Acerca del capitalismo heteropatriarcal
En su sentido literal, patriarcado significa gobierno de los padres. Históricamente el término ha sido utilizado para designar un tipo de organización social en el que la autoridad la ejerce el varón jefe de familia, dueño del patrimonio, del que formaban parte los hijos, la esposa, los esclavos y los bienes. La familia es, claro está, una de las instituciones básicas de este orden social.(Fontenla 2007)
Heidi Hartmann define al patriarcado como un “conjunto de relaciones sociales entre los hombres que tiene una base material, y aunque son jerárquicas crean o establecen interdependencia y solidaridad entre ellos que los capacitan para dominar a las mujeres. La base material del patriarcado es el control de los hombres sobre las mujeres, en la esfera de la producción, negando el acceso a las mujeres a los recursos productivos económicamente necesarios y restringiendo su sexualidad”.
La autora va a analizar la relación patriarcado y capitalismo en el contexto del proceso de desarrollo capitalista y la industrialización en el Siglo XIX planteando las tensiones que se producen entre hombres y capitalistas acerca del empleo de la fuerza de trabajo de las mujeres. “Una forma en que este conflicto podría manifestarse es que la mayoría de los hombres desearía que sus mujeres permanecieran en el hogar y los sirvieran personalmente, mientras un menos número de hombres –capitalistas- quisieran que la mayor parte de las mujeres (menos “las propias”) se incorporen al mercado laboral”. Pero tanto el capitalismo como el patriarcado son lo suficientemente flexibles como para ir adaptándose a los cambios que uno y otro sistema van sufriendo. La relación entre capitalismo y patriarcado hace que sea imposible hablar de capitalismo puro o patriarcado puro, ya que ambos deben coexistir necesariamente.
El ejemplo histórico que la autora va a desarrollar es el caso del llamado “salario familiar” (ver “El infeliz matrimonio entre marxismo y feminismo: hacia una unión más progresista de Heidi Hartmann). El patriarcado, al establecer y legitimar una jerarquía entre los varones, refuerza el control capitalista, y los valores capitalistas configuran la definición de utilidad patriarcal. Por ello ambos se favorecen de la alianza, lo que permite explicar la opresión de las mujeres en tanto trabajadoras y en tanto mujeres.
No es sólo el sistema sino los varones como tales quienes oprimen a las mujeres. La restricción de su sexualidad, junto al matrimonio heterosexual -como formas de control sobre la fuerza de trabajo de las mujeres- son elementos cruciales del patriarcado, que no descansa en la familia sino en todas las estructuras que posibilitan este control. (Fontenla 2007)
Milagros Rivera Garretas (1994) señala como estructuras fundamentales del patriarcado las relaciones sociales de parentesco y dos instituciones muy importantes para la vida de las mujeres: la heterosexualidad obligatoria y el contrato sexual. La heterosexualidad obligatoria es necesaria para la continuidad del patriarcado. Es una institución que afecta a hombres y mujeres mediante el recurso a la definición y, por tanto, a la limitación de los contenidos de su sexualidad. La heterosexualidad normativa como eje de las relaciones de parentesco expresa la obligatoriedad de la convivencia entre hombres y mujeres en condiciones de la tasa de masculinidad/feminidad numéricamente equilibrada. Expresa esta obligatoriedad también en las sociedades que -en el pasado o en el presente- han tolerado o toleran formalmente la homosexualidad hasta el punto de permitir en el Derecho el matrimonio entre personas del mismo sexo. Es importante esta idea para transformar la sociedad y para escribir su historia porque nos hallamos ante un caso en el que, curiosamente, lo que se suele llamar “naturaleza” y lo que se suele llamar “cultura” se identifican en una institución que, como todas las instituciones, es de carácter puramente social.
