RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

domingo, 20 de septiembre de 2015

¿Aló, Chile?

Por Daniel Pizarro / Politika


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La niña que es C, de Chile, habla con la niña que es F, de Finlandia, o quizás de Noruega o Dinamarca, nunca se sabe, pero con toda seguridad de muy al norte del planeta.
La niña que es C, de Chile, ya no es niña, para ser exactos. Si es que interesa la exactitud, aquí. Nadie puede ser niño a los quince o a los dieciséis años. La niña es una chiquilla o muchacha, pero tampoco nadie la llama así. Es una cabra; o digamos una chica, si tomamos prestado el lenguaje de las traducciones. Pues de Chile a Finlandia hay que traducir, y lo mismo sucede al revés.
La cabra que es C y la cabra que es F.
Se conocen gracias a internet y los satélites artificiales.
La cabra que es C, en Chile, se ha interesado por las minorías sexuales y sus derechos, ha leído en internet, ha discutido con las compañeras de colegio, pero sobre todo ha hablado –y se ha escrito– con la cabra de Finlandia, o Suecia, o de muy lejos.
La cabra nórdica, escandinava, eslava a lo mejor, hace saber a la cabra chilena que su opción sexual es genderfluid. O sea, intentando traducir, que la cabra F ha elegido, porque así le nace, fluir entre los géneros.
F, la cabra –finlandesa, pongamos–, explica, intenta y traduce para la otra, que eso de fluir entre los géneros es dejarse llevar por un pulso interior que le dicta, o mejor dicho le susurra, cada mañana antes de abrir los ojos, o incluso desprevenidamente a lo largo del día –pero más que nada en las mañanas, antes de abrir lo que ya se dijo–, cuál viene a ser su género de hoy.
Hombre, le susurra el pulso. En finés o danés.
Mujer, le susurra, por la mañana.
La cabra que es F algunos días es un cabro. Entonces se comporta como tal, le hace saber a C desde Finlandia. Y entonces F abre el clóset –o el armario, o quizás un ropero nórdico– y escoge unas prendas de la sección masculina, porque así lo siente esa mañana; pero si siente lo contrario se viste de mujer, y así cada pulso, cada mañana, deja sentir su afán en Helsinki, Finlandia. Tal vez.
La cabra que es C y que vive en Chile no ha dividido el ropero en dos secciones, pero está fascinada por F y su libertad, por sus fotos de hombre y sus fotos de mujer y todos sus estilos, y todo lo que puede sucederle tan sólo de un día para otro: digamos que por su revolución permanente, por la vía finlandesa.
C, de Chile, trasnocha escribiendo y hablando. Prepara una disertación sobre minorías sexuales para el colegio. Y con el espíritu de un taxonomista clasifica todas las tendencias habidas y por haber, aquí y en Finlandia, o Noruega, como si fueran un abanico multicolor con franjas bien definidas, aun en sus límites porosos, de porosidad bien definida.
Hay que decirlo (total es una historia). En la pieza de C habita un duende. Puede sonar aterrador, como en un Märchen o un Fairy Tale, por poner aquí palabras en otros idiomas. El asunto, o el problema, es que, en realidad, los duendes pueden hacer el bien pero también el mal; mucho daño, si se lo proponen.
El duende D, de duende. Que no sabe, no tiene idea, del bien y del mal. Si vieran actuar a un duende se darían cuenta.
Estamos en la pieza de C, en Chile, de noche. Acaba de amanecer en Finlandia. La cabra chilena prepara su disertación y el duende D se introduce de algún modo en su mente y le sugiere una idea.
En una tribu primitiva –en Bali, susurra el duende D sin estar seguro de nada– existen treinta o más nombres para el pan, todo depende del corte que se le haga. El corte cambia la esencia del objeto que nos echamos a la boca, susurra.
