Es una forma de agresión que todavía resulta difícil de distinguir y percibir, porque está inmersa en lo cotidiano y, a través de sus mensajes, naturaliza situaciones que no son naturales, como la violencia o la falta de respeto a las mujeres.
Por Ana Roberts.
Los medios de comunicación nos tienen acostumbradas a cientos de imágenes que, si nos detuviéramos a pensar, nos sublevarían. Pero las vemos, en algunos casos, sin pronunciar palabra y sin tener demasiada conciencia de la violencia que esconden. Podemos ver en televisión a un grupo de mujeres que bailan mientras un hombre entra en escena pasando por encima de ellas como si fueran parte de la escenografía, a un periodista de espectáculos que le exige a cualquier mujer que se le cruce por el camino que le dé “un pico”, a alguien que le corta con una tijera la “pollerita” a una mujer mientras ella se ríe entre incómoda y seductora; o una publicidad en la que el marido le grita desde el baño a su mujer que se acabó el desodorante de ambientes y ella corre –sonriente, claro– a traerle uno nuevo.
También podemos salir a la calle y ver carteles con publicidades en las que un joven se encuentra entre dos mujeres y se pregunta por qué elegir entre “la rubia y la morocha” si puede quedarse con las dos. Pero eso no es todo. Prendemos la radio y en cualquier dial podemos escuchar una conversación, que pretende ser divertida, en la que un periodista o un conductor nos cuenta que su compañera luce hoy un escote para el infarto y nos invita a imaginarla mientras ella ríe a carcajadas, no sea cuestión que la tilden de “mala onda”.
Todo esto que algunas veces percibimos y otras muchas no; que por momentos nos puede incomodar, pero que desestimamos con un “es normal, es lo natural… tampoco voy a exagerar”, que dejamos pasar más de lo que creemos tiene un nombre: “violencia simbólica”. La mayoría de las veces son las mujeres las víctimas de los mensajes que las relegan, las reducen a meras expertas en productos de limpieza, a gastadoras compulsivas, a objetos del deseo de los hombres o a mujercitas que sólo están allí para satisfacer los deseos del varón.
Durante una charla con Sophia, Daniela Allerbon, licenciada en Economía con un posgrado en Gestión Política y Cultural y miembro del Consejo Nacional de la Mujer, nos explica por qué se habla tan poco de la violencia simbólica, cómo opera, por qué a veces nos cuesta identificarla y cómo podemos defendernos de ella.
–Daniela, ¿qué es la violencia simbólica y por qué se habla tan poco de ella?
–En primer lugar, es importante distinguir entre distintos tipos o niveles de violencia: la violencia física, la violencia psicológica y la violencia simbólica. La física es cualquier forma de agresión o maltrato que produce un daño físico; es claramente identificable porque deja marcas visibles. La violencia psicológica, en cambio, produce un daño emocional y una disminución de la autoestima; busca degradar o controlar las acciones de la mujer mediante amenazas, intimidaciones, humillaciones, manipulación o aislamiento, entre otras formas. La violencia simbólica es la que utiliza patrones estereotipados, mensajes, valores, íconos o signos para transmitir y reproducir la dominación, la desigualdad y la discriminación, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad. Es la más difícil de distinguir y percibir.
–¿Por qué?
–Porque la violencia física es evidente: hay un moretón que se puede ver o un golpe que puede ocasionar una lesión y se puede comprobar, y existe un consenso casi unánime en condenarla. A la violencia psicológica hay cada vez más consenso para condenarla, pero todavía existe una dificultad para reconocer la manipulación o la amenaza velada, y además exige una conciencia mayor de la mujer que la sufre. De todas maneras, una vez desenmascarada, resulta evidente e igualmente condenable que la violencia física. En el caso de la violencia simbólica es diferente, porque está metida en el lenguaje cotidiano y, aunque el principal canal o vehículo de transmisión sean los medios de comunicación, atraviesa todas nuestras expresiones culturales, cada una de nuestras palabras.
–¿Por ejemplo?
