuestiones religiosas y políticas y terminó con la trágica detención y muerte de la reina escocesa. Francia, emparentada por matrimonio con Escocia y protagonista de un profundo conflicto con los hugonotes estuvo también en el punto de mira de la política exterior de Isabel.
Pero con quien tuvo un conflicto abierto más duro fue con su antiguo cuñado, el rey Felipe II de España. Los conflictos contra los protestantes en Flandes que el imperio español llevaba lidiando desde hacía años o las constantes incursiones de los piratas Francis Drake y John Hawkin en el mar poniendon en jaque a la flota española en más de una ocasión terminarían con la paciencia del rey prudente.
Felipe II decidió atacar Inglaterra con su tristemente famosa Armada Invencible pero no lo consiguió. La derrota de España frente a las tropas inglesas en el mar fue un gran éxito político para Isabel pero sumió a su pueblo en un largo tiempo de crisis económica.
La fobia de la reina al matrimonio
Los problemas internos y externos se mezclaban con la constante preocupación del reino por la futura sucesión de la reina. Isabel, quien gobernó siempre asesorada por su fiel William Cecil y su hijo Robert, no consintió nunca en aceptar marido. La duda acerca de su sexualidad, de posibles malformaciones, de algún tipo de aversión psicológica al sexo opuesto sobrevoló toda su vida y después de su muerte, sobre la vida de una reina que aseguraba que su verdadero esposo era el pueblo de Inglaterra. Palabras hermosas pero que no solventaban el problema sucesorio.
Robert Cecil, quien sustituyó a su padre en el papel de asesor de la reina tras su muerte, decidió que Jacobo, el hijo de la desaparecida María Estuardo, podría ser la solución al problema dinástico. Su elección fue del agrado de la reina quien, en su lecho de muerte, aceptó la elección de Cecil y el hijo de su antigua rival reinaría los años siguientes como Jacobo VI y abriría el camino hacia la unión de Inglaterra con Escocia.
Isabel I de Inglaterra fallecía el 24 de marzo de 1603 en el palacio de Richmond. Su reinado, convulso, espléndido y controvertido, fue un tiempo de renacimiento cultural y puso las bases del futuro imperio inglés que alcanzaría su hegemonía internacional hasta bien entrado el siglo XIX.
Si quieres leer sobre ella
Por Sandra Ferrer
No hay comentarios.:
Publicar un comentario