Con esa idea concluye C la disertación para el día siguiente, que a todo esto ya llegó: son las tres de la mañana, hora de Chile.
Podría ser que el mundo de los sueños fuera al mismo tiempo el mundo de los duendes. Todo es posible, aquí y en Finlandia. Dicen.
En esta noche avanzada la cabra que es C sueña con su padre, que no está en casa. Sueña que lo ama, pero su amor aquí, dentro del sueño, no es el mismo amor de cuando está despierta. Es un amor de distancias abolidas, un amor sin mediaciones. Está enamorada de su padre, en el sueño.
Lo sabe, lo vive dentro del sueño; porque fuera de él su padre es la distancia protectora. Cuando está despierta, su padre es una casa invisible en la que ella habita, dicen que junto a un duende.
Su padre es un hombre mayor y casi nunca está en casa porque viaja a la China.
¿A qué viaja su padre a la China?, se pregunta ella en el sueño, como si se tratase de una incógnita atroz que la deja desamparada.
Fuera del sueño sabe que importa maquinaria para la gran minería, desde mucho antes de su nacimiento, y sabe incluso que antes de dedicarse a la importación visitaba la China como funcionario de un gobierno, militar, que hubo en Chile, hace mucho tiempo, alguna vez, uno.
En el sueño ella sufre porque su padre viaja a China. Sufre mucho más que cuando está despierta y ve a su padre en el dormitorio con una maleta sobre la cama, rebuscando en el clóset la ropa que debe llevar para el viaje.
Curiosamente, aquí en el sueño el clóset o ropero de su padre tiene varias secciones, y todas las puertas están abiertas porque la idea es poder observarlas al mismo tiempo y comparar las prendas y escoger las más apropiadas. La niña, la cabra que es C, está sentada en el borde de la cama, admirándolo, amándolo a la manera de los sueños, y su madre no se ve por ningún lado.
Su padre habla de la forma más rara y verosímil, mirando el clóset:
Hija, para que sepas, aquí tengo toda la ropa necesaria. Cuando quiero torturar a alguien me pongo esa ropa que ves ahí. Para ponerle corriente en las huevas (¡su padre hablando así!) está ésa de más abajo. ¿Te fijas? Cuando debo delatar a alguien para que otro le ponga corriente uso esta otra. Esta es para ir a China a mentir. Esta otra es para ganar plata en China. Esta es para mentir en Chile, y también sirve para ganar plata. Y esta es para hacer hoyos por todo el planeta, incluso para llegar a Finlandia. Buscando cobre, ¿me entiendes, mi amor? Aquí está todo lo que necesito, le decía su padre en el sueño.
¿Dónde estamos, papá?, le pregunta ella de repente, aún dentro del sueño.
Aquí pues, hija. Donde siempre.
La alarma del Smartphone la despierta a las seis y media de la mañana y ella, antes de abrir los ojos, se acuerda de su amiga finlandesa y trata de oír un susurro, una voz que le dicte algo nuevo en su vida, pero no logra oír nada. Ya no se acuerda del sueño.
Se pone la falda tableada, las medias verde oscuro, el suéter con la insignia. Su madre la lleva en la camioneta hasta el colegio. Como todos los días.
Su padre está en la China con un señor Lee.
Su amiga está en Finlandia o Noruega, o quizás en las Islas Caimán. Y la cabra que es C desearía saber cuál de los géneros se hizo sentir hoy en su cuerpo tan blanco, sobre el que cada prenda se marca como un corte del pan.
Luego la cabra diserta.
A la cabra la aplauden.
Aplauden su valentía.
La mañana refulge porque ayer hubo lluvia. El sol manda hoy.
La niña C llora, sin saber por qué.
No cree en los duendes.
Lo único que le importa, ahora que está despierta, es hablar con la cabra que es F, y saber. Saber, saber, saber todo lo que le pasa, y por qué le pasa, y cómo es que le pasa, y es tan importante, tan finlandés, tan intenso y tan novedoso.

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