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miércoles, 14 de marzo de 2018

Memoria del feminismo: ¿por qué paro internacional y no huelga?



Por Mabel Bellucci
Frente a las movilizaciones internacionales de mujeres, heterosexuales, lesbianas, bisexuales, trans y travestis el #8M, Mabel Bellucci se pregunta por el uso de la noción de paro y no de huelga, que tiene un carácter global. En esta nota recupera la historia y la #MemoriaFeminista.
Por Mabel Bellucci
El terreno de las significaciones, los modos de representar los cuerpos y las subjetividades, se ha convertido en un vector central de las disputas políticas contemporáneas. Ante la complejidad de la coyuntura actual, urge constituir una genealogía histórica del activismo feminista. En palabras de Juan Marco Vaggione “combinando distintos registros genéricos y  pugnas, para reflexionar sobre el camino recorrido, nuestra producción de sentidos, (re)pensar dónde estamos y (re)imaginar alternativas”. Al menos en Occidente, los feminismos representan uno de los movimientos sociales más relevantes en la vida política y académica contemporánea. Hemos avanzado, no cabe duda. Antes, se hablaba solo de las mujeres, y en especial de las heterosexuales. En este presente se parte de sus multiplicidades, y desde allí, en su interior hacen valer, y discuten sus propias diferencias. En cambio, cuando conceptualizamos un acontecimiento de tal magnitud recurrimos al concepto de paro y no de huelga. No es un detalle menor. El paro se define como “la cesación de un movimiento o de una acción que se venían desarrollando” mientras que huelga está asociada a distintos frentes simultáneos: demandas por mejores condiciones laborales; desarrollo del movimiento sindical; teoría de la existencia de una clase trabajadora para el reconocimiento de su valor como fuerza de trabajo y creadora de riqueza; lucha de clases.
Aunque los orígenes de la huelga se remontan a la Revolución francesa, fue desde fines del siglo XVIII que se desarrolló con la revolución industrial y la generalización del asalariado y las prácticas de resistencias al capital. Entonces, el concepto de huelga nos entronca dentro de un linaje revolucionario del movimiento obrero internacional: el anarquismo con todas sus tendencias, el socialismo y las corrientes marxistas. Por lo tanto, el llamado a la huelga no solo se considera una herramienta para reivindicar avances y mejorías en el mundo laboral.
Si recuperamos nuestra memoria colectiva en torno a las revueltas de desobediencias, en 1906 el médico y anarquista español Avelino Luis Bulffi de Quintana, como parte de las vanguardias librepensadoras,convocó a una ¡Huelga de vientres! para evitar la constitución de familias numerosas y promover una maternidad consciente. Mientras tanto, las corrientes radicalizadas colocaban en el centro del debate las imbricadas cuestiones del placer sexual y sus derivados bajo la necesidad de la autorregulación reproductiva. Un caso de intransigencia fue el de la feminista revolucionaria Alejandra Kollantai  que, en 1917, sostuvo con garra la organización de una huelga de amas de casa por la carestía de vida en París. Ella fue una de las pocas marxistas bolchevique que comprendió con una lucidez anticipatoria la explotación del trabajo de la mujer dentro del hogar en el capitalismo. A cambio, dentro de una revolución socialista se reformaría radicalmente la familia nuclear. Para ello, en 1906, propuso la necesidad de socializar el cuidado de lxs hijxs y del mundo doméstico, de acuerdo con la investigación de Mary Goldsmith “Análisis histórico y contemporáneo del trabajo doméstico”.
En 1975, un soleado 24 de octubre en Islandia, se realizó la huelga de mujeres con la idea de que fuese un día libre de obligaciones familiares, conyugales y maternales. Cerraron los bancos, las fábricas y tiendas, las escuelas y las guarderías, dejando a muchos padres sin más remedio que llevar a sus hijos al trabajo. A este acontecimiento se lo conoce como el “Viernes Largo”. Una multitud de más de 25.000 mujeres se reunieron para cantar, escuchar arengas y discutir ideas, en una isla de tan sólo 220.000 habitantes. La idea de la huelga fue una propuesta de las Redstockings (medias rojas), un movimiento radical femenino, fundado en 1970, que algunas islandesas consideraban demasiado confrontativo. Redstockings causó un gran revuelo por sus ataques contra la visión tradicional hacia las mujeres, especialmente de las generaciones anteriores que siempre trataron de ser las perfectas amas de casa.
