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martes, 27 de junio de 2017

Ama de casa, femenina y fiel esposa

La Universitat de València y Ediciones Cátedra publican “La mística de la feminidad”, de Betty Friedan

Enric Llopis
Rebelión


Una década después de escribir uno de los clásicos de la literatura feminista –“La mística de la feminidad” (1963)- la psicóloga y activista Betty Friedan (1921-2006) echaba la vista atrás. Cuando el libro vio la luz en Estados Unidos, tal vez la mitad de las mujeres hubieran salido del hogar para trabajar. “Un imperdonable pecado, por el que se sentían culpables”. De ese modo ayudaron a pagar la hipoteca o saldar la deuda con la tienda de ultramarinos, pero erosionaban el ideal de feminidad, desatendían a los vástagos y ponían en cuestión la masculinidad de los esposos, según la moral de la época.
El texto de 470 páginas reeditado en 2016 por Publicacions Universitat de València (PUV) y Ediciones Cátedra, con traducción de Magalí Martínez Solimán, tiene mucho de autobiográfico: “Toda mi vida me había preparado para escribir aquel libro”, confiesa Friedan. No se trata de una obra desconectada de la actualidad. El Informe Global de la Brecha de Género 2016 publicado por el Foro Económico Mundial (Davos) sitúa a Islandia, Finlandia, Noruega y Suecia como las sociedades más “igualitarias” entre hombres y mujeres en salud, educación, oportunidades y representación política. Estados Unidos ocupa la cuadragésimo quinta posición.
En 1957 Betty Friedan escribía artículos en revistas sobre asuntos de poco interés. Aburrida de esta labor, trasladó un cuestionario a sus antiguas compañeras de estudios, graduadas con ella en 1942. Le movía la inquietud por la separación tajante entre el sufrimiento cotidiano de las mujeres y la imagen que de ellas se proyectaba en las revistas y las televisiones. La autora lo definió como un “desgarro esquizofrénico”. El artículo con los resultados del trabajo se lo rechazaron o censuraron en varias revistas. Pero continuó conversando con psicólogos, sociólogos, asesoras matrimoniales, directores de revistas femeninas, expertos en educación familiar y principalmente mujeres, desde estudiantes hasta jóvenes amas de casa y madres. ¿Qué era aquello que inoculaba la culpa entre las mujeres en todo lo que no fuera ser una buena esposa y madre? La autora caminaba tras la pista de algo, que finalmente, después de numerosas entrevistas, llamó la mística de la feminidad.
Las investigaciones cobraron forma de libro, terminado en cinco años, aunque la previsión inicial era de uno. Para ello Friedan hizo uso de la Biblioteca Pública de Nueva York, que por aquella época abrió una sala para que los autores pudieran disponer de una mesa, gratis, por periodos de seis meses. “Mis métodos eran los de una reportera en busca de una historia”, apunta. Infatigable y entregada a la misión, puso nombre a ese malestar “que ha permanecido enterrado y acallado en las mentes de las mujeres estadounidenses”. Un malestar contra el que luchaban, en solitario, las mujeres de los barrios residenciales norteamericanos en las décadas centrales del siglo XX. Pero nada se decía en libros, revistas y artículos especializados, dedicados a enseñarles cómo se “caza” y conserva a un hombre, amamanta a un bebé, se sortean los enfrentamientos entre hermanos, compra una lavadora, se es femenina y vitaliza el matrimonio. Lo contrario del patrón dominante eran las mujeres poco femeninas y neuróticas, cuya infelicidad les movía a estudiar en la universidad, desarrollar una profesión o valorar la importancia de los derechos políticos.
También autora de “La segunda fase”, “La fuente de la edad” o “Mi vida hasta ahora”, Betty Friedan recuerda que en 1956 la revista Life se congratulaba por el hecho de que las mujeres estadounidenses volvieran al hogar. El modelo se propagaba mediante vívidas imágenes: la mujer que se despedía de su marido con un beso junto a un ventanal o que llevaba a los niños al colegio en una ranchera. Aspiraba a ser madre de cinco hijos y una casa maravillosa. Friedan también destaca que cuando la filósofa Simone de Beauvoir publicó “El segundo sexo”, en 1949, un crítico norteamericano realizó el siguiente comentario: “no tiene ni idea de lo que es la vida”, y además se refiere exclusivamente al caso de las mujeres francesas. Muchas asistieron al psicoanalista o al psiquiatra afrontar la situación de malestar. “Me siento tan avergonzada” o “debo de ser una neurótica sin remisión”, decían en la terapia.
