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domingo, 19 de agosto de 2018

20 años de chistes contra Monica Lewinsky: ¿por qué nunca nos reímos de él?


“Los chistes acaban confeccionando nuestra identidad y nuestra visión del mundo, del mismo modo que lo hacen las ideas políticas o cualquier otro tipo de convicción”
Por: Eduardo Espluga
El 17 de agosto de 1998, Bill Clinton comparecía en televisión para admitir su relación con Monica Lewinsky.
“En efecto, tuve una relación con la señorita Lewinsky que no era apropiada. En realidad, fue un error. Constituyó un muy grave error de juicio y una falta personal por mi parte, de la cual soy total y únicamente responsable”.
El “affaire” se había destapado en enero, pero durante meses el entonces Presidente de los Estados Unidos había tratado inútilmente de ocultar el escándalo. En agosto, cuando decidió pedir perdón en público, su relación con “la becaria” ya se había convertido en algo así como un clima cultural. Además, para gran parte de los ciudadanos estadounidenses, Monica Lewinsky había mutado en un demonio seductor e hipersexualidado, que habría coaccionado a Bill Clinton con sus encantos. Incuso referentes feministas como Betty Friedan cargaron contra ella.
Lewinsky pasó a ser la “puta” y “la gorda”, porque no solamente se la juzgaba por su relación, sino también por su físico: parte de la ira con la que la sociedad americana arremetió contra ella tenía que ver con lo inapropiada que resultaba Lewinsky como amante. Donahue cuenta que su propio padre estalló en lamentos en el comedor de casa: “¿ella? ¿Por qué ella? Es el Presidente de los Estados Unidos, podría haber elegido a quien quisiera. ¡Pero ella!”

La industria del espectáculo ha cargado sistemáticamente contra los más vulnerables, sin mostrar ningún tipo de empatía por el daño que estaban haciendo.

Sin embargo, los ataques no se limitaron a la intimidad de las casas. En televisión, las bromas contra Lewinsky se convirtieron en un género propio. “¿Sabéis quien estuvo en la fiesta de Vanity Fair?”, preguntaba Jay Leno en The Tonight Show, “Monica Lewinsky. Estaba sentada justo a mi lado. Yo estaba en la mesa 14 y ella bajo la mesa 12”. El nombre de Lewinsky se convirtió en sinónimo de felación. Los humoristas repetían una y otra vez las mismas bromas infantiles, y con el paso de los años la fijación seguía intacta. “hoy Monica Lewinky cumple 28”, empezaba David Letterman en su show, “parece que fue ayer cuando estaba arrastrándose por el suelo del Despacho Oval”.
Estos chistes han seguido repitiéndose durante 20 años, dentro y fuera de Estados Unidos. Mientras Monica Lewinsky llegaba a pensar incluso en suicidarse,  los humoristas de todo el mundo continuaban humillándola alegremente. Es por ello que su caso ejemplifica brutalmente lo que Hannah Gadsby denuncia en ‘Nanette’: cómo la industria del espectáculo ha cargado sistemáticamente contra los más vulnerables, sin mostrar ningún tipo de empatía por el daño que estaban haciendo.
“¿Sabéis quién solía ser un blanco fácil? Monica Lewinsky.” Quizá, si los cómicos hubieran hecho bien su trabajo, y se hubieran  burlado del hombre que abusó de su poder, a lo mejor hoy tendríamos a una mujer de mediana edad con suficiente experiencia en la Casa Blanca, en lugar de un hombre que ha admitido sin problemas agredir sexualmente a mujeres jóvenes vulnerables porque podía.”
No hay nada de “políticamente incorrecto” en hacer humor con Monica Lewinsky. Más bien al contrario: los últimos 20 años demuestran que atacarla ha sido la norma. Lo verdaderamente transgresor, como señala Gadsby, habría sido bromear contra el Presidente, y no precisamente para celebrar su promiscuidad —como pasaba con la gran mayoría de los 1.451 chistes sobre Bill Clinton que, según un estudio,  se habían hecho en menos de un año—.
La dirección en la que se ejerce el humor es siempre muy importante (los de arriba contra los de abajo, los poderosos contra los vulnerables), pero la reflexión de Gadsby va más allá y nos obliga a preguntarnos cómo las bromas acaban confeccionando nuestra identidad y nuestra visión del mundo, del mismo modo que lo hacen las ideas políticas o cualquier otro tipo de convicción.
Por supuesto, en veinte años han cambiado muchas cosas. David Letterman (y tantos otros comediantes) se han disculpado públicamente con Lewinsky. El caso ha sido interpretado retrospectivamente a la luz del #Metoo, a pesar de que ella defendió que el sexo fue consentido: la diferencia de posición (y las consecuencias del acto) fueron tan enormes que tiene sentido hablar de abuso de poder. Además, la propia Monica Lewinsky se ha convertido en una importante figura pública en la lucha contra el acoso y el bullying.
Sin embargo, muchas otras cosas no han cambiado. Bajo el argumento de la libertad de expresión se utiliza la comedia como una herramienta para agredir y humillar a determinadas personas y, todavía hoy, veinte años después, en el imaginario colectivo Lewinsky sigue siendo —siempre entre risillas— la becaria que se acostó con Bill Clinton.

Por Eduardo Espluga

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