En nuestra región también hay una memoria para recobrar. Sabemos que en Chole existió un paro de mujeres en 1904, la “huelga de las cocinas apagadas”. En medio de las pampas salitreras nacían los comités de dueñas de casa que se organizaron de manera sindical a partir de sus pesadas labores hogareñas y también para que sus compañeros no fuesen a trabajar frente a los abusos patronales.
Entre tanto, en la Argentina, 1904, representó un año de movilización permanente de las obreras en sus lugares de trabajo formales y no formales por el logro de aumentos de salarios, pagos por horas extras, mejoras en las condiciones laborales, descanso dominical y reducción de las extensas jornadas que iban de doce a catorce horas, casi sin descanso. 1904 es posible que haya marcado el hito del mayor porcentaje de conflictos laborales femeninos durante la primera década del siglo XX -básicamente orientados por las corrientes anarquistas-. Así, se registraron alrededor de veinticuatro medidas de fuerza con huelgas, boicots, sabotaje y apoyo a la resistencia llevada a cabo por sus cónyuges y compañeros de lucha. Alpargateras, costureras, modistas, chalequeras, pantaloneras, cigarreras, tabaqueras, aparadoras, zapateras, tejedoras, fosforeras, planchadoras fueron algunas de las protagonistas en estas jornadas convulsivas que se suscitaron a lo largo de ese año en su doble condición de mujeres y de trabajadoras.
Apenas pasado tres años, mujeres humildes y básicamente migrantes europeas utilizaron un icono de la limpieza hogareña –las escobas– para enfrentar los desalojos de sus precarias viviendas. En 1907, se organizó un movimiento de resistencia en los conventillos de Buenos Aires por los atropellos y usuras  de los dueños de las habitaciones al aumentar de manera brusca el precio de los alquileres. Hay que recordar que esas piezas, que no eran más que cuchitriles, no sólo servían de vivienda de la prole sino también como lugar de trabajo a destajo, con el cual los ingresos de estas mujeres dependían de los resultados de su labranza. La rebelión se originó en los barrios de La Boca y San Telmo y se extendió hacia los suburbios periféricos de la ciudad hasta llegar a Montevideo. A esta revuelta multitudinaria y plebeya, se la conoce como la Huelga de Inquilinos. Estuvo protagonizada por amas de casa, obreras y el niñerío, que se organizaron de manera espontánea. Las mujeres fueron las que preservaron sus hogares de los allanamientos de la justicia como de la represión policial. Así, los leguleyos y los uniformados se presentaban rigurosamente día tras día en momentos donde los hombres del conventillo estaban yugando en las fábricas o talleres. De ahí que estas heroínas anónimas recurrieran a lo que disponían a mano. Entonces tanto las escobas como las cacerolas perdieron su utilidad doméstica y adquirieron otra más necesaria para la ocasión: defenderse de la violencia irreconciliable del poder. En esos días, dos de las referentes eran anarquistas: Juana Rouco Buela, dirigió el periódico Nuestra Tribuna (1922/25) y creó el Centro Femenino Anarquista, Virginia Bolten, editora del primer periódico  comunista- anárquico La Voz de la Mujer (1896/97),  y la China María, considerada como la primera mujer que vendió diarios en las calles porteñas. Detrás de ellas se incorporaron cientos de mujeres con sus infantes que soportaron con enorme valentía la lucha y la represión.
Otra perla perdida en un armario y descubierta en el periódico El Gráfico por la historiadora Gabriela Mitidieri fue la del 3 de enero de 1923. Se llamaba “Huelga general de mujeres” y comenzaba con la siguiente pregunta: ¿Qué sucedería si las mujeres se declararan en huelga, todas las mujeres, no solo las que trabajan fuera de sus casas sino también las esposas y madres de familia? Y proseguía con un presagio feminista innovador para la época: “Las consecuencias de esta formidable huelga serían terribles y el gobierno y los hombres se verían obligados a ceder inmediatamente”. Acá está la fórmula. Pongámosla a rodar. Que vaya de un lado al otro. Son casi 60 países que adhieren, que invocan, que exigen la huelga el #8M. ¡Vayamos a la huelga Ya!
Por: 
Fotos: MARIANA LEDER KREMER HERNÁNDEZ

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