–Es violencia simbólica un aviso publicitario que pone a la mujer como única responsable del cuidado de la casa, de los hijos, de la limpieza y, sobre todo, cuando la muestra como un mero objeto de deseo. Es violencia simbólica un cartel en un aeropuerto que para indicar un baño pone sólo el ícono masculino; es violencia simbólica cuando se dice “los hombres” en lugar de decir “varones y mujeres”. Se genera violencia simbólica cuando a una mujer se la considera “sujeto” y se la respeta sólo cuando es madre y se habla del “coraje de las madres” en lugar del “coraje de las mujeres”. Así, se utiliza un lenguaje que no nos contiene, que no nos tiene en cuenta.
–Como una publicidad de electrodomésticos que decía algo así como “amas de casa eran las de antes” y mostraba a una mujer muy sexy, acostada sobre un lavarropas.
–El mensaje era simple: “Antes la mujer se tenía que pasar horas lavando y planchando, y ahora tiene tiempo para arreglarse y ponerse sexy”. ¿Para quién? Otra vez, ¡para el hombre! Porque si fuese un mensaje dirigido realmente a una mujer, tal vez sí la mostraría con tiempo para ponerse linda; pero para estar bien con ella, desarrollarse, hacer lo que le gusta, y no para posar con lencería “súper hot” como súmmum de la liberación femenina.
–¿Los medios son los responsables de esta violencia?
–Sí. Aunque los medios reproducen este lenguaje que existe en la sociedad, ellos tienen un peso importante porque lo legitiman. Pero también es necesario reconocer que la responsabilidad es de todos. En primer lugar, de los que reproducimos en nuestras conversaciones cotidianas la idea de que la mujer debe quedar relegada, ocuparse sólo del colegio, de los chicos, o cocinar para el marido. Una de las consecuencias de esta discriminación es que las mujeres sientan que deben trabajar como nadie en su empresa para que no las descalifiquen “por ser mujer”, aunque de hecho vayan a ganar en promedio un 20% menos que el varón por el mero hecho de ser mujeres. Por eso, nuestro primer objetivo es desnaturalizar este lenguaje.
–¿Qué querés decir con “desnaturalizar”?
–En primer lugar, hacer visible lo que es invisible; “visibilizar” esa violencia; mostrar ese lenguaje que contiene todo el tiempo marcas que nos excluyen, que nos relegan y que hace que “naturalicemos” una situación social de violencia, de dominación, donde nosotras siempre somos “lo que no se ve”, el resto, el complemento, el opuesto del varón, lo que no se nombra con nombre propio, “lo incompleto”. Desnaturalizar es, en definitiva, generar conciencia en todas y en todos. Que se den cuenta de que no es “natural” que el hombre sea violento como nos dice una publicidad de desodorante masculino, o que es “cazador de mujeres”, o que el varón desde chiquito está determinado a la acción y la mujer, a ser la princesita de la casa que se queda sentadita frente al espejo para que la miren.
–Hay ejemplos más burdos, como el que vimos recientemente en una revista…
–Sí. Te referís a la producción de fotos de Victoria Vanucci en la que ella aparece semidesnuda y ensangrentada porque se dice que el marido le pega. Desde el Consejo de la Mujer expresamos nuestro repudio hacia esa producción de fotos que, además, iba acompañada de una cita textual que decía: “Amo el dolor”. Consideramos que esa producción humilla a la mujer y atenta contra su dignidad. Además, denunciamos que ese medio incurre en violencia mediática y simbólica, en el marco de la Ley 26.485 –Ley Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los Ámbitos en que desarrollan sus Relaciones Interpersonales–, porque frivoliza una situación de violencia familiar y legitima y naturaliza la agresión. El medio no sólo reproduce la violencia que podía sufrir esa modelo, sino que la legitima como si de fondo se oyese “Pero si le gusta…”, que es el eterno discurso machista sobre la violencia: “Pero si le gusta que le pegue, si le gusta que le grite”.
–Tengo entendido que también hicieron algo similar con una campaña publicitaria de desodorante masculino.
–Sí, también se emitió un comunicado repudiando esa campaña, que para el Consejo de la Mujer es un caso emblemático. Se denunció que infringe la Ley 26.485 y se convocó a la empresa a conversar en el marco del Observatorio de la Discriminación en Radio y Televisión. La campaña consiste en un conjunto de publicidades en el que el hombre se muestra como un “cazador” de mujeres. Además, se completa con un juego interactivo disponible en una página web, en la que el hombre suma puntos dando garrotazos a las mujeres para cazarlas. En este caso, la mujer es siempre el objeto de placer, el objetivo de su caza, y el mensaje fundamental es que el hombre es un cazador por instinto… El contenido de toda esta campaña propone la violencia física como una modalidad de trato entre varones y mujeres, posiciona a las mujeres sólo como objetos de conquista para el varón y los estigmatiza a ellos mismos como seres que sólo se relacionan con las mujeres con fines sexuales.