La mística de la feminidad se somatizaba. Ampollas con hemorragia, malestar, nerviosismo y cansancio dieron lugar a fenómenos más graves, como infartos, úlceras, bronconeumonías e hipertensión. Según Betty Friedan, “la angustia emocional sin nombre se convirtió en crisis psicótica; en los años 50 se produjo entre las nuevas madres-amas de casa un incremento extraordinario de las ‘psicosis maternales’, las depresiones desde leves hasta con tendencias suicidas y las alucinaciones postparto”. En el texto de la Universitat de València y Ediciones Cátedra, la filósofa y feminista Amelia Valcárcel, autora de “Sexo y filosofía: sobre mujeres y poder” y “Feminismo en el mundo global”, entre otras publicaciones, insiste en las patologías generadas por el modelo: “Sus maridos no eran todos Rock Hudson, y las reuniones para practicar el ensamblado de ‘tuppers’ y la compra de cosméticos Avon acababan por deprimirlas. Cocina, niños y cepillado diario y prolijo de pelo llenaban los hospitales de enfermas, con un síndrome antes no conocido”. Valcárcel recuerda que la primera edición de “La mística de la feminidad” alcanzó los tres mil ejemplares, aunque después llegó a los tres millones. “Es el libro de cabecera de la Tercera Ola del feminismo”.
Una circunstancia excepcional era la de las actrices de éxito. Frecuentaban las páginas de las revistas femeninas, pero también en este caso el patrón había cambiado. De artistas con una psicología compleja y carácter fuerte, con un halo de misterio que mezclaba alma y sexualidad (Greta Garbo, Marlene Dietrich, Bette Davis o Katherine Hepburn), se pasó al objeto sexual de rostro aniñado (Marylin Monroe y Brigitte Bardot); o a las series de televisión – como “I love Lucy” (1951-1957)- protagonizadas por divertidas ama de casa. Las aspiraciones de la feminidad dominante se proyectaron en otras series como “Embrujada”.
Pero no sólo se trataba de los medios de comunicación de masas. La literatura psicoanalítica también difundía una imagen mutilada y patriarcal de la mujer. Betty Friedan recuerda alguna de las frases de Freud: “El descubrimiento de su castración marca un hito en la vida de la niña; se siente herida en su amor propio por la comparación desfavorable con el niño, que está mucho mejor dotado”. Al hilo de las ideas del mentor del psicoanálisis, autoras como Helene Deutsch escribió en 1944 que la pareja de identidades “femenina-pasiva” y “masculino-activo” se hallan en todas las culturas y razas. En muchas ocasiones la mujer “se resiste a esta característica que le dicta su naturaleza”, y adopta comportamientos “que sugieren que no está del todo satisfecha con su propia constitución”. Estas contradicciones darían lugar a un supuesto “complejo de masculinidad”.
¿Cuáles fueron las consecuencias de la publicación del libro para la investigadora? En el epílogo Betty Friedan recuerda que se convirtió en una “leprosa” en el barrio donde residía. La experiencia resultó muy dura: “Prácticamente tuve que huir de mi propio jardín, invadido por la maleza, para evitar que me quemaran en la hoguera”. En 1965 tenía redactado un tercio del libro que sería la segunda parte de “La mística de la feminidad”, con el fin de superarla. Nunca concluyó el texto, pero sí tenía clara la idea medular: “Necesitamos un movimiento político y social como el de los negros”. La activista fue una de las promotoras de la organización NOW (Organización Nacional para las Mujeres). Reivindicaban la inclusión en “la corriente principal de la sociedad norteamericana”, con los mismos derechos y responsabilidades que los hombres. Uno de los ejes era el acceso a la independencia económica, pero se trataba de ir más allá y cambiar las reglas del juego. Romper las barreras de género en el ámbito laboral, en categorías como enfermera-médico o secretaria-ejecutivo; la asignación de un valor en dólares al trabajo doméstico (pensión, seguridad social o prestaciones) y compartir con el hombre las tareas de crianza.
La psicóloga e investigadora no escatima una reflexión sobre el rol masculino. “¿Acaso no estaban los hombres muriendo demasiado jóvenes, al reprimir temores y lágrimas y su propia ternura? Tenía la sensación de que los hombres no eran realmente el enemigo; eran víctimas como nosotras, padecían una mística de la masculinidad anticuada que les hacía sentirse incompetentes cuando no había osos que matar”. En diciembre de 1966 tuvo que declarar ante un juez en medio de un conflicto con las compañías aéreas. Todo empezó porque las activistas denunciaron la discriminación de género que suponía prescindir de las azafatas al contraer matrimonio o cumplir 30 años. En el día de la madre de 1967 organizaron un piquete ante la Casa Blanca, movidas por la consigna “Derechos y No rosas”. Protestaban porque el gobierno no estaba haciendo cumplir la Ley de Derechos Civiles que prohibía las ofertas de empleo discriminatorio. Betty Friedan menciona asimismo la gran jornada de huelga nacional de mujeres, convocada el 26 de agosto de 1970. Piedra a piedra hacia la conquista de la igualdad.

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