Adriana Rich (2001) observa la necesidad de formular la manera en que la heterosexualidad ha sido históricamente construida como institución y los fines para los que ha servido. Porque es además una institución económica que ha permitido y sustentado la doble jornada laboral para las mujeres, así como la división sexual del trabajo como “la más perfecta de las relaciones económicas”. Señala que no comprender la heterosexualidad como institución implica negar que el sistema de opresión -económico, racista, de género- se mantiene gracias a una multiplicidad de operaciones. Rich reconoce además que el gran obstáculo y la dificultad de que comporta este análisis se debe a que saca a la luz un tema tan difícil como es el deseo sexual (…) “reconocer que la para las mujeres la heterosexualidad puede no ser una preferencia en absoluto sino algo que ha tenido que ser impuesto, gestionado, organizado, propagado y mantenido a la fuerza” es un paso para la liberación del pensamiento. (Yuderkys Espinosa-Miñoso 2007)
El capitalismo se sostiene como sistema político, económico, social, cultural, militar, apoyado en múltiples dominaciones que refuerzan el sometimiento de amplias franjas de la humanidad, aumentando su dependencia y vulnerabilidad. El patriarcado contribuye en esta perspectiva, colocando a una parte fundamental de la humanidad -especialmente a las mujeres, pero también a quienes han realizado opciones que se alejan del patrón heterosexual- en condiciones desventajosas, acostumbrándonos a la discriminación, al sometimiento, a la naturalización de un modelo hegemónico masculino, blanco, heterosexual, occidental, a la dominación de una minoría. (Claudia Korol en 'Revolución en las plazas y en las casas' -de aquí en adelante)
En esta perspectiva, el machismo resulta útil para el capitalismo, aunque no haya nacido con él. Como a tantos otros resabios culturales que refuerzan la desigualdad, el capitalismo los ha adoptado con poca crítica, y los ha adecuado a su modo de explotación, en la medida que son aptos para abaratar la fuerza de trabajo, y para reforzar el disciplinamiento de las mayorías.
La discriminación de la mujer, así como el incremento de todas las opresiones, se ha agravado en los finales del siglo XX y XXI, cuando el imperialismo norteamericano desata una guerra agresiva contra la humanidad, para proveerse de los recursos natrales, los territorios y la fuerza de trabajo que le permitan sostener estratégicamente su hegemonía. El “pensamiento único”, que intenta ser instalado en el mundo como legitimación del poder imperial de la burguesía norteamericana, coloca en el campo del enemigo a todo lo diferente. Promueve una cultura de la intolerancia, de la violencia, del individualismo y el egoísmo, de la discriminación, y la exclusión (llevándola hasta el nivel de la eliminación física del diferente). El pensamiento único expresa la imposición mundial de una cultura capitalista guerrera, machista, homofóbica y racista.
La guerra cultural no tiene fronteras, como tampoco las tiene la guerra de conquista e invasión. En este contexto, se ha agravado hasta límites inhumanos la opresión que sufrimos las mujeres, tanto en el terreno estrictamente económico y social como en el campo político y cultural.
La discriminación hacia la mujer, sigue pesando en el campo de la división sexual del trabajo. Pese a la masiva incorporación femenina al mercado laboral, el ingreso de las mujeres representa el 50 por ciento del ingreso masculino, y el desempleo tiende a ser mayor en el caso de las mujeres que en el de los hombres.
El concepto de la ¨ feminización de la pobreza ¨, no sólo a las diferencias objetivas existentes ente hombres y mujeres en lo que se relaciona con el acceso al trabajo, el salario, a los derechos laborales, sino también a las distintas maneras en que hombres y mujeres experimentan la pobreza. En las mujeres los efectos de la pobreza – negativos para toda la familia- , se agravan tanto por el rol social asignado a la mujer en el plano de la vida privada, como por la amplia gama de discriminaciones y estereotipos a los que estamos sujetas.
La feminización de la pobreza, se relaciona de manera directa con las políticas que condujeron al desempleo, a la marginalidad, a una parte fundamental de la población; pero también con las dificultades al acceso a la salud, a la educación, a la vivienda, a la vivienda - por el impacto de estas mismas políticas- y a los límites culturales que significan la penalización del aborto y sus desiguales consecuencias en la vida de las mujeres pobres.
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