–Un lugar también incómodo para el varón…
–Por supuesto, no es válido pensar que todos los varones son violentos, o que todos quieren verse siempre como cazadores, o mostrar la violencia y la dominación como instintos naturales del varón. ¡La violencia no es natural!
–¿La violencia de género afecta sólo a las mujeres?
–Evidentemente, no. La violencia de género no es sólo un tema de las mujeres. Basta pensar en cómo este tipo de mensajes y publicidades van configurando la mentalidad de los más chicos. Hay una publicidad infantil de un chocolate, que muestra a una familia con dos hijos y una nena y los va describiendo a cada uno; a los varones los muestra jugando, peleando, activos, deportistas, y a la mujer… ¡sentada frente a un espejo vestidita de princesa! La madre dice: “¡Y ella es mi princesa!”. Está bien, puede ser un halago, pero el reverso de esto es: “Ella no va a ‘ser’ nada, va a ‘ser’ siempre y únicamente un objeto para mirar, admirar o, en todo caso, utilizar para el placer”. Tal vez alguien pueda tacharnos de exageradas pero es real: la violencia simbólica opera de esta manera, se vuelve constitutiva del lenguaje, y después nos parece “natural” que a una mujer le corten la pollera en televisión.
–Pero el discurso funciona.
–Sí… porque vende, porque alimenta de alguna manera el sentimiento de poder masculino, de dominación. Atención, no es que los medios lo inventen –ya hablamos de una violencia física y psicológica que existe en la sociedad–, sino que reproducen alegremente, con frivolidad, lo que se ve como natural en el entorno. Ahí es donde tenemos que actuar y donde, de hecho, actuamos al impulsar la ley que intenta ser un instrumento a través del cual se pueda sancionar como delito a esta violencia simbólica que circula “naturalmente” a través de los medios y se filtra continuamente en nuestro lenguaje. Tengo entendido que en Inglaterra le exigieron levantar a la empresa de desodorante masculino la campaña publicitaria sobre cazadores, pero ellos prefirieron pagar la multa y seguir adelante con la campaña. ¿Por qué? ¡Porque vendía muy bien!
–¿Desde cuándo tenemos esta ley que combate la violencia simbólica?
–El 1 de abril de 2009 el Congreso Nacional promulgó la Ley Nacional Nº 26.485. Esta ley sirve para proteger a las mujeres de situaciones de violencia en todos los ámbitos en los que actúen. Es una ley más abarcativa. Antes teníamos leyes parciales, como la ley de violencia familiar. Ahora, con la Ley 26.485 tenemos una ley más exhaustiva que permite una protección más amplia de la mujer e incluye por primera vez la violencia simbólica.
–¿Está en vigencia?
–La ley está en vigencia porque ya fue promulgada y se acaba de firmar el decreto para su reglamentación. O sea que ya puede ser aplicada y, entre otras cosas, se puede sancionar a los que la incumplan. Entiendo que el decreto reglamentario saldrá próximamente.
–¿Cómo podemos colaborar desde lo cotidiano para ser más conscientes y no reproducir esta violencia simbólica?
–En primer lugar, desde cada una de nuestras conversaciones cotidianas, evitando reproducir con nuestro lenguaje la idea de que la mujer debe quedar relegada, ocuparse en exclusiva de la crianza los chicos, del marido, estar sometida a distintos tipos de violencia, sin poder pensar en un proyecto propio más allá de la maternidad, sin atreverse a desear. Por otra parte, denunciando a las empresas cuando a través de la publicidad para vender sus productos transmitan mensajes discriminatorios y violentos, y también a los medios de comunicación que reproducen esta violencia. Tenemos que hacer visible esa violencia, tener conciencia y no tomar como natural, como dado, lo que solemos ver en los medios o en la sociedad.
FUENTE: http://www.sophiaonline.com.ar/violencia-simbolica-la-que-no-se-